Las Neveras Vacías

Neveras Vacías

El peso de los días se ha convertido en una tortura silenciosa y contrarreloj para los millones de personas, que de la noche a la mañana han pasado de tener un ingreso a engrosar una lista del paro sin visos de abandono. Vivir implica un gasto constante y el socorrido ahorro, es finito.

Hace unos meses estuvo un amigo mexicano de vacaciones por Europa y en nuestro encuentro a su paso por España, me planteaba que la tan cacareada crisis y pobreza española, no parecía serlo tanto. Un año atrás, cuando aún yo vivía en el DF, no pocas veces me encontré con gente que sabiendo mi procedencia, me planteaba mi opinión sobre la crisis en la madre patria. Mezcla de interés, preocupación y sorna, con el subtexto tonal y de actitud del que en parte se alegra de que su mal de toda la vida, comience a ser compartido por otros. Más cuando la imagen que el mexicano tiene del español, es la de una general prepotencia y superioridad. Fruto no sólo de la cultura colonial y caciquil que ha parido las grandes desigualdades económicas que rigen el país, sino porque los españoles que allí habitan suelen pertenecer a la clase alta, adornados de empresas, negocios, hoteles y restaurantes. Circunstancia que para mi fortuna y desgracia, nunca fue mi caso.

Uno aplica su conocimiento del mundo a aquello que desconoce, dando erróneamente por sentado y extrapolando que un mismo término escenifica y desarrolla la misma realidad que uno conoce por propia. Pero la pobreza que afecta a la práctica mitad de los mexicanos, no es comparable a la española. La clase baja ha sido siempre mayoritaria, la crisis continua (1941-50, 1953-55, 1971-76, 1981-88, 1993-95 y la actual) ha impedido que se creara una clase media mayoritaria, como sí ocurrió en España tras la transición a la Democracia. Y su idea de la pobreza es la de un mal enraizado y bien desarrollado, en cuyo seno se nace, se crece y del que toda la vida se intenta salir. Por el contrario, el proceso aquí, sólo acaba de empezar.

Sólo el ciudadano español que sufrió la hambruna y la tremenda necesidad de la postguerra, vivió en la década posterior una pobreza similar a la instaurada desde siempre en América Latina. Pero desde entonces ha visto como las generaciones siguientes iban mejorando sus condiciones sociales y económicas, y la evolución nos pareció un proceso natural e imparable; hasta ahora. El ciclo se ha reiniciado y lo peor está aún por llegar.

Como le intentaba hacer comprender a mi amigo, detrás de esa fachada de primer mundo, se escondían dramas que no iban a explotar al unísono pero que sin duda terminarían haciéndolo. Más allá de los desahucios y el aumento cuantitativo de visitantes a los comedores de organizaciones como Cáritas, la pobreza española es un drama que en su mayor parte se oculta en la intimidad. Los millones de parados y sus familias van sobreviviendo con el dinero ahorrado, la ayuda del desempleo y las pensiones de abuelos y padres. Pero, ¿hasta cuándo? Las décadas necesarias, según las previsiones más optimistas, para llegar a niveles de empleo anteriores a la crisis, no es un plazo que puedan cumplir tantos millones de personas.

La resistencia irá provocando una caída escalonada, imperceptible salvo para los testigos más cercanos. La imagen de ese día simbólico, cuando una nevera vacía nos ponga frente a la espada y la pared, gastados ya los ahorros, acontecida la muerte del abuelo que con su pensión hacía posible la subsistencia, la denegación del último crédito rápido solicitado porque no se ha podido pagar el anterior, la respuesta negativa de un familiar a una ayuda porque ya casi no le llega para los suyos. Las circunstancias variarán y el próximo e inevitable gasto necesario nos abismará.

De hecho ya está sucediendo. Un ama de casa que termina en la prostitución, un desahuciado que se suicida, un universitario que emigra… La suma y el tiempo harán que la marea llegue hasta el más nimio rincón, quizá no directamente, pero sí porque el drama le sobrevenga a un allegado. Las respuestas se diversificarán.

El estallido social no acontece, porque aunque se comparta la situación, no ocurre así con la causa y el momento en que se producen. No es un grupo de vecinos afectados, ni la plantilla de una empresa que sufre un ERE, sino tú en tu casa quien comprende el ultimátum y quien debe tomar una decisión. El límite ha llegado y hasta ese momento la fe te hacía creer que la suerte terminaría cambiando, y no ha sido así. Te está pasando, y no pensaste que en semejante situación te llegarías a ver algún día. Tu espera, convierte el drama en algo privado, sin foco mediático ni denuncia pública que pueda venir en tu ayuda, siquiera para sentir un aliento amigo.

Un recibo de la luz, unos zapatos para el niño, la tercera visita de esa vecina a la que no le has devuelto el dinerillo que te prestó, el seguro del coche. Cada factura será una aguja que te recuerde que algo estamos forzados a realizar. Y la ausencia de salidas convencionales y educadas, te obligará a ser “imaginativo”.

La ventaja de la costumbre es que ésta ya tiene creados sus mecanismos. En México “la iniciativa privada” llena las aceras de puestos improvisados de comida, ropa y miles de chácharas, los transportes públicos de vendedores ambulantes, las esquinas de boleadores (limpia botas), las calles de niños pidiendo. La vida se busca y resuelve por propia iniciativa, sin buscar un trabajo reglado. Aquí, no es sólo que no exista la tradición, es que además todo está regulado y multado. Pero la marea, gota a gota, creará una presión que por algún lado saldrá. No todos tienen la edad, y con cargas familiares, tampoco la facilidad para emigrar.

La respuesta se presupone del Estado, pero su dejación e indiferencia es una tendencia que la clase política no cambiará tan fácilmente. Las nuevas formaciones políticas, pueden provocar un cambio de tendencia, pero ni ellas pueden hacer milagros; o quizá sí. Todo dependerá de que una mayoría tome conciencia, quizá forzada por sus dramas individuales, y les fuerce a tomar medidas. Quizá nos acostumbremos a ser pobres.

Mientras, imaginen y pónganse en situación. Las opciones radicales serán contempladas, porque cuando es la supervivencia de los tuyos y la propia, la que está en juego, las cortapisas normales, no te detendrán. Quizá sigas el ejemplo de Avelino, un conocido que con sus ahorros se ha comprado una parcelita, siembra su tabaco, sus frutas y legumbres, y sólo come carne cuando caza. ¡Quizá, sólo quizá!

Manual del Político Moderno

Político

La Democracia, esa aspiración igualitaria que marca el rumbo de las sociedades civilizadas, debe ser la primera directriz que modele a una agrupación política. Obedeciendo a lo cual, todos los partidos políticos legalmente establecidos demandan igualitariamente de sus militantes la repetición de las consignas que marque la dirección, sin albergar lugar a la discrepancia o al pensamiento independiente; signo evidente y prístino de su sentido democrático. Esta cualidad es la primera y más importante característica que debe atesorar un aspirante político. Puede parecer superflua y al alcance de la mayoría, pero no todos los seres humanos tienen el don de actuar como un loro; al menos no con la naturalidad y la falta de pudor requerida llegado el caso.

La segunda condición que embellece al ser político, es quizá aquella que demarca la delgada línea entre el mero militante de base y aquel que puede estar señalado para un puesto de mayor responsabilidad; y consiste en poder contestar a una pregunta, sin por ello llegar a expresar nada. El conocimiento y la experiencia sobre el tema tratado, poco peso ejercen en comparación con la necesaria verborrea y la facilidad para traer a colación términos técnicos, burocráticos o legislativos que empañen y minimicen la falta de contenido.

La tercera peculiaridad, muchas veces minusvalorada por los estudiosos del pensamiento político, es la posesión de un carácter bipolar, ya sea por propia naturaleza o por escenificación de un cierto arte actoral. La crítica del gobernante, cuando ejerza la oposición, o la defensa a ultranza de la gestión, cuando se encuentre gobernando, debe hacerlo aparecer como un vehemente indignado, o un confiado y seguro gestor ante sus votantes; ya sea el caso necesario. La credibilidad del personaje interpretado, hará mucho en favor de su escalada jerárquica dentro del partido, lo que al fin y a la postre le rendirá réditos en la futura obtención de cargos, y su consecuente poder.

La cuarta, es sin duda la más valorada, y aunque muchos académicos incluyen en ella a la anterior y le sumen el poseer una maestría en el método Stanivslaski, estudios recientes de la Troika Europea la separan dándole entidad propia. Ésta es, como no podía ser de otra manera, la capacidad para trasmitir sinceridad. Porque no hace falta solamente ser un buen actor, sino la inexpresable cualidad de parecer y trasmitir franqueza siempre y en cada comparecencia. La empatía que genera, está demostrado estadísticamente, anula y emborrona el entendimiento de esa gran mayoría que decide las elecciones más reñidas. Si quieres ser un líder político, deberías poseerla, aunque no siempre es necesario; a las pruebas me remito.

La quinta entronca con la más rica tradición política del viejo continente, y no es otra que la de poseer la ética de un diplomático. Las cuestiones no se dirimen en términos de verdad o mentira, sino que hay que enfocarlos en función de defender por cualquier camino y método, los intereses partidistas. Utilizando para dicho efecto, llegado el caso, la condición de representante público, determinando así la verdad oficial; incluso en contra de lo evidente. Para socorrerte, no te preocupes, porque al momento los medios de comunicación afines a la ideología de tu partido, actuarán confirmando y justificando, todo aquello que aún no esté sentenciado judicialmente. La mentira, pues, no existirá si no la contemplas. Y sólo reconocerás que se malinterpretaron tus palabras, que han sido sacadas de contexto, o como mucho el fugaz e involuntario desliz de un comentario desafortunado.

La Sexta es quizá la más determinante a la hora de mantener un status continuado en el comité principal del partido, al que sin duda ya habremos llegado si hemos cumplido y exhibido las cinco cualidades anteriores. Su rasgo no proviene tanto de Maquiavelo, como de la simple confianza. Lo que viene a ser, el no tener vértigo ni preocupación por gestionar algo de lo que no se tiene, ni la menor idea. Dirigir los Servicios Sociales de un ayuntamiento, el ministerio de Sanidad, un Banco o una Alcaldía, no requiere ningún tipo de experiencia. En caso de duda, preguntar a la dirección general del partido o a algún experto que hayamos contratado.

La séptima ya se habrá conseguido en este momento de nuestra carrera política. Habremos interiorizado y expresado tantas veces, que somos, trabajamos y representamos al Servicio Público, que nos creeremos ser él. Debido a la costumbre, la identificación y la trasposición de papeles, esa entelequia respetada por su finalidad intachable, será como un parapeto que nos hará creer que su representación simbólica se hubiere encarnado en nosotros; otorgándonos, para nosotros y nuestros allegados, los beneficios que el escaso presupuesto no alcanza a repartir entre sus públicos y legítimos beneficiarios.

La octava, toca y acontece sólo para aquellos que no sólo fueron prospectos de, sino que alcanzaron la condición de líderes. No es una característica que percibamos los de fuera, su expresión y ámbito es interno y obedece a esa extraña capacidad de aglutinar apoyos en medio de una pelea de egos. La seducción cuerpo a cuerpo, sin despertar el sentido de competencia directa, es un don que se descubre tardíamente; para desgracia de sus adversarios. Cuando quieren echar cuentas, les supera en apoyos, y no pueden más que sumarse al consenso.

La novena cualidad es una estratagema que gracias a la exposición pública, que genera todo líder, se intenta publicitar a la ciudadanía. El carisma no es una tenencia necesaria, sino que se presupone y se adhiere como epíteto inexcusable ante la alcanzada posición. La única indagación y debate de los medios de comunicación girará en torno a la cantidad de ella que se tenga, no a que su existencia sea real. Su concesión depende únicamente en que esta percepción sea introducida en la opinión pública, y si los electores lo llegan a creer el carisma se materializará, aunque el susodicho productor carezca completamente de ella.

El último don requiere al menos una porción del antiguo arte griego que los romanos perfeccionaron para el discurso político. La Oratoria, sin necesidad de leer a Quintiliano, será necesaria tarde o temprano, para llenar de emoción y motivar a los votantes con aquellos mensajes huecos que en época de elecciones llenan los mítines. No hará falta una gran elocuencia, pues los discursos están redactados por otros y su contenido calibrado por encuestas, estadísticas y estudios electorales pagados por el propio partido; pero sí esas gotas que aferradas a lo emocional aglutinan y hacen creer que el carisma, la sinceridad, la capacidad de gestión, el servicio público… y todas las demás cualidades, son reales.

El oficio, sin embargo, igual que el glosario de términos a utilizar para llamar a las cosas, no por su nombre, sino por su eufemístico y políticamente correcto término, es algo que se adquiere con el tiempo. Y sobre todo, aunque es una cualidad supuesta y siempre dada a entender, es obligatorio un alto sentido del egoísmo y la importancia personal. Aunque su base objetiva, sea tan inconsistente como la ética de la clase política democrática y moderna.

FIN DE LA CITA

El Olvido de la Carne

El Olvido de la Carne

El hombre moderno ha transformado la vida en una circunstancia a la que no hay que buscarle el sentido, más allá de vivir el momento. El sabio e iniciado de la antigüedad, por el contrario, practicaba y enseñaba la indagación, porque la vida es un camino, y el tiempo escaso para develar las razones de nuestra existencia. Para él la vida material era un tránsito caracterizado por su naturaleza olvidadiza.

El olvido es la primera flaqueza que acontece a la carnalidad. El efímero escapismo del momento nos invade sobre los detalles de nuestro nacimiento, a pesar de ser sus protagonistas. Padecimiento que se repite en los años posteriores, borrando un rastro que, como mucho, deja una neblina de flashes inconexos y sentidos. Como si los recuerdos no nos pertenecieran. Hasta que en algún punto de la niñez, aparece una conciencia y un sentido de la individualidad que los años y el crecimiento simplifican y enaltecen como el origen de lo que somos.

A sus rescoldos acudimos para revivir lo que una vez fuimos, con la emoción del que intenta vislumbrar el inenarrable sentido de la vida, escarbando en su mágica mixtura de amarguras y nostalgia. Somos lo que hemos vivido, lo sabemos, lo presentimos y llamaríamos loco a quien nos lo negara, pero a pesar de estar presentes, poco podemos atestiguar de lo sucedido. El metafórico ayer puede estar plagado de memorias vívidas, lúcidas y detallistas si quieren, pero de entre la suma de horas, meses y años trascurridos, no podemos extraer como prueba, ni el completo total del más nimio día. Sólo bosquejos de momentos, sin detalles completos de la hora a la que nos levantamos, la ropa que llevábamos puesta, lo que comimos o los juegos mentales que durante esas horas poblaron nuestra cabeza.

Dicen los neurólogos que el olvido es una estrategia evolutiva que nuestro cerebro usa para ahorrar energía y enfocarla en el presente. Sin duda la demandante realidad, no promueve el conteo y la formulación de un catálogo minucioso de lo vivido, pero ello no creo que justifique, ni sea el origen de nuestra inmensa capacidad de olvido. Me niego a ser tan simple y parcial. Las hipótesis de la ciencia no son más que simples conjeturas, sobre una complejidad desconocida. Un único punto de vista siempre yerra, porque no contempla aquellas perspectivas que desconoce.

Pero si al pragmatismo se alude, para cada uno de nosotros olvidar representa una pequeña muerte. Irrecuperable, como el tiempo y la vida, que se escurren en nuestro abrazo. Lo inmaterial no puede ser calibrado por las leyes de lo físico, y esa incuestionable certeza; se nos olvida. Y como esa desmemoria, muchas otras nos adornan.

El hombre moderno vive como si la muerte no le alcanzara. Ha aprendido a actuar como un inmortal que planifica su futuro, y para quien la muerte es esa eventualidad dramática que acontece a otros, y en la que sólo cabe pensar si se llega a viejo.

No ha olvidado, pero actúa como tal. A ello le han enseñado.

El universo en su escala de tiempo, sin embargo nos recuerda que nuestro paso por esta condición, no dura más que un parpadeo. Los sabios de la antigüedad se esforzaban en enseñar que la muerte camina a nuestra vera, y que recordarlo era el mejor aliado de aquel que busca el conocimiento. Primero para conocerse a sí mismo, después para indagar en las razones y el propósito de nuestra existencia.

La modernidad ha olvidado sus enseñanzas y entronizado al materialismo, simbolizado en el culto al dinero, al consumismo y a esa imagen de eterna juventud que intenta negar la evidencia de que el tiempo se nos acaba, y a la par nos distrae de poder centrar nuestra atención en lo verdaderamente importante. Eso que para cada uno puede ser diferente, pero que sólo reconocemos cuando sentimos la cercanía de la muerte.

La irrupción de la desgracia, nos otorga una dolorosa oportunidad. La fatalidad en forma de enfermedad o de muerte inesperada, nos fuerza a reevaluar las inercias y las prioridades en las que hasta ese momento hemos cimentado nuestro vivir. Y la obligada vista atrás nos hace recriminarnos por no haber incidido en aquello que ahora se nos presenta como primordial. La vida es una opción múltiple y de elección propia, y nuestra forma de afrontarla no dista mucho de la de nuestros modelos; hasta que la adversidad nos brinda una fría y novedosa perspectiva. El dinero y la materialidad son opciones, pero dudo mucho de que en la nueva formulación de prioridades, éstas desbanquen a una madre, unos hijos, un amor o un sueño incumplido. Claro que una cosa es darse cuenta, y otra lograr hacerlo. Las promesas, inclusive las trascendentes y ofrecidas a uno mismo, también se olvidan.

La inmortalidad o la invulnerabilidad frente a las desdichas, al menos a día de hoy, no se pueden comprar con dinero. Truman Capote, que tantos ricos conoció, decía que no hay nada que diferencie a un millonario de una persona común, en lo referente a sufrimientos, inquietudes y quereres; la única diferencia se encuentra, afirmaba, en la frescura de los ingredientes de sus comidas. Y a pesar de todo, el triunfo y el dinero siguen apareciendo en nuestra sociedad, como las únicas respuestas.

La religión, que una vez fue la expresión sagrada de la búsqueda del sentido de la existencia más allá de la materia, ha sido arrinconada por su dogmatismo anacrónico y el fanatismo de libro cerrado que durante siglos guió a sus creyentes a imponer un reino en esta tierra, desvirtuando la indagación personal y propia sobre lo ignoto, a la temida acusación de herejía. Generando creyentes que sólo atienden a las formas exteriores y a la imposición de sus creencias, y muy olvidados ya de la doctrina secreta de aprendizaje, espiritualidad y ética, como camino para vislumbrar las razones del ser.

La muerte es un olvido. Su tratamiento intelectual se reduce a la nada o a la creencia. Un concepto del que aducimos no tener experiencia, para evitar su juego dialéctico. Desmemoriados de que ya hemos vivido en propias carnes su concepto. No por la muerte de los otros, sino por las propias. Porque la muerte no ocurre en un instante, sino que se traza a cada paso. Aquel que fuimos murió, sus gestos, su vehemencia, su ingenuidad y su entorno, yace en nuestros recuerdos. Desmembrado y efímero, víctima del olvido.

Si el tiempo lo concede, la vejez desnudará nuestras excusas y nos enfrentará al inexorable abismo. En esa encrucijada no nos quedará más que mirar de frente a la vida y su sentido, maldiciendo que el tiempo se acaba y nos quedó mucho por escarbar. Sólo entonces, comprenderá el hombre moderno que la vida es mucho más que las tontas distracciones que lo ocupan.

El pragmatismo científico nos diría que ya estamos muertos, sólo es cuestión de tiempo, lo sabemos y sin embargo nunca tenemos tiempo para buscar el sentido de la vida. La maravilla del ser, se escurre y a su introspección, que fue la más hermética y sagrada de las enseñanzas, no habremos dedicado más que ramalazos.

La existencia carnal no es más que un tupido disfraz marcado por el olvido. Un velo que nos impide recordar que nuestro origen es muy anterior al día de nuestro alumbramiento, tal y como nos dirían los maestros de las escuelas mistéricas en las que estudiaron Pitágoras, Salomón y Platón. Un olvido, que sólo olvidando la materia, podía dar acceso a descorrer el velo de Isis y poder vislumbrar, con ello, nuestra verdadera naturaleza y el sentido de nuestra existencia.

Quizá hemos perdido para siempre los procesos que guiaban a los iniciados en su aprendizaje. Pero las enseñanzas del misticismo antiguo, siguen ahí y son más necesarias que nunca para humanizar el mundo actual. No es una cuestión de creer o no en ellas. Sino de seguir su ejemplo, para indagar y valorar más el regalo de la vida, y pelear menos, por cosas transitorias y sin valor. Como hará el anciano que un día seremos, que mirará en su pasado y se reprochará por haberse olvidado tantas veces, de lo que de verdad era importante.

La Traición Democrática

UrnaDemocracia

Las razones se desvanecen frente al dolor, cuando de traición se habla. La sorpresa y el repaso posterior de los hechos, hace que el traicionado mesure únicamente el aprecio depositado y mal pagado de aquel inesperado y nuevo enemigo. Luego, se reprocha, por encontrar ahora y no percibir entonces, los indicios de que aquella relación que comenzó con sentido afecto; era una farsa. Reflexiones, que atardecen la consideración de sus motivaciones. El yo nos duele más que la consideración de los puros hechos. Hasta que finalmente, escarbando en sus posibles intenciones, el odio emerge, torciendo el signo de un querer ya sembrado.

Nuestra inocencia se comenzó a derrumbar con su primer contacto, y nuestro pesimismo se dibujó a lo largo de los años, con su goteo constante. Cada quien tiene sus defensas, sus estrategias y sus respuestas automatizadas e inconscientes, preparadas para esa próxima vez. Pero su naturaleza desbarata las precauciones, porque una verdadera traición nunca se ve llegar. Su devastación es inversamente proporcional a la cercanía y estimación del traidor, y por ello las más dolorosas, son las más cercanas e imprevistas.

Y aunque nos acostumbremos a sufrirlas y a transfigurar el escozor en olvido, y finalmente en risa, nuestra mayor flaqueza es que las esperamos de las personas; y sin embargo la traición, no siempre tiene rostro y llega de un igual, con el que podríamos porfiar, y en algunos casos prevalecer.

Las instituciones, los organismos y el propio Estado, la ejercen, con una impunidad y un desprecio que nos paraliza, porque ante ellos estamos indefensos, y no nos cabe mucha más respuesta que la indignación y la pataleta. Ellos, que son los garantes de nuestros derechos, nos los niegan e imponen su interesado y torcido sesgo de intereses. ¿Y a nosotros… qué nos queda por hacer?

Sin duda, no más que esperar a que la suma de indignados se transforme en masa, y que ésta, llegado el momento adecuado, se transfigure en una marea imparable que desvalije y derrumbe los equilibrios establecidos, para instaurar un nuevo orden. Hasta entonces, juegos de lírica, imaginación y desahogo entre iguales.

Mandan los mercados. Lo presume el ciudadano, lo insinúa el FMI y el Banco Mundial en sus recomendaciones a los gobiernos, lo afirma José Mujica, presidente de Uruguay y lo confirmó Italia, cuando en 2011 se vio forzada a nombrar a un tecnócrata como Mario Monti para dirigir el país. La política se ha transformado en una escenografía tras la cual se ocultan los intereses financieros que dictan y planifican el devenir global. Y si la Democracia traiciona el principio de la soberanía y los dirigentes elegidos por el pueblo soberano incumplen su programa electoral y no gobiernan en nombre de los electores sino de las grandes corporaciones económicas, no debería sorprendernos que la sociedad se rija por unos valores que nada tienen que ver con la fachada democrática e igualitaria que enarbolan. Ni que actúen y reflejen, punto por punto, la directriz que caracteriza al eufemístico, Libre Mercado: la búsqueda de maximizar el beneficio como único fin, sin atender a la sustentabilidad de los recursos del planeta, ni tengan en cuenta los derechos de las personas.

Cuando se contempla a la sociedad desde esta perspectiva, las disfunciones y contradicciones del sistema no son tales, sino las muestras y atributos que encajan y demuestran su verdadera naturaleza. La imposibilidad de los países civilizados para alcanzar un acuerdo que frene la deforestación o el cambio climático, se comprende, a pesar de su irracionalidad suicida, si se visualiza a través del prisma empresarial que sólo tiene en cuenta el crecimiento continuo, la ampliación de mercados y el beneficio. A idéntica comprensión llegaremos al mesurar las paradojas de que 1.000 millones de personas en el planeta pasen hambre, a pesar de que se producen alimentos suficientes para los más de 7.000 millones que lo habitamos. O a que los avances en medicina y salud no eviten que mueran millones cada año por enfermedades curables, debido a que no tienen acceso a la medicina apropiada, porque la salud y la medicina pertenecen al ámbito empresarial y no a un lógico y protegido carácter público. Y no será entonces extraño que un 1% de la población detente el 40% de la riqueza, y que la mitad de los pobladores del globo sobrevivan con un escaso 1% de esa riqueza. Y la lista prosigue e impregna cada aspecto que desentona en la imagen civilizada y democrática de ese mundo en el que creíamos vivir.

La traición surge de raíz y se reitera a cada paso cuando los aspectos esenciales para mantener una existencia digna, que por su naturaleza de bien público debían poder ser accesibles para todos, se convierten en un lujo que un sueldo no puede proporcionar. Cuando la educación, el alquiler de una vivienda, la ropa, la comida, la electricidad, el transporte, el agua o los impuestos, requieren más de un sueldo… algo falla, y no es el individuo, sino la sociedad que se proclama salvaguarda del bien común. Porque pensar que un dentista, un político o un empresario tiene derecho a un gran sueldo y un barrendero o un jornalero del campo, no. Ejemplifica un pensamiento y un ideario que nada tiene que ver con la democracia y la necesaria interrelación de papeles, como si una función fuera más necesaria que otra, y no se admitiera que todas son ineludibles y complementarias. Todos debemos tener una función y el derecho a vivir con decoro. Y en ello están fallando aquellos que tienen el poder de hacer que esta sociedad sea verdaderamente justa.

Toda traición conlleva unas motivaciones. Quizá sea hora de que dejemos a un lado el dolor y la indignación de sentirnos traicionados y comencemos a intentar averiguar esas razones. En su formulación tomaremos conciencia y encontraremos la fuerza y las justificaciones para cambiar el contexto social y económico tan injusto que vivimos. Y tal vez, unidos, podamos desenmascarar las disculpas del sistema y podamos forzar el cambio hacia un mundo mejor. De lo contrario, el odio acumulado, parirá dramas.

Queridísima y Democrática Justicia

Queridísima y Democrática Justicia
Queridísima y Democrática Justicia

Si un desconocido, al que no te atan apegos que puedan emponzoñar tu juicio y al que ni siquiera puedes ver, te expusiera el crudo perfil de sus actos, y te inquiriera una opinión; tu veredicto, simplemente expresaría tu ética. Añadir cuerpo, facciones, ropa, raza, dinero, género u origen, podría develar el peso inefable y torcido de tus prejuicios; pero aún así, tu sentencia tendería a ser tan justa como tu ética.

Ni nombre hace falta. Basta apenas con una letra andrógina, anónima, divina, y el entendimiento de un demócrata creído de serlo y practicante; y el veredicto que la acompañare, debería ser idéntico al de un juez justo que, en nombre de la sociedad, tenga otorgado el poder de juzgarla.

Elijamos pues una letra y utilicemos la ingente cantidad de información que nos llega por los medios de comunicación para llenarla de hechos y juzgar a todos esos extraños conocidos que pueblan los medios de comunicación. Por ejemplo la “I” de Infanta, que igualmente puede servirnos para referirse a un ladrón, político, banquero, empresario, obrero, futbolista e incluso para un partido político. Pues el sistema puede usarse para valorar colectivos de personas y hasta conceptos e ideas, como la globalización. ¡Jueguen con las posibilidades, elijan un objetivo al que juzgar y obtengan sus sentencias!

Ahora recapitulen, ¿creen que los tribunales llegarían a las mismas resoluciones?

No, evidentemente no llegan a las mismas conclusiones. Especialmente en esos casos tan sensibles en los que políticos, empresarios, exbanqueros, tonadilleras, Infantas, maridos de Infantas, molt honorables expresidentes con aficiones a la lotería o a visitar Andorra y demás fauna autóctona, burlan la entrada en prisión o la sentencia firme, tras interminables años de derroteros judiciales, farragosos procesos mediáticos y programas televisivos con tertulianos estereotipados y defensores de su interesada verdad, que los juzgan y los defienden, a partes iguales; como corresponde a una imagen democrática y justa. Y sin embargo, otros no tan famosos, tardan escasos meses en enfrentar cargos de 7 años de cárcel por atentado a la autoridad y dañar a un autobús, presuntamente, tras su asistencia a una manifestación.

Claro que la Justicia funciona, sino las cárceles estarían en desuso y vacías. Sólo que al parecer importa y mucho, quién eres y las amistades que posees.

Puede que el desfase, entre la ética del pueblo llano y soberano y la real, se deba a que no tenemos toda la información, y que la que tenemos no sea correcta, e incluso aunque lo sea, al utilizarla no podamos evitar que se regurgiten los prejuicios con valores manufacturados y aprendidos a los que respondemos sin pensar. Es fácil juzgar lo ajeno, pero no aquello de lo que somos parte, y la actualidad por mucho que pretendamos alejarnos de ella, es tan nuestra como el aire. Pero en el mismo caso y subjetividad se encuentran los jueces, y no por ello dudamos de ellos, pero sí del sistema en el que se imparte justicia; y como prueba sólo basta con echar un vistazo a los hechos judiciales de los famosos.

Habrá opinantes prestigiosos que deslegitimen la capacidad del pueblo para impartir justicia, calificándolos de turba alocada, sin freno, sin mesura y fácilmente manipulable y proclive al escarnio desmesurado y vengativo; y que sus críticas y divergencia con las actuaciones de la judicatura, sólo expresan su profunda ignorancia a los procedimientos y al sentido mismo de la justicia. Mismos oradores que alababan la sabiduría del pueblo español cuando le otorgaban la mayoría al partido político que financia su periódico, para que se convirtiera en su portavoz y propaganda, torpemente camuflada.

Pero cuando durante décadas los partidos políticos han negociado entre ellos cuotas o impuesto en los órganos del poder judicial, de los tribunales superiores de justicia o en el mismo Tribunal Supremo, a jueces afines; ninguno habló de traición a los principios democráticos y a la separación de poderes que proclama la Constitución. Porque como meros garantes del poder, sólo ven y apoyan al poder establecido, esa y no otra es, ha sido y será su ética.

Curiosamente la ética del español medio, tiende a ese ideal democrático que le han inculcado y que la propia institución descuida cuando permite que miles de pequeños ahorradores sean estafados por las preferentes o que miles de familias pierdan su vivienda, y a pesar de ello sigan debiendo un dinero que los condena a la pobreza para siempre, frente a unos bancos a los que hemos salvado de la quiebra, regalándoles un dinero que seguirán debiendo nuestros hijos.

Pregúntenle a un conciudadano sobre estos casos flagrantes y ninguno se pondrá de parte de la justicia oficial, sino a favor de que devuelvan el dinero a los jubilados engañados por las preferentes y en que se paralicen los desahucios. Sólo los peleles y los enchufados a la mafia del poder en todas sus formas, tendrán la desvergüenza de clamar que hay que respetar las reglas del juego y las leyes, aunque sepan que son injustas, inhumanas y predadoras de un beneficio que abisma las diferencias sociales.

La virtud y la ética de una sociedad, se expresan en esa entelequia que abandera la democracia y que llamamos justicia, la cual debe ser el instrumento que repare las desigualdades y se aplique por igual a todos.

A nadie escapa que ese principio no sólo no se cumple, sino que no hay intención ninguna de que eso sea así. Y no sólo por la ley de tasas judiciales que rompe el principio de igualdad ante la justicia de todos los ciudadanos, sino porque los hechos lo demuestran cada día.

Todo está interrelacionado y los pilares de este sistema político están quedando al descubierto ante la ciudadanía gracias a la crisis. El muro opaco de complejidades burocráticas, actualidad, disposiciones legales y novedades noticiosas, antes valía para evitar que el ciudadano medio se detuviera a reflexionar sobre las contradicciones del sistema. Ahora no le hace falta ni eso. La tremenda disparidad entre la realidad de los hechos judiciales, sociales y económicos, indigna porque nada tiene que ver con la democrática sociedad en la que uno creía vivir. Y una vez corroborado el engaño, aunque el poder tenga el control de los medios de comunicación, nada puede hacer contra el flujo constante de una actualidad que los contradice, y que irónicamente ellos están obligados a ofrecer.

La Justicia refleja la ética y la capacidad de respuesta ante los problemas de una sociedad. Pero su indicador más importante, es cómo, a través de la percepción que de ella tienen sus ciudadanos, se puede inferir la salud de la sociedad misma. Y la conclusión, se tome el prisma que se quiera, no es nada halagüeña.

La Educación Fabril

EducaciónFabril

Un infante puede aprender chino, árabe, arameo o latín, sin más esfuerzo que el que un jugador dedica al juego. Atesorando en su haber y para siempre, aquellos valores, normas y teorías complejas que le inculquen los mayores que le rodean. Si fuera Sócrates su dedicado mentor, no sería arriesgado aventurar que el adulto sería sabio. Porque la herramienta con la que, a partir de entonces, reordenaría su mundo, sería la de un afilado y penetrante pensamiento propio.

Lamentablemente esta increíble capacidad de absorción y aprendizaje es tan efímera, como la pervivencia del niño que una vez fuimos. Un adulto puede aprender, pero el gran obstáculo no es sólo que su lentitud y un doble esfuerzo, pueda hacer que la probabilidad de éxito sea baldía. Sino que la base de su acervo y su estructura mental, ya está definida y cambiarla es prácticamente una tarea, del todo, imposible.

El pensamiento es el arma más poderosa que poseemos, porque gracias a ella le damos forma y sentido al mundo que nos rodea. Pero una cosa es pensar, y otra recopilar datos y mecanismos de reacción y respuesta, casi de forma automática e inconsciente; como quien programa una máquina, por más compleja y elaborada que ésta sea. E infelizmente, hacia esa dirección está planificada y orquestada nuestra instrucción.

La educación desde la Revolución Industrial, se ha orientado a considerar al ser humano como un elemento más en el proceso productivo. No interesa que desarrolle un pensamiento propio, sino que adquiera conocimientos que pueda aplicar en el sector productivo al que vaya a dedicarse, una vez ingresado en el mundo adulto. La educación Fabril, o tradicional, ha trasladado y replicado el modelo de la fábrica, donde al individuo se le instruye en conceptos separados, cerrados, verticales y uniformes que luego se juntan, como si construyeran un ser humano a la carta.

La filosofía, ese gran árbol del conocimiento del que nacieron las ramas de la ciencia y la cultura, y sobre las que se erigió nuestra civilización, hace tiempo que fue erradicada de la enseñanza. Primero, relegándola a un nivel secundario, como si su conocimiento y aprendizaje fuera algo accesorio y superfluo. Y finalmente, tras las últimas reformas educativas, enclaustrándola junto a la Música, en esa reducida selección de materias optativas y de poco valor práctico. Como si enseñar a pensar no fuera la base de una persona ética útil y responsable; no sólo para sí misma, sino para la sociedad.

La especialización excesiva, importada del modelo estadounidense, ha sido la guía fundamental en las reformas de los planes de estudio. No ya sólo de la educación primaria y secundaria, sino también en el ámbito universitario. Y como resultado creamos a generaciones enteras que son mucho más manipulables, porque sólo conocen una pequeña parcela del saber, pero que fuera de su área técnica son casi iletrados. Ilógica disposición, para un mundo tan complejo e interrelacionado, como el actual; pero muy adecuado si lo que más interesa es tener a una masa obediente, pasiva, condescendiente y dispuesta a ceder su poder y decisión, sobre todo de aquello que no entiende y que es mucho, a otros.

Enseñar no es memorizar datos, y el conocimiento no es repetir fórmulas, fechas y conceptos. Principalmente porque la mayoría de los que nos dictaron, se quedaron olvidados en el camino. Pero sobre todo, porque sin reflexión, esa información no produce análisis, conclusiones y nuevos pensamientos e ideas.

Platón, ese modelo de sabiduría, del que alardeamos en ser herederos, y del que tan lejos ya estamos, pregonaba que cualquiera puede tener un hijo, pero que no todos pueden ser buenos maestros. Porque para crear un clima apto en la enseñanza, el niño debe aprender jugando, y la imposición de conocimientos es ineficaz y muy diferente al acercamiento voluntario. Él enseñaba con dialéctica, creando diálogo y discusión, forzando a pensar y a que los alumnos llegaran a sus propias conclusiones. Haciendo hincapié en que la indagación sobre la realidad y uno mismo, es el único camino para que el hombre llegue a la razón. Porque sólo mediante la educación del ciudadano y del gobernante, se puede llegar a crear una sociedad justa. ¡Qué irónico, que también nos advirtiera de que el exceso de información no deja pensar, y que de sus enseñanzas sólo nos enseñen datos memorizables y nada se haga por reinstaurar su pragmática pedagogía!

La crisis global que afrontamos, dirige sus focos sobre las consecuencias de un sistema abducido y mesmerizado por el mercado, pero poco se reflexiona sobre las razones y las estructuras que deberían modificarse de raíz. La educación debería ser la primera de ellas, y desgraciadamente sería la última que tocaran. Porque desde ella siembran la semilla para que nada cambie. Igual que nuestra civilización se vanagloria de su tecnología y avance científico, construyendo máquinas cada día más sofisticadas, de similar forma crea personas, con conocimientos especializados, pero sin pensamiento crítico ni capacidad de análisis.

Somos más un producto, diseñado para servir y no dar fallos, que se traduzcan en protestas y cuestionamientos, que ciudadanos de una sociedad que cuida y piensa en ofrecer crecimiento personal y social a sus integrantes.

La regeneración democrática, de la que tanto gusta vestirse la política actual, debería comenzar por reformar el modelo educativo. Cambiando el principio productivo al que está orientado, por uno social, y que tenga al hombre y no al mercado en su centro. Sin esa declaración de intenciones, la palabra Democracia seguirá siendo un eufemismo para referirse al gobierno real de los Mercados, y cualquier reforma, una simple remodelación efectista, para que este modelo injusto e inhumano, siga prevaleciendo. Así que… ¡no la esperen!

La Dramática Popularidad del Trabajo Fijo

Cadenas

Soñar, más allá del involuntario y necesario pasatiempo nocturno, es quizá la razón más poderosa que nos empuja al aliento de vivir. Sin nuestros sueños, somos poco más que hormiguitas. Piezas en un engranaje que nos supera y que elimina nuestra individualidad, para que un bien común, que nada tiene que ver con nuestros deseos, nos imponga una razón para existir. Tal que robots o seres sin meta en la vida, ni conciencia.

Todos tenemos sueños, los más deliciosos y alargados en el tiempo son aquellos que bordean la imposibilidad, y reconocerlo, no debe impedir nuestra redundante parada en su deleite. Pero son aquellos que casan con la realidad, los que pueden derrumbar con su peso, la formulación de nuevos. Su renuencia puede fortalecernos, si sabemos indagar en el por qué de la importancia que a ellos les otorgamos, y facilitarnos el descubrimiento de unos sustitutos, puede que más verdaderos. Otros sin embargo, negados y necesarios, nos paralizan y terminan devastando nuestra existencia.

La crisis que vivimos, con su falta de perspectivas laborales y el paro de larga duración, es un ejemplo de ambos, porque nos fuerza a reinventarnos o a ser no más que meros autómatas sin fin, y a merced de que la suerte nos dé un trabajo. La estrategia del hambre también sirve a otro objetivo más maquiavélico. Porque ante su presión, somos nosotros mismos los que nos negamos a pensar en lo que realmente haríamos con nuestra vida, si tuviéramos las necesidades cubiertas, y nos convierte, por supuesto, en manipulables. Nuestro sueño se torna en un deseo impuesto por la penuria, que no es otro que el de pertenecer desesperadamente al engranaje, en retornar a ser una hormiguita con un fin, y poco más.

Desterrando una indagación fundamental: ¿realmente son nuestros sueños, auténticamente nuestros?

El mercado, la publicidad y los famosos como único modelo a seguir, dirigen nuestros anhelos irreales. Incluso nuestra percepción de la realidad está basada en unos principios que no muestran la cruda realidad, sino una interesada y maniquea interpretación del mundo que nos venden desde películas y series. El simbolismo literario, fagocitado y transmutado por Hollywood en moralina ética, termina calando en nuestra concepción del mundo, haciendo que muchos crean que esa moral rige al autoproclamado mundo democrático. Pero la vida nada tiene que ver con ese supuesto equilibrio, donde el bien, la bondad, el amor, la justicia, la ética y los valores culturales del esfuerzo y la recompensa triunfan siempre; incluso derrotando a los más poderosos adversarios.

La realidad, dicen, supera la ficción. Y yo añado, que sólo porque de la realidad conocemos bien poco, por más ufanos y pragmáticos conocedores que nos consideremos. Nos han construido con más partes de ficción, que de realidad, y desafortunadamente a ellas acudimos cuando la desesperanza nos fuerza a analizar las razones de nuestra infelicidad. Pero llegar a un diagnóstico acertado, cuando la ficción se ha apoderado de la imagen que de nosotros mismos tenemos, es una tarea indescifrable. Estamos demasiado bien aleccionados, nos han enseñado a reaccionar, no a pensar; y el resultado nos convierte en rebaño.

Comprar y consumir parece el único estado del vivir. Y la meta más gozosa, maquillada ahora con un carácter quimérico e improbable, debe ser la obtención de un trabajo fijo. Cuyo premio es una llave estable y permanente a nuestros sueños, siempre materiales.

El acceso a un sustento con el que poder mantener nuestra existencia, es el derecho que todo ser humano tiene para poder sobrellevar una vida digna, por ello el dramatismo de la situación actual es tan grande. Pero que nos hayan acorralado con la amenaza de perderlo, para aquellos afortunados que lo tengan, y que hayan simplificado nuestra ilusión al único propósito de tener un empleo decente y estable, muestra a las claras la triste y amarga cara del sistema. Solamente somos números para el poder, que no deben indagar y pensar sobre el sentido de sus propias vidas, sino actuar como simples autómatas que cumplen la función que se les otorga.

Yo, que me cuento en el excluido grupo de los desempleados, no he cambiado de impresión. Soñaba con poder conocer el mundo y aprender de muchas situaciones y personas, y no quedar recluido a un lugar, un trabajo y una rutina. Aunque necesite como todos un medio de vida, siempre pensé y sigo pensando que la idea de un trabajo fijo y de por vida, no es la mejor perspectiva para una existencia soñada. Porque una cadena no deja de serlo, aunque aceptarla te garantice el sustento necesario.

Decidir y planear lo que será tu existencia futura y atarla a un trabajo de ocho horas, no es más que una forma velada de renunciar a tu libertad. Quizá porque tengas una familia y unos hijos, y sacarlos adelante sea tu orgulloso deber. Pero cuando una sociedad te exige el precio de pasar más tiempo en el trabajo, que el que puedes dedicar a aquellos a los que amas, y a las cosas que te hacen sentirte pleno, no puede ser una sociedad tan pulcra, tan ética y tan honesta como la que nos describen las películas.

Y todo ello no es impedimento para que yo siga buscando un lugar en el mundo, y un medio de vida asociado a él. Pero aunque lo necesite como todos, reconozco y reniego de esa intención furtiva y premeditada que con su carestía nos imponen, porque ahí radica el mayor drama, no quieren a seres independientes y pensantes, sino a esclavos. No sólo nos racionan el pan y la sal, para que no podamos acumular, en dinero, el precio de nuestra independencia, sino que sólo nos lo dan a condición de que, tras mucho esfuerzo y soñar, agradezcamos el aceptar sus cadenas.

El Enemigo que cría el Sistema

El Enemigo del Sistema

La normalidad, es ese patrón social al que nos enseñan a aspirar pertenecer. Pero por muy normales que seamos, en algún momento del camino, el peso asfixiante del deber, nos hace temer que nunca encajaremos en él. Y sin embargo la madurez, esa cacareada y falsa impresión del que cumple años, nos puede hacer recapacitar y aceptar que uno, simplemente es lo que es. En ese caso, a veces la resolución sólo afecta al más estricto ámbito privado, y la doble moral y nuestra falta de valor para enfrentarnos a la familia y a la sociedad, nos basta. Otras, tenemos la fortuna de ser demasiado raros como para poder plantearnos siquiera esa teatralidad, a la que llaman apariencias.

Pero de lo que no cabe duda, es que lo considerado normal, es un estereotipo que nadie cumple en su totalidad, pero que aglutina a la sociedad y sirve para señalar al otro. ¿Pero qué ocurre cuando esa estrategia de cohesión y control social, basada en valores inculcados, repetidos y tradiciones remotas, no gratifica como promete a aquellos que las cumplen? Pues que la sociedad a la que en teoría representa, no sólo no está en consonancia con la real, sino que la señala como decante, en profunda crisis; y finalmente augura, una segura y futura desaparición. Pues siembra a su futuro enemigo.

En ese contexto nos hallamos. Muchos hablan de Globalización, del Imperio de los Mercados, de la implantación de un Nuevo Orden, del fin del Estado del Bienestar y de conspiraciones orquestadas por oscuros grupos de poder que implican a la élite monetaria o a los alienígenas. No pretendo buscar un autor intelectual, con este artículo. La crisis y sus instigadores buscan predar la riqueza en todas sus formas y transformar en sirvientes a la humanidad, y sólo los beneficiados y los inconscientes pueden negarlo. Yo prefiero hacer hincapié en las señales que la ambición desdeña, y cuyo efecto terminará por parir un mundo que no han planeado. Y no interpreten mis palabras como optimistas, no lo soy, ni sé lo que ocurrirá. Sólo el tiempo tiene las respuestas, y yo no creo poder ser testigo de ellas. El modelo actual se desmorona y el proceso puede durar décadas o un siglo, pero el colapso, al menos así lo creo, es inevitable.

La sociedad actual es muy compleja. La excesiva cantidad de factores a tener en cuenta hacen fallar al mejor analista. Pero cuando la complejidad nos confunde, lo mejor es tomar el modelo más simple que de su misma naturaleza conozcamos, e intentar analizar en él, los resultados que obtendríamos al aplicarle las mismas condiciones. Así que contentémonos con un hombre solo.

A él o a ella le han inculcado que en su progresiva inclusión a la sociedad, su normalidad tendrá premio. Y esta persona como el resto del Mundo ha crecido mirándose en el espejo del consumismo americano: Estudia para tener un buen trabajo, cásate, ten hijos, compra una casa y un coche, sal de vacaciones… y ese largo etcétera para el que no habrá lugar. No sólo porque el planeta no puede sustentar este ritmo feroz, sino porque, ¿quién puede emular ese comportamiento con los sueldos medios y el coste de vida que nos están imponiendo? Sólo unos pocos. La mayoría podrá sobrevivir, capeando necesidades; y unos muchos, ni eso. Las nuevas condiciones que han ideado van a excluir a mucha gente del sueño, antes tan siquiera, de haber podido participar en el sistema. Se calcula que por muy bien que vaya la crisis en España, 2 millones de personas y sus respectivas familias no podrán nunca volver a encontrar trabajo, en las décadas venideras. ¡Creo que son optimistas!

Es fácil manipular a una persona cuando no conoce otra vida, pero no habrá respeto sino odio, cuando no sólo la conoce por ti, sino que se la has prometido, y tú, que te la has reservado en exclusiva para ti, eres su impedimento para alcanzarla. Cuando una sociedad incumple los ideales sobre los que se sustenta, por más poder que se tenga, la estructura terminará cediendo. La razón es simple. La mentira de lo que prometes, te puede terminar llevando al poder. Pero a la larga, torna en enemigo, a aquel que te aupó a él, ya que sin darte cuenta, lo estás forzando a serlo. Y cabe recordar que el más peligroso de los contrincantes es aquel que nace en tu seno.

La normalidad se ha vuelto un imposible para una gran parte de la población, y su constatación crea un drama cuyas consecuencias tardarán en manifestarse. La perplejidad o indignación de ahora, terminará causando una fractura irreparable en gran parte de la generación venidera. Ellos no crecerán confiando en una recompensa futura, aunque sea falsa, como hicimos nosotros. Hecho que nos convierte en pobre amenaza, porque no lo vimos llegar y no preparamos una respuesta. Por contra, ellos habrán mamado de la injusticia, la necesidad y la exclusión; y su identidad negará la validez del sistema. La inquietud de muchos estará dirigida desde el comienzo, a buscar caminos que transformen su realidad. Y entonces el conflicto, será inevitable.

Dicen algunas voces que la élite que está forzando los cambios sociales y económicos, lo ha previsto todo, y que para evitar una fuerte disidencia futura, ha planeado disminuir la población mundial, mediante guerras o epidemias. Todo es posible. Pero no creo que esa posibilidad realmente esté contemplada, porque desencadenar algo no significa tener luego la habilidad de controlar un desarrollo en el que tú también puedes perecer, y ellos nunca van a arriesgar su propia vida.

El poder establecido prefiere tenerlo todo bajo su control y no arriesgará su propia suerte. Ahí se encuentra su flaqueza. Porque por mucho poder y prepotencia que acumulen, la realidad y las multitudes son imprevisibles. Y las desigualdades que hoy cimentan, serán la imprevisible causa final que determine su fin. Esperemos que el resultado permita a la postre, un mundo más justo. Aunque quizá, ninguno de nosotros lo pueda disfrutar.

TV un sueño dirigido

TVdream

La Televisión se ha convertido, no ya sólo en parte de nuestra vida, sino en la realidad común que amalgama y certifica nuestra pertenencia a una comunidad; tal que si habláramos de un ente aparte, superior y tangible. Desarrollando funciones que un Dios, un rey o un mito, ejercía en las culturas que nos precedieron, pero adornado con la inmediatez, la universalidad y la multiplicidad de contenidos; todo en uno.

Algunos inventos han revolucionado culturas y creado esplendor y muerte, a partes desiguales y a tempos contrapuestos. El ejemplo más manido siempre ha sido la Rueda, y qué duda cabe que en nuestra era, si exceptuamos Internet, el que más ha transformado la sociedad moderna es el de la tele. Su magnitud y omnipresencia lleva aparejadas las mayores adulaciones, los réditos más fructíferos en cuestión monetaria y propagandística, las críticas más mordaces y las excusas más peregrinas, cuando de escurrir el bulto y señalar a otros culpables, tratan aquellos que la acusan de provocar la inmigración ilegal o de corromper a la juventud.

Jorge Luis Borges, el lúcido escritor, afirmó que todos los inventos buscan ser extensiones del cuerpo, salvo el libro que es una extensión de la memoria y la imaginación. La TV aúna el sentido de la vista y del oído, se hace un hueco en nuestra memoria y no sólo incita a nuestra imaginación, sino que la guía hasta hacernos creer que su realidad es la nuestra. Y esa cualidad, de la que poca conciencia tenemos, es la más peligrosa, y la que me temo que más usa el poder, para desapercibidamente tenernos controlados.

El ser humano sólo tiene una vida. Cada decisión marca un camino y descarta posibilidades de lo que ya nunca seremos. Lo que pudo haber sido y no fue, es como una sombra que una vez reconocida, nos acompañará siempre; a veces con dulzura, las más con desasosiego. La tradición oral, con sus mitos y leyendas, daba forma simbólica no sólo a las raíces y valores culturales, sino a los sueños que como hombres y mujeres podíamos alcanzar, aspirar y temer. Los libros, luego, resguardaron esas historias del olvido, y su función exponencial permitió que la imaginación del lector jugara a motu proprio a ser partícipe, testigo o incluso protagonista, de todas esas vidas que nunca viviría.

Esa magia insustancial tomó cuerpo en el cine, y desde entonces proyectarse y vivir otras vidas nunca fue más fácil. No sólo no hacía falta un esfuerzo intelectual, sino que la imaginación, al menos mientras duraba la película, quedaba aparcada.

La televisión aprovechó la nueva senda descubierta, no sólo con telefilmes y series, sino con extractos de la realidad misma. La distancia se esfumó y su inmediatez hizo que nuestra vida se viviera con hechos inconexos y alejados de nuestra realidad corporal. Si sale en la tele, nadie duda. Lo que olvidamos, porque todo no se puede mostrar, es que hay una selección previa, que no es gratuita y que detrás hay intereses, ideologías y una empresa. La pública, utilizada por los políticos para promover su ideología y propaganda. La privada cuyo fin último, más allá de la verdad, como el de cualquier empresa, es el puro y mercantil beneficio.

Pero es su papel de contenedor de nuestras proyecciones, lo que más debería preocuparnos. Porque esa utilidad y no otra, es la que termina aniquilando nuestra iniciativa y convirtiéndonos en meros entes pasivos. Esa inercia, incluso aunque seamos conscientes de ella, con su porosa y continua asimilación nos acostumbra a que aquellos que salen por la caja lista, sean los que actúen por nosotros, ya que nosotros por no ser famosos, no podemos hacerlo.

Una ama de casa enganchada a las telenovelas, a la prensa Rosa y que adora Los Puentes de Madison, no hace más que subsanar su vida gris al proyectarse en aquello que nunca le pasó y que tanto le hubiera gustado vivir en primera persona. Seguro que conocen casos, y lo peor es que al apiadarse de gente tan fácil de ser manipulada, nos olvidamos que no estamos inmunes y que el mismo mecanismo se puede aplicar a todos y cada uno de nosotros. Da igual que sea Juego de Tronos, Star Wars o una tertulia del corazón, o de política, y que nuestra identificación sea con aquellos personajes más contestatarios.

Porque por muchas que sean, las opciones serán limitadas; y para adaptarse al canal tenderán al estereotipo. El personaje público que nos gusta, es una proyección de nuestro yo, que sin darnos cuenta, cede su parte activa y poco a poco asume un papel pasivo. Como ese principio democrático en el que el pueblo cede su soberanía a los políticos, con el resultado social y económico que ahora estamos descubriendo.

No digo que todos los programas y canales sean malos, ni niego que existan buenos profesionales. Sino que el efecto prolongado y general del medio televisivo propicia la pasividad, y esa funcionalidad le encanta al poder establecido. Es bueno tener conciencia y priorizar la realidad propia por encima de la de los medios, porque esta última tiene una única dirección en la que los ciudadanos no pueden participar, al contrario que Internet, de ahí que al poder le disguste tanto este invento al que no puede controlar. Disfrútenla como gusten, pero no se dejen llevar a la pasividad y crean todo lo que les dicen. Sin tele también se puede vivir, aunque dudo que pocos lo hayan intentado, para ganar perspectiva y orientar el tiempo ganado hacia otros intereses.

Parafraseando a Jorge Luis Borges en otra de sus citas: La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido, me atrevería a decir que la Televisión es un sueño dirigido por una imaginación ajena, así que si lo desean disfrútenla, pero sin dejar de ser conscientes de todo lo que implica y que, a fin de cuentas, sólo ustedes son los que crean su realidad y los únicos dueños de sus vidas.

 

El Iceberg de la Corrupción

Iceberg

Los brotes negros de la corrupción aparecen por doquier, como si más que excepciones a la norma, fuera una moda globalizada y de nueva instauración. Cuanto más hincapié hace en ellos el foco mediático, más y mayores escándalos, parecen surgir. La Gürtel, y los casos Nóos, ERES, Emarsa, Dívar, Bárcenas, Pujol, y ese largo etcétera que seguirá engrosando los medios de comunicación, deben ser sólo una minúscula parte.

Un estudio publicado por la Universidad de Las Palmas en 2013, cifraba en 40.000 millones de euros al año el coste estimado en España. No atendía a cifras oficiales, sino a un método propio para intentar calcular el coste social y analizar su impacto sobre los ciudadanos y su calidad de vida. Con similar cautela debe tomarse el IPC (Índice de Percepción de la Corrupción) que como cada año publicaba la Organización de Transparencia Internacional. El cálculo se hace en 177 países, con encuestas y consulta a expertos. Es decir, su valor real, no se corresponde necesariamente con la realidad, de ahí el nombre que la ONG le da al estudio: Índice de percepción. Una forma sutil de confirmar que el verdadero calado de la corrupción es imposible de hallar. No mientras no exista una Ley de Transparencia real y profunda y que permita el acceso de cualquier ciudadano, a todas las actuaciones y cuentas de lo público.

Poco importa que la posición de España sea la 40ª, o una menor, porque para el ciudadano de a pie, el sentir es que el proceder ha sido generalizado, y que ha abarcado no sólo los últimos años, sino gran parte de las últimas décadas democráticas. La intuición le dice que las briznas que aparecen, son nada comparadas con lo que nunca se sabrá. Quizá se equivoque, pero la lógica lo avala. El poder siempre es el lugar más opaco para acceder e investigar, y su situación le permite borrar las pruebas e indicios del supuesto delito cometido. Aunque esperemos, que por su carácter burocrático, muchas más implicaciones y documentos salgan a la luz.

Hace muchas décadas, Umberto Eco, en su famoso libro de semiótica, sobre la cultura popular y los medios de comunicación, Apocalípticos e Integrados, ya nos dividía a todos en alguno de los grupos del título, y yo supongo que pertenezco a los apocalípticos. Porque creo firmemente que la corrupción que se airea en los medios de comunicación, es sólo la punta del Iceberg.

La regeneración democrática, que conllevaría la necesaria transparencia en los procesos públicos de contratas, concursos, concesiones y presupuestos de la administración, no es una cuestión política o ideológica, sino una necesidad del sistema para que éste pueda mantenerse en pie. El daño está hecho, en lo que atañe al pasado, pero desde el presente hay que cimentar las bases de un futuro diferente. Claro que la clase política actual, parece no estar por la labor de llegar al modelo finés; lo que inconscientemente los delata. Se saben culpables, y no quieren pagar, sino impedir que sus provechos sean descubiertos y mucho menos juzgados.

Finlandia está considerado el país más transparente del mundo, según el informe de Transparencia Internacional, pero más allá de la subjetividad de cada estudio, los hechos lo demuestran. Pasemos a recordar algunos de los datos de su modelo. Cualquier compra realizada por la administración debe atenerse a precios de mercado e incluir a 3 proveedores distintos, eligiéndose el más económico. Los ingresos y los impuestos de cada funcionario público, desde el presidente, pasando por un juez, hasta el más nimio oficinista, son de acceso público. La jubilación es igual con independencia del puesto, y lo único que varía el cómputo final, son los años cotizados. Cualquier toma de decisión de un funcionario, no importa su posición jerárquica, es de acceso público, salvo las concernientes a la seguridad. O la multa por violar cualquier norma, siempre es proporcional a los ingresos del infractor.

Finlandia puede ser un buen ejemplo a seguir, pero no el único. Pero lo que está claro es que las reformas necesarias para adecuar el sistema democrático a su nombre, son muchas, pero la última palabra siempre recae en los electores. Porque los gobernantes serán lo que nosotros les permitamos ser, y llevarán a cabo las reformas que el pueblo les exija. En último término, nuestra pasividad o nuestra movilización, hará el resto.

La alarma social e indignación actual, puede ser el acicate que necesitamos para crear conciencia y avanzar. Porque de lo contrario el Iceberg, seguirá creciendo y alimentándose a costa de la sanidad, la cultura y el empleo; no de los que ya se han perdido, sino de aquel estado del bienestar que hemos perdido, y que tal vez, si no actuamos pronto, nunca más resurgirá.