El Consejero de Sanidad Madrileño afirma que Obedeció Ordenes

Javier Rodríguez

Francisco Javier Rodríguez, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid que hace unas semanas aunó críticas por sus reiteradas declaraciones en las que culpaba a la propia auxiliar de enfermería, Teresa Romero, por su contagio de Ébola, acaba de reconocer públicamente que el contenido de sus manifestaciones en diferentes medios de comunicación, fue dictado por la dirección general del Partido Popular.

A tenor del cariz que han tomado alguna de las descalificaciones vertidas hacia su persona, y como fruto de una lucha ética interior, entre la disciplina de partido y sus remordimientos, se ha visto en la obligación, dijo, de convocar una rueda de prensa que limpiara su nombre.

Yo como cualquier otro militante político, afirmó, no he hecho otra cosa más que acatar las órdenes que recibía de mis superiores. En ellas se me dejó bien claro el papel y el tono que debía representar, para así acallar las críticas a la gestión que sobre la crisis del Ébola ofrecían los medios de comunicación. Para ello debía hacer aparecer culpable a la auxiliar de enfermería infectada por Ébola, inventando las declaraciones en las que afirmaba tocarse la cara, así como las insinuaciones de que mintió sobre su fiebre real e incidir sobre su falta de profesionalidad al ir a la peluquería, cuando podía estar infectada.

Para animarme, prosiguió, además de recompensas políticas, se me aseguró que con toda probabilidad la paciente no saldría viva de la enfermedad, lo que convertiría mis palabras en indiscutibles. Y así haría un gran servicio al Partido, para ocultar y desviar la atención sobre los fallos en los protocolos de actuación y la falta de previsión que a todas luces habíamos cometido.

Su desaparición de los medios pareció ir encaminada a evitar que las voces que pedían su inmediata dimisión cobraran fuerza. El silencio del Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, y el del resto de los dirigentes populares iba encaminado a dejar que pasara el tiempo y se llegara olvidar lo sucedido. Pero con la recuperación de Teresa Rivero y su negación de que se tocara la cara con uno de los guantes, como habían afirmado fuentes de la Consejería madrileña de Salud y el propio Consejero, parece que ha causado un giro inesperado en su conciencia.

Nada más terminar la lectura de su comunicado, dio por terminada la rueda de prensa, dejando sin contestar las incógnitas que todo el mundo político se plantea. Aunque algunas se dan ya por hechas, como su seguro abandono de la Consejería de Salud madrileña y su expulsión del partido. Queda la pregunta que todos queremos saber, los nombres de aquellos que le dieron la orden de mentir, y que él parece no atreverse a desvelar.

En Manos del Destino

Destino3

El destino es esa inescrutable carambola que nos guía. En sus manos no sólo yacemos, sino que muchas veces sin saberlo, actuamos bajo su nombre y conducto, para forjar el de otros. Aunque brille en cada uno de nuestros actos, sólo cuando al volver la vista atrás su presencia inequívoca resplandece al contraluz de la improbabilidad, nos declaramos sus creyentes.

Su razón se nos escapa, porque su naturaleza y raíces no pertenecen a este mundo, aunque su azaroso signo sirva para configurarlo. Por ello de su significado no podemos más que inferir que así estaba escrito. Aunque la verdad diste mucho de la expresión, y nosotros gustemos de buscarle uno propio, para acomodarlo a nuestra escala de valores y a nuestra concepción del mundo.

La historia que les cuento aconteció allá por el año 2004, en uno de esos laberintos modernos, donde para Borges el número de probabilidades y de almas, oculta al huido. Yo residía entonces temporalmente en Ixtapaluca, y estaba en tratos para rentar un departamento en la Colonia Guerrero de México DF, donde había vivido antes y volvería a vivir en breve. Dentro de la tramitación del alquiler me había desplazado, y como si ya retomara la cotidianeidad del barrio, me dirigí a la Alameda Central a dar mi paseo. En pleno centro metropolitano, aquel submundo de chavos de la calle, vendedores ambulantes, prostitución masculina y cruising gay, era un ambiente familiar y querido, donde me jactaba de tener buenos amigos y conocidos. Aquel día me encontré a uno de ellos.

Sabino, era un veracruzano gay de 22 años, huido de la pobreza y la intolerancia hacia su condición sexual y famoso en la zona por vender tamales. Me caía bien y lo apreciaba, porque era franco, noble, y alegre a pesar de que su día a día era difícil. No sólo por la supervivencia en sí, sino por tener Sida y querer a un novio que lo despreciaba. En varias ocasiones le había ofrecido mi casa para comer, lavar su ropa, descansar e incluso guardarle algunos de los tamales que le habían quedado sin vender. Siempre se quejaba de que en nuestra amistad, él nunca me había podido ofrecer nada, y en cambio yo siempre lo hubiese ayudado sin contraprestación. Aquella mañana estaba exultante, hacía meses que no lo veía y estaba deseoso de compartirme sus novedades. Por fin había tenido el valor y la suerte de separarse de su pareja, y no sólo eso, rentaba una habitación, a la que esta vez sí me podía invitar. Me rogó que fuera con él, haría de comer, y por una vez, yo sería su invitado.

La idea en principio me disgustaba por el desplazamiento que suponía. El DF es una ciudad extensa y desparramada, y lanzarse a la periferia languidecía mi ánimo por el inevitable y costoso regreso en horas, lleno de peseros, combis, trasbordos y metro; pero aún así accedí. La compañía de Sabino siempre era grata, llena de chismes, ocurrencias y alegrías tontas; y pasar unas horas con él me vendrían bien para distraer algunos pesares amorosos que yo arrastraba.

Enfilamos la salida de La Alameda y justo antes de llegar al metro, se paró para saludar a un amigo. No tardó en presentármelo, y efusivo, insistió en que nos acompañara. Tenía que conocer su nueva casa, y ya de paso, comer con nosotros, le dijo. Juntos lo pasaríamos mejor, lo animaba. El amigo pareció sopesar, pero no mucho y poco tardó en unírsenos.

Llegar a Lomas de Cuatepec, una vez hubimos ascendido los escalones y cuestas interminables, mereció el esfuerzo al regalarnos una perspectiva de la ciudad única y desconocida, al menos para mí. Aquel laberinto cuasi infinito comenzaba a nuestra espalda, como una erupción cutánea irregular entre las laderas de la roca y se precipitaba hacia el valle, abrumándolo con sus personificaciones urbanísticas e interminables. La claridad del día se prestaba al juego de reconocer sus rasgos, pero no impedía que la contaminación difuminara sus límites.

Recuerdo que pensé en la metáfora del laberinto y la huida. Soñé con que podía otear cuántas de entre esa maraña de millones de posibilidades humanas, tendrían lugar en ese momento, e intrigado divagaba configurando el tesoro de sus razones. Pensé que buscar y hallar a un huido entre más de veinte millones de huecos, se antojaba más que una posibilidad, un acto de magia; y por un momento lo creí posible.

La pesadez del sol y el hambre, interrumpieron la delicia. Fuimos directamente a la tienda para comprar jitomates, chile, cebolla, huevos y tortillas. Sabino pensaba hacer huevos a la mexicana y no tenía nada en casa. Su hogar era una estancia alargada. Separada la cocina, la sala y el dormitorio se camuflaban entre el escaso mobiliario y la desnudez gris del cemento. Había una mesa, sofá, sillas, una cama, una mesita y su correspondiente televisor. La luz entraba por una ventanita de la cocina y fuera, un piso más abajo, se encontraba el baño.

Serían las cinco de la tarde cuando terminamos el almuerzo. Yo propuse que saliéramos de nuevo a dar una vuelta por la colonia. La imagen de la urbe diseminada a nuestros pies me perseguía y atestiguar sus cambios de luz con la llegada del atardecer, se me antojaba irresistible. Sabino prometió que lo haríamos un poco más tarde, pero ya no salimos. La plática y la tele se fue transformando en un ahorita del que no pude salir. Mi anfitrión insistía de cuando en vez, en que me quedara a dormir, y una vez caída la oscuridad y sin saber donde tomar el pesero, no con muchas ganas, acabé aceptando.

El otro invitado, de cuyo nombre no llego a acordarme, gustaba permanecer en un segundo plano durante las confidencias y chismes que me compartía Sabino. Sólo cuando el tema tratado parecía acabarse, se atrevía a hablar de sus ligues, para luego acordarse levemente de que tenía pareja. Según fue cayendo la noche, Sabino jugó a ser celestino, incitándonos. El otro jugó al flirteo, yo supongo que de alguna forma, acepté el juego. Tener un rollo no estaba en mis planes, pero la situación me hizo gracia.

La hora de acostarse llegó con esa prontitud tan poco española de dormir a las diez de la noche. Sabino debía levantarse temprano y su supuesto amigo compartía la conveniencia. Los cuchicheos entre ambos y la risita nerviosa que precedió a su ida al cuarto de baño, dejaron a Sabino preparando de cama improvisada, unas cobijas en el suelo, y a mí desvistiéndome para ocupar la única cama. Cuando llegó el otro descalzo, Sabino le conmino a ocupar la cama, el suelo y la incomodidad eran para el anfitrión.

La situación y el contacto lo intimidaron. Su aparente liberalidad había desaparecido y en su lugar apareció el nerviosismo. Mi falta de sueño hizo que le sacara conversación. No sé cómo acabamos hablando del inicio de su identidad sexual. Me relató que con diez años, volviendo de hacer un recado para su madre, alguien tapándole la boca lo había agarrado por detrás, y lo había llevado a un callejón oscuro donde, advirtiéndole que no gritara si quería vivir, lo violó. Tendido boca abajo permaneció cuando su abusador se marchó, sin llegar nunca a ver quién fue. Aseguró que lo había pasado muy mal en esos años, igual que su familia. Y que al poco comenzaron sus fantasías homoeróticas.

Su relato lo excitó, y a su pesar al parecer, buscó mi contacto. Las connotaciones de su confesión venían a llover sobre mi mal de amores. Como reflejos recurrentes, la mayoría de los gays que conocí en esos meses habían sufrido un abuso sexual, igual que aquel primero del que me había enamorado. El destino no yerra. Y la certeza convertía su costumbre en agridulce. Dolía sentir, pero parecía volverse adictivo.

No tardó en pedirme que lo dejáramos, insinuando que yo lo estaba forzando o quizá pidiéndolo. No pasamos del roce. Cinco minutos más tarde agarró una cobija y se acostó en el suelo. Sabino se quejó y éste lo invitó a ocupar el hueco que había dejado. Pero Sabino se quedó en su cama improvisada, a metro y medio de suelo de distancia del otro. Después llegó la oscuridad

Los gritos de Sabino me despertaron. Serían poco más de las siete de la mañana, su amigo no estaba y lo acusaba de habernos robado. Su dinero y una chaqueta habían desaparecido, no tardé en corroborar que también el mío junto con el celular. Las maldiciones y los reproches, dieron paso a la búsqueda frenética de algún peso. Sin dinero, estábamos atrapados allí. Sabino recurrió a un vecino, le dio el préstamo de unos escasos pesos que dividió entre los dos. Mis siete pesos y medio, pagarían el pesero hasta Indios Verdes, donde comenzaba la red del metro, después andaría. No me importaba, conocía el camino y sentía que el tiempo era primordial si quería recuperar el móvil.

Mi premura al salir, sólo me permitió un rápido vistazo a aquella seductora panorámica de ayer. La improbabilidad, hoy se había convertido en una obcecación decidida. Yo no podía perder ese móvil, al menos no por la agenda y los teléfonos apuntados allí. Me negaba a que no hubiera vuelta atrás. A pesar de la dimensión del laberinto, yo iba a recuperar lo que era mío.

La caminata desde Indios Verdes, me tomó más de una hora y me condujo a La Alameda. Mi dinero estaba en Ixtapaluca, a unos 40 kilómetros del centro y para llegar allí necesitaba unos 20 pesos para pagar el transporte. La cuestión era cómo los iba a conseguir. No me sabía ningún teléfono de memoria, por lo que no podía llamar a ningún amigo, en el supuesto de que consiguiera unas monedas o que alguien me prestara su celular. Pero no hizo falta. Mi Alameda no me falló.

Podía haberme detenido en algún otro lugar, pero para no tener a dónde ir, aquel parque era lo más parecido a un hogar. Sabía que iba a encontrarme a amigos. Aunque la mayoría fueran chavos de la calle y chichifos, y su capacidad de auxilio cuestionable para otros, para mí eran y probaron ser un apoyo. Mi sorpresa fue su rapidez. Sabía que al primero que le contara, intentaría ayudarme, pero tuve la suerte de que también tuviera la capacidad para resolverlo. Romeo, el estimado Chiapas, consiguió las monedas, que le faltaban para juntar la veintena necesaria para mi viaje. En pocos minutos, montaba en el metro. Dos horas más tarde, llegaba a Ixtapaluca, a la casa del amigo que me daba cobijo hasta que rentara en el centro. Primera prueba superada.

Visto en la distancia, más que la insistencia, desconozco la fe. Hoy no tardaría en dejarme vencer por el pragmatismo. Entonces creí que podía conseguirse. Es más, no podía dejar que ocurriese algo diferente que no fuese recuperar ese móvil. Sentí, como si dependiera de mi voluntad.

Jorge, cariñosamente para sus amigos El Gordo, llegó a los pocos minutos, le conté lo ocurrido, soporté su bronca paternal y terminó dejándome su teléfono para llamar al mío. Al tercer intento, afortunadamente, hubo respuesta. La precipitación de los hechos subsiguientes, pareció una carrera contrarreloj. Quien contestó, afirmó que acababa de comprar ese celular. Mi explicación y mi urgencia se colgaron y se prolongaron durante varias llamadas y hasta tres interlocutores diferentes. Como buen comercial, su error de responder a la segunda llamada, lo aproveché para crearles una necesidad, en este caso la de limpiar su conciencia. Yo les reintegraría el coste, a cambio de recuperar lo mío.

Conseguí fijar el encuentro en un punto geográfico intermedio. El Gordo, se ofreció a llevarme en su taxi, y por el camino continuaron las negociaciones, ya incluso intercambiando llamadas, fijando una hora y describiendo mis características físicas, para que me reconocieran. Aún así Jorge y yo no perdíamos la tensión. Sabíamos que apresurando los hechos había una pequeña oportunidad. Cualquier reflexión de la otra parte, haría que no aparecieran en la cita, por ello la distancia era muy justa para la hora fijada, y no nos quedaba otra que apresurarnos y rogar que la inercia de las llamadas los hiciera aparecer. Al menos a uno de ellos, como habían prometido.

Se me ha olvidado la estación de metro en la que quedamos, dudo entre tres nombres. Sólo sé que había mucha gente y que gracias al tráfico arribamos quince minutos antes de la hora fijada. Mientras bajaba al andén, que era donde habíamos quedado, vi por el rabillo del ojo a mi taxista hablar con un trabajador de la compañía metropolitana. No me detuve a inquirir sus razones. Descendí a mi puesto, nervioso por descifrar en los viajeros un gesto que me hiciera reconocer al mensajero. Podía ser cualquiera, y la pasarela que comunicaba ambos andenes, se convirtió en mi rutina ante cada tren que oía aproximarse. La revista exhaustiva de todo aquel que descendía, calmaba la ansiedad a pesar de que los minutos pasaban, y con ellos la escasa esperanza.

La vida, dicen algunos, amaga primero para avisarnos, y una vez desoída su advertencia, golpea sin contemplaciones. Pasarían meses antes de que yo comprendiera que fui usado de amonestación aquel día. Su enseñanza sin embargo, se me escapa. Las lecturas pueden orientarse para generar lecturas éticas dispares, y yo sólo sé que la complejidad de la vida se bifurca usando y creando, más allá de nuestras decisiones. Al menos, debo aducir en mi defensa, que actué guiado por lo que creí que era más justo.

El amigo de Sabino apareció de repente. Entre todas las posibilidades, aquella era la más inesperada, pero también la más recta. Como en un intercambio de espías, los dos antagonistas de la historia se encontraban. Cruzamos la mirada y esperó que me aproximara para preguntarme si tenía el dinero. Yo le contesté, preguntando por mi celular. No hubo tiempo para más.

Un forzudo bigotudo de playera con distintivo del metro, lo agarró de las trabillas del pantalón, al momento dos más lo rodeaban. Tras ellos, con gesto triunfante y rabioso, vi al Gordo que venía en mi encuentro. Todo está bien, me dijo, y en procesión mediática, los guaruras, el detenido, la víctima y el testigo, subimos a unas oficinas en la primera planta. Los interrogatorios por turnos y el careo, fueron un trámite necesario para poder recuperar un móvil, que sí portaba el acusado y que yo hube de probar que era mío. Pero la peor parte fue la presión por parte de los policías y de mi amigo para que interpusiera una denuncia formal, evitando que así quedara en libertad y de inmediato pasara a ser conducido a las dependencias carcelarias.

Su versión me acusaba de haber abusado sexualmente de él, pero más que inquina, en esos momentos sentí pena. La prisión no iba a ser una buena experiencia para un muchacho de apenas veinte años. Mirándolo a los ojos, le pedí que reflexionara y me jurara que había aprendido una lección y que en nada parecido volvería a verse mezclado. Su llanto no me conmovió, pero tal vez en él veía a otros. Sabía de la dureza de un reclusorio en México, y creyendo hacerle un bien, y tras su promesa de que devolvería la chamarra a Sabino, retiré la denuncia.

Jorge en el trayecto de vuelta no dejó de sermonearme y criticar mi decisión. A ver si aprendes la lección, me decía. Los Ratas, según él los denominaba, no merecían una segunda oportunidad, porque lo único que aprovecharían sería la chance de robar y dañar a otros, cuando ya deberían estar en la cárcel. Yo comprendía su indignación, como taxista, había sufrido muchos robos. Pero a la vez me sorprendía su vehemencia y afán punitivo. Él había sido un chavo de la calle, y su integración social no le había dado mesura para juzgar la pobreza, sino al parecer una cierta forma de dirigir y justificar su odio. Cierto es, que la necesidad no había tenido tal vez mucho que ver en el robo. Pero yo contemplaba razones, que atenuaban y me hacían empatizar con su culpa.

Tenía la certeza de que había tocado una tecla demasiado sensible y dolorosa, aquella noche. Me confió su secreto, no sólo el que se refería al pasado, sino uno muy presente en cada momento. El recuerdo de que el ultraje aún lo excitaba. Como tristemente aprendí que acontece a todo aquel cuyo primer contacto sexual ha sido producto de un abuso. Sacar a la luz aquello, excitarlo y que yo no actuara como un abusador, primero lo enfadó y luego lo avergonzó. Su robo, no fue más que una forma de resarcir su vergüenza y en cierto modo, vengar algo que ya no tenía remedio.

Esa noche cuando llegó Héctor, dueño de la casa, y le contamos la aventura vivida, pudimos reírnos de la situación y festejar mi suerte. La única lección aprendida pareció ser la de hacer una copia de la agenda, para no perder tantos números de amigos y familiares que habrían sido tan difíciles de recobrar en la distancia. Pero al meterme en la cama, la milagrosa recuperación adquiría una perspectiva tan intrigante y pegajosa como los juegos mentales que me impedían conciliar el sueño. Pensaba en el porcentaje de posibilidades de que algo semejante hubiera ocurrido, y la comparación más próxima que se me ocurría, era la de la lotería. Quería creer que mi voluntad había influido, pero las dosis de azar y fortuna necesarias me intranquilizaban, como si su rastro pudiera enlazarse con un mensaje del destino, que yo era incapaz de vislumbrar.

A las pocas semanas, casualmente, me encontré con el ladrón en el metro. Nos reconocimos, pero no dijimos nada, simplemente proseguimos nuestros caminos divergentes. En los meses siguientes llegué a olvidar el incidente y a su causante, considerándolo todo como una mera anécdota. Pero una noche en La Alameda, justo en el mismo lugar en el que lo había visto por primera vez, me crucé con Sabino. Gritaba excitado mi nombre, y agitaba un periódico, afirmando que precisamente había pensado en mí y que no me iba a creer lo que tenía que decirme.

Un amigo le había conseguido el periódico que recogía la noticia. Me llevó a una zona bien iluminada, para que yo mismo pudiera leerla. Su supuesto amigo, el ladrón, aparecía en una foto policial junto a otra de un hombre de mediana edad. La nota, de hacía unos días, relataba unos hechos escalofriantes. Cuando alcé la cara, Sabino espetó en respuesta a mi asombro una frase demoledora: ¡Me alegro, esa rata, ahora sí, ya tiene su merecido!

Hace poco, un amigo escritor me preguntó si yo había conocido personalmente a algún asesino, para compartirme que un amigo de la infancia, resultó ser un psicópata con varias muertes a su espalda. La noticia lo forzó a indagar entre los rasgos de aquella personalidad que terminó desembocando en los actos de un monstruo. Yo no tenía más que una noche, pero de alguna forma sentí que su rastro era más que evidente.

Junto al sujeto de la foto, habían secuestrado a un niño de doce años, en principio con el objeto de reclamar un dinero que la familia debía a un tercero. Lo mantuvieron cautivo en un hotel del DF durante días, supuestamente a la espera del pago. Pero un instinto vengador y sádico se despertó en ellos, como si en esa persona indefensa pudieran descargar y cobrar, humillaciones que sólo la historia personal de los dos podría conocer. Desde el primer momento, al parecer, habían abusado sexualmente de él, y los golpes y quemazones de cigarro cubrían gran parte de su piel, cuando abandonaron su cuerpo sin vida en aquella habitación de hotel, cuatro días más tarde. Gracias a su chapucera idea de utilizar un hotel, fueron fácilmente identificados y apresados.

El asesinato, esa gran barrera ética cuya trasgresión simboliza al mal. Tiene fascinada a nuestra sociedad. Pero entre las películas e interminables series que lo muestran, pocas abordan lo que esa transgresión supone en la mente del asesino. La llegada a ese abismo interior, que nada tiene que ver con su recompensa material. Porque la excusa, no explica la degradación ética que le precede. Más bien tiende a ocultar sus razones con una drástica autoafirmación. Como una usurpación de las prerrogativas del creador, con la inconsciente intención de protestar por el destino que le ha tocado vivir.

Aquella noche al volver a casa, no pude desembarazarme de la oleada de impresiones contrapuestas. Los puntos de vista y las conclusiones se escurrían sin que yo pudiera equilibrar el círculo, que con esa noticia, se acababa de cerrar.

Aún hoy me viene el recuerdo de aquella anécdota imposible y mágica, en lo concerniente al desafiante laberinto, y dramática en sus macabras e insospechadas consecuencias. Una amiga, cuando le compartí su contenido, no tardó en encontrarle un significado. Mi decisión de no encarcelar al ladrón del móvil, había causado la muerte de un inocente. Y a veces no descarto que su conclusión sea certera. Pero no creo que el juego del destino, pueda leerse en un solo sentido.

Mi culpa si existió, la acepto porque no fue intencionada. Pero mi conciencia no me hubiera dejado actuar de otra forma. Aún hoy, ante una situación similar, seguiría apostando por otorgar una segunda oportunidad.

Entonces, si el destino me dejó un mensaje, cuál fue. Todavía lo busco, y como prueba parí este texto. Aunque no creo que deba buscarlo. No al menos uno cerrado y único. La interpretación sólo expresa nuestra estructura de pensamiento, con sus valores y automatismos adquiridos. La enseñanza sólo puede apegarse a lo conocido, y en ese contexto, sólo sé que los hechos me hicieron testigo de cómo el destino teje nuestras vidas. Las valoraciones y las conclusiones, no son más que una cara limitada del todo, y para completar esta experiencia, saquen las propias. El destino, supongo, puede aceptarlas todas. Porque da igual si creemos que nos gobierna o ejercemos nuestro libre albedrío. Sus reglas siempre serán ignotas para un simple mortal, y su funcionamiento no dependerá nunca de nuestras opiniones.

Es paradójico, cuando pienso en el trágico desenlace, es la cara del asesino, al único al que conocí, la que aparece; y ante su imagen no puedo evitar sentir, una sincera pena.

El “pequeño Nicolás” afirma que su inspiración fue Aznar

El Pequeño Nicolás

Francisco Nicolás Gómez Iglesias, el chaval de 20 años que ha acaparado la atención mediática por sus presuntas estafas, haciéndose pasar por miembro del CNI o asesor de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, y que supuestamente estafó miles de euros a empresarios, simplemente con su aval de selfies entre políticos del PP, empresarios y una sorprendente imaginación, ha manifestado que simplemente ha querido emular y seguir los pasos de su héroe, José María Aznar.

En este mundo, si quieres llegar a triunfar,-afirmó-, tienes que fijarte en los más grandes y qué duda cabe que Aznar ha marcado el camino. Por eso el primer sitio al que me dirigí fue a la Fundación Faes, allí aprendí todo lo necesario para hacer negocios y el primero que me dio una oportunidad, y al que considero mi padrino, es Aznar.

Lo cierto es que con tan sólo 15 años se presentó en la Fundación Faes acompañado de su madre, vestidito con traje y corbata y empezó a hacer relaciones. En poco tiempo comenzó a presentarse como delegado de esta fundación y reclutaba jóvenes para que asistieran allí a conferencias. Una de ellas la consiguió presidir y presentar con su ídolo José María Aznar.

Tanto José como Ana -añadió refiriéndose al expresidente y su mujer- siempre me han apoyado y mostrado su cariño. Gracias a ellos comencé a conocer a otros miembros del PP, y todos me decían que les recordaba a ellos cuando empezaban en política y que no dudaban de que llegaría muy lejos.

Su forma de actuar, embellecida de la megalomanía del mentiroso que cree sus mentiras, y alimentada por los cinco años en los que grandes personalidades políticas y empresariales lo trataron, sin descubrir su impostura; no difiere mucho del proceder de las altas esferas. Una red de contactos de gente importante y su promesa de mediación entre las empresas y las esferas políticas para hacer negocio. Algo que, abstrayéndose de su increíble capacidad de fabulación, sí parece que fue aprendiendo entre todos esos políticos y empresarios con los que gracias a la fundación Faes fue conociendo.

Resulta bastante sorprendente que su ritmo de vida, rodeado siempre de coches rentados de alta gama, una oficina en un chalet del Viso, cuyo coste mensual superaba los 5.000 euros, el alquiler de un yate en Marbella o sus fiestas en reservados del Pachá, haciendo gala de su mucho efectivo; no hayan producido ni una sola denuncia, por parte de los supuestos empresarios defraudados. A los que se dice que reclamaba entre 25.000 y 50.000 euros por gestión, quizá por vergüenza, quizá porque sus gestiones en muchos casos sí surtían efecto.

La acusación de falsedad y estafa a la que ahora hace frente, quizá obedezca más a su disparatada necesidad de alardear y fantasear. No le bastaba con colarse en la recepción de coronación de Felipe VI, sino que llegaba a decir que era amigo de Putin y hasta del mismísimo Barack Obama.

La justicia, esperemos, que nos aclare en profundidad cómo llegó a tanto con tanta mentira, y cómo todas esas personalidades del entorno del Partido Popular, lo apoyaron, quizá porque les recordaba a sus propios inicios.

Las Neveras Vacías

Neveras Vacías

El peso de los días se ha convertido en una tortura silenciosa y contrarreloj para los millones de personas, que de la noche a la mañana han pasado de tener un ingreso a engrosar una lista del paro sin visos de abandono. Vivir implica un gasto constante y el socorrido ahorro, es finito.

Hace unos meses estuvo un amigo mexicano de vacaciones por Europa y en nuestro encuentro a su paso por España, me planteaba que la tan cacareada crisis y pobreza española, no parecía serlo tanto. Un año atrás, cuando aún yo vivía en el DF, no pocas veces me encontré con gente que sabiendo mi procedencia, me planteaba mi opinión sobre la crisis en la madre patria. Mezcla de interés, preocupación y sorna, con el subtexto tonal y de actitud del que en parte se alegra de que su mal de toda la vida, comience a ser compartido por otros. Más cuando la imagen que el mexicano tiene del español, es la de una general prepotencia y superioridad. Fruto no sólo de la cultura colonial y caciquil que ha parido las grandes desigualdades económicas que rigen el país, sino porque los españoles que allí habitan suelen pertenecer a la clase alta, adornados de empresas, negocios, hoteles y restaurantes. Circunstancia que para mi fortuna y desgracia, nunca fue mi caso.

Uno aplica su conocimiento del mundo a aquello que desconoce, dando erróneamente por sentado y extrapolando que un mismo término escenifica y desarrolla la misma realidad que uno conoce por propia. Pero la pobreza que afecta a la práctica mitad de los mexicanos, no es comparable a la española. La clase baja ha sido siempre mayoritaria, la crisis continua (1941-50, 1953-55, 1971-76, 1981-88, 1993-95 y la actual) ha impedido que se creara una clase media mayoritaria, como sí ocurrió en España tras la transición a la Democracia. Y su idea de la pobreza es la de un mal enraizado y bien desarrollado, en cuyo seno se nace, se crece y del que toda la vida se intenta salir. Por el contrario, el proceso aquí, sólo acaba de empezar.

Sólo el ciudadano español que sufrió la hambruna y la tremenda necesidad de la postguerra, vivió en la década posterior una pobreza similar a la instaurada desde siempre en América Latina. Pero desde entonces ha visto como las generaciones siguientes iban mejorando sus condiciones sociales y económicas, y la evolución nos pareció un proceso natural e imparable; hasta ahora. El ciclo se ha reiniciado y lo peor está aún por llegar.

Como le intentaba hacer comprender a mi amigo, detrás de esa fachada de primer mundo, se escondían dramas que no iban a explotar al unísono pero que sin duda terminarían haciéndolo. Más allá de los desahucios y el aumento cuantitativo de visitantes a los comedores de organizaciones como Cáritas, la pobreza española es un drama que en su mayor parte se oculta en la intimidad. Los millones de parados y sus familias van sobreviviendo con el dinero ahorrado, la ayuda del desempleo y las pensiones de abuelos y padres. Pero, ¿hasta cuándo? Las décadas necesarias, según las previsiones más optimistas, para llegar a niveles de empleo anteriores a la crisis, no es un plazo que puedan cumplir tantos millones de personas.

La resistencia irá provocando una caída escalonada, imperceptible salvo para los testigos más cercanos. La imagen de ese día simbólico, cuando una nevera vacía nos ponga frente a la espada y la pared, gastados ya los ahorros, acontecida la muerte del abuelo que con su pensión hacía posible la subsistencia, la denegación del último crédito rápido solicitado porque no se ha podido pagar el anterior, la respuesta negativa de un familiar a una ayuda porque ya casi no le llega para los suyos. Las circunstancias variarán y el próximo e inevitable gasto necesario nos abismará.

De hecho ya está sucediendo. Un ama de casa que termina en la prostitución, un desahuciado que se suicida, un universitario que emigra… La suma y el tiempo harán que la marea llegue hasta el más nimio rincón, quizá no directamente, pero sí porque el drama le sobrevenga a un allegado. Las respuestas se diversificarán.

El estallido social no acontece, porque aunque se comparta la situación, no ocurre así con la causa y el momento en que se producen. No es un grupo de vecinos afectados, ni la plantilla de una empresa que sufre un ERE, sino tú en tu casa quien comprende el ultimátum y quien debe tomar una decisión. El límite ha llegado y hasta ese momento la fe te hacía creer que la suerte terminaría cambiando, y no ha sido así. Te está pasando, y no pensaste que en semejante situación te llegarías a ver algún día. Tu espera, convierte el drama en algo privado, sin foco mediático ni denuncia pública que pueda venir en tu ayuda, siquiera para sentir un aliento amigo.

Un recibo de la luz, unos zapatos para el niño, la tercera visita de esa vecina a la que no le has devuelto el dinerillo que te prestó, el seguro del coche. Cada factura será una aguja que te recuerde que algo estamos forzados a realizar. Y la ausencia de salidas convencionales y educadas, te obligará a ser “imaginativo”.

La ventaja de la costumbre es que ésta ya tiene creados sus mecanismos. En México “la iniciativa privada” llena las aceras de puestos improvisados de comida, ropa y miles de chácharas, los transportes públicos de vendedores ambulantes, las esquinas de boleadores (limpia botas), las calles de niños pidiendo. La vida se busca y resuelve por propia iniciativa, sin buscar un trabajo reglado. Aquí, no es sólo que no exista la tradición, es que además todo está regulado y multado. Pero la marea, gota a gota, creará una presión que por algún lado saldrá. No todos tienen la edad, y con cargas familiares, tampoco la facilidad para emigrar.

La respuesta se presupone del Estado, pero su dejación e indiferencia es una tendencia que la clase política no cambiará tan fácilmente. Las nuevas formaciones políticas, pueden provocar un cambio de tendencia, pero ni ellas pueden hacer milagros; o quizá sí. Todo dependerá de que una mayoría tome conciencia, quizá forzada por sus dramas individuales, y les fuerce a tomar medidas. Quizá nos acostumbremos a ser pobres.

Mientras, imaginen y pónganse en situación. Las opciones radicales serán contempladas, porque cuando es la supervivencia de los tuyos y la propia, la que está en juego, las cortapisas normales, no te detendrán. Quizá sigas el ejemplo de Avelino, un conocido que con sus ahorros se ha comprado una parcelita, siembra su tabaco, sus frutas y legumbres, y sólo come carne cuando caza. ¡Quizá, sólo quizá!

Manual del Político Moderno

Político

La Democracia, esa aspiración igualitaria que marca el rumbo de las sociedades civilizadas, debe ser la primera directriz que modele a una agrupación política. Obedeciendo a lo cual, todos los partidos políticos legalmente establecidos demandan igualitariamente de sus militantes la repetición de las consignas que marque la dirección, sin albergar lugar a la discrepancia o al pensamiento independiente; signo evidente y prístino de su sentido democrático. Esta cualidad es la primera y más importante característica que debe atesorar un aspirante político. Puede parecer superflua y al alcance de la mayoría, pero no todos los seres humanos tienen el don de actuar como un loro; al menos no con la naturalidad y la falta de pudor requerida llegado el caso.

La segunda condición que embellece al ser político, es quizá aquella que demarca la delgada línea entre el mero militante de base y aquel que puede estar señalado para un puesto de mayor responsabilidad; y consiste en poder contestar a una pregunta, sin por ello llegar a expresar nada. El conocimiento y la experiencia sobre el tema tratado, poco peso ejercen en comparación con la necesaria verborrea y la facilidad para traer a colación términos técnicos, burocráticos o legislativos que empañen y minimicen la falta de contenido.

La tercera peculiaridad, muchas veces minusvalorada por los estudiosos del pensamiento político, es la posesión de un carácter bipolar, ya sea por propia naturaleza o por escenificación de un cierto arte actoral. La crítica del gobernante, cuando ejerza la oposición, o la defensa a ultranza de la gestión, cuando se encuentre gobernando, debe hacerlo aparecer como un vehemente indignado, o un confiado y seguro gestor ante sus votantes; ya sea el caso necesario. La credibilidad del personaje interpretado, hará mucho en favor de su escalada jerárquica dentro del partido, lo que al fin y a la postre le rendirá réditos en la futura obtención de cargos, y su consecuente poder.

La cuarta, es sin duda la más valorada, y aunque muchos académicos incluyen en ella a la anterior y le sumen el poseer una maestría en el método Stanivslaski, estudios recientes de la Troika Europea la separan dándole entidad propia. Ésta es, como no podía ser de otra manera, la capacidad para trasmitir sinceridad. Porque no hace falta solamente ser un buen actor, sino la inexpresable cualidad de parecer y trasmitir franqueza siempre y en cada comparecencia. La empatía que genera, está demostrado estadísticamente, anula y emborrona el entendimiento de esa gran mayoría que decide las elecciones más reñidas. Si quieres ser un líder político, deberías poseerla, aunque no siempre es necesario; a las pruebas me remito.

La quinta entronca con la más rica tradición política del viejo continente, y no es otra que la de poseer la ética de un diplomático. Las cuestiones no se dirimen en términos de verdad o mentira, sino que hay que enfocarlos en función de defender por cualquier camino y método, los intereses partidistas. Utilizando para dicho efecto, llegado el caso, la condición de representante público, determinando así la verdad oficial; incluso en contra de lo evidente. Para socorrerte, no te preocupes, porque al momento los medios de comunicación afines a la ideología de tu partido, actuarán confirmando y justificando, todo aquello que aún no esté sentenciado judicialmente. La mentira, pues, no existirá si no la contemplas. Y sólo reconocerás que se malinterpretaron tus palabras, que han sido sacadas de contexto, o como mucho el fugaz e involuntario desliz de un comentario desafortunado.

La Sexta es quizá la más determinante a la hora de mantener un status continuado en el comité principal del partido, al que sin duda ya habremos llegado si hemos cumplido y exhibido las cinco cualidades anteriores. Su rasgo no proviene tanto de Maquiavelo, como de la simple confianza. Lo que viene a ser, el no tener vértigo ni preocupación por gestionar algo de lo que no se tiene, ni la menor idea. Dirigir los Servicios Sociales de un ayuntamiento, el ministerio de Sanidad, un Banco o una Alcaldía, no requiere ningún tipo de experiencia. En caso de duda, preguntar a la dirección general del partido o a algún experto que hayamos contratado.

La séptima ya se habrá conseguido en este momento de nuestra carrera política. Habremos interiorizado y expresado tantas veces, que somos, trabajamos y representamos al Servicio Público, que nos creeremos ser él. Debido a la costumbre, la identificación y la trasposición de papeles, esa entelequia respetada por su finalidad intachable, será como un parapeto que nos hará creer que su representación simbólica se hubiere encarnado en nosotros; otorgándonos, para nosotros y nuestros allegados, los beneficios que el escaso presupuesto no alcanza a repartir entre sus públicos y legítimos beneficiarios.

La octava, toca y acontece sólo para aquellos que no sólo fueron prospectos de, sino que alcanzaron la condición de líderes. No es una característica que percibamos los de fuera, su expresión y ámbito es interno y obedece a esa extraña capacidad de aglutinar apoyos en medio de una pelea de egos. La seducción cuerpo a cuerpo, sin despertar el sentido de competencia directa, es un don que se descubre tardíamente; para desgracia de sus adversarios. Cuando quieren echar cuentas, les supera en apoyos, y no pueden más que sumarse al consenso.

La novena cualidad es una estratagema que gracias a la exposición pública, que genera todo líder, se intenta publicitar a la ciudadanía. El carisma no es una tenencia necesaria, sino que se presupone y se adhiere como epíteto inexcusable ante la alcanzada posición. La única indagación y debate de los medios de comunicación girará en torno a la cantidad de ella que se tenga, no a que su existencia sea real. Su concesión depende únicamente en que esta percepción sea introducida en la opinión pública, y si los electores lo llegan a creer el carisma se materializará, aunque el susodicho productor carezca completamente de ella.

El último don requiere al menos una porción del antiguo arte griego que los romanos perfeccionaron para el discurso político. La Oratoria, sin necesidad de leer a Quintiliano, será necesaria tarde o temprano, para llenar de emoción y motivar a los votantes con aquellos mensajes huecos que en época de elecciones llenan los mítines. No hará falta una gran elocuencia, pues los discursos están redactados por otros y su contenido calibrado por encuestas, estadísticas y estudios electorales pagados por el propio partido; pero sí esas gotas que aferradas a lo emocional aglutinan y hacen creer que el carisma, la sinceridad, la capacidad de gestión, el servicio público… y todas las demás cualidades, son reales.

El oficio, sin embargo, igual que el glosario de términos a utilizar para llamar a las cosas, no por su nombre, sino por su eufemístico y políticamente correcto término, es algo que se adquiere con el tiempo. Y sobre todo, aunque es una cualidad supuesta y siempre dada a entender, es obligatorio un alto sentido del egoísmo y la importancia personal. Aunque su base objetiva, sea tan inconsistente como la ética de la clase política democrática y moderna.

FIN DE LA CITA

Iñaki Urdangarín admite que La Infanta conocía sus actividades

Iñaki Urdangarín

Iñaki Urdangarín Liebaert, exbalonmanista español, duque consorte de Palma de Mallorca y Excelentísimo Señor por su casamiento con la Infanta Cristina de Borbón y Grecia, ha reconocido en una entrevista a la cadena británica BBC, que su esposa estaba al corriente de todas sus actividades; cambiando la versión que hasta ahora mantuvo y en la que disculpaba y eximía a su cónyuge de las responsabilidades derivadas por la instrucción del caso Noós.

El bombazo informativo causado, ha llevado a pensar que la relación que mantenía la pareja se ha roto y que tan inesperado cambio de actitud obedezca a una nueva estrategia para que los cargos que la fiscalía anticorrupción le imputa por malversación, fraude, prevaricación, falsedad y blanqueo de capitales, no terminen llevándolo a prisión. Al implicar a la Infanta pone en jaque a la justicia, obligándola a que si es declarado culpable, la hija del abdicado Rey Juan Carlos, también pueda hacer frente a consecuencias penales. Su intención sería pues, parapetarse tras la figura de su esposa y forzar la nulidad del proceso, puesto que si este siguiera el camino trazado, con el nuevo testimonio, forzaría a que la Infanta fuera imputada y con toda probabilidad considerada culpable. Sino en los tribunales, sí ante la opinión pública con el daño que implicaría para la corona.

Las nuevas declaraciones se han hecho públicas, curiosamente, días antes de que la Audiencia de Palma deba pronunciarse sobre la imputación o no de la Infanta Cristina de Borbón, prevista para este próximo día 23 de octubre.

Cabe recordar que desde septiembre del año pasado, la pareja y sus hijos trasladaron su residencia a Suiza, debido a que la Fundación La Caixa, con la que trabaja la hija del depuesto rey, la destinó a Ginebra, alejándola convenientemente del foco mediático. Lo que sumado al tiempo trascurrido desde que Cristina de Borbón prestara declaración, allá por el 8 de febrero del presente año, ha conseguido que el escándalo se olvide y deje de aparecer en los temas de actualidad, aquel desconcertante desconocimiento, falta de memoria y de constancia que la Infanta repitió hasta por 579 veces a preguntas del juez.

La BBC ha anunciado un especial en el que incluirá la totalidad de la entrevista realizada, ya que hasta el momento sólo ha compartido extractos como en el que Iñaki Urdangarín afirma: “Nadie se puede creer que una licenciada en Ciencias Políticas con un Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de New York declare que no tiene conocimientos ni jurídicos, ni tributarios, ni económicos, cuando además ha trabajado en la ONU y actualmente en la Fundación de un Banco.”

El Olvido de la Carne

El Olvido de la Carne

El hombre moderno ha transformado la vida en una circunstancia a la que no hay que buscarle el sentido, más allá de vivir el momento. El sabio e iniciado de la antigüedad, por el contrario, practicaba y enseñaba la indagación, porque la vida es un camino, y el tiempo escaso para develar las razones de nuestra existencia. Para él la vida material era un tránsito caracterizado por su naturaleza olvidadiza.

El olvido es la primera flaqueza que acontece a la carnalidad. El efímero escapismo del momento nos invade sobre los detalles de nuestro nacimiento, a pesar de ser sus protagonistas. Padecimiento que se repite en los años posteriores, borrando un rastro que, como mucho, deja una neblina de flashes inconexos y sentidos. Como si los recuerdos no nos pertenecieran. Hasta que en algún punto de la niñez, aparece una conciencia y un sentido de la individualidad que los años y el crecimiento simplifican y enaltecen como el origen de lo que somos.

A sus rescoldos acudimos para revivir lo que una vez fuimos, con la emoción del que intenta vislumbrar el inenarrable sentido de la vida, escarbando en su mágica mixtura de amarguras y nostalgia. Somos lo que hemos vivido, lo sabemos, lo presentimos y llamaríamos loco a quien nos lo negara, pero a pesar de estar presentes, poco podemos atestiguar de lo sucedido. El metafórico ayer puede estar plagado de memorias vívidas, lúcidas y detallistas si quieren, pero de entre la suma de horas, meses y años trascurridos, no podemos extraer como prueba, ni el completo total del más nimio día. Sólo bosquejos de momentos, sin detalles completos de la hora a la que nos levantamos, la ropa que llevábamos puesta, lo que comimos o los juegos mentales que durante esas horas poblaron nuestra cabeza.

Dicen los neurólogos que el olvido es una estrategia evolutiva que nuestro cerebro usa para ahorrar energía y enfocarla en el presente. Sin duda la demandante realidad, no promueve el conteo y la formulación de un catálogo minucioso de lo vivido, pero ello no creo que justifique, ni sea el origen de nuestra inmensa capacidad de olvido. Me niego a ser tan simple y parcial. Las hipótesis de la ciencia no son más que simples conjeturas, sobre una complejidad desconocida. Un único punto de vista siempre yerra, porque no contempla aquellas perspectivas que desconoce.

Pero si al pragmatismo se alude, para cada uno de nosotros olvidar representa una pequeña muerte. Irrecuperable, como el tiempo y la vida, que se escurren en nuestro abrazo. Lo inmaterial no puede ser calibrado por las leyes de lo físico, y esa incuestionable certeza; se nos olvida. Y como esa desmemoria, muchas otras nos adornan.

El hombre moderno vive como si la muerte no le alcanzara. Ha aprendido a actuar como un inmortal que planifica su futuro, y para quien la muerte es esa eventualidad dramática que acontece a otros, y en la que sólo cabe pensar si se llega a viejo.

No ha olvidado, pero actúa como tal. A ello le han enseñado.

El universo en su escala de tiempo, sin embargo nos recuerda que nuestro paso por esta condición, no dura más que un parpadeo. Los sabios de la antigüedad se esforzaban en enseñar que la muerte camina a nuestra vera, y que recordarlo era el mejor aliado de aquel que busca el conocimiento. Primero para conocerse a sí mismo, después para indagar en las razones y el propósito de nuestra existencia.

La modernidad ha olvidado sus enseñanzas y entronizado al materialismo, simbolizado en el culto al dinero, al consumismo y a esa imagen de eterna juventud que intenta negar la evidencia de que el tiempo se nos acaba, y a la par nos distrae de poder centrar nuestra atención en lo verdaderamente importante. Eso que para cada uno puede ser diferente, pero que sólo reconocemos cuando sentimos la cercanía de la muerte.

La irrupción de la desgracia, nos otorga una dolorosa oportunidad. La fatalidad en forma de enfermedad o de muerte inesperada, nos fuerza a reevaluar las inercias y las prioridades en las que hasta ese momento hemos cimentado nuestro vivir. Y la obligada vista atrás nos hace recriminarnos por no haber incidido en aquello que ahora se nos presenta como primordial. La vida es una opción múltiple y de elección propia, y nuestra forma de afrontarla no dista mucho de la de nuestros modelos; hasta que la adversidad nos brinda una fría y novedosa perspectiva. El dinero y la materialidad son opciones, pero dudo mucho de que en la nueva formulación de prioridades, éstas desbanquen a una madre, unos hijos, un amor o un sueño incumplido. Claro que una cosa es darse cuenta, y otra lograr hacerlo. Las promesas, inclusive las trascendentes y ofrecidas a uno mismo, también se olvidan.

La inmortalidad o la invulnerabilidad frente a las desdichas, al menos a día de hoy, no se pueden comprar con dinero. Truman Capote, que tantos ricos conoció, decía que no hay nada que diferencie a un millonario de una persona común, en lo referente a sufrimientos, inquietudes y quereres; la única diferencia se encuentra, afirmaba, en la frescura de los ingredientes de sus comidas. Y a pesar de todo, el triunfo y el dinero siguen apareciendo en nuestra sociedad, como las únicas respuestas.

La religión, que una vez fue la expresión sagrada de la búsqueda del sentido de la existencia más allá de la materia, ha sido arrinconada por su dogmatismo anacrónico y el fanatismo de libro cerrado que durante siglos guió a sus creyentes a imponer un reino en esta tierra, desvirtuando la indagación personal y propia sobre lo ignoto, a la temida acusación de herejía. Generando creyentes que sólo atienden a las formas exteriores y a la imposición de sus creencias, y muy olvidados ya de la doctrina secreta de aprendizaje, espiritualidad y ética, como camino para vislumbrar las razones del ser.

La muerte es un olvido. Su tratamiento intelectual se reduce a la nada o a la creencia. Un concepto del que aducimos no tener experiencia, para evitar su juego dialéctico. Desmemoriados de que ya hemos vivido en propias carnes su concepto. No por la muerte de los otros, sino por las propias. Porque la muerte no ocurre en un instante, sino que se traza a cada paso. Aquel que fuimos murió, sus gestos, su vehemencia, su ingenuidad y su entorno, yace en nuestros recuerdos. Desmembrado y efímero, víctima del olvido.

Si el tiempo lo concede, la vejez desnudará nuestras excusas y nos enfrentará al inexorable abismo. En esa encrucijada no nos quedará más que mirar de frente a la vida y su sentido, maldiciendo que el tiempo se acaba y nos quedó mucho por escarbar. Sólo entonces, comprenderá el hombre moderno que la vida es mucho más que las tontas distracciones que lo ocupan.

El pragmatismo científico nos diría que ya estamos muertos, sólo es cuestión de tiempo, lo sabemos y sin embargo nunca tenemos tiempo para buscar el sentido de la vida. La maravilla del ser, se escurre y a su introspección, que fue la más hermética y sagrada de las enseñanzas, no habremos dedicado más que ramalazos.

La existencia carnal no es más que un tupido disfraz marcado por el olvido. Un velo que nos impide recordar que nuestro origen es muy anterior al día de nuestro alumbramiento, tal y como nos dirían los maestros de las escuelas mistéricas en las que estudiaron Pitágoras, Salomón y Platón. Un olvido, que sólo olvidando la materia, podía dar acceso a descorrer el velo de Isis y poder vislumbrar, con ello, nuestra verdadera naturaleza y el sentido de nuestra existencia.

Quizá hemos perdido para siempre los procesos que guiaban a los iniciados en su aprendizaje. Pero las enseñanzas del misticismo antiguo, siguen ahí y son más necesarias que nunca para humanizar el mundo actual. No es una cuestión de creer o no en ellas. Sino de seguir su ejemplo, para indagar y valorar más el regalo de la vida, y pelear menos, por cosas transitorias y sin valor. Como hará el anciano que un día seremos, que mirará en su pasado y se reprochará por haberse olvidado tantas veces, de lo que de verdad era importante.