La Civilizada Pasión por el Asesinato: La Novela Negra

Novela Negra
Novela Negra

La civilización occidental vive fascinada por toda historia que se desencadene o se hilvane alrededor del asesinato. El morbo y el chisme son condimentos irresistibles para todos aquellos habitantes de la aburrida cotidianeidad, pero es quizá la frontera del pecado y la encarnación del mal, que el hecho simboliza, la que decanta la unanimidad de todas las miradas. Llámese consternación, llámese justicia, llámese drama o llámese intriga por desentrañar las circunstancias, el proceso y los motivos que llevan a un semejante a cruzar esa línea sin retorno, sin restitución y sin castigo equiparable, a no ser que se quiera caer en el mismo pecado. Sólo el Hacedor puede sancionar con propiedad a aquel que emula una de las facetas de su providencia.

Y sin embargo no es sólo morbo y horror todo lo que reluce. Engarzado al gusanillo curioso del misterio, se descifra parte de la naturaleza humana. Esa que sueña para sí un destino menos mundano, más heroico y lleno de un sentido útil y trascendente de la propia existencia. Para que el fin y el postre social le reconozca una valor del que en la mayoría de su deambular, el ser humano siente carecer. Porque no es el asesino quien más nos hechiza, sino aquel que lucha por desenmascararlo y que embarcado en una suerte de viaje iniciático, no duda en poner en riesgo su vida con tal de hacer prevalecer la justicia.

Su simbolismo cargado de reflejos y de identificaciones, explica la notoriedad de la Novela Negra desde el siglo pasado con Dashiell Hammett, Raymond Chadler, Chester Himes, Patricia Highsmith, James M. Cain, James Hadley Chase, Paul Auster, Vázquez Montalbán o Boris Vian, como algunos de los muchos y grandes escritores que definieron el género e indagaron en sus posibilidades narrativas. El género negro aumentó su alcance en la gran pantalla y creó el modelo en el que tantas series televisivas y películas de ciencia ficción se nutrieron en el pasado y siguen haciéndolo aún en el presente. Incluso me atrevería a afirmar que el auge del género épico y fantástico, tanto literario como cinematográfico, que se vive en la actualidad, le debe su popularidad a la lírica detectivesca que tantas veces fue denigrada como literatura B, no tanto quizá por las formas, sino por el subtexto identificativo y liberador de una realidad demasiado gris.

Una de las claves de la Novela Negra es que sus protagonistas no atienden al prototipo del héroe clásico, que inmaculado en sus acciones y firme creyente de su destino, siempre recibe la recompensa del encumbramiento social. El detective, ya sea por profesión o circunstancia, suele estar personificado por un mero superviviente, más cercano a la figura del fracasado o el derrotado social, cuyo cinismo, escepticismo y amargura lúcida sabe diseccionar la doble moral, la corrupción y la desigualdad de una sociedad, que en muchos casos no es la mano ejecutora, pero si la culpable de los asesinatos a los que el investigador se ve impelido, más allá del dinero e incluso a veces del amor, a resolver y denunciar. A veces siendo incluso partícipe del mal, siguiendo una pasión y una coherencia que ya no puede abandonar.

La simpatía primera, y la identificación consecuente, son los primeros pasos que enganchan al lector, porque el deambular de la existencia nos iguala en su sinsabor, que tantas veces hemos sufrido en soledad, sumando esquirlas y desencantos a ese descubrir perpetuo de que la vida no es tal y como creímos y nos dijeron que era.

Pero es su determinación y fuerza lo que más nos deleita y envidiamos. Porque aunque está inmerso en esa bruma aturdidora del vivir, encuentra un sentido y un destino al que apegarse y por el que luchar. Deslindando con precisión quirúrgica los desdibujados bandos entre el bien y el mal, y hallándose gustoso en un camino del que no hay vuelta atrás, para adquirir una fuerza moral, que por el mero hecho de andarlo le otorga unidad, fin y sentido a su vida. Sorprendido a veces, de que su aparente y pragmático egoísmo, ceda el paso y sea capaz de sacrificar su seguridad, su dinero, su vida y hasta un amor interesado y arrebatador, en aras de una ética sin dobleces. El premio no importa, porque el hecho no lo aleja del fracaso, aunque éste sea un amor verdadero o el pago de unos buenos honorarios. La verdadera recompensa es la certidumbre de que la aventura ha sido una especie de prueba iniciática, guiada por su cabezonería en demostrarse que simplemente ha hecho lo que debía hacerse.

La intriga es más la excusa y el medio que la esencia. Porque la magia que en realidad nos atrapa, aunque no seamos conscientes de ella, es el feliz hallazgo para los personajes de la aventura y de un sentido a sus vidas, asumido sin reproches, aunque éste sea muchas veces trágico. Nuestros sueños se engarzan y nuestra identificación suspira por tener semejante suerte, no quizá en los mismos términos, pero sí en la fuerza y la voluntad que los guía y de la que tanto carecemos. La vida mundana escasea en su complejidad de la aventura, la intensidad y la inercia de saberse en un trayecto escrito por y para nosotros. Las más de las veces dudamos de la senda elegida, y la continua marea de tiempo vacío y sin propósito, nos paraliza y hace de nosotros presa fácil de una monotonía que nos asfixia y que ningunea nuestra fe en lo más esencial, nosotros mismos.

La literatura siempre habla del hombre, no importa el contexto, el disfraz o la fantasía con la que se arrope la historia, porque no se puede hablar de lo que no se es y se desconoce. Phillipe Marlowe, Sherlock Holmes, Hercules Poirot o Pepe Carvalho no son más que hijos de su época, pero no debemos olvidar que no representan más que variantes, para la literatura occidental, del símbolo que inauguró Homero con su Ulises. La vida como viaje y la lucha del hombre frente a las dificultades para encontrar su hogar, sobre el que sueña y del que ya olvidó su camino de regreso. Pero que una vez hallado, no tarda en reconocerlo, aunque no ocurra lo mismo con él, y deba una vez más mostrar que es digno de ocupar el lugar que reclama.

Esa es la gran cuestión que también nos puede enseñar la literatura, en lugar de rendirse y dejarse llevar por las azarosas triquiñuelas del destino, no cejar en la lucha y seguir buscando. Tal vez el puro camino sea la clave y no sólo soñar de una manera placentera, pero pasiva. No sólo por la aventura de vivir plenamente, sino por desenterrar el inenarrable placer de encontrar nuestro lugar en el mundo; o en su defecto morir en el intento.

La Duquesa de Alba deja Fincas a Jornaleros Andaluces

Duquesa de Alba

María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva y Guturbay, nombre corto de la conocida Duquesa de Alba que falleció este pasado 20 de Noviembre de 2014 en su residencia de Sevilla, el Palacio de Dueñas, se rumorea que ha dejado algunas de sus fincas más importantes, tanto en número de hectáreas como de productividad agrícola, a varias asociaciones de jornaleros andaluces, como último gesto de buena voluntad y amor por la caridad y la beneficencia, corroborando a todas esas voces que elogian su figura y su buen corazón, pero olvidan que su padre conocido antirepublicano, fue embajador en Londres en 1937 del levantamiento Nacional y financió bombardeos sobre la zona republicana. Así como que por todo su patrimonio, sólo tributa un 0.2%, ya que curiosamente el 90% de éste está exento. Eso es igualdad de los ricos y pobres ante la ley.

La popular Cayetana de Alba era la noble con más títulos nobiliarios conocidos, catorce veces Grande de España, cinco veces duquesa, dieciocho marquesa, veinte condesa, condestablesa, vizcondesa y alguno más que sólo cabría recordar para la hemeroteca. Según se ha podido saber, dispuso secretamente que a su muerte algunas fincas fueran donadas al pueblo andaluz. Aunque en julio de 2011 repartió ante notario su herencia, calculada en cerca de 3.000 millones de Euros, entre sus seis hijos.

Aún no se sabe que propiedades serían donadas, dentro de su gran patrimonio con palacios en Salamanca, Madrid, Sevilla, Donosti, y castillos en Ávila, Salamanca, Soria, Lugo u Orense, por nombrar algunos lugares, ya que es tan grande, que nombrarlos y citarlos llenaría varios artículos y tocaría casi todos los puntos cardinales de España. Simplemente su colección de arte está valorada en más de 2.000 millones de Euros, y sus propiedades agrícolas ocupan unas 34.000 hectáreas, haciendo de la Casa de Alba el mayor latifundista del país. Añadiéndose la paradoja de que los millones de euros por subvenciones de la Unión Europea a explotaciones agrícolas, le llueven cada año, sin que se pueda conocer su cuantía.

Se especula con que la razón de estas supuestas donaciones de fincas responderían a su arrepentimiento y sentimiento de culpa tras su enfrentamiento con el SOC (Sindicato de Obreros del Campo), a raíz de una manifestación porque la Junta de Andalucía le otorgara en febrero de 2006 el título de Hija Predilecta de Andalucía, y ella los llamara locos y delincuentes, entre otras apreciaciones. Así como una forma de compensar las también declaraciones de su hijo, Cayetano Martínez de Irujo, en Salvados en los que criticaba a los andaluces en general por no querer trabajar e insinuando que el PER y los subsidios agrarios eran los culpables.

Esperemos noticias que confirmen estas donaciones, y ojalá que ya que no lo hizo en vida, sí pueda, una vez muerta, demostrar aquello que ahora propagan los medios, que tenía buen corazón y que le gustaba realizar buenas acciones.

La Huida

Huida

(Capítulo 2. Parte 1ª. Novela: El Sueño de Dios)

Hoy ha pasado algo maravilloso. ¡Y eso que tenía un gran bajón!, aunque claro no era el único, también estaba Juan. Y esa unión en la pesadumbre ha parido la magia. Todo fruto del compañerismo. ¿Será éste el secreto de la vida?

Estábamos Juan y yo quejándonos de nuestra suerte, cuando yo he comenzado el juego:

            -Pero se van a enterar todos de quién soy yo. Un día escribiré el mejor libro que se haya escrito y empezarán a llamarme, para que escriba guiones, los mejores directores de cine del país. Me llamarán para salir en programas de televisión, ganaré mucho dinero y por supuesto te invitaré a que vengas a vivir conmigo y compartas mi éxito.

            -Va -me siguió- para entonces yo ya habré sacado mi primer disco que entusiasmará a los críticos y que extrañamente será éxito de ventas en todo el mundo. La diva del Pop del momento querrá que haga un dúo con ella. Pero sólo me la tiraré una vez y me iré a New York a vivir. Entonces te ofreceré participar en mi segundo álbum.

            -Eso no es nada -le respondí-, yo para entonces habré estrenado una película dirigida, escrita y protagonizada por mí que, aunque sea de habla no inglesa, arrasará en los Oscar. Momento en el cual aceptaré tu invitación, escribiré las letras y tocaré la guitarra en tu banda.

            -Sí -continuó- pero yo abandonaré la gira mundial porque se descubrirá que he dejado preñada a la futura reina de Inglaterra y la prensa me agobiará. Será entonces cuando me recluiré en una isla de los mares del sur…

-Regalo mío.

-Sí, regalo tuyo, en la que, además de casarme con el amor de mi vida, una bella samoana que conoceré allí, quien me dará hijos preciosísimos, me dedicaré a la pintura y al cabo de dos años revolucionaré las bellas artes y se me considerará un nuevo Picasso.

            -Yo mientras tanto me dedicaré a viajar de incógnito por cada rincón del planeta haciendo amigos y librando aventuras. Y aunque la prensa del corazón diga que estoy desintoxicándome de mi adicción a las drogas, ¡mentira, ya que aunque las haya probado todas sé controlarlas!, yo iré trabajando en una serie de documentales que, aunque me costarán empeñar toda mi fortuna, serán un exitazo.

            -Sí porque para entonces yo habré comprado un canal internacional que los mostrará. Y con tus documentales y mi programación descubriremos al mundo la falsedad de quienes los gobiernan.

            -Pero entonces el Vaticano, ante nuestra negativa a ser usados de medio de su propaganda, planeará junto con la C.I.A. quitarnos de en medio. En una audiencia con el Papa, con la excusa de que le escribamos una ópera rock cristiana, intentarán matarnos.

            -Sí pero recuerdo muy bien que usaremos al Papa de escudo, mientras nuestros guardaespaldas nos protegen. Y como sin que ellos lo supieran habíamos llevado cámaras, lo contemplará el mundo entero que se sublevará.

            -Y lo más acojonante es que el nuevo orden mundial que surgirá será llevado por gente sabia. Y nosotros al ser invitados a formar parte del primer gobierno dictaremos una ley que prohíba la fabricación de cualquier arma.

            -Y otra que haga la educación gratuita y la posesión de las cosas pública, ya que nosotros seremos los primeros que donemos nuestras inmensas fortunas al mundo.

            -Y por último nos negaremos a que nos hagan estatuas y nos idolatren. Solamente hicimos lo que teníamos que hacer. ¿No es lo que haría cualquiera..?

 

Toda esta fantasía que aquí resumo, duró horas, y hubo infinitos detalles y anécdotas que me he saltado. Pero lo más bonito es que llegamos juntos al mismo final.

Lo maravilloso es que esa vida que creamos juntamente nos dio eso, vida. ¡Qué tarde más increíble!

Espero que Juan nunca se olvide de aquello, ojalá que ese fuera nuestro destino. Porque yo creo que juntos si quisiéramos podríamos hacerlo. Sí creo que el secreto de la vida es la complicidad. ¡Y yo creo que he encontrado a mi cómplice!

 

Segismundo Umano, 16 años

 

 

 

Juan se queda pensativo con el diario abierto entre sus manos. Al principio se sintió un poco mal por estar chismorreando, ahora le alegra lo que esas páginas le han descubierto de quien había sido su compañero de infancia. Por primera vez comprende la raíz soñadora que empujaba a aquel a fantasear, sin discernir lo real de lo imaginado, y que le achacó de niño fama de mentiroso. Misma faceta que lo encandiló a seguirlo como un líder por juegos y aventuras a las que Segismundo cargaba con la irresistible potestad de la magia. ¡Pero aquello quedaba ya tan lejano!

Sin embargo aquí está para acompañarlo en su última propuesta mágica, no podía hacer menos aunque esta vez no fuera a compartirla. Cuando Segis le pidió su ayuda y le comentó su plan se quedó perplejo y lo desaprobó, aunque no lo dijo. Ahora tras la lectura de las páginas del niño que fue su amigo lo comprende. Simplemente cansado de esperar ha decidido buscar su destino. Sí, tras semanas de conmiseración, ha encontrado la fuerza para huir. Como un ataque de lúcida y feliz locura.

-¡Vámonos, vámonos! -Segis abre la puerta del copiloto y da un portazo con su entrada- ¡La vida espera!

-¡Estás loco Mundo!

-¡Coño! ¿Y tú qué haces con mi diario?

-Leerlo. No he podido evitarlo. No sabía que tuvieras uno.

-Ni tienes por qué saberlo todo de mí. Dame -cogiéndoselo- y arranca que no vamos a llegar nunca.

-Encima voy a tener yo la culpa de que nos hayamos parado 40 veces.

Segismundo balancea su cabeza con la inercia del arranque y fija su mirada en el pueblo que va a dejar atrás. Ante la muerte la única respuesta que cabe es la locura, siempre que ésta sea la propia y el tiempo de maniobra breve. Se dice en silencio, al huir de esa forma, de un destino que más que aburrirlo lo asfixia. Pero a pesar de la fuerza que da, el ser una tabla rasa en la que va a pintarse un nuevo autorretrato, no puede evitar dejarse seducir por el romanticismo sentimentaloide del momento. Por eso ha pedido una última parada, la excusa, una meada. La razón, una mirada final al pueblo, contra quien se ha jurado la apuesta de no volver a pisar.

A la desaparición del último paisaje del ayer, baja la cabeza y recorre el equipaje del mañana. Compuesto por dos recias maletas y un macuto pequeño que se acomodan en los asientos traseros. ¿Dónde vas con tanta cosa?, se pregunta al recordar la expresión de su amigo al recogerlo.

Por minutos hablan de cosas intrascendentes, de música y del último pedo. Hasta que Segis dice algo que realmente siente.

-¿Por qué no te vienes conmigo?

-¿Qué… ! ¡Tu estás más que loco, Pero si no sabes ni a dónde vas! Y tu ya sabes que yo no me puedo ir, ¿y Esther..?. Mi vida la tengo aquí, tengo responsabilidades. Tu como no sabes lo que es eso.

-¡Vengaaaaa….!

-¡Ja, ja… no cambiarás nunca!

-Sí he cambiado. Sólo que me sigo queriendo comer el mundo y tú ya no.

-Sí, bueno todo cambia. Ya hemos llegado.

Los kilómetros que los separan del pueblo vecino pasan rápidos. Nuestro protagonista se va de incógnito, sólo su familia al ver el equipaje lo acaba de saber, y ha preferido, por ello, una estación de autobús extraña para evitar a los conocidos. La bajada de equipaje y un café con leche, dejan un margen frío para las confidencias que como despedida cada uno había imaginado brindarse.

-¡Vete ya anda!

-Si ya no hay prisa. Bueno cuídate, ten cuidado, no hagas ninguna locura y llámame si necesitas algo, ¿vale…?

-Vale. Yo ya te contactaré cuando me vaya bien, para que me visites claro.

-Yo también.-Se abrazan.

Juan empieza a alejarse cuando en un ataque de franqueza lo detiene.

-¡Ven, ven! -cuando está a su altura- Toma, toma, guárdamelo tú.-Le entrega su diario.

-No, no.¿Por qué..?

-¡Cógelo! Tú has sido mi mejor amigo en muchos sentidos, me gustaría decirte tantas cosas… Este Diario es como yo mismo, es un préstamo que me devolverás cuando nos volvamos a encontrar. Es lo más cercano a mí que te puedo dejar. ¡Toma!

-¡Gracias no sé si…!

-Léelo no hay nada más que cosas mías, así serán cosas nuestras. Sé que no lo juzgarás.

-No soy ningún juez, sólo tu amigo.

-Lo sé. ¡Anda vete ya!

Se separan sin volver la cabeza, para no ceder a la tristeza que los atenaza. Segismundo espera a que se ahogue el ruido del motor para acercarse a la taquilla.

-¿A dónde va el próximo autobús? ¿Qué…? -no oye la respuesta. Da igual deme un billete.

Mira el destino antes de guardarlo, y se sienta con su equipaje en el andén. Tiene cuarenta minutos de espera. No es mucho, se dice. Tanto equipaje es un coñazo para ir sin rumbo, pero son los restos de toda una vida y por mucho que desechara, y mucho desechó, lo que queda abulta.

Mira el reloj y la tenaza nerviosa del estómago lo alegra. Allá voy, se anima.

Las cosas no suceden como uno las imagina. El sueño de este momento siempre estuvo unido a la compañía de un cómplice. El último candidato posible, se acaba de ir. Bueno, se dice, la magia de la casualidad me espera. Quizá encuentre al maestro que me ilumine y guíe. Aquel que siempre esperé que llegara. El conocedor del mundo, el que responda a mi pregunta: ¿Qué es la vida?

(Si te gustó. Puedes leer el primer capítulo: http://www.elpaisimaginario.com/muerte/)

El Pasado de un País, también vuelve

El Pasado de las Naciones

La historia de una sociedad es como la experiencia vital de un hombre, lo que fuiste, denota lo que eres. El pasado no predetermina inexorablemente tu futuro, pero sí marca tu presente, restringiendo con la inercia adquirida, las opciones que contemplas y que una vez elegidas expresan aquello en lo que te conviertes. No es imposible un cambio de rumbo inesperado, pero la rara excepción no invalida la norma, menos aún si quien determina el camino es un grupo tan diverso y heterogéneo como una sociedad.

El poder establecido siempre habla bien de sí mismo, proyectando una imagen que más allá de la realidad, expresa el proyecto sobre el que erige sus justificaciones. Haciendo que sea fácil tildar de anécdota y disfunción ocasional, aquello que desentona claramente con el mensaje que los voceros públicos vienen intencionadamente propagando, para aislar los hechos y poder así camuflar y alimentar sus excusas. El poder siempre ha premeditado su uso, sabiendo que en sociedad solo unos pocos se detienen a desgranar los mensajes, y que la mayoría por norma, los acepta tal y como vienen. El pensamiento crítico estructurado siempre ha sido minoritario, procede de una adecuada formación intelectual y de la estimulación del pensamiento propio, algo que nuestro sistema educativo nunca ha buscado. Memorizar y repetir parece ser lo más adecuado que han ideado para nosotros. Su resultado consigue que la mayoría tienda a apoyar la versión oficial, no importa cuán lejos se encuentren las conclusiones de los hechos reales sobre los que se basa.

Analizar un país o una sociedad, no sólo por lo que afirma ser y por las calificaciones que le otorgan los medios de comunicación, sino por los hechos reales de sus actuaciones, a veces no es suficiente. La cercanía y la multitud de acontecimientos, impiden que podamos interrelacionar los hechos y les podamos encontrar un origen justificado. Esa lógica falta de perspectiva, pasmosamente, a veces se subsana si echamos un vistazo a su pasado. Estamos acostumbrados a hacerlo con las personas, y quizá nos asombren las clarificadoras respuestas que hallaremos al aplicarlo a los grupos sociales.

Seguramente han oído alguna vez cómo, muchos de los abusadores sexuales y los maltratadores de mujeres, han sufrido esos mismos abusos o maltratos en su infancia, incluso dentro del núcleo familiar. La lógica nos haría creer que precisamente por ello, éstos deberían ser los primeros en luchar contra esa injusticia sufrida; algunos lo hacen, pero la paradoja de la psique humana es que una gran parte no puede impedir dejarse llevar y repetir aquello que de alguna forma, “aprendieron”. El Estado de Israel cumple el patrón, con un horror que se ha hecho patente demasiadas veces en la cercana actualidad.

El exterminio de millones de judíos sufrido, durante la II Guerra Mundial por parte de la Alemania Nazi, fue el germen para que una comunidad internacional, con sentimiento de culpa, pusiera las bases para la creación del Estado de Israel en mayo de 1948. Desde entonces la inestabilidad en la zona se ha traducido en una guerra intermitente, cuyo último conflicto del 8 de julio al 26 de agosto de este año, tras el secuestro y asesinato de 3 judíos llevó al ejército de Israel a lanzar la Operación Margen Protector, con el resultado de más de 2.100 muertos en la franja de Gaza y más de 11.000 heridos, y 71 muertos y 1.500 heridos en el bando judío.

Pero más allá de los fatídicos números, quedó la imagen, repetida desde la Intifada, de una lucha desigual. El bombardeo continuado de una población civil, sin más ejercito que unos “misiles caseros de terroristas” frente a uno de los ejércitos más modernos y sofisticados del planeta, con el agravante de estar atrapados en una franja de terreno sin salida. Simboliza el abuso de un Israel que desde su creación ha ido ampliando su territorio, en cada guerra y con sus asentamientos constantes, a costa de un pueblo palestino al que trata y confina, con una similitud que en imágenes, desproporción y desprecio racista, en demasía recuerda a los nazis. Sólo hace falta echar una ojeada a los mapas históricos que muestran esa merma de la Palestina creada, a la par que el crecimiento de Israel, desde 1948 a la actualidad. El abusado replica al abusador y convierte aquel dolor en un modelo de actuación. La maraña de un conflicto sin visos de solución, parece comprenderse mejor tomando ese punto de vista, que sólo utilizamos para juzgar a las personas.

Estados Unidos es el ejemplo más claro y reconocible. Para muchos el paradigma de sociedad a la que todo país debería aspirar a parecerse. Su modelo de economía, de democracia y de libertad, ha liderado a la comunidad internacional desde la II Guerra Mundial. Pero su talante imperialista con una lista de intervenciones militares ajetreada, ya sea directa o indirectamente: Cuba, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Chile, Corea, Vietnam, Kuwait, Irán, Irak, Afganistán… Muestran la verdadera cara de un país que se fundó y creó, bajo el idealizado genocidio de los nativos americanos, a los que se les arrebató tierras, cultura y se exterminó en su práctica totalidad. No ha de extrañar por tanto que esa imagen del sheriff y del lejano oeste, exprese con mayor honestidad y apego a la realidad, la actitud de un país que abandera la libertad y la democracia, pero que no es otra cosa que la defensa y búsqueda de sus intereses por encima de quien se le oponga. Curiosamente compartiendo con Israel, la convicción de que Dios está con ellos y por su conducto ejerce la voluntad divina.

España también tuvo un pasado similar. Pero no es el lejano, sino el más reciente el que puede explicar la crisis política, institucional y económica que se vive. La Transición nos hizo creer que de un plumazo se superaron las mañas de 40 años de dictadura, pero el poder económico nunca cambió de manos. Sólo se cambiaron las reglas de un juego y se permitió que una nueva generación entrara en él (como explicaba en otro artículo sobre la Transición, en esta misma sección). Y los hechos actuales parecen demostrar que la cultura elitista, de privilegios, amiguismo y protección mutua, que el bipartidismo democrático escenifica como si el Estado y lo Público fueran ellos, y no los ciudadanos que los eligen y sobre los que han cargado los costes de sus desmanes y mal gobierno, no difiriera tanto sino que probara su herencia directa de la dictadura; en la que curiosamente la mayoría de políticos de la Democracia, nacieron y crecieron. Tal vez, como dijo Pérez Reverte a Jordi Évole, continuando la tradición aristocrática española, que junto a la Iglesia, por siglos manejó la sociedad española a expensas del pueblo llano.

El pasado, parafraseando al refranero español, siempre parece volver, no ya sólo para hacer de profeta del futuro, sino como indicio sobre el que apoyarnos para desenmascarar las falsas apariencias de modernidad y de cambio, de unos países que al parecer no pueden evitar reformular y continuar la tradición que, en un no tan lejano ayer, les dio forma.

El Negado Adiós

El Negado Adiós

Mi abuela murió anoche. En los últimos años había jugado a representarme los detalles ideales de su velatorio y entierro. No porque anhelara la llegada de ese momento, sino porque su edad no debía tardar en borrar ese nexo tan querido de mis raíces, y su adiós, sabía que representaba un último acto simbólico de aquella, que una vez había sido, una familia unida. Prefiguraba, que como hubiera sido su deseo, sus hijos, nietos y bisnietos la despedirían en su humilde casa, como reconocimiento al dichoso pasado, que allí como familia vivimos. La quise con locura, como creo que debí corresponder a su mirada siempre entregada, siempre devota y feliz por mi presencia. Hoy su casa, símbolo de la familia que fuimos, ya no podrá despedirla.

La abuela Lala era un cielo, y no sólo para sus nietos y bisnietos. Las familias, por poco, tienen muchas ramificaciones, digamos pues que una de las ramas principales y todos sus brotes le pertenecían. Era nuestra gran reina madre. Habiendo ganado sus derechos, con dedicación y amor. Cada festividad, cada verano multitudinario se celebraba en su casa. Una casa sencilla, eternamente blanqueada del frente al patio, y aunque pequeña e incómoda, para todos parecía ser el único lugar donde se fraguaba la felicidad. Creo no haber sido nunca más feliz que durante aquellos años que albergaron mi infancia y adolescencia.

Haría tres años que no la veía. Desde que me había trasladado a vivir a la capital, no visitaba con asiduidad mi tierra. Había salido huyendo del pueblo con rencor hacia su asfixia y la falta de perspectivas laborales. Supongo que la altanería de saberme parte de otro mundo, llenaba mi presente y no dejaba lugar a la nostalgia. La razón que me llevó a volver, fue un inevitable papeleo, según recuerdo.

Mi madre por ese entonces la cuidaba, y al enfrentarla, me apenó el reconocimiento de mi independencia. Los hechos de mi fuga hacia nuevos horizontes, le habían dejado claro que ya no la necesitaba. Una madre pierde su función cuando los hijos abandonan el hogar, y yo había sido el último. Al verla me sentí culpable. Me justificaba pensando que era joven todavía, y que en el futuro, la resarciría brindándole un poco más de mi presencia. Está ahí, me dijo mi madre señalando la cocina. Ve a verla, está muy mal la pobre, ¡con lo buena que ha sio…!

Mi queridísima Lala estaba frente a uno de los fogones. Jugaba a las cocinicas con un cazo lleno de agua y una comida inexistente. Ya estaba muy vieja, todo lo anciana que la existencia podía figurárseme. Pasaba de los noventa, y su pequeña figura de poco más de metro cincuenta, mostraba no sólo la delicadeza de la edad, sino de su sencilla existencia. Nunca quiso ser más de lo que había sido, una profesional de la familia: hija, madre, esposa y abuela.

Aún no me había visto. Su tembleque azaroso, buscando en los armaritos de la despensa, la mostraba translúcida, perdida. Recuerdo que quise rememorar lo que conocía de su vida, como si de esa forma pudiera reivindicarla, reconocer mi amor y su valía. Quise imaginarla cuando con apenas doce años entró a servir a la casa de Don Emilio San Juan; o cuando un hombre pagao les avisó de la muerte de su mama Anatolia, en el calor de un agosto. Ella y mi abuelo tuvieron que fatigar, con un solo mulo, los más de sesenta kilómetros para llegar a su pueblo, o cuando sus doce hermanos le celebraban la Ajoharina; pero me vio.

–¡Mi nene, mi nene…! –Sus ojos brillaron como solían. Su abrazo y mis besos me emocionaron.

–¡Hijo, ayúdame a buscar la harina! Van a llegar y tengo que preparar la Ajoharina.

–¡Ay abuela!, pero ¿quién va a venir? Si no va a venir nadie.

–¡Pos quién va a ser! –Con su genio– Padre, madre y los nenes.

–¡Ay abuela si están muertos…!

–¡Sí qué pronto los enterráis! –Con su chufla– Si han estao aquí esta mañana y van a venir a por mí, ¡que ya no me quedo más! ¡Me voy a mi casa! Encima papa Luis está enfermo –tenía sus recursos, no en vano llevaba más de tres años inventando excusas para escaparse– ¡Mira que no avisarme!

–Están muertos, están muertos abuela. ¡Todos, todos están muertos! –Me descreía primero con sus ojos grises y luego con su empecinamiento.

–¡Calla que se m´hace tarde! –Retomaba su búsqueda.

–¡Abuela deja eso, ya cocinará mi madre!

–¡Ay sí, que ya estoy vieja, ya he cocinao mucho, me he desvivio por toos! –Sentándose– Pero esta tarde me voy, ¿dónde se habrán metio las gríngolas de mis hermanas? Con lo tarde que es.

–Ha llamao la Luisa, se han ido con los novios en las motos.

–¡Anda que siempre estáis de guasa conmigo!, como ya soy vieja. Mira –Palpándose unos dientes inexistentes, salvo raíces y restitos desportillados– si ya no tengo dientes. ¡Con la buena dentadura que yo he tenio siempre…!

La miré pensando en su aspecto cinco años atrás. Había perdido cierta lozanía en su cara, un dentadura completa y ganado un temblor continuo que se acentuaba en sus manos. Pero sus rasgos, pequeños, proporcionados, queridos; seguían transmitiendo bondad. Sólo sus ojos, más grandes que nunca, estaban perdidos.

Calmó el resuello del nervio y de su mirada. Entonces le hablé sosteniendo su mano.

–Abuela yo he venio avisarte que han llamao tus hermanas –Sonrieron sus ojos, y sus encías picaronas– que ya se ha hecho noche y que vienen mañana. Que no te preocupes, que mañana vienen y os vais.

-¿Sí… sí? –Con mi brazo de asidero y recuperada la mirada– Sí, ¿de verdad? Bueno entonces me quedo esta noche, pero mañana me voy. ¿Por qué no me lo has dicho antes?

–¡Si te lo había dicho abuela!

–¿Sí..?, no me acuerdo. Hijo, ¿sabes lo que pasa? Es que se me ha ido la pelota.

Esperé a que sus ojos terminaran de calmarse para invitarla a ir con mi madre, le tendí mi brazo. No tardó en aceptarlo para apoyarlo en sus pasos cortos y seguros. Siempre tuvo buenas piernas, su vecino el general, siempre le decía que le pagaba lo que quisiera por cambiárselas. Tras la guerra, había tenido que huir de su pueblo porque mi abuelo había sido rojo y trabajado en el Ayuntamiento durante la República, refugiándose en un cortijo en medio de la sierra, con sus hijos y marido. Vender lo que criaban para comprar lo necesario, suponía andar más de una veintena de kilómetros cada día. Sus piernas aún lo agradecían. Seguía siendo pudorosa y no era de las que las van enseñando por ahí, pero en esos días que me quedé, las vi. Seguían aparentando no más de cuarenta años, cortejanillas (pequeñas), como ella diría, pero formadas y bonitas, sin manchas, piel de naranja, o variz alguna.

A la noche mi madre y yo hablamos por primera vez como amigos, por primera vez en años tras el mutuo enfado y constante enfrentamiento desde mi adolescencia. Tal y como solíamos hacerlo cuando yo era niño. Pero esta vez, la retomada costumbre fue deliciosamente mágica, aunque dolorosa. Llevaba casi tres años seguidos cuidando a mi abuela, y por las pistas de un día, me imaginé la condena. Sólo desde hacía unos meses mi tía, su hermana, empezó a colaborar; una semana cada una, media pensión para cada cual.

Sentí mi egoísmo, no por natural, menos culpable. Hacer mi propia vida, también significaba eludir mi responsabilidad ante mi abuela. Egoístamente había dejado a mi madre con toda la carga, y en dos días volvería a hacerlo. A la muerte de mi padre, mi madre aprendió que los quereres y los amigos, en su gran mayoría, no quieren problemas. El inconveniente es tuyo si te ves sin ingresos y con hijos por criar. Parte de la sangre y pocos más respondieron para dar ánimos y aliento. Pero a parte de mi tía materna y de un tío paterno, cuya ayuda fue afectiva, su verdadero apoyo económico fue mi abuela, mi abuelo y la Chacha.

La Chacha Luisa era la hermana menor de mi abuela, la de la Naricilla, solía llamarla con sorna. Refiriéndose al accidente que de adolescente le dejó quemada y diminuta esa parte de su anatomía. La mayor parte de su vida había estado cocinando otros y viviendo en casas de familiares. Una solterona no llega nunca a tener hogar propio. El mundo la había hecho egoísta. Avara con el dinero de una pensión que con tanto trabajo y servicio a los señoritos, se había ganado. Acostumbrada a que sólo ella pensara en sí misma. Pero a su forma nos quería, el calor y el apego de sus últimos años lo tuvo con nosotros, y nosotros con ella. Sólo una casa tuvo en propiedad, heredada de otra hermana; la vendió y le dio el dinero a mi madre, para que pudiera sacar su vida y la de sus hijos adelante. Mi tía y mi tío, los hermanos de mi madre, callaron entonces, quizá aliviados de que no tuvieran ellos que dar un dinero para ayudar a su hermana. Pasados veinte años, empezaron a reprochárselo a mi madre.

La estrategia era indigna. Parecían haberse guardado la carta, porque ahora querían algo. Su queja escondía ese objetivo primordial que suele enfrentar a las familia, no en vano el dinero es la encrucijada que termina por desnudarnos. Querían vender la casa de mi abuela.

Aquella noche mi abuela dio guerra. No cejó de levantarse, al principio intentando abrir más de cinco veces la puerta de la calle. Luego haciendo un absurdo hatillo por maleta y llamando a gritos a su hermana Luisa; el último nexo de su época, quien había muerto un año antes. Finalmente reclamando una cena, que decía no haber comido. Mi madre tuvo que levantarse a cada reclamo. Comenzó calmada y terminó fuera de sus casillas. Comprendí que abrumada por años de ese castigo exasperante que día tras día afrontaba y que inexorablemente se reflejaba en su cara.

Al volver a la cama, tras intentar ayudar, me vinieron a la cabeza las palabras de mi madre, compartidas horas antes, sobre si aquella demencia senil era sólo fruto del destino, herencia o si había alguna razón explicable en su pérdida de juicio. Tardé, pero finalmente, una vez que mi abuela se calmó, cerca de las cuatro de la mañana, me quedé dormido.

A la mañana siguiente le dije a mi madre que me iba a quedar con ella toda la semana, con la condición de que, sabía que no iba a cumplirlo, ese mismo mes se viniera a pasar unos días con nosotros. Sonrió, sobre todo con su mirada. Me pidió echarle un ojo a la abuela, ahora sonoramente dormida, y fue al mercao.

Cuando volvió le pedí las llaves de casa de la abuela. Llevaba años cerrada y sentí la nostalgia de visitarla. No reconocí la calle. No era sólo que las encaladas casas hubieran crecido hasta las dos plantas, sino que frente a sus nuevos colores chillones, su blancura, ya perdida, parecía desnudarla. El asfalto que había sustituido el empedrado le quitaba calor, pero no era eso. La calle fue una arboleda, debía ser muy niño, pero un recuerdo vívido me la retrata entre los claroscuros de los rayos de sol y sus hojas. Una imagen enturbiada por el filtro difuso del pasado, ensoñada y recreada tal vez por las adicciones que se sueñan con el tiempo; pero tan real como la fuerza que un recuerdo atesora. Sí, la calle tuvo árboles. Cada vecino había plantado el suyo, dejándose llevar por la moda, la envidia o quizás la añoranza de los árboles que rodeaban el porche de los cortijos, donde muchos habían nacido.

Me dio por pensar que nosotros, la generación siguiente, sólo veíamos la utilidad de aparcar el coche, y no sólo eso, sino que renegábamos de nuestro origen. La calle no se llenaba de sillas, puertas abiertas, chiquillería; ni podría ya unirse en revuelo ante la llegada del hijo de la Antonia o de mi prima Toñi. Destilaba más dinero, más frío.

Por fin abrí la puerta y entré. La fachada, blanqueada con simple cal, parecía colar dentro la anacronía que representaba, y que fuera esta y no otra, la que hacía que la casa siguiera igual. El tiempo es engañoso y sutil, se va y regresa con todo el peso de los hechos. Aquel día me hizo comprender que la felicidad no tiene tiempo y es sólo un recuerdo. Entre esas paredes, sobre sus baldosas fui feliz, demasiado feliz.

En el salón, una bruma de ecos recorría mi cabeza. Salté sobre el colchón provisional que cada verano ocupaba con mis primos, abrí la habitación donde durmieron mis padres, mis tíos, mi prima y su marido; y salí al patio. Busqué la parra, recordé la piscina de plástico, las cenas, el frescor de la manguera, las parlanchinas siestas. Pero fue en la habitación de mis abuelos, con sus muebles antiguos y orgullosos de su pobreza, cuando entendí.

La madera negra, todavía olía a ellos. La cómoda todavía retenía sus pequeños tesoros, cajones en los que tantas veces rebuscamos reliquias de plumas, mecheros, libretas, cartas e incluso linternas que iluminaban el juego de una pertenencia extraña, atrayente y de otra época. Una época que salvaguardaba mi abuela cuando sacábamos el reloj del chache Gabrelete o las pulseras de su hermana Felisa; aquellos desconocidos por los que tanto se enojaba con nosotros. Habían sido su mundo, reducido ahora a amarillentas fotografías de boda.

No la había comprendido hasta entonces. No encajaba en la dulzura infinita de mi abuela, esa peca de mal genio. Ahora sentía que sus bisnietos, sus nietos, sus hijos y yernos; mi mundo, era sólo una parte del suyo. Pero ahora, mi mundo también yacía en aquella habitación. Gracias a su recolecta de fotos de mi infancia, de mis padres, tíos, sobrinos, primos; de viejos cajones con ropas de aquellos que fuimos niños y ya habíamos crecido. Muestras de una época que yo había vivido, y aunque la mayoría de objetos eran inservibles, comprendía su negativa a tirarlos.

Ya no quedaba nadie, la casa reflejaba el vacío de mi abuela y sus causas. Si dedicas toda la vida a vivir por los demás, a adecuar tus tiempos a sus llegadas, a ser sólo, eso en corazón y en alma; ¿qué te ocurre cuando tu papel ya no existe? Desde la muerte de la Chacha su demencia senil se había acelerado, no era tan curioso que al cambiar los papeles con mi madre, pasar a ser cuidada, a ser hija, le hiciera suspirar por el más antiguo de sus pasados.

Como si inconscientemente pidiera reunirse con aquellos que fueron su familia. Como cualquier niña, recurría a sus padres, a sus hermanos. Los resucitaba y anhelaba cada día lo imposible, volver a su casa. No importaba que razonaras con ella, que contaras sus años y los que hacía que habían muerto los suyos. Lo admitía, pero decía: Ya, ese ya sé que se murió, pero yo hablo del otro papa Luis.

En tres semanas había que llevarse aquello que quisiéramos, el nuevo comprador la iba a tirar para edificar una planta más. La decisión de la venta la habían tomado sus legítimos herederos por mayoría; mi madre fue la única que se opuso. Mi abuela no pudo opinar, su opinión no valía, aunque sabían que la habría destrozado ver su casa vendida. Pero a mí me dolía que unos pocos, por dinero, vendieran unos recuerdos que pertenecían a tantos. Sin esperar siquiera a que su propietaria recibiera en ella su último adiós.

Hoy años más tarde, camino de su adiós definitivo, intento rememorar el velatorio que siempre imaginé y que nunca se producirá; aquel que ella se merecía. La espera un tanatorio público, no su habitación con la ventana entreabierta, con el jazmín y la dama de noche despidiéndola, con las fotos de sus seres queridos velándola. No, y tampoco se producirá el desfile de vecinas con el rictus de drama y la elocuencia chismosa y grandilocuente del pasado compartido y el sentido cariño. No, y lo peor es que ni un tercio de la totalidad de sus consentidos nietos y bisnietos, harán acto de presencia. Y no, no será su cocina la que prepare el último caldo a repartir en la madrugá.

Ahora, aunque muerta, creo que debe estar enfadada. Sé que su despedida no será como la imaginaba. Pero también sé que su enojo será corto, nunca pudo enfadarse en serio con los que amaba. Sin embargo aquella rama que por entero le perteneció, en cierto modo está rota. Por mi parte no entiendo la premura de querer deshacerse del pasado, rechazo el derecho de unos pocos a disponer de un trozo de vida que fue de tantos, y borrar, inconscientemente quiero creer, por unas monedas lo que nos unía.

Comprendo que el centrifugado del devenir nos separe. Yo también seguí su llamado al abandonar el pueblo. Quizá, será que por fin comprendo que amo mis raíces, que no reniego de mi pasado y que gracias a Dios, aún me queda familia a la que demostrárselo. Y al menos, aunque no como imaginé, yo estaré allí para despedir a mi abuela. Y así cómo ella mantuvo el recuerdo de los suyos, yo mantendré el que ella nos legó. Porque la muerte borra la vida, pero no su ejemplo, y hasta que la muerte nos difumine, su legado seguirá en mí, imborrable y, quién sabe si quizás, también eterno.

María del Monte Revela la Ambición de Isabel Pantoja

Isabel Pantoja

María del Monte la popular cantante andaluza y amiga inseparable de Isabel Pantoja en los noventa, antes de que su amistad se enfriara y desembocara en distanciamiento, ha afirmado a la revista Hola, que Isabel siempre se ha movido por una ambición sin fin.

En su exclusiva a la famosa revista del corazón, confirma que ella misma le confesó que su amistad con la periodista Encarna Sánchez, sólo estuvo motivada por la gran cantidad de dinero que ésta le daba por estar con ella. Es conocido que le compró la finca la Garza a la cantante por 20 millones de pesetas en el año 94, para aliviarle sus problemas monetarios, que le regalaba joyas y le pagaba sus gastos en los restaurantes más exclusivos. Pero lo que nadie sabe, afirma María del Monte, es que consiguió que la nombrara su única heredera, y que, aún en vida, le regalara la mitad de su dinero en Suiza, así como gran parte de la colección de joyas que la locutora poseía.

“¡No os podéis imaginar –declara en la citada entrevista– cómo se puso cuando a la muerte de ésta, no apareció el testamento en el que la había nombrado su única heredera! La puso de vuelta y media, y gritaba que seguro que fue por mi culpa, por dejarnos ver juntas, y que yo le había costado la ansiada fortuna que tanto se merecía. Siempre me decía que lo único que la ligaría a un hombre, era el dinero y el poder, y que mientras tuviera mucho y se lo ofreciera en bandeja, cómo lo consiguiera, era algo que no le iba a importar.”

La insinuación en esta primera parte de la entrevista, se convierte poco después en una acusación directa cuando relata que en una de las pocas conversaciones que años después mantendría con La Pantoja, la avisó de que se rumoreaba que Julián Muñoz desviaba grandes cantidades de dinero del ayuntamiento marbellí, pero: “Me reconoció que lo sabía. No soy tonta me dijo, el tonto es él, me ha regalado un piso de lujo, varios millones de euros que tengo en el extranjero y lo que aún tengo que sacarle que te aseguro que será mucho más.”

Al parecer lo que no tenía previsto era que el estallido del caso Malaya la implicara directamente, y que finalmente tuviera que afrontar una próxima entrada en prisión para cumplir una condena de dos años por blanqueo de capitales y el pago de una multa de algo más de un millón de euros.

Aunque sus fans siempre la han defendido, por lo que han considerado una persecución y linchamiento público injusto, parece evidente que su ambición, al fin va a tener un más que justo premio. Esperemos que pronto se unan a ella los cientos de políticos implicados en diversos casos de corrupción y que aún están en la calle.

África, Colonialismo Perpetuo

Colonialismo Africa

El origen de la vida y nuestra presencia como especie en el planeta, dicen que aconteció en África. Nadie puede afirmarlo con rotundidad. La arqueología es hipotética, no infalible. No puedes serlo cuando tus bases pueden cambiar con un nuevo yacimiento. Sin embargo su símbolo, penetra el velo de civilizada bondad sobre el que se ha erigido nuestro democrático y libre mundo. El presente africano y su pasado nos pertenecen, no así sus circunstancias, con las mayores tasas de mortalidad infantil y pobreza; pero sí sus causas, con Diamantes, Oro y Coltán (mineral imprescindible para la fabricación de móviles, plasmas o consolas). Curioso trato, para una madre.

La histórica Conferencia de Berlín, celebrada del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero del año siguiente, marca el destino moderno y actual de todo el continente. Reino Unido y Francia convocan a los estados con peso y poder en el viejo mundo y no, no se reparten África; simplemente crean el derecho internacional para legalizar sus intenciones. Proclaman la libertad de comercio, la libre navegación marítima y fluvial en África, y se otorgan el derecho de apropiarse de la tierra que ocupen.

Las cicatrices arbitrarias aún demarcan sus fronteras, dibujadas con esa rectitud que emana de la búsqueda del beneficio empresarial a cualquier precio. Pero estas no fueron las primeras, aunque marcaran las reglas de ese juego a gran escala que desató el Colonialismo exacerbado, y que “los mercados” de hoy, tan retorcida y ajustadamente han sabido expresar en su evolución.

Durante siglos Europa, de ahí debe proceder esa aristocrática costumbre del safari, usó el continente como despensa inagotable de carne humana. Se calcula que cerca de 20 millones de africanos fueron objeto del tráfico de esclavos entre 1510 y 1860, incluidos los que perecieron a bordo, y los que no vivieron lo suficiente como para conocer un barco. Las estadísticas de la época dejan mucho hueco a la fiabilidad contable que marca a nuestra era moderna. Pero más allá del número, su impacto debió ser mucho más catastrófico de lo que podamos imaginar, si tenemos en cuenta que la población mundial era una décima parte de la actual y que las sociedades africanas estaban apegadas a la tierra.

El genocidio nunca cejó, y su intensidad fue unida al crecimiento y expansión del capitalismo naciente. Se sabe que durante el auge de la industria algodonera, entre 1800 y 1850, sólo a USA llegaron unos 120.000 esclavos de media por año. Inglaterra para entonces ya controlaba la mitad del lucrativo negocio de la trata de esclavos y en toda Europa su cuantía representaba el 50% de todas las exportaciones.

Imagínense, aunque no quieran, el impacto social causado. Se despoblaron inmensas regiones, forzando a tribus enteras a abandonar la agricultura, la producción artesanal y el comercio interregional para participar en el nuevo y fructífero negocio creado por el hombre blanco; sino morir o ser su objeto. La guerra permanente, las matanzas, la aniquilación y la perversión de los medios de vida, hicieron que el continente negro retrocediera varios siglos, y que lo sufriera durante muchos años, tantos, que su cuantía se diluye en el presente.

Recordar lo que fuimos para llegar al ahora, nos dará una imagen más certera de lo que realmente somos. Es irónico cómo la civilización moderna proclama ser heredera y mezcla, entre la filosofía democrática griega y la revolucionaria ética cristiana que proclamaba que todos éramos hijos de Dios. Cuando su proceder se asemeja más al de un bárbaro conquistador, que a sangre y fuego se ha concedido las mejores casillas del Monopoly, y luego fuerza a todo bicho viviente a jugar. La estrategia de ocultarse tras nobles y bellos principios, es tan vieja como el mundo, y tan actual como la doctrina económica que rige el mundo.

La conquista de América comenzó así, y el ejemplo cundió en el Imperio Británico con la xenófoba convicción de la superioridad del hombre blanco. Explotaban el territorio y lo anexionaban a la corona. ¡Qué nadie luego se extrañe de que en el seno de nuestra cultura surgiera un Hitler!, simplemente seguía una vieja tradición.

Pero los imperios de la revolución industrial cambiaron de idea, les valía con explotar el territorio, extraer las materias primas de las regiones no desarrolladas y exportar los productos elaborados a estas mismas regiones. ¿Les recuerda algo de esto, a su propia realidad?

Implantar la división del trabajo en las colonias y hacer de ellas simples productoras de materias primas destruyó las escasas industrias artesanales del hierro, del cuero, del algodón e impuso foráneas, abastecidas de una mano de obra desposeída y semiesclava. El resultado se ilustra con un ejemplo, el interés colonial hizo de Gambia un gran productor de almendras, abandonando el tradicional cultivo del arroz, y por supuesto no tardaron en llegar hambrunas.

La colonización, históricamente, nos dicen que terminó. Acelerada su desaparición desde el fin de la II Guerra Mundial, y extinta totalmente en la década de los setenta. Pero el juego sigue y se camufla, sólo cambia de nombre y de disfraz. Llámense corporaciones, multinacionales o deuda externa, ésta última imposible de pagar para la mayoría de países africanos. No es casualidad que 33 de ellos figuren entre los 40 Estados más endeudados del mundo, y que la mayoría de los especialistas económicos consideren que 250 mil millones es una cantidad imposible de saldar. Sí, una maquiavélica forma de transfigurar el denostado colonialismo en una legalidad, tan efectiva y real como la posesión a perpetuidad.

Películas como Come Back África (1959) sobre la miseria en Johannesburgo de un trabajador en las minas de oro, El Jardinero Fiel (2005) sobre los intereses de las industrias farmacéuticas y sus ensayos en la población civil, Diamantes de Sangre (2006) sobre el horror del negocio y su creación de niños soldado que alimentan las guerras que provocan, o Diamantes Negros (2013) una denuncia sobre el tráfico de menores en el fútbol; son sólo pequeñas muescas sobre un drama que sigue y que parece no tener fin. Hay muchas más películas, pero proporcionalmente muchos más dramas, que los intereses financieros e industriales del primer mundo, mantienen y avivan con guerras intermitentes e interminables. Apoyando con armas a grupos islamistas o de cualquier signo, para que una vez lleguen al poder, puedan las grandes corporaciones explotar sus riquezas materiales.

No es casualidad que tres de las guerras más sangrientas y actuales en el continente, se desarrollen en países productores de diamantes, como Sierra Leona, Angola y Congo, y de los inmensos beneficios generados sólo un 10% quede en manos africanas, normalmente dirigido a comprar armas que eternizan el conflicto.

Guerras en la región del Sahel y el norte de Nigeria con Boko Haram y sus vecinos Níger y Camerún, en Malí con intervención francesa en 2013 para asegurar sus intereses económicos, en Sudán que lleva una década con violencia intertribal en la zona de Darfur y su frontera con el Chad y la República Centro Africana; y Somalia, Uganda, Zimbabwe, Namibia, Costa de Marfil y un largo etcétera que no cesa, ni puede cesar. Y cuya actualidad pocas veces ocupa el tiempo de los informativos del primer mundo.

Sólo cuando el Ébola roza nuestro mundo, prestamos atención a que en Sierra Leona, Liberia o Guinea, el número oficial de afectados alcanza a 13.700 personas y que ya hay contabilizadas más de 5.000 muertes. Pero como afirma Luis Pérez, misionero Javeriano en el primer país, no es difícil presumir que las cifran deben ser mucho mayores, ya que las autoridades, carentes de medios, sólo contabilizan lo que descubren. Para José Luís Garayoa, misionero Agustino Recoleto del mismo país, si este virus apareciera en el primer mundo el problema acabaría rápido, pero allí no hay infraestructuras. Y se pregunta por qué no llega la ayuda mientras toneladas de Diamantes, Acero, Oro y Coltán, salen cada día del país para enriquecer un primer mundo, que sólo ahora que sus intereses económicos se ven afectados, empieza a plantearse alguna intervención.

Los hechos desmienten la equidad, la legalidad y la ética sobre la que se ha erigido nuestra civilización, a pesar de que su propaganda nos ha calado tan profundamente que no es difícil encontrar gentes que si les hablas de colonización, alegan que lo relevante fue la expansión civilizadora llevada a cabo sobre culturas analfabetas. Incluso afirmando que nos deben estar agradecidos por sacarlos de la barbarie y que su pobreza es culpa suya, porque no les gusta trabajar y no saben elegir a sus gobernantes. Minimizando la masacre genocida que exterminó tanta diversidad cultural, y el robo y apropiación de sus tierras y riquezas, como algo de otra época. Cuando la realidad confirma que sólo han cambiado las formas y los métodos. El fin y sus medios, siguen perpetuándose.

Proyectos financieros como Marampa Project (London Mining) y Tonkolili Proyect (African Minerals), se dedican a extraer minerales en África con la impunidad que otorga la legalidad internacional para drenar la riqueza del continente y servir a la demanda de diamantes o coltán del mercado, sin miramientos hacia la pobreza y hambruna del pueblo de Sierra Leona. Pero como éstas, hay muchas otras corporaciones y grupos financieros, repartidos por todo el territorio africano y dedicados a muy diferentes sectores estratégicos económicos.

Resulta bochornoso pensar en todas esas voces que apuntan al peligro de la inmigración ilegal y que reclaman medidas más duras, como si fuera África la agresora y no la víctima de esta autoproclamada civilización democrática y libre. No sólo ella, también lo sufre el resto del mundo que no pertenece al denominado primer mundo. Pero sólo el continente madre parece seguir sumido por un colonialismo salvaje, que se niega a soltar su presa más codiciada, con la anuencia de un hombre blanco que se cree civilizado y que prefiere mirar hacia otro lado, olvidando que en el fondo, no ha cambiado tanto.

Granados Implica a Aguirre desde la Cárcel

Francisco Granados

Francisco Granados Lerena, alcalde de Valdemoro de 1999 al 2003 y exdirigente del Partido Popular detenido e imputado el pasado 27 de Octubre en el marco de la Operación Púnica, ha hecho llegar por medio de su abogado una declaración pública en la que acusa directamente, a su gran protectora durante sus largos años de gobierno en la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.

En su exposición manuscrita, cargada de disculpas y de arrepentimientos, se refiere a la que fue su jefa, como: “Una maestra en el arte de intrigar y una política pragmática que me enseñó todo lo que practiqué en mis años de gobierno en la Comunidad Madrileña. Comprendo que lo niegue, pero siempre estuvo al tanto de mis actividades y en ella tuve a la mejor consejera, y un continuo respaldo, mientras yo le convení. Solía decirme que yo le recordaba a ella misma cuando empezó en esto de la política, pero que me faltaba su cautela, su frialdad y su tacto para borrar el rastro de lo que no debía saberse. Pero que mientras no se descubriera nada irregular en mi contra, ella me apoyaría, porque en cierta forma me estaría siempre agradecido por ayudarla en su llegada a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Palabra que no siempre cumplió”.

Esta referencia de Francisco Granados a la llegada de Esperanza Aguirre a la jefatura de la Comunidad Autónoma Madrileña, parece hacer referencia al llamado Tamayazo. El 10 de junio del 2003, dos socialistas elegidos en las elecciones a la Asamblea de Madrid, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, se ausentaron de la votación que iba a nombrar a Rafael Simancas (PSOE) Presidente de la Comunidad, certificando el acuerdo con IU. Los dos resultaron ser tránsfugas y todas las sospechas recayeron sobre el PP, curiosamente la Comisión de Investigación fue presidida por el propio Francisco Granados, y a su término quedó exculpado el Partido Popular. La repetición de las elecciones aupó a Esperanza Aguirre a su primer mandato. Granados fue nombrado ese año Consejero de Transportes, por intermediación de su jefa, al año siguiente y hasta 2011, Secretario General del Partido en Madrid, luego Consejero de Presidencia de 2004 a 2008, y finalmente Consejero de Presidencia, Justicia e Interior de 2008 a 2011.

Parece bastante extraño, a tenor de los nuevos datos, que Esperanza Aguirre, jefa y promotora política de uno de los hombres fuertes bajo su mandato, no estuviera al tanto de la actividad presuntamente delictiva de quien llegó a ser su número dos, y que llevó a cabo durante tantos años y en puestos de tanta importancia dentro de la Comunidad Autónoma de la que ella era cabeza visible.

Con esta declaración Granados señala directamente a la presidenta del PP madrileño, en lo que supone una venganza velada, tal vez por no nombrarlo su delfín a su salida de la Comunidad Madrileña, y relegarlo a un segundo plano en favor de Ignacio González que la sucedió en septiembre de 2012. Quizá, como apuntan algunas voces oficiosas, una estrategia para colaborar con la investigación, desenmascarar una trama de corrupción más profunda y de mayor alcance que afectaría a la propia Aguirre, y así conseguir una rebaja en su futura condena.

Entre Truman Capote y Borges

Truman Capote

La civilización en la que vivimos, ha impregnado e imposibilitado cualquier expresión que no utilice su único código. Amoldada a su formato, la Literatura, que hasta el siglo pasado fue considerada un arte, hoy se ha transfigurado en un producto más en venta. Contarle a cada nicho de mercado lo que quiere oír, ha dinamitado el número de libros, y su consiguiente epidemia de escritores ha desvirtuado el estándar literario. Pero escribir no es contar y entregar un mensaje. Si así fuera, cualquier examen académico o formulario burocrático, podría entrar en esa categoría.

Se han sacrificado, con el afán de llegar al gran público, las formas, el estilo y el simbolismo de un oficio que en sus orígenes no se elegía. Su vocación, de carácter celestial, imponía una necesidad casi monacal que nada tenía que ver con el pragmatismo, sino con la posteridad. Todo creador soñaba con llegar a concebir y ejecutar una obra maestra. Una pieza que el tiempo, por más que aconteciera, seguiría deleitando a las generaciones futuras. Hoy el escritor reconocido, es aquel que vende millones de ejemplares. Aunque su prosa sea coja, vulgar y su mensaje, un refrito calculado y de fácil digestión, sin más aliento vital que la búsqueda del entretenimiento para todos, y el beneficio para uno.

Ejemplos hay muchos, pero yo no pretendo aquí señalarlos, el tiempo lo hará por todos nosotros. La mediocridad sólo es reflejo de esta sociedad donde impera la medianía y cuyos modelos, salvo excepciones, son vacuos símbolos de que el arte se ha trivializado hasta borrar su más alto y mágico fin: Legar a la posteridad el testimonio fiel y sentido de un pedazo de vida.

La buena literatura amalgama en forma diestra un mensaje. Haciendo de su lectura un juego que nos transporta entre risas, tensión, intriga, dolor y dicha, a presenciar las vidas, reales o imaginadas, que no hemos vivido. Y sin embargo, aunque el contexto, la fantasía, los hechos y los personajes difieran en demasía de nosotros, no dejaremos de caer en la deliciosa trampa de identificarnos con ellos.

Pero un buen texto no implica siempre la necesaria consecución del arte. La delgada línea que separa las diferencias entre la buena escritura y el arte, es sutil. Su estructuración matemática, imposible de remedar para generar productos sin fin. Pero su realidad, tan verdadera como intangible.

Los grandes escritores entrelazan sus ideas a nuestros sentimientos, como si la totalidad del texto hubiera sido diseñado pensando en nuestra historia afectiva y vital. Esa exposición identificativa que supera contextos y enlaza el sentir de un ser humano atemporal, es la marca indeleble de una obra maestra.

El camino que conduce a esa mágica chispa, tan diverso como el hombre mismo, tiene dos ejemplos antagónicos en su concepción, pero igualados en la consecución de su meta. Aunque sus recursos provengan de orígenes contrapuestos, la materia con la que trabajan, como corresponde a cualquier creador, es paradójicamente la propia vivencia.

Truman Capote fue tildado muchas veces de ser un autor sin imaginación. Su obra lo confirma, si nos atenemos al contenido de sus textos, rebosantes de experiencias personales y testimonios que en nada buscan la elaboración y el ocultamiento de sus modelos. Su apego a la realidad era el lienzo idóneo para desplegar su ingenio y mostrar su penetrante lucidez a la hora de decodificar los mecanismos afectivos de aquellos a los que conoció.

Su sociable vida, llena de burbujeante éxito a temprana edad, que lo codeó con las mayores celebridades de su época, fue su campo de trabajo. Sus escritos e impresiones de personas y lugares, destilan el don de una mirada que parece descifrar la esencia de todo lo que atestigua. Sus semblanzas de personajes como Marilyn Monroe, Picasso, Cocteau, Isak Dinesen, Colette, Tennessee Williams, André Gide o Marlon Brando, prueban una sensibilidad que no sólo atesora esa complejidad, sino que tiene la gracia inefable de trasmitirla. Dejándonos la impresión tras su lectura, de que en cierta forma hemos sido testigos directos y no meros oyentes de sus encuentros con aquellos mitos de carne y hueso, a los que, gracias a él y desde ese momento, sentimos haber conocido.

Su narrativa tuvo la audacia de retorcer la ficción y conducirla a su terreno, novelando un crimen real para el que invirtió años de documentación y entrevistas con aquellos que conocieron a las víctimas, pero principalmente con los asesinos. Como resultado obtuvo una obra maestra indiscutible, A Sangre Fría, la consideración de ser calificado un clásico en vida, el jactancioso engreimiento de haber creado un nuevo género literario al que llamó novela de no ficción, y el dolor de sacrificar en aras del arte, las confidencias, la amistad y el amor que le brotó por uno de los asesinos, al esperar y anhelar que, el círculo que su texto demandaba para ser la pieza perfecta que tenía planeada, se cerrara, como así fue, con sus ejecuciones.

El precio pagado lo persiguió el resto de su vida, lastrando y aniquilando poco a poco la obra cumbre que tenía planeada. Plegarias Atendidas, no llegó a terminarse a pesar de que por décadas afirmó que trabajaba en ella. Como si el escozor de inmolar su amor a cambio de la posteridad, fuera un reproche que nunca pudo perdonarse y que terminó paralizándolo. Más aún cuando publicó, como adelanto, los únicos capítulos que nos han llegado de aquella magna obra que pretendía ser un fresco de la alta sociedad con la que durante tantas décadas había convivido, y que no dudó en darle la espalda, sintiéndose traicionada por el intento de develar sus intimidades.

Su prosa ágil, cristalina y maravillosamente estructurada, producto de revisiones y constantes reescrituras, se volcó en el periodismo, el guión, la semblanza, la novela con claros tintes autobiográficos y sobre todo en los cuentos. En ellos destaca su propia figura y la memoria de una niñez infeliz, de la que supo expresar la delicada delicia de la inocencia y las inmateriales enseñanzas que construyen nuestro mapa afectivo y personal.

Si todo escritor utiliza las herramientas de lo vivido, Capote ejemplificaría su extremo, aunque estuviera emparentado con creadores como Jack London o Joseph Conrad cuya producción, disfrazada de ficción, no puede negar su raíz biográfica. A él no le hizo falta pergeñar un simbolismo, ya que tuvo la audacia de diseccionar y atesorar muchos de los aspectos y personajes que poblaron su propia vida.

Jorge Luis Borges personifica el extremo opuesto. Su vida íntima y personal se oculta en sus escritos y sólo sale a relucir en algunos de sus poemas. Pero su camino, negada la exhibición pública y directa de Capote, no deja de nutrirse del gran eje sobre el que hizo girar su propia vida: la literatura misma.

Truman conversador brillante y mago entablando amistades entre millonarios, estrellas de cine o la literatura, viajó sin descanso, como ese viajero de Paul Bowles que no tiene fecha de vuelta, ni itinerario definido y que en nada se parece al turista. Parecía querer devorar la vida, para luego transformarla en libros. Sin embargo Borges parecía huir de ella. Refugiado siempre en las joyas infinitas de la literatura universal, supo sublimar como nadie su amor por la literatura y subrayar el invaluable testimonio de cada autor conocido y relevante, degustando y guiando a la exploración hacia todos esos homenajes a la existencia que nos ha dejado la literatura.

Su imposibilidad para aventurarse a la vida directa, acentuada por su pérdida de visión, le hizo bucear sin descanso en todas esas vidas simbólicas que la espuma del tiempo había salvado en forma de historias, para que él las viviera de forma indirecta e insaciable. Su genialidad creó de su pasión un nuevo discurso, en el que la ficción se reinventaba para hablar de ella misma. El tamiz de su sensibilidad, creaba con la reminiscencia de personajes históricos y novelados, cuentos con reflejos infinitos y de homenaje a autores, obras, épocas y escritos que habían capturado las innumerables aristas que han expresado al ser humano.

Su discurso tiene la claridad de una estructura literaria y simbólica, perfecta. Pero su lenguaje se apoya en referencias que no son siempre accesibles para todos. No escribía para el gran público, sino para el ser humano que detiene su vivir para recapacitar sobre el sentido de la vida misma. Su amor por la literatura y sus escritos, expresan esa indagación doliente y feliz del que intenta descifrar por medio de espejos, las claves místicas que gobiernan nuestra existencia.

El poliédrico simbolismo de sus textos lo disfraza pudoroso. En el cuento El Inmortal, el hallazgo de un pergamino devela la historia de un personaje romano que busca la inmortalidad, la encuentra y comprende su maldición. Intercala referencias a Homero, convirtiéndolo incluso en un personaje, e incluso interpola frases de Plinio el viejo, Pope, De Quincey o Shaw, jugando no sólo a inscribir una historia sobre otra, como las famosas muñecas rusas matrioskas, sino a ocultar en su indagación mística y literaria, que él es el modelo sobre el que erigió al simbólico personaje central. Él, embriagado de la búsqueda de la inmortalidad literaria y abismado por las grandes preguntas de una vida centrada en los libros, se imagina al final de sus días, sin poder deslindar ya entre sus propias palabras y sus lecturas.

 

Dos caminos antagónicos de enfrentar la literatura y por añadidura, la vida. Para los amantes de la verdadera literatura y los deseosos de saborear la búsqueda del sentido de la vida, dos autores imprescindibles. Uno fue más mundano, el otro más místico. Los dos, genios irrepetibles.