ENTRE EL AMOR Y EL SEXO

Amor y Sexo

El Amor, con mayúsculas, es la magia de la vida. Su imprevisible encuentro, llena de ilusión la cotidiana rutina del vivir. En un instante, nos inocula una fuerza melodramática que impregna todo a nuestro alrededor con su mandato de dicha y dolor. Su enamorada presencia, justifica las voluntades más indescifrables y erige las idealizaciones más inmaculadas. Pero también, cuando su hallazgo refulge sólo para negarnos su imposible premio, traza con nuestros despojos las derrotas más paralizantes e inasumibles.

La razón y el sentido de nuestra existencia, parecen develarse como una obviedad que siempre estuvo allí, ignota, nueva y eterna, pero reconocible al instante. ¡Eso dicen que es el amor! Y sin embargo, su efluvio, creador de posibilidades y desdichas, no dura. Su cicatriz y su llama se desdibujan entre el olvido y la práctica. Legando un recuerdo idealizado y maldito con su pérdida, o tras su posesión, la inercia de un querer transformado en costumbre. Desmembrado ya su poder cegador y primigenio, para con cariño y reproches cimentar una pareja. Entonces, tras una larga permanencia, su fruto termina siendo, no más que amor para vivir, como si su grandeza y capitalidad primera, se diluyera en minúsculas letras.

La lírica habla de Amor, la naturaleza de sexo. Pero lo llamativo, es la paradójica actitud de una sociedad que encumbra tanto uno, como prejuzga, regla y remilga su mirada hacia el otro. En sus neuróticas relaciones, deberíamos buscar algo más que el simple reflejo de la costumbre.

El absurdo se sustenta en la repetición, y obedeciendo al ilógico parecer de su naturaleza, se propaga. Pero no por ello llega a tener menos fuerza que la pura razón. Las creencias tienen esa virtud. Sin los fundamentos de una hipótesis, el desentrañado lenguaje que aplicamos al mundo, deja de darle coherencia y respuestas a sus razones más aterradoras. Y como humanos, preferimos un cayado en el que apoyarnos. La seguridad prima por sobre la verdad. Es más fácil seguir el único mapa, que el temor a quedarnos a oscuras, sin saber trazar nuestros próximos pasos. Hacerlo, por ello siempre ha sido una amenaza. Y sus ejecutores, pronto adquirieron el estigma de enemigos.

Las sociedades han unido ambos conceptos por medio del matrimonio y la religión, creando así un ámbito adecuado para que el tabú del sexo sea glorificado con el único fin de la procreación. Pero el amor y el sexo, no es la misma cosa. Su apariencia de moneda de dos caras, ejemplifica su uso más habitual, pero la complementariedad no los transforma en una misma entidad. La repetitiva creencia se impone a la realidad.

La magia, para nuestro pesar, resulta tener dueño e ideología. Y no sólo eso, confina el sexo a simple finalidad primigenia de la propia naturaleza, como si traspasar ese fin fuera una herejía. Pero la naturaleza no se regla, se expresa, y el sexo en su expresión prueba ser mucho más que esa reclusión mojigata, que se avergüenza del divino acto por el que surge la vida y se aterra con el instinto que lleva a prácticas que nada tienen que ver con él. Como si disfrutar e interactuar, no fueran parte esencial del camino de conocimiento que implica la vida misma.

El pudor, probablemente, responda a una evidencia molesta. Nos recuerda que muy en el fondo, no somos más que animales. Singulares, bien es cierto, pero no por ello exentos de acudir a su reclamo. La ofensa es clara para un ser civilizado, que no se lleva muy bien con sus orígenes. La doble moralidad explica el resto. Porque como decía antes, se pueden negar los hechos y la naturaleza, pero estos no dejarán de afirmarse con su presencia. Crear reglas, disfraza el mundo, pero no lo cambia.

El sexo no es un arrebato permanente, pero sí continuo y con vida independiente al afecto. Es maravilloso unir ambos, pero iluso encadenar el deseo. El acuerdo, la estabilidad afectiva y vital, los prejuicios y la sociedad, unidos al desahogo, pueden mantener el mito de la fidelidad. Pero el instinto no necesita de hechos, sino de estímulos para manifestarse. Bien gracias a la sociedad, estamos acostumbrados a ocultarlos. Pero muchas personas se colarán en nuestros deseos para probar que por mucho que queramos a una, el sexo no acaba en ella. Otra cosa es la frontera que nosotros nos dictemos.

Desear físicamente a un ser humano diferente, a aquel al que le hemos jurado amor eterno, no implica necesariamente que lo hemos dejado de querer. Escenifica que el sexo no atiende a reglas sociales, ni compromisos lógicos, sino a impulsos. Seguirlos sólo tendrá el castigo y la recompensa que nosotros hayamos aprendido a darle.

El compromiso tácito de un matrimonio tradicional es claro, el de una pareja actual en su generalidad no difiere, pero al menos amplía y admite un nuevo espectro de relaciones. Las reglas sociales dictaron el uso de la intimidad, pero no por ello impusieron su inflexibilidad al instinto. Felizmente hoy, parte de esa intimidad inconfesable, es aceptada. Aún así, queda mucha inercia por contrarrestar.

Dos individuos deben decidir libremente sus juegos de cama. Pero el peso de los usos sociales que enlazan matrimonio, fidelidad, sexo, decencia y religión, suelen estar presentes, en todo inicio. Pero como todo juego, cuanto más se practica, más se expresa y se descubre de uno mismo, en ellos. Diez caminos recorridos te enseñaran más de ti mismo, que uno solo, mantenido en la constancia. Quizá hasta te ayude a apreciar, aquella constancia perdida, que no supiste valorar.

El sexo no es poseer, sino entregarse a unos instintos en los que puede aparecer el amor, pero no siempre es un invitado necesario. Son las formas sociales las que agregan valores, gratificaciones, prohibiciones y culpas, que nosotros hacemos propias. Una pareja no es una propiedad, aunque la civilización patriarcal de la que procedemos lo concibió como un contrato, alimentando ese machismo que sigue generando fanatismo, violencia y muerte, hacia las mujeres. No por nada ha aparecido la violencia de género, en una época de cambio sexual y de roles.

El amor y el sexo son caminos individuales que deberían pertenecer a su propietario, y a aquellos que libremente crucen su encuentro. Unos buscarán el placer, otros la seguridad y la compañía de no afrontar en soledad la vida. Habrá algunos que la escapada a la rutina y a la muerte, justifique sus altos y bajos en una vida carente de mayor aventura. Muchos soñarán, como Platón en su banquete, que la magia verdadera, simbolizada en la unión del amor y el sexo, nos develará una parte perdida de nosotros mismos, un otro yo, no importa el género, que nos justifique y complete para el resto de nuestros días.

Todos lo buscamos, pero al parecer, no con los mismos resultados.

La Democracia o la Exclusión de las Minorías

Democracia Excluyente

El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es un slogan demasiado contundente y poderoso como para oír voces disonantes que se opongan a ese disfraz igualitario que el poder se otorga. Otra cosa serán los hechos.

Las supuestas bondades del sistema, que permite la elección directa de los gobernantes, acaban precisamente ahí, porque una vez delegada su representación en manos de otros, su opinión deja de contar. El partido o el presidente electo, desde el momento en el que toma posesión del cargo, no tiene más que una obligación moral. El hecho de incumplir los programas, promesas, compromisos y políticas con las que ha convencido al electorado, no van a acarrearle más consecuencias que las críticas, pues tiene las manos libres para hacer y deshacer a voluntad. Sólo queda esperar al fin de la legislatura y de su mandato, para poder decidir y elegir una nueva incógnita, y esperar así, a que el próximo incumpla menos que el anterior. Pobre bagaje para un sistema que se autoproclama como el mejor y único garante de las libertades y los derechos humanos.

Desde la Revolución Francesa, con la implantación del Sufragio Universal, la división de poderes y las Constituciones que recogían la Declaración de los Derechos Humanos en los diferentes Estados, la sociedad moderna suscribió una especie de contrato. El gobierno, orientado hacia el bien común, reconocía los mismos derechos y deberes a todos sus ciudadanos, sin distingos originados por la pertenencia a una clase social. Se comprometía, de esta forma, a ejercer como promotor y centinela de que los esfuerzos de un país fueran encaminados a crecer y evolucionar como colectivo, bajo el estricto cumplimiento de estos principios. Su directriz, era la del pueblo, que con su voto, iba a elegir y direccionar su propio destino.

Parecía que al fin, la sociedad, había tomado un camino que conducía a una mayor igualdad para todos.

El camino que va de la teoría a la práctica, siempre está plagado de altibajos. La perseverancia y la aplicación fidedigna, termina por demostrar que si la hipótesis es cierta, la teoría se cumple. Pero que si así dejara de ocurrir, la teoría no puede ser más que una idea falsa; y la desigualdad creciente entre ricos y pobres parece refrendarla. Pero como uno no deja de creer en la irrefutable razón de la igualdad humana, el problema debe ser su procedimiento. Y el primer problema sin duda, está en la base.

La Democracia se publicita como el gobierno de la mayoría, lo que se traduce, de hecho, en un desprecio de las minorías, a las que se las excluye de la participación en la toma de decisiones. Creando una fractura social que castiga a una parte del colectivo, con un poder erigido y apoyado sólo en aquellos que comulgan con la idea más extendida. Lo que supone ya, en un estricto sentido, que la Democracia no se apoya en la totalidad del pueblo, sino en una parte.

Pero si analizamos los hechos estadísticos, esa mayoría decisora, también se diluye. Tomando el ejemplo español nos encontramos con que la participación media en las Elecciones Generales desde la Transición ha sido poco más del 73%, con picos del 68% de mínima y casi el 80% de máxima. Es decir, entre una cuarta y una quinta parte del electorado no participa, bien sea por no verse reflejado en ninguna agrupación política, por no creer en el sistema, o por mera desilusión o dejadez. A los que hay que sumar los votos nulos o en blanco, que llegaron a alcanzar en algunas elecciones, hasta los 400.000 votos en cada una de las categorías. Lo que hace bajar aún más ese porcentaje de electores que crean una mayoría. Y si tenemos en cuenta que los partidos ganadores lo hicieron con un 34% de los votos, como menor porcentaje en 1977, y con un 48% en 1982, como mayoría más amplia; podemos concluir, que poco más o poco menos de un tercio de la población, decide por las otras dos partes.

Si miramos la abstención española en las Elecciones al Parlamento Europeo, ésta varía entre el 50% y el 55%, y en el total europeo llegó en las últimas elecciones a casi el 60%, siendo curiosamente las de mayor porcentaje de participación en la historia de la Comunidad Europea. Esta no participación, teniendo en cuenta las últimas cuatro elecciones, representó un 45% en USA o un 54% en Suiza, y en el caso de Colombia llegó hasta un 60%, en la primera vuelta de las presidenciales del año pasado.

Algo debe de estar fallando, e indudablemente mucho se podría hacer para desarrollar nuevas formas de participación directa, que paliaran esa apatía creciente de tantos ciudadanos, que sienten que su voto no significa nada. No sólo ya han pasado suficientes años desde la Ilustración, sino que la tecnología nos acompaña para buscar alternativas que puedan traducir más fielmente la voluntad popular. Si el pueblo es soberano, sabio y maduro para tomar las riendas de su sociedad, no sería lógico, loable y exigible, que los representantes políticos buscaran fórmulas para ir haciendo, de ellos mismos, unos conductores más fidedignos de aquellos a los que representan.

Pero no, no lo han hecho, ni parece ser ésta una de sus preocupaciones. Los políticos se han instituido en clase social, y su actitud se asemeja más a la de un héroe medieval o a la de un señor feudal, que una vez elegido, siente que sabe mejor que nadie, sin necesidad de consultar a su pueblo, lo que es mejor para él. O quizá simplemente sea que, o no cree en aquello de la sabiduría, madurez y soberanía de sus representados, o que su vocación de servidor público sea una mera impostura para alcanzar el poder. Hecho que explicaría porque en su labor ejecutiva, los gobernantes del mundo global favorecen las prerrogativas fiscales y legislativas de las grandes corporaciones y del poder financiero, por encima de los derechos individuales del colectivo, que en principio han jurado proteger y luchar. Permitiendo que el coste de lo más esencial, como la luz, el transporte, la vivienda, la salud o la educación, no sea asumible para un sueldo medio.

Las injusticias del sistema democrático, demuestran que está muy lejos de ser lo que afirma. En contra de su publicidad, se prima a las formaciones mayoritarias, a través del sistema D´Hondt, en países como Grecia, Austria, Polonia, Portugal, Suiza, Argentina, Francia, Israel, Japón, Finlandia, Irlanda o España, con el resultado por ejemplo en éste último país, de que un millón de votos en las generales, se tradujera para IU en sólo 2 diputados y que el PNV con 300.000 votos consiguiera 6, por poner un ejemplo. No es de extrañar que la misma propensión haga que un banco, reciba ayudas de miles de millones, y cientos de miles de ciudadanos individuales, se vean desahuciados por esos mismos bancos.

La Democracia no funciona, no al menos para garantizar los derechos que proclama. Tal vez habría que comenzar a implementar legislaciones y mecanismos, no sólo para controlar la actividad de los servidores públicos, sino para hacer que en sus decisiones se tomara en cuenta, directamente, la opinión de los ciudadanos, y lograr que todas esas minorías que carecen de fuerza participen, porque una sociedad que se apoya solamente en una parte de la población, por más extensa que ésta sea, confirma que no está concebida ni dirigida para todos. Y así, nunca se podrá autonombrar como igualitaria y justa.

Las Vidas Imaginadas y la Conciencia Perdida

La Conciencia Perdida

Nadie elude la tentación de soñarse diferente. Ser el otro, es el papel más arrebatador y entregado al que un niño se enfoca al jugar. Desapegado de todo e imbuido de una fluidez perdida para el adulto, cualquier infante no sólo sueña, sino que siente que es aquello que imagina.

La madurez sin embargo sueña sin creer, y en muchas ocasiones sin buscar el deleite sino el agridulce reproche de lo que hubiera sido su vida si los pasos que tomó, hubieran sido otros. La pesada carga de la realidad debería aliviarse al soñar con una vida diferente. Pero no pocas veces termina siendo una herida, en la que la insatisfacción bebe, para paradójicamente agigantarse. En su adicción soñadora y dolida el ser humano imagina que toma el lugar de aquellos agraciados con el don de la belleza, la salud, el dinero, la juventud o la fama. Y como resultado, entre el resquemor se cuela una duda imposible. Un déjà vu, producto de la intuición y de un sueño que no puede recordar, que le insinúa que su anhelo de ser otro no es tan infundado, porque en realidad él, como cualquier hombre o mujer, es más de lo que aparenta. Y por un instante, presiente que la loca idea, tiene una base olvidada y certera.

Muchas personas han vislumbrado esa loca certeza, pero compartir una clarividencia inenarrable, no pertenece a estos tiempos. Así que para ello, querido lector, tendrás que hacer un pequeño esfuerzo.

Imagina sentirte en una pesadilla, donde de alguna forma tus acciones, son la secuestrada prueba de que aquel que actúa, se ha olvidado completamente de quién eres realmente. Como si, de pronto, tuvieras el sorpresivo don de verte desde fuera, y la nueva perspectiva cerciorara que una neblina nubla tu conocimiento y ha prescindido para su juicio, de tu verdadera naturaleza.

Imagina ahora, que esa y no otra fuera la verdad, y que esa neblina que afecta a tu conciencia no es otra cosa que el mundo material, que divide y separa una parte de ti, a la que has olvidado pertenecer desde el día de tu nacimiento. Imagina que el sueño, inaprensible en su recuerdo, se repite y un día comprendes, y el velo cae. Tu cuerpo, tu vida y el mundo material, no es más que un disfraz al que perteneces momentáneamente y que subyugado por su embrujo has olvidado a tu ser espiritual, ese que está enlazado con la misma divinidad y que comprende que la carnalidad es sólo una ilusión temporal.

Matrix fue una ficción épica que jugaba con esa idea inefable que todos hemos intuido alguna vez, quizá al dejarnos soñar. Tal vez, empujados por la desazón de creer por un momento, que la vida no es tal y cómo debería ser, y que la causa por absurda que parezca, principia en que hemos olvidado algo muy, muy importante de nosotros mismos.

Pero la idea no es nueva. Su objeto, en un tiempo no tan lejano, incluía también una contrapartida de extraordinarias capacidades, pero su hecho no pertenecía al ámbito de la fantasía, sino al del aprendizaje y la religión.

Por más miles de años de los que el cristianismo lleva implantados, el Mundo Antiguo atesoró un conocimiento sagrado que versaba sobre el aspecto espiritual de la existencia, y su significado, sólo se enseñaba a una minoría iniciada. Su origen, en esta parte del mundo, se vinculaba con el Dios egipcio Tot y con su encarnación, Hermes Trismegisto, quien registró en 42 libros la sabiduría y las enseñanzas que los mismos dioses habían entregado a los hombres. El estudio de aquel conocimiento hermético se impartía en las Sociedades Mistéricas, con cultos dedicados a Isis en Egipto, Mitra en Roma o Helios en Grecia.

Su codificación, plasmada en símbolos, mitos, historias y dioses, ha impedido que aunque haya llegado hasta nuestros días la Tabla Isíaca o Bembina, no sepamos qué función ejercía en los rituales de iniciación dedicados a Isis. Los libros herméticos y todo su conocimiento, está perdido. Y si algo sobrevivió en las sociedades de Rosacruces o Masones, sin duda es un saber fragmentado y muy incompleto; como el que ahora les comparto.

En Eleusis, cerca de Atenas, en honor de Demeter y su hija Perséfone, tuvieron lugar los Misterios Eleusinos que por más de 2.000 años fueron los más populares y reconocidos de Grecia. Todo aquel que participara en ellos como iniciado junto a los sacerdotes, debía guardar el más estricto secreto so pena de muerte. Los ritos externos, como la procesión, los sacrificios o la toma del kykeon (una bebida secreta de cebada y menta) en el santuario, llamado Telesterion, no deja presumir el contenido de sus enseñanzas, a no ser por los testimonios que hablan de visiones por las que aprehendían la inenarrable comprensión de la vida, la muerte, la totalidad y el ser. Sus protagonistas incluyen alabanzas de personajes como Cicerón, hecho que desmiente la sombra de superstición y superchería, que el hombre materialista y académico actual les achacaría. Pero es en la alabanza de Píndaro, el poeta griego, donde podremos encontrar alguna clave de su simbolismo: “Bendito es aquel que habiendo visto estos ritos, toma el camino bajo la tierra. Conoce el final de la vida, así como su divino comienzo.”

El mito de Perséfone, hija de Zeus y Demeter, que es raptada por Hades y obligada a vivir en el Inframundo, rescatada por Hermes pero obligada a regresar cada invierno, por tantos meses como granos de Granada había comido en el camino de vuelta, esconde un significado simbólico no solamente referido al curso del sol, la naturaleza, las estaciones y a los ciclos de vida y muerte. Sino también a la condición humana, cuya conciencia es raptada por el mundo material y separada de su mitad espiritual y su verdadera naturaleza. Los misterios menores, abordaban este conocimiento, y al parecer guiaban hacia una experiencia mística en la que el ser humano tomaba conciencia del mundo celeste, en el que el pagano tanto creía, quizá por estas pruebas. En ellas la parte física y material, debía morir para percibir el espíritu. Y a tenor de su continuidad, fama y alabanzas por parte de todos los grandes hombres de la antigüedad que se formaron, no ya sólo en ésta sino en otras sociedades mistéricas, su contenido debió ser relevante y único.

Platón fue criticado por descubrir, veladamente, alguno de sus principios sagrados en sus libros y enseñanzas. Él, como Pitágoras, Solón, Tales de Mileto, Anaxágoras, Plotino, Hipatia, Hesiodo, Píndaro, Plutarco, y un largo etcétera de sabios de la antigüedad, pertenecieron a alguna de las muchas escuelas de los misterios, y por ellas, al parecer, lograron una iluminación y conocimiento, que aún hoy en día es reconocido.

El nexo de unión, compartido por el misticismo de la India, el paganismo helénico, romano o egipcio, el chamanismo Tolteca o Hopi, o la Santería Yoruba, curiosamente apunta a esa verdad compartida en la que el hombre debía silenciar su conciencia ordinaria, para así reconocer su contraparte espiritual desde la que podía, una vez recuperada su unidad olvidada, comprender los grandes misterios de la existencia y el universo.

Quizá esta verdad olvidada por el mundo moderno, explique la insatisfecha obsesión del ser humano por soñarse diferente, y que todas esas vidas imaginadas no sean más que la búsqueda disfrazada y causada por esa intuición inefable de que la vida y nosotros mismos no somos lo que deberíamos ser, y que la insatisfacción viene por esa sombra de olvido que nos separa y divide de una parte esencial de nuestra conciencia. Esa que impide que reconozcamos nuestro verdadero ser.

Navidad, Una Fiesta Pagana

NavidadFiestaPagana

La Navidad se ha transformado en una celebración muy alejada de sus valores primigenios. El consumismo se ha convertido en el gran eje vertebrador en torno al cual las comilonas, los regalos, la obligación, la nostalgia, el cariño, la ilusión de los niños y la necesidad de compartir y revivir los lazos de pertenencia y la sangre, muestran lo que la familia representa en nuestras vidas, o al menos su representación formal.

Algunos echarán en falta una expresión menos mercantilista y más acorde con los principios cristianos, como debería corresponder con la efeméride del nacimiento de aquel profeta que cambió el curso de la historia occidental. Otros se quejarán de que sigamos celebrando las formas vacías de unas creencias que, en la práctica, ya muy pocos profesan en la cotidianeidad de la vida moderna.

Pero sólo unos pocos podrán remontar el olvido y soñarán con poder desentrañar los orígenes de una celebración que existió mucho antes del Jesús histórico y de la que los cristianos, no sólo se apropiaron, sino que premeditadamente borraron sus huellas de la memoria oficial de los hombres.

El mundo antiguo desde Fenicia a la India, pasando por Roma, Grecia, Egipto o Persia, también tuvo a bien celebrar estas fechas. El solsticio de invierno que se produce el 21 de diciembre, cuando el sol termina su descenso anual hacia el sur, deja de moverse y tras tres días retoma su movimiento hacia el norte, justo el 25 de diciembre. Para todos ellos, fue un hecho que marcaba un aspecto sagrado de la divinidad. Aunque con diferente nombre y encarnación, tenía un marcado origen solar, ya que representaba simbólicamente el ciclo eterno de muerte, nacimiento y resurrección. Ejemplificado en la aparente muerte de la naturaleza durante el invierno y su lenta recuperación, plasmada en la explosión primaveral.

No es de extrañar por tanto que muchos dioses: Horus y Osiris en Egipto, Mitra cuyo culto se originó en la India y se extendió a Persia y Roma, Adonis para Frigios y luego Griegos, Dionisio en Grecia o Baco en Roma, o Frey y Thor para el norte de Europa, (por nombrar sólo unos pocos) compartieran el 25 de diciembre como fecha de nacimiento. Incluso muchos otros, por lo que significaban, recibían homenajes en la misma fecha, como Apolo y Hércules, o propiciaban como el Dios Saturno en Roma, el famoso festival de Saturnalia, que del 17 de diciembre hasta el 24, señalaba estas fechas como un periodo de buena voluntad consagrado a visitar a los amigos e intercambiar regalos.

En realidad no fue hasta el año 375, cuando el Papa Julio I declaró la natividad del nacimiento de Cristo en la fecha que conocemos actualmente, sin ninguna prueba, puesto que no había ninguna constatación de ella en los evangelios aceptados, y su elección, por supuesto, no fue casual. Resulta curioso cómo San Agustín dejó escrito que los cristianos no debían adoptar esa celebración porque los emparentaba con los paganos y sus divinidades solares.

Aunque nos han hecho creer que el cristianismo fue una revolución y un punto de ruptura frente a la tradición pagana anterior, los hechos desmienten esa creencia y muestran que en realidad no fue más que una apropiación de las milenarias costumbres sagradas que pueblos diversos, compartían. Por ejemplo, el intercambio de regalos, el acebo, el muérdago, las campanillas, las velas o la decoración de un árbol, derivan de costumbres paganas.

Pero no sólo ahí se encuentran coincidencias. Curiosamente muchos dioses paganos nacieron de una madre virgen, vinieron al mundo en cuevas o cámaras subterráneas, su llegada fue anunciada por una estrella, se sacrificaron por el bien del hombre, fueron conocidos por ser salvadores, sanadores, mediadores y portadores de luz, descendieron a los infiernos y resucitaron al tercer día de entre los muertos para convertirse en guías de la humanidad y representantes del reino celestial, fundaron comuniones e iglesias en las que todo seguidor era recibido por medio del bautismo, tuvieron doce discípulos (representación simbólica de los doce signos del zodíaco) o ascendieron a los cielos a la vista de todos como en el caso de Krishna. Osiris fue descrito como un hombre tranquilo, con pelo largo y barba, y murió también en las mismas fechas en las que lo hizo Jesús. Mitra era representado como un cordero, celebró una última cena con sus doce discípulos y en su conmemoración, sus seguidores tomaban parte en una comida sacramental con pan marcado por una cruz.

El halo con el que se representaba a Jesús y a los Santos, es un símbolo solar, que empezó a utilizarse a partir del siglo II y que muy anteriormente se encuentra en las representaciones de los dioses egipcios, en la de los dioses griegos, en Krishna y en Buda. La Cruz aparece también en Egipto, como símbolo de vida e inmortalidad, en la Irlanda céltica, en China, en América como representación de los dioses Tlaloc y Quetzalcoalt, en el dios Apolo en Grecia, en el Dios Anu de Sumeria, en Escandinavia la cruz Tau aparece como símbolo del martillo de Thor… y así un largo etcétera.

Los indicios están diseminados en los restos culturales que nos han llegado de todas aquellas civilizaciones y sus dioses. Pero es quizá más reveladora la pertinaz labor de la Iglesia por borrar y exterminar los diferentes cultos paganos, sus seguidores y sus escritos, desde el año 314 tras la legalización del Cristianismo y su adopción, diez años más tarde por parte del emperador Constantino, como única religión oficial. La destrucción de los templos, la matanza de los seguidores paganos y la quema de bibliotecas que contenían aquel antiguo conocimiento no cejó en los siglos posteriores. Si quieren investigar, comprobarán que la Inquisición fue una plasmación de la tendencia de aniquilación del enemigo que ya practicó el cristianismo entre los siglos IV al IX.

El Paganismo se salvaguardaba y practicaba en sociedades Mistéricas, en las que los iniciados pasaban por una serie de pruebas para poder integrarse en ellas y así conocer los grandes conocimientos que sobre la Divinidad, las ciencias y la sabiduría trascendental, sus maestros poseían. Los grandes hombres de la antigüedad, como Platón, acudían a estas escuelas y en su pertenencia accedían a un saber que se decía que era un regalo de los dioses, y sobre el que se comprometían a no compartir con los no iniciados. Isis, Serapis, Anubis, Mitra, Atis, Cibeles, Isis, Osiris… y muchos otros dioses parecían ser el centro de sus cultos. Los misterios Eleusinos, Órficos, Samotracios, Pitagóricos o Báquicos, son algunos de los más extendidos, pero había muchos más.

Toda aquella tradición y sabiduría se perdió con la irrupción y la implantación del Cristianismo. Nos quedó su simbolismo, transmutado y adaptado a la nueva religión, pero sin el trasfondo de valores y conocimientos que suponía. Paradójico que ahora ocurra lo mismo con el Cristianismo, exhibimos su simbolismo, pero hemos olvidado llenarlo de su ética, no sólo en las festividades, sino en la regulación de una vida cotidiana, más preocupada del dinero, que de un mensaje vital mucho más antiguo de lo que creíamos.

De Hambre y de Chefs

Chef

Allá por el 2012 yo vivía en Madrid, en pleno centro de la ciudad, junto a la Puerta del Sol, y mi paso por la calle del Correo, donde se encuentra la entrada al edificio de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, era un trayecto cotidiano y casi diario. En sus plazas de aparcamiento siempre había coches oficiales, y ocasionalmente el ajetreo y la presencia de fuerzas de seguridad adicionales, indicaba que estaba teniendo lugar algún acto institucional en su interior.

La cotidianeidad hace que uno deje de fijarse, pero una noche, sería en los primeros meses del año, me llamó la atención el número de vehículos y la cantidad de escoltas y agentes que merodeaban la entrada. Sin duda alguna, había algún evento que reunía a los diputados regionales de la Asamblea de Madrid, y dos furgonetas negras, estacionadas en plena acera, captaron mi atención. No pude resistir la curiosidad y me acerqué para ver sus logotipos, eran de una empresa de Catering llamada “El Bulli”. No me sorprendió, pero sí me indignó. La crisis española estaba, y sigue, en pleno apogeo, y el hecho me pareció clarificador y muy revelador de la actitud de los políticos y sus privilegios, respecto al resto de los ciudadanos.

Pocos meses después yo abandonaba el país, y a mi vuelta me asombraba comprobar cómo en cuestión de año y medio, los programas de cocina, con nuevos formatos, se habían convertido en una nueva tendencia de los canales de televisión. El hecho me hizo, y aún me da qué pensar.

Es curioso cómo, hasta en las modas pasajeras, se pueden discernir las incoherencias que nos cimentan y afirman como sociedad embobada. Su casual propagación, si es que el hecho existente pudiera tener dicha calificación, no deja de reflejar aquello que somos. Aunque no sea la evidencia, sino su trasfondo, lo reseñable e irónico.

El fenómeno no parece nuevo. Karlos Arguiñano, como precursor de un formato copiado hasta la saciedad en los diferentes canales nacionales y autonómicos, lleva décadas compartiendo recetas y guisos, y mostrando la destreza de su oficio. Su mérito y su bien ganada fama, la reconozco. Pero él no es el objeto, sino el ejemplo que ilustra la llegada de los otros. La razón parecería simple y obvia, el público quiere aprender a cocinar, o al menos cuando lo intenta, busca quien le explique cómo. ¿Pero es ese el motivo…?

La moda televisiva de los programas de cocina, expresada por los diferentes concursos y formatos, ha convertido en celebridades de primer orden a los Chefs, concediéndoles el mismo nivel que a presentadores, cantantes, escritores, actores o políticos. Al menos en lo que a cuota de pantalla se refiere, y en su ganada condición de invitados estrellas en los más diversos programas de entretenimiento. Y ésta sí es una novedad, así como que el centro de la trama ya no sea el proceso culinario, sino la forma de convertirse en Chef; es decir el camino para llegar a convertirse en otra clase de famoso.

La tendencia aparece justo en una época en la que, después de muchas décadas, gran parte de la población española está pasando realmente necesidad, y eso principia en lo más básico, es decir en la comida. La coincidencia en el tiempo debería resultarnos, si quiera, paradójica.

El trabajo de un Chef es muy duro, conlleva más de ocho horas al día, prácticamente todos los días de la semana, y se recrudece en fines de semana, festivos y fiestas de todo tipo. Lo sé porque conozco desde hace más de una década a uno, un amigo vasco y residente en México DF desde hace mucho más tiempo. Pero también he visto cómo, a la par que mejoraba la categoría del Restaurante en el que trabajaba, crecía su notoriedad y llegaba a ser famoso en México, con programa de televisión y libro publicado, su accesibilidad y su predisposición para echar una mano, se han transformado, si acaso, en un escueto: “lo siento, no tengo tiempo”. Rodeado siempre de compromisos, actos, presentaciones del más alto standing, y cómo no, amistades tan adineradas como su clientela, y acordes con su nueva situación social.

Mi discurso no va encaminado a minusvalorar su oficio, quitar méritos o poner en duda su derecho a la fama, sino a señalar que su oficio no está dirigido al ciudadano medio, sino a la élite. Porque pocos están dispuestos a pagar el coste de varios menús populares, por un solo plato con presentación exquisita y una porción más que escasa, por mucha nueva cocina y arte que represente. Más que nada porque pocos se lo pueden permitir, no a menos que sea por la circunstancia de un caso aislado y ante una celebración esporádica.

Ahí radica la paradoja. Un producto de lujo, encumbrado por una sociedad que aumenta sus desigualdades y que asiste impasible al espectáculo mientras una gran parte de la población pasa penalidades y sobrevive a duras penas, y lo más grave, sin otear en la lejanía una perspectiva de cambio futuro. Pero eso sí, deleitada por esa nueva aspiración de acceder algún día al elitista arte de la alta gastronomía. Quizá hasta con la cotidianeidad que la asistencia a un cóctel, debe representar para un político.

No sólo los hechos, sino las contradicciones nos definen, quizá con una verdad menos evidente, pero más penetrante, si lo que buscamos es comprender los acontecimientos. La nueva fascinación gastronómica denota la preponderancia de lo accesorio, que nuestra civilización sabe colorear con tantos matices. Como si fuera más importante el lujo que la necesidad, a la que se oculta cambiando el orden natural de prioridades, otorgando una pública relevancia a lo opuesto de aquello que debería recibirla. Costumbre detrás de la cual se oculta la paradoja de un mundo donde se pasa hambre, existiendo recursos para que no ocurriera, o que miles de personas sean desalojadas de su casa, por quedarse sin trabajo y sin ingresos, cuando existen cientos de miles de casas desocupadas en España.

Hay quien dirá que son los medios de comunicación quienes dirigen la atención del público, primando unos intereses que no son los generales. Pero no debemos olvidar que la última palabra siempre es nuestra. Las modas no surgen sin seguidores y algo debemos ver reflejado de nosotros en sus anzuelos, para dejarnos llevar por ellos.

No es malo que nos interesemos por la gastronomía, y las razones serán diversificadas, desde el puro amor a cocinar, hasta el egoísmo, las ínfulas de grandeza, el arribismo o el placer de degustar una buena comida, pero lo preocupante es que lo accesorio nos hace olvidarnos de las cuestiones que deberían ser prioritarias.

En estas fechas navideñas tan centradas en la celebración en torno a la comida, pensemos en aquellas familias cuyo día a día está orientado a la supervivencia, y que en muchas ocasiones se enfrentan al vacío de un plato sin comida. Quizá eso nos sirva para empezar a valorar lo importante y no dejarnos embaucar por preocupaciones que no deberían entretenernos. No al menos cuando hay otras mucho más acuciantes. Porque una sociedad sólo evoluciona y cambia, si la mayoría comprende las prioridades y en ellas se implica.

La Mediocre Medianía

Mediocridad

Nos enseñaron a creer que nuestra cultura recompensaba el esfuerzo, casi como una fórmula matemática. Consecuentemente, todo aquel que llegaba a una posición de poder la conseguía por estar preparado, y ser el más listo, el más capaz. Pero cuando generaciones enteras de universitarios se topan con la imposibilidad de demostrar su valía, abocados al paro, a emigrar, o a trabajos mal remunerados. El hecho de que estén, en muchos casos, mejor preparados que aquellos que detentan el poder, debería hacernos comprender que la línea que demarca el éxito, no atiende a ideales, sino a intereses. Es entonces, cuando la gran mediocridad de la Sociedad actual, se esclarece sin dobleces.

La Democracia, tal y como la concebimos actualmente, tienes sus bondades, pero también sus defectos. La opinión de una mayoría extensa y heterodoxa, no representa a todos sus interlocutores, sino que impone aquella cuyo resultado se derive de los gustos, pareceres y creencias, más compartidos. En semejantes circunstancias, la mediocridad se hace rey, y reina, porque lo excepcional y único, suele ser deplorado.

Las múltiples caras que conforman la esquizofrenia pensante de un país, están representadas por sus famosos. Y en sus figuras podríamos ejercitar la deducción de lo que somos. Su símbolo muestra lo que la sociedad afirma y pretende ser, aunque su ejemplo y conducta expresen también a su pesar, lo mucho que se intenta negar.

La terrenidad de los héroes actuales no refleja ya el premio a un ejemplo vital, sino y sobre todo, la envidia de una vida de lujo a la que sólo puede aspirar un selecto club dentro del común de los mortales. Su valor es el triunfo y el éxito, más allá de la aportación real y social de sus méritos, al bien común. Y lo más descorazonador, es que su razón también explica, en qué nos hemos convertido el resto.

Los héroes de una sociedad, suponiendo que sus méritos sean el mejor reflejo de nuestras virtudes, deberían tener el don de ayudarnos a descifrar nuestros errores. En nuestras manos queda desenmascarar también, los indicios que denuncian nuestra vanidad, los prejuicios, el partidismo, y la razón de que tengamos y seamos enemigos entre semejantes

Las figuras públicas, aunque representen a la civilización en la que surgen, carecen de la riqueza plural de la población que los sustenta. En sus olvidos, huecos de contraparte que los represente, refulgen los perdedores. Todos aquellos que no llegaron a cruzar ese límite impreciso que determina la preponderancia, a la hora de participar en el juego social. Aquí subyace la dramática paradoja, ¿qué sería del mundo si todos esos excluidos llegaran a tener la oportunidad de testar su valía…?

Los padrinos y los buenos contactos desvirtúan la capacidad y excluyen a todos aquellos que no sean parte de su círculo. Gracias a su criba, sufrimos a tanto mediocre y sus medidas al mando de un banco, un gobierno, un ministerio, un periódico o una película. Tener, pesa más que ser. Así ha sido siempre, y es bueno recordarlo.

Porque entre los millones de fracasados, no sólo existió la medianía. Mucha brillantez debió perderse en los incontables vericuetos del pasado, y sin duda mucha se sigue desperdiciando hoy en día. La genialidad puede ser una amenaza, sobre todo para una sociedad, donde la regla de mesura está forjada por los contactos y la mediocridad. Ser más listo que tu jefe, siempre fue una rémora maldita para ascender en cualquier profesión. Y la sociedad contemporánea, ejemplifica como pocas la prejuiciosa perversión de esos círculos sociales de poder, tan cerrados, que más que ganarse con aptitudes, se heredan.

Siempre me he preguntado cuántos Einstein, Shakespeare, Miguel Ángel o Mandela, se habrán perdido en el camino. Y no sólo ellos, sino todos aquellos perdedores cuyos nombres no hubieran llegado a nuestros días, pero que vieron truncada su vida, sin que la sociedad les diera la oportunidad de demostrar su mérito. Aunque este fuera humilde y poco relevante.

Por tantos como aparecen y se visten de oropel, tantos otros serán dados de lado.

El acontecimiento no es nuevo. Pero quizá sí lo sea su conciencia, en tiempo presente y constatado por gran parte de la Opinión Pública. Una sociedad que desaprovecha a su juventud preparada, sólo puede estar comandada por mediocres. Más deudores de favores y de amistades interesadas, que dedicados a encarnar el papel que la mayoría les ha entregado.

Claro que algo de culpa debemos de tener todos, y no sólo por el voto. Muchas otras personalidades públicas están ahí por nosotros. Ya sean cantantes, actores o deportistas. Su recompensado prestigio es exageradamente desproporcionado en relación a sus aportes efectivos a la sociedad. Y la adoración desmedida de la sociedad hacia ellos, muestra nuestra propia mediocridad. Porque todo lo que ocurre, sucede porque la masa social lo ha permitido. Las raíces de la gran desigualdad que vivimos quizá se expliquen por nuestra soñada codicia. Por ello sólo comprendemos la injusticia del sistema cuando constatamos nuestra imposibilidad de pertenecer a alguno de los grupos de poder.

No adoramos a quienes nos dicen lo que no queremos escuchar, sino a aquellos que nos adulan el oído. Nuestra estrechez de miras no se detiene a pensar en la injusticia que supone que un famoso gane cien veces más que un trabajador medio, mientras aún tenemos la esperanza de pertenecer a ese Olimpo. Y sólo en época de crisis prestamos atención a aquellos que señalan los errores, una vez que el sistema nos excluye.

La mediocridad aposentada, que socialmente permitimos, tiene la oportunidad inmejorable de ser desechada con los cambios que reclama la crisis de valores, social y económica que vivimos. En tiempos revueltos, aquellos que hasta ahora no fueron más que perdedores, pueden tener respuestas válidas con las que encontrar la salida. Al menos su experiencia vital comprende la situación, porque ha sido la propia y la única que, hasta ahora, ha vivido.

No podemos pretender dar el salto a la excelencia, porque de millones de personas la media resultante no será nunca una nota alta. Pero sí debemos aprovechar la coyuntura para dar oportunidades a esa porción importante de la población que hasta ahora no ha podido participar activamente en el juego social. Entre ellos puede que aparezcan figuras relevantes, genios hasta ahora descartados, líderes que atiendan a las necesidades reales y personas que estén más preocupadas de crear ejemplos vitales que transformen la sociedad, que de dejarse adular por el triunfo.

La mediocridad, no me cabe duda, seguirá triunfando; la mayoría siempre lo hace. Pero tal vez con los cambios se puedan abrir canales que signifiquen una participación más directa de todos los sectores sociales. Se desperdicia y se deja a un lado a una gran masa social, e incorporarla, sin duda enriquecerá nuestra civilización. Porque la democracia, si sólo es el mandato de la mayoría, no deja de corroborar que lo que le gusta es imponer su dictadura a los grupos heterogéneos que pueblan las minorías. Sumar siempre es mejor que imponer. Tal vez ese sea el camino. Converger y agruparse en torno a los intereses comunes, para de alguna forma burlar la tendencia que el Sistema nos impone, de tender siempre hacia la mediocre medianía.

EL PACTO ANTI-PODEMOS

Pacto Anti-Podemos

Leía el otro día un artículo, a interpelación de un autonombrado analista político de twitter, de esos que te nombran para que los leas, pero que no tienen a bien ni responder tus comentarios, ni leer tus artículos; como yo hice, debo reconocer que por mera cortesía. Y descubría cómo la mediocridad que puebla desde hace tiempo los medios de comunicación, se reproduce en muchos de los nuevos medios alternativos que nacen en la red. De cuyo nombre y medio, no he de acordarme.

La profundidad de su alargado texto, tenía la debilidad de poder resumirse en una frase: “Es injusto que a Podemos le exijan un Programa Electoral que las formaciones políticas tradicionales, a día de hoy tampoco tienen.”

Nada más aportaba, a no ser que fuera la inequívoca ínfula de dárselas de comprometido y profundo, por esa crítica al sistema, engordada en párrafos carentes de análisis, vaciada de datos relevantes y huérfana de la más mínima reflexión, hecho que le hubiera supuesto arriesgar esa supuesta pretensión de ser un gran analista político. Condición que al parecer tiene ganada por publicar en un medio con muchos más lectores, que un humilde blog.

La guerra abiertamente declarada contra Podemos, era su excusa para ganar atención, lectores y renombre, pero su tímida vaciedad y escrupulosa corrección política, demostraba que no era su causa.

El carro de la indignación que ha cristalizado en Podemos va a movilizar no sólo a sus futuros votantes, sino a muchas distintas voluntades con intereses bien diferentes y contrapuestos. Más de los que se imaginan buscarán su propio beneficio, agarrados a esa corriente, a la que no se puede decir que sean afectos. Pero son los que han empezado a manifestarse y evidencian enemistad, los que deberían preocupar por ahora, no sólo a los simpatizantes de Podemos, sino a todos aquellos ciudadanos que de corazón, esperan una verdadera regeneración de la vida política, económica y social.

La poderosa maquinaria del Sistema: Partidos Políticos tradicionales, Medios de Comunicación y el Poder Financiero, lleva tiempo enviando mensajes para desacreditarlos: ProEtarras, Amigos de Dictaduras, Sin Programa Electoral, Propuestas inviables económicamente, la beca de Errejón, las supuestas irregularidades en adjudicaciones de Tania Sánchez (compañera sentimental de Pablo Iglesias, TVE dixit) y las campañas que están por llegar. No son más que prospecciones sin plan articulado. Una suerte de globos sondas a la espera de encontrar un mensaje que merme y afecte electoralmente a la formación, para luego crear una estrategia acordada y consensuada por los agentes del sistema, para mantener su Statu Quo.

El optimismo nos hará inferir, con razón, que los ataques demuestran que por primera vez, desde la Transición, el poder establecido teme perder esa omnipresencia plenipotenciaria, por la que se privatizaron las grandes empresas públicas: Repsol, Argentaria, Gas Natural, Telefónica, Endesa, Tabacalera, Aldeasa, Gas Natural, Iberia o Seat entre muchas otras, que se puedan regalar 3.000 millones a las compañías eléctricas durante el gobierno de Zapatero, sin que ocurra un escándalo, compensar a Castor con 1.350 millones por unas prospecciones infructuosas, o inyectar 108.000 millones de rescate a la Banca, que todos pagaremos y que nunca serán devueltos, anteponiendo los intereses financieros a los derechos a una vivienda digna de los españoles que recoge la Constitución, y seguir permitiendo los desahucios. Sin nombrar el goteo continuo de corruptelas y prevaricaciones, con causas interminables y con culpables que, si entran a la cárcel como en el caso de Jaume Matas, rápidamente son perceptores de un tercer grado penitenciario en contra de la opinión de las instituciones penitenciarias y otorgado por un gobierno que dice luchar contra la corrupción, y que ya parece probado que se financió ilegalmente.

La denuncia en un artículo de opinión que se detiene en una menudencia innegable, sólo se explica por la falta de atrevimiento y valentía en señalar la evidencia, esa que los medios de comunicación también callan. El todopoderoso aparato del Sistema va a luchar con todas sus fuerzas y artimañas para evitar que un grupo ajeno al poder y reflejo de una población mayoritaria y desencantada, llegue a ocupar el poder político. Sus engranajes de dominio no pueden permitir que se inserte en ellas una pieza ajena y contraria a sus fines, tan alejados del bien común y tan fieles transmisores de los poderes financieros.

La guerra contra Podemos sólo acaba de empezar. Y aunque parezca que la política tradicional esté falta de respuestas y que sólo ahora empiezan a calibrar la amenaza que se cierne sobre ellos, su aparente ineptitud y mediocridad para cambiar la tendencia de las encuestas, no sólo muestra lo que son; sino la soberbia que los erige. No sólo por ellos, sino por aquellos que fuera de plano, los apoyan y mantienen. En cierta forma saben, que los otros no permitirán que el modelo cambie, de ahí surge y crece su impunidad. El mundo es global, y bajo esa globalidad se ocultan los hilos del poder económico, representados entre otros por el FMI, el Banco Mundial y las corporaciones financieras, y la apariencia de que los políticos tradicionales parecen más estar a su servicio que hacia sus votantes, se pondrá a prueba en las próximas elecciones.

Espero equivocarme, pero yo soy pesimista. Piensa mal y acertarás, dice el dicho. Aún queda un año hasta que se celebren las próximas Elecciones Generales, y me atrevo a vaticinar que las campañas mediáticas contra la nueva formación aparecidas hasta ahora van a ser un mero juego de niños, comparadas con las que vendrán.

Podemos no creo que pueda ser una solución mágica que solucione todos los males que nos aquejan. Pero si llegaran al poder, su frescura cambiaría un panorama caduco y necesitado de esperanza. Cometerían errores y su afrenta al Sistema Establecido, podría tener consecuencias inesperadas, pero económica y socialmente buscarían un modelo más justo. Encaminado a disminuir el abismo que las élites financieras están estableciendo y que quieren implantar a cualquier precio. Creo que vale la pena el intento. Claro que no creo que les dejen llegar.

La II República Española ya lo intentó, y los poderes fácticos organizaron una guerra civil, cuyas consecuencias todos conocemos. Los grupos de poder se mantuvieron durante la Dictadura Franquista, y la Democracia subsiguiente comenzó sobre la base de ese poder económico y social establecido. Cambian las caras y las formas, pero no el trasfondo. Lo más probable es que Podemos, aunque ganara, no llegue a la mayoría necesaria. Entonces asistiremos a un pacto “Nacional” entre PP y PSOE, que justificarán con un viejo slogan: “Salvar a España”.

Sólo una mayoría suficiente podrá evitarlo. ¿Pero y si se alcanza… permitirán el cambio? Se supone que deberán aceptarlo, pero su talente y herencia, atada a tantos intereses lo descarta. Esperemos que el gran pacto Anti-Podemos que se avecina, acepte las reglas del juego democrático que afirman jugar, si pierden. Sino el futuro mostrará que España no ha cambiado tanto, para mal de todos, o al menos de esa gran parte de la población que sufre los recortes, y los seguirá sufriendo.

La Civilizada Pasión por el Asesinato: La Novela Negra

Novela Negra
Novela Negra

La civilización occidental vive fascinada por toda historia que se desencadene o se hilvane alrededor del asesinato. El morbo y el chisme son condimentos irresistibles para todos aquellos habitantes de la aburrida cotidianeidad, pero es quizá la frontera del pecado y la encarnación del mal, que el hecho simboliza, la que decanta la unanimidad de todas las miradas. Llámese consternación, llámese justicia, llámese drama o llámese intriga por desentrañar las circunstancias, el proceso y los motivos que llevan a un semejante a cruzar esa línea sin retorno, sin restitución y sin castigo equiparable, a no ser que se quiera caer en el mismo pecado. Sólo el Hacedor puede sancionar con propiedad a aquel que emula una de las facetas de su providencia.

Y sin embargo no es sólo morbo y horror todo lo que reluce. Engarzado al gusanillo curioso del misterio, se descifra parte de la naturaleza humana. Esa que sueña para sí un destino menos mundano, más heroico y lleno de un sentido útil y trascendente de la propia existencia. Para que el fin y el postre social le reconozca una valor del que en la mayoría de su deambular, el ser humano siente carecer. Porque no es el asesino quien más nos hechiza, sino aquel que lucha por desenmascararlo y que embarcado en una suerte de viaje iniciático, no duda en poner en riesgo su vida con tal de hacer prevalecer la justicia.

Su simbolismo cargado de reflejos y de identificaciones, explica la notoriedad de la Novela Negra desde el siglo pasado con Dashiell Hammett, Raymond Chadler, Chester Himes, Patricia Highsmith, James M. Cain, James Hadley Chase, Paul Auster, Vázquez Montalbán o Boris Vian, como algunos de los muchos y grandes escritores que definieron el género e indagaron en sus posibilidades narrativas. El género negro aumentó su alcance en la gran pantalla y creó el modelo en el que tantas series televisivas y películas de ciencia ficción se nutrieron en el pasado y siguen haciéndolo aún en el presente. Incluso me atrevería a afirmar que el auge del género épico y fantástico, tanto literario como cinematográfico, que se vive en la actualidad, le debe su popularidad a la lírica detectivesca que tantas veces fue denigrada como literatura B, no tanto quizá por las formas, sino por el subtexto identificativo y liberador de una realidad demasiado gris.

Una de las claves de la Novela Negra es que sus protagonistas no atienden al prototipo del héroe clásico, que inmaculado en sus acciones y firme creyente de su destino, siempre recibe la recompensa del encumbramiento social. El detective, ya sea por profesión o circunstancia, suele estar personificado por un mero superviviente, más cercano a la figura del fracasado o el derrotado social, cuyo cinismo, escepticismo y amargura lúcida sabe diseccionar la doble moral, la corrupción y la desigualdad de una sociedad, que en muchos casos no es la mano ejecutora, pero si la culpable de los asesinatos a los que el investigador se ve impelido, más allá del dinero e incluso a veces del amor, a resolver y denunciar. A veces siendo incluso partícipe del mal, siguiendo una pasión y una coherencia que ya no puede abandonar.

La simpatía primera, y la identificación consecuente, son los primeros pasos que enganchan al lector, porque el deambular de la existencia nos iguala en su sinsabor, que tantas veces hemos sufrido en soledad, sumando esquirlas y desencantos a ese descubrir perpetuo de que la vida no es tal y como creímos y nos dijeron que era.

Pero es su determinación y fuerza lo que más nos deleita y envidiamos. Porque aunque está inmerso en esa bruma aturdidora del vivir, encuentra un sentido y un destino al que apegarse y por el que luchar. Deslindando con precisión quirúrgica los desdibujados bandos entre el bien y el mal, y hallándose gustoso en un camino del que no hay vuelta atrás, para adquirir una fuerza moral, que por el mero hecho de andarlo le otorga unidad, fin y sentido a su vida. Sorprendido a veces, de que su aparente y pragmático egoísmo, ceda el paso y sea capaz de sacrificar su seguridad, su dinero, su vida y hasta un amor interesado y arrebatador, en aras de una ética sin dobleces. El premio no importa, porque el hecho no lo aleja del fracaso, aunque éste sea un amor verdadero o el pago de unos buenos honorarios. La verdadera recompensa es la certidumbre de que la aventura ha sido una especie de prueba iniciática, guiada por su cabezonería en demostrarse que simplemente ha hecho lo que debía hacerse.

La intriga es más la excusa y el medio que la esencia. Porque la magia que en realidad nos atrapa, aunque no seamos conscientes de ella, es el feliz hallazgo para los personajes de la aventura y de un sentido a sus vidas, asumido sin reproches, aunque éste sea muchas veces trágico. Nuestros sueños se engarzan y nuestra identificación suspira por tener semejante suerte, no quizá en los mismos términos, pero sí en la fuerza y la voluntad que los guía y de la que tanto carecemos. La vida mundana escasea en su complejidad de la aventura, la intensidad y la inercia de saberse en un trayecto escrito por y para nosotros. Las más de las veces dudamos de la senda elegida, y la continua marea de tiempo vacío y sin propósito, nos paraliza y hace de nosotros presa fácil de una monotonía que nos asfixia y que ningunea nuestra fe en lo más esencial, nosotros mismos.

La literatura siempre habla del hombre, no importa el contexto, el disfraz o la fantasía con la que se arrope la historia, porque no se puede hablar de lo que no se es y se desconoce. Phillipe Marlowe, Sherlock Holmes, Hercules Poirot o Pepe Carvalho no son más que hijos de su época, pero no debemos olvidar que no representan más que variantes, para la literatura occidental, del símbolo que inauguró Homero con su Ulises. La vida como viaje y la lucha del hombre frente a las dificultades para encontrar su hogar, sobre el que sueña y del que ya olvidó su camino de regreso. Pero que una vez hallado, no tarda en reconocerlo, aunque no ocurra lo mismo con él, y deba una vez más mostrar que es digno de ocupar el lugar que reclama.

Esa es la gran cuestión que también nos puede enseñar la literatura, en lugar de rendirse y dejarse llevar por las azarosas triquiñuelas del destino, no cejar en la lucha y seguir buscando. Tal vez el puro camino sea la clave y no sólo soñar de una manera placentera, pero pasiva. No sólo por la aventura de vivir plenamente, sino por desenterrar el inenarrable placer de encontrar nuestro lugar en el mundo; o en su defecto morir en el intento.

El Pasado de un País, también vuelve

El Pasado de las Naciones

La historia de una sociedad es como la experiencia vital de un hombre, lo que fuiste, denota lo que eres. El pasado no predetermina inexorablemente tu futuro, pero sí marca tu presente, restringiendo con la inercia adquirida, las opciones que contemplas y que una vez elegidas expresan aquello en lo que te conviertes. No es imposible un cambio de rumbo inesperado, pero la rara excepción no invalida la norma, menos aún si quien determina el camino es un grupo tan diverso y heterogéneo como una sociedad.

El poder establecido siempre habla bien de sí mismo, proyectando una imagen que más allá de la realidad, expresa el proyecto sobre el que erige sus justificaciones. Haciendo que sea fácil tildar de anécdota y disfunción ocasional, aquello que desentona claramente con el mensaje que los voceros públicos vienen intencionadamente propagando, para aislar los hechos y poder así camuflar y alimentar sus excusas. El poder siempre ha premeditado su uso, sabiendo que en sociedad solo unos pocos se detienen a desgranar los mensajes, y que la mayoría por norma, los acepta tal y como vienen. El pensamiento crítico estructurado siempre ha sido minoritario, procede de una adecuada formación intelectual y de la estimulación del pensamiento propio, algo que nuestro sistema educativo nunca ha buscado. Memorizar y repetir parece ser lo más adecuado que han ideado para nosotros. Su resultado consigue que la mayoría tienda a apoyar la versión oficial, no importa cuán lejos se encuentren las conclusiones de los hechos reales sobre los que se basa.

Analizar un país o una sociedad, no sólo por lo que afirma ser y por las calificaciones que le otorgan los medios de comunicación, sino por los hechos reales de sus actuaciones, a veces no es suficiente. La cercanía y la multitud de acontecimientos, impiden que podamos interrelacionar los hechos y les podamos encontrar un origen justificado. Esa lógica falta de perspectiva, pasmosamente, a veces se subsana si echamos un vistazo a su pasado. Estamos acostumbrados a hacerlo con las personas, y quizá nos asombren las clarificadoras respuestas que hallaremos al aplicarlo a los grupos sociales.

Seguramente han oído alguna vez cómo, muchos de los abusadores sexuales y los maltratadores de mujeres, han sufrido esos mismos abusos o maltratos en su infancia, incluso dentro del núcleo familiar. La lógica nos haría creer que precisamente por ello, éstos deberían ser los primeros en luchar contra esa injusticia sufrida; algunos lo hacen, pero la paradoja de la psique humana es que una gran parte no puede impedir dejarse llevar y repetir aquello que de alguna forma, “aprendieron”. El Estado de Israel cumple el patrón, con un horror que se ha hecho patente demasiadas veces en la cercana actualidad.

El exterminio de millones de judíos sufrido, durante la II Guerra Mundial por parte de la Alemania Nazi, fue el germen para que una comunidad internacional, con sentimiento de culpa, pusiera las bases para la creación del Estado de Israel en mayo de 1948. Desde entonces la inestabilidad en la zona se ha traducido en una guerra intermitente, cuyo último conflicto del 8 de julio al 26 de agosto de este año, tras el secuestro y asesinato de 3 judíos llevó al ejército de Israel a lanzar la Operación Margen Protector, con el resultado de más de 2.100 muertos en la franja de Gaza y más de 11.000 heridos, y 71 muertos y 1.500 heridos en el bando judío.

Pero más allá de los fatídicos números, quedó la imagen, repetida desde la Intifada, de una lucha desigual. El bombardeo continuado de una población civil, sin más ejercito que unos “misiles caseros de terroristas” frente a uno de los ejércitos más modernos y sofisticados del planeta, con el agravante de estar atrapados en una franja de terreno sin salida. Simboliza el abuso de un Israel que desde su creación ha ido ampliando su territorio, en cada guerra y con sus asentamientos constantes, a costa de un pueblo palestino al que trata y confina, con una similitud que en imágenes, desproporción y desprecio racista, en demasía recuerda a los nazis. Sólo hace falta echar una ojeada a los mapas históricos que muestran esa merma de la Palestina creada, a la par que el crecimiento de Israel, desde 1948 a la actualidad. El abusado replica al abusador y convierte aquel dolor en un modelo de actuación. La maraña de un conflicto sin visos de solución, parece comprenderse mejor tomando ese punto de vista, que sólo utilizamos para juzgar a las personas.

Estados Unidos es el ejemplo más claro y reconocible. Para muchos el paradigma de sociedad a la que todo país debería aspirar a parecerse. Su modelo de economía, de democracia y de libertad, ha liderado a la comunidad internacional desde la II Guerra Mundial. Pero su talante imperialista con una lista de intervenciones militares ajetreada, ya sea directa o indirectamente: Cuba, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Chile, Corea, Vietnam, Kuwait, Irán, Irak, Afganistán… Muestran la verdadera cara de un país que se fundó y creó, bajo el idealizado genocidio de los nativos americanos, a los que se les arrebató tierras, cultura y se exterminó en su práctica totalidad. No ha de extrañar por tanto que esa imagen del sheriff y del lejano oeste, exprese con mayor honestidad y apego a la realidad, la actitud de un país que abandera la libertad y la democracia, pero que no es otra cosa que la defensa y búsqueda de sus intereses por encima de quien se le oponga. Curiosamente compartiendo con Israel, la convicción de que Dios está con ellos y por su conducto ejerce la voluntad divina.

España también tuvo un pasado similar. Pero no es el lejano, sino el más reciente el que puede explicar la crisis política, institucional y económica que se vive. La Transición nos hizo creer que de un plumazo se superaron las mañas de 40 años de dictadura, pero el poder económico nunca cambió de manos. Sólo se cambiaron las reglas de un juego y se permitió que una nueva generación entrara en él (como explicaba en otro artículo sobre la Transición, en esta misma sección). Y los hechos actuales parecen demostrar que la cultura elitista, de privilegios, amiguismo y protección mutua, que el bipartidismo democrático escenifica como si el Estado y lo Público fueran ellos, y no los ciudadanos que los eligen y sobre los que han cargado los costes de sus desmanes y mal gobierno, no difiriera tanto sino que probara su herencia directa de la dictadura; en la que curiosamente la mayoría de políticos de la Democracia, nacieron y crecieron. Tal vez, como dijo Pérez Reverte a Jordi Évole, continuando la tradición aristocrática española, que junto a la Iglesia, por siglos manejó la sociedad española a expensas del pueblo llano.

El pasado, parafraseando al refranero español, siempre parece volver, no ya sólo para hacer de profeta del futuro, sino como indicio sobre el que apoyarnos para desenmascarar las falsas apariencias de modernidad y de cambio, de unos países que al parecer no pueden evitar reformular y continuar la tradición que, en un no tan lejano ayer, les dio forma.

África, Colonialismo Perpetuo

Colonialismo Africa

El origen de la vida y nuestra presencia como especie en el planeta, dicen que aconteció en África. Nadie puede afirmarlo con rotundidad. La arqueología es hipotética, no infalible. No puedes serlo cuando tus bases pueden cambiar con un nuevo yacimiento. Sin embargo su símbolo, penetra el velo de civilizada bondad sobre el que se ha erigido nuestro democrático y libre mundo. El presente africano y su pasado nos pertenecen, no así sus circunstancias, con las mayores tasas de mortalidad infantil y pobreza; pero sí sus causas, con Diamantes, Oro y Coltán (mineral imprescindible para la fabricación de móviles, plasmas o consolas). Curioso trato, para una madre.

La histórica Conferencia de Berlín, celebrada del 15 de noviembre de 1884 al 26 de febrero del año siguiente, marca el destino moderno y actual de todo el continente. Reino Unido y Francia convocan a los estados con peso y poder en el viejo mundo y no, no se reparten África; simplemente crean el derecho internacional para legalizar sus intenciones. Proclaman la libertad de comercio, la libre navegación marítima y fluvial en África, y se otorgan el derecho de apropiarse de la tierra que ocupen.

Las cicatrices arbitrarias aún demarcan sus fronteras, dibujadas con esa rectitud que emana de la búsqueda del beneficio empresarial a cualquier precio. Pero estas no fueron las primeras, aunque marcaran las reglas de ese juego a gran escala que desató el Colonialismo exacerbado, y que “los mercados” de hoy, tan retorcida y ajustadamente han sabido expresar en su evolución.

Durante siglos Europa, de ahí debe proceder esa aristocrática costumbre del safari, usó el continente como despensa inagotable de carne humana. Se calcula que cerca de 20 millones de africanos fueron objeto del tráfico de esclavos entre 1510 y 1860, incluidos los que perecieron a bordo, y los que no vivieron lo suficiente como para conocer un barco. Las estadísticas de la época dejan mucho hueco a la fiabilidad contable que marca a nuestra era moderna. Pero más allá del número, su impacto debió ser mucho más catastrófico de lo que podamos imaginar, si tenemos en cuenta que la población mundial era una décima parte de la actual y que las sociedades africanas estaban apegadas a la tierra.

El genocidio nunca cejó, y su intensidad fue unida al crecimiento y expansión del capitalismo naciente. Se sabe que durante el auge de la industria algodonera, entre 1800 y 1850, sólo a USA llegaron unos 120.000 esclavos de media por año. Inglaterra para entonces ya controlaba la mitad del lucrativo negocio de la trata de esclavos y en toda Europa su cuantía representaba el 50% de todas las exportaciones.

Imagínense, aunque no quieran, el impacto social causado. Se despoblaron inmensas regiones, forzando a tribus enteras a abandonar la agricultura, la producción artesanal y el comercio interregional para participar en el nuevo y fructífero negocio creado por el hombre blanco; sino morir o ser su objeto. La guerra permanente, las matanzas, la aniquilación y la perversión de los medios de vida, hicieron que el continente negro retrocediera varios siglos, y que lo sufriera durante muchos años, tantos, que su cuantía se diluye en el presente.

Recordar lo que fuimos para llegar al ahora, nos dará una imagen más certera de lo que realmente somos. Es irónico cómo la civilización moderna proclama ser heredera y mezcla, entre la filosofía democrática griega y la revolucionaria ética cristiana que proclamaba que todos éramos hijos de Dios. Cuando su proceder se asemeja más al de un bárbaro conquistador, que a sangre y fuego se ha concedido las mejores casillas del Monopoly, y luego fuerza a todo bicho viviente a jugar. La estrategia de ocultarse tras nobles y bellos principios, es tan vieja como el mundo, y tan actual como la doctrina económica que rige el mundo.

La conquista de América comenzó así, y el ejemplo cundió en el Imperio Británico con la xenófoba convicción de la superioridad del hombre blanco. Explotaban el territorio y lo anexionaban a la corona. ¡Qué nadie luego se extrañe de que en el seno de nuestra cultura surgiera un Hitler!, simplemente seguía una vieja tradición.

Pero los imperios de la revolución industrial cambiaron de idea, les valía con explotar el territorio, extraer las materias primas de las regiones no desarrolladas y exportar los productos elaborados a estas mismas regiones. ¿Les recuerda algo de esto, a su propia realidad?

Implantar la división del trabajo en las colonias y hacer de ellas simples productoras de materias primas destruyó las escasas industrias artesanales del hierro, del cuero, del algodón e impuso foráneas, abastecidas de una mano de obra desposeída y semiesclava. El resultado se ilustra con un ejemplo, el interés colonial hizo de Gambia un gran productor de almendras, abandonando el tradicional cultivo del arroz, y por supuesto no tardaron en llegar hambrunas.

La colonización, históricamente, nos dicen que terminó. Acelerada su desaparición desde el fin de la II Guerra Mundial, y extinta totalmente en la década de los setenta. Pero el juego sigue y se camufla, sólo cambia de nombre y de disfraz. Llámense corporaciones, multinacionales o deuda externa, ésta última imposible de pagar para la mayoría de países africanos. No es casualidad que 33 de ellos figuren entre los 40 Estados más endeudados del mundo, y que la mayoría de los especialistas económicos consideren que 250 mil millones es una cantidad imposible de saldar. Sí, una maquiavélica forma de transfigurar el denostado colonialismo en una legalidad, tan efectiva y real como la posesión a perpetuidad.

Películas como Come Back África (1959) sobre la miseria en Johannesburgo de un trabajador en las minas de oro, El Jardinero Fiel (2005) sobre los intereses de las industrias farmacéuticas y sus ensayos en la población civil, Diamantes de Sangre (2006) sobre el horror del negocio y su creación de niños soldado que alimentan las guerras que provocan, o Diamantes Negros (2013) una denuncia sobre el tráfico de menores en el fútbol; son sólo pequeñas muescas sobre un drama que sigue y que parece no tener fin. Hay muchas más películas, pero proporcionalmente muchos más dramas, que los intereses financieros e industriales del primer mundo, mantienen y avivan con guerras intermitentes e interminables. Apoyando con armas a grupos islamistas o de cualquier signo, para que una vez lleguen al poder, puedan las grandes corporaciones explotar sus riquezas materiales.

No es casualidad que tres de las guerras más sangrientas y actuales en el continente, se desarrollen en países productores de diamantes, como Sierra Leona, Angola y Congo, y de los inmensos beneficios generados sólo un 10% quede en manos africanas, normalmente dirigido a comprar armas que eternizan el conflicto.

Guerras en la región del Sahel y el norte de Nigeria con Boko Haram y sus vecinos Níger y Camerún, en Malí con intervención francesa en 2013 para asegurar sus intereses económicos, en Sudán que lleva una década con violencia intertribal en la zona de Darfur y su frontera con el Chad y la República Centro Africana; y Somalia, Uganda, Zimbabwe, Namibia, Costa de Marfil y un largo etcétera que no cesa, ni puede cesar. Y cuya actualidad pocas veces ocupa el tiempo de los informativos del primer mundo.

Sólo cuando el Ébola roza nuestro mundo, prestamos atención a que en Sierra Leona, Liberia o Guinea, el número oficial de afectados alcanza a 13.700 personas y que ya hay contabilizadas más de 5.000 muertes. Pero como afirma Luis Pérez, misionero Javeriano en el primer país, no es difícil presumir que las cifran deben ser mucho mayores, ya que las autoridades, carentes de medios, sólo contabilizan lo que descubren. Para José Luís Garayoa, misionero Agustino Recoleto del mismo país, si este virus apareciera en el primer mundo el problema acabaría rápido, pero allí no hay infraestructuras. Y se pregunta por qué no llega la ayuda mientras toneladas de Diamantes, Acero, Oro y Coltán, salen cada día del país para enriquecer un primer mundo, que sólo ahora que sus intereses económicos se ven afectados, empieza a plantearse alguna intervención.

Los hechos desmienten la equidad, la legalidad y la ética sobre la que se ha erigido nuestra civilización, a pesar de que su propaganda nos ha calado tan profundamente que no es difícil encontrar gentes que si les hablas de colonización, alegan que lo relevante fue la expansión civilizadora llevada a cabo sobre culturas analfabetas. Incluso afirmando que nos deben estar agradecidos por sacarlos de la barbarie y que su pobreza es culpa suya, porque no les gusta trabajar y no saben elegir a sus gobernantes. Minimizando la masacre genocida que exterminó tanta diversidad cultural, y el robo y apropiación de sus tierras y riquezas, como algo de otra época. Cuando la realidad confirma que sólo han cambiado las formas y los métodos. El fin y sus medios, siguen perpetuándose.

Proyectos financieros como Marampa Project (London Mining) y Tonkolili Proyect (African Minerals), se dedican a extraer minerales en África con la impunidad que otorga la legalidad internacional para drenar la riqueza del continente y servir a la demanda de diamantes o coltán del mercado, sin miramientos hacia la pobreza y hambruna del pueblo de Sierra Leona. Pero como éstas, hay muchas otras corporaciones y grupos financieros, repartidos por todo el territorio africano y dedicados a muy diferentes sectores estratégicos económicos.

Resulta bochornoso pensar en todas esas voces que apuntan al peligro de la inmigración ilegal y que reclaman medidas más duras, como si fuera África la agresora y no la víctima de esta autoproclamada civilización democrática y libre. No sólo ella, también lo sufre el resto del mundo que no pertenece al denominado primer mundo. Pero sólo el continente madre parece seguir sumido por un colonialismo salvaje, que se niega a soltar su presa más codiciada, con la anuencia de un hombre blanco que se cree civilizado y que prefiere mirar hacia otro lado, olvidando que en el fondo, no ha cambiado tanto.