África, Colonialismo Perpetuo

Colonialismo Africa

El origen de la vida y nuestra presencia como especie en el planeta, dicen que aconteció en África. Nadie puede afirmarlo con rotundidad. La arqueología es hipotética, no infalible. No puedes serlo cuando tus bases pueden cambiar con un nuevo yacimiento. Sin embargo su símbolo, penetra el velo de civilizada bondad sobre el que se ha erigido nuestro democrático y libre mundo. El presente africano y su pasado nos pertenecen, no así sus circunstancias, con las mayores tasas de mortalidad infantil y pobreza; pero sí sus causas, con Diamantes, Oro y Coltán (mineral imprescindible para la fabricación de móviles, plasmas o consolas). Curioso trato, para una madre.

La histórica Conferencia de Berlín, celebrada del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero del año siguiente, marca el destino moderno y actual de todo el continente. Reino Unido y Francia convocan a los estados con peso y poder en el viejo mundo y no, no se reparten África; simplemente crean el derecho internacional para legalizar sus intenciones. Proclaman la libertad de comercio, la libre navegación marítima y fluvial en África, y se otorgan el derecho de apropiarse de la tierra que ocupen.

Las cicatrices arbitrarias aún demarcan sus fronteras, dibujadas con esa rectitud que emana de la búsqueda del beneficio empresarial a cualquier precio. Pero estas no fueron las primeras, aunque marcaran las reglas de ese juego a gran escala que desató el Colonialismo exacerbado, y que “los mercados” de hoy, tan retorcida y ajustadamente han sabido expresar en su evolución.

Durante siglos Europa, de ahí debe proceder esa aristocrática costumbre del safari, usó el continente como despensa inagotable de carne humana. Se calcula que cerca de 20 millones de africanos fueron objeto del tráfico de esclavos entre 1510 y 1860, incluidos los que perecieron a bordo, y los que no vivieron lo suficiente como para conocer un barco. Las estadísticas de la época dejan mucho hueco a la fiabilidad contable que marca a nuestra era moderna. Pero más allá del número, su impacto debió ser mucho más catastrófico de lo que podamos imaginar, si tenemos en cuenta que la población mundial era una décima parte de la actual y que las sociedades africanas estaban apegadas a la tierra.

El genocidio nunca cejó, y su intensidad fue unida al crecimiento y expansión del capitalismo naciente. Se sabe que durante el auge de la industria algodonera, entre 1800 y 1850, sólo a USA llegaron unos 120.000 esclavos de media por año. Inglaterra para entonces ya controlaba la mitad del lucrativo negocio de la trata de esclavos y en toda Europa su cuantía representaba el 50% de todas las exportaciones.

Imagínense, aunque no quieran, el impacto social causado. Se despoblaron inmensas regiones, forzando a tribus enteras a abandonar la agricultura, la producción artesanal y el comercio interregional para participar en el nuevo y fructífero negocio creado por el hombre blanco; sino morir o ser su objeto. La guerra permanente, las matanzas, la aniquilación y la perversión de los medios de vida, hicieron que el continente negro retrocediera varios siglos, y que lo sufriera durante muchos años, tantos, que su cuantía se diluye en el presente.

Recordar lo que fuimos para llegar al ahora, nos dará una imagen más certera de lo que realmente somos. Es irónico cómo la civilización moderna proclama ser heredera y mezcla, entre la filosofía democrática griega y la revolucionaria ética cristiana que proclamaba que todos éramos hijos de Dios. Cuando su proceder se asemeja más al de un bárbaro conquistador, que a sangre y fuego se ha concedido las mejores casillas del Monopoly, y luego fuerza a todo bicho viviente a jugar. La estrategia de ocultarse tras nobles y bellos principios, es tan vieja como el mundo, y tan actual como la doctrina económica que rige el mundo.

La conquista de América comenzó así, y el ejemplo cundió en el Imperio Británico con la xenófoba convicción de la superioridad del hombre blanco. Explotaban el territorio y lo anexionaban a la corona. ¡Qué nadie luego se extrañe de que en el seno de nuestra cultura surgiera un Hitler!, simplemente seguía una vieja tradición.

Pero los imperios de la revolución industrial cambiaron de idea, les valía con explotar el territorio, extraer las materias primas de las regiones no desarrolladas y exportar los productos elaborados a estas mismas regiones. ¿Les recuerda algo de esto, a su propia realidad?

Implantar la división del trabajo en las colonias y hacer de ellas simples productoras de materias primas destruyó las escasas industrias artesanales del hierro, del cuero, del algodón e impuso foráneas, abastecidas de una mano de obra desposeída y semiesclava. El resultado se ilustra con un ejemplo, el interés colonial hizo de Gambia un gran productor de almendras, abandonando el tradicional cultivo del arroz, y por supuesto no tardaron en llegar hambrunas.

La colonización, históricamente, nos dicen que terminó. Acelerada su desaparición desde el fin de la II Guerra Mundial, y extinta totalmente en la década de los setenta. Pero el juego sigue y se camufla, sólo cambia de nombre y de disfraz. Llámense corporaciones, multinacionales o deuda externa, ésta última imposible de pagar para la mayoría de países africanos. No es casualidad que 33 de ellos figuren entre los 40 Estados más endeudados del mundo, y que la mayoría de los especialistas económicos consideren que 250 mil millones es una cantidad imposible de saldar. Sí, una maquiavélica forma de transfigurar el denostado colonialismo en una legalidad, tan efectiva y real como la posesión a perpetuidad.

Películas como Come Back África (1959) sobre la miseria en Johannesburgo de un trabajador en las minas de oro, El Jardinero Fiel (2005) sobre los intereses de las industrias farmacéuticas y sus ensayos en la población civil, Diamantes de Sangre (2006) sobre el horror del negocio y su creación de niños soldado que alimentan las guerras que provocan, o Diamantes Negros (2013) una denuncia sobre el tráfico de menores en el fútbol; son sólo pequeñas muescas sobre un drama que sigue y que parece no tener fin. Hay muchas más películas, pero proporcionalmente muchos más dramas, que los intereses financieros e industriales del primer mundo, mantienen y avivan con guerras intermitentes e interminables. Apoyando con armas a grupos islamistas o de cualquier signo, para que una vez lleguen al poder, puedan las grandes corporaciones explotar sus riquezas materiales.

No es casualidad que tres de las guerras más sangrientas y actuales en el continente, se desarrollen en países productores de diamantes, como Sierra Leona, Angola y Congo, y de los inmensos beneficios generados sólo un 10% quede en manos africanas, normalmente dirigido a comprar armas que eternizan el conflicto.

Guerras en la región del Sahel y el norte de Nigeria con Boko Haram y sus vecinos Níger y Camerún, en Malí con intervención francesa en 2013 para asegurar sus intereses económicos, en Sudán que lleva una década con violencia intertribal en la zona de Darfur y su frontera con el Chad y la República Centro Africana; y Somalia, Uganda, Zimbabwe, Namibia, Costa de Marfil y un largo etcétera que no cesa, ni puede cesar. Y cuya actualidad pocas veces ocupa el tiempo de los informativos del primer mundo.

Sólo cuando el Ébola roza nuestro mundo, prestamos atención a que en Sierra Leona, Liberia o Guinea, el número oficial de afectados alcanza a 13.700 personas y que ya hay contabilizadas más de 5.000 muertes. Pero como afirma Luis Pérez, misionero Javeriano en el primer país, no es difícil presumir que las cifran deben ser mucho mayores, ya que las autoridades, carentes de medios, sólo contabilizan lo que descubren. Para José Luís Garayoa, misionero Agustino Recoleto del mismo país, si este virus apareciera en el primer mundo el problema acabaría rápido, pero allí no hay infraestructuras. Y se pregunta por qué no llega la ayuda mientras toneladas de Diamantes, Acero, Oro y Coltán, salen cada día del país para enriquecer un primer mundo, que sólo ahora que sus intereses económicos se ven afectados, empieza a plantearse alguna intervención.

Los hechos desmienten la equidad, la legalidad y la ética sobre la que se ha erigido nuestra civilización, a pesar de que su propaganda nos ha calado tan profundamente que no es difícil encontrar gentes que si les hablas de colonización, alegan que lo relevante fue la expansión civilizadora llevada a cabo sobre culturas analfabetas. Incluso afirmando que nos deben estar agradecidos por sacarlos de la barbarie y que su pobreza es culpa suya, porque no les gusta trabajar y no saben elegir a sus gobernantes. Minimizando la masacre genocida que exterminó tanta diversidad cultural, y el robo y apropiación de sus tierras y riquezas, como algo de otra época. Cuando la realidad confirma que sólo han cambiado las formas y los métodos. El fin y sus medios, siguen perpetuándose.

Proyectos financieros como Marampa Project (London Mining) y Tonkolili Proyect (African Minerals), se dedican a extraer minerales en África con la impunidad que otorga la legalidad internacional para drenar la riqueza del continente y servir a la demanda de diamantes o coltán del mercado, sin miramientos hacia la pobreza y hambruna del pueblo de Sierra Leona. Pero como éstas, hay muchas otras corporaciones y grupos financieros, repartidos por todo el territorio africano y dedicados a muy diferentes sectores estratégicos económicos.

Resulta bochornoso pensar en todas esas voces que apuntan al peligro de la inmigración ilegal y que reclaman medidas más duras, como si fuera África la agresora y no la víctima de esta autoproclamada civilización democrática y libre. No sólo ella, también lo sufre el resto del mundo que no pertenece al denominado primer mundo. Pero sólo el continente madre parece seguir sumido por un colonialismo salvaje, que se niega a soltar su presa más codiciada, con la anuencia de un hombre blanco que se cree civilizado y que prefiere mirar hacia otro lado, olvidando que en el fondo, no ha cambiado tanto.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.