Nosotros, Los Desenchufados

Ser “hijo de”, parece ser un obstáculo insalvable o una rémora que fuerza, al vástago del ilustre conocido, a demostrar doblemente su valía en el campo laboral o social; al menos si atendemos a las quejas públicas y estentóreas que de sus bocas salen.

No niego parte de sus razones, porque todo atributo conlleva la dualidad de una moneda, su adquisición se expresa en sus extremos, y es que un triunfo también conlleva una penitencia. Pero si la cruz del propio apellido y origen, fuera más desfavorable que sus prestaciones, no duden de que la mayoría acabaría abdicando de su nombre y ocultaría, con una nueva personalidad y alias, su vida. Pero como ello no ocurre, no cobijen en sus consideraciones ni la sombra de una duda.

Facilita mucho el vivir, y su consecuente coste pecuniario, que las puertas, que para el común de los mortales están cerradas, para ellos se abran. Entonces su inexperiencia se convierte en un grado con llave de acceso al camino que decidan tomar, y no solo para ellos, sino también para el de sus recomendados. Todo sin mayor mérito que el que suscita su insustancial fama. Pero no es por ella, no se engañen, sino por los favores futuros e imaginados que la genuflexión se orquesta. Porque fue ayer y será mañana, un privilegio social otorgado a los méritos, y torcido por la ambición; también de aquellos que a ostentarlo sueñan.

La posición y la posibilidad de escalar en la pirámide social, es un anhelo compartido por todas las comunidades y civilizaciones conocidas, pero nunca como hoy hubo una estratificación tan diversificada. En la antigüedad los estamentos y jerarquías se ganaban e instituían con la valía de una guerra, ocupando altura y posesión sobre tierras y gentes. Conformando así clases sociales definidas por su rol, pero estancas e impermeables al trasvase de miembros, porque nacer en una, implicaba rara vez morir en otra.

La historia moderna y occidental, nos contaron, ha sido el fruto de la lucha legítima de una mayoría por desheredar a unos pocos de sus privilegios intransferibles, para democratizar desde el nacimiento las posibilidades de todos. La nobleza y la monarquía no son ya lo que eran, pero la costumbre del poder no olvida sus mañas y quien lo alcanza conoce, sin duda, sus códigos y los usa para su propio beneficio y el de sus allegados. Alcanzar el privilegio implica querer mantener el sistema que lo hace posible. No cambiarlo para hacerlo accesible al resto.

Los famosos, su prole y sus conocidos, se han convertido en la nueva nobleza, como si el ciudadano medio necesitara saber que a pesar de lo descabellado que pueda parecer, él también puede llegar a serlo; eso al parecer es lo que para muchos significa la democracia. Pero a un lado y de misma raíz que ese endiosamiento voluntario del público moderno, olvidamos que también surge y se perpetúa una más mundana y cotidiana costumbre. Esa en la que el poder, a menor escala, también ejerce sus privilegios, desechando a aquellos que carecen de un padrino que los recomiende.

Tener un buen enchufe, sin necesidad de ser “hijo de”, burla el ideal democrático igual que lo hace esa rémora clasista que refleja el estatus del famoso. Su origen es tan antiguo como la civilización a la que pertenecemos y escenifica cómo las costumbres nos persiguen con su inercia a pesar de los cambios sociales y las supuestas superaciones logradas a lo largo de la historia.

España fue y sigue siendo tierra de “enchufismo”. Su uso asiduo por parte de los políticos nos indigna ahora, pero nuestro contexto cultural y social, en prácticamente todos los ámbitos, funciona bajo su signo. Reflejo de que ésta fue nación de oligarquías y círculos sociales cerrados que se retroalimentaban para que lo importante, de una forma u otra, quedase en familia.

Los Don Nadies de esta nación nos cansamos de llamar a puertas, insistiendo tozuda y torpemente por alcanzar, no un privilegio, sino la posibilidad de mostrar nuestra valía sin que suene la flauta. Algunos lo lograrán, pero a la gran mayoría ni se les presta la más mínima atención, a no ser que vengan avalados por una recomendación o un padrino. Muchos dirán que lo mismo ocurre en todos sitios, pero en mi experiencia laboral y de periodista en países como México o USA dice lo contrario. No digo que a un desconocido le hagan caso, pero sí me he encontrado que después de mandar algún escrito, y sin contacto alguno allí donde llamaba, a veces la respuesta era afirmativa, por el simple valor de lo que les dirigí; consiguiendo colaboraciones y hasta trabajo. Cosa que, en mi patria, nunca me ha ocurrido, al menos no con un trabajo reglado, sí quizá con colaboraciones; siempre y cuando éstas fueran gratuitas, claro.

La oligarquía de antaño sigue vigente y diversificada en los tics de los nuevos estamentos sociales, porque el acceso al poder se favorece, apadrina y reparte como un proceso natural y lógico de las relaciones sociales. La intercesión es más importante que los méritos, y en esa noble tradición, se refleja la cara oculta de una sociedad. No la de aquella que ocupa los medios de comunicación con fama y oropel, sino la real, la de muchos desenchufados. Esos mismos que terminaremos parados y desperdiciados. Claro que por culpa nuestra… ¿quién nos manda no tener un padrino?

Nacionalismo y Aceitunas

Cada vez que alguien, al describírsela a un extraño o recordarla, dice: <<Mi tierra>>, engarza sin saberlo, el sentimentalismo de la propia vida con un marco social, en el que la familia, los amigos y las costumbres crearon los cimientos de nuestros futuros odios y afectos. Sustrato indeleble de aquel tiempo y lugar que aún vive en nosotros, donde se edificó nuestra estructura cognitiva, sentimental y ética. Iniciación que forjó, casi por completo, el molde prefijado y único, que, desde entonces, nos guiará durante toda nuestra existencia.

La tierra, la propia tierra, es un concepto romántico a pesar del más enconado raciocinio que pudiéramos acaudalar, porque no es su realidad objetiva, ni su clima, ni su vegetación o flora, ni sus gentes, costumbres o gastronomía lo que significa nuestra tierra; sino la más pura y propia subjetividad. Su valía se iguala a la nuestra, y su idealización es tan generosa como la que ponemos al evocar la nostalgia de un recuerdo.

El nacionalismo es simple pertenencia y sentimiento, su fuerza y su verdad es el innegable valor de una comunidad que comparte idiosincrasia y terreno, otra cosa e intención es la instrumentalización política. El conflicto surge porque el carácter de lo propio hace imposible la objetividad. ¿Quién no antepone y alaba lo suyo frente a lo ajeno? Muchas veces sin conocimiento de aquello con lo que se compara. Debido a que conocer es vivir, y uno no puede vivir en muchos sitios. Si lo hiciera, probablemente, pudiera llegar a caer en la tentación de descreer de todo tipo de nacionalismo; incluso imaginar que un mundo unido es posible, no hoy, no mañana, pero quizá algún día.

La naturalidad de lo propio tiende, al primer contacto, a minusvalorar lo extraño, porque hemos aprendido a hacer y a ver todo bajo un prisma, que el forastero al diferir, pone en entredicho. Pero la diferencia, recuerden y no lo olviden, nunca se puede usar para justificar distingos, porque su excusa es la misma que erigió la esclavitud, creó el colonialismo y sigue alimentando el machismo. Ser diferente no debería nunca implicar que los derechos difieran, la fuerza no es una razón y por contra debería serlo la ética.

La realidad española está marcada por las diferencias regionales, las tierras del norte nada tienen que ver con el sur, y las gentes del interior, poco con las del mediterráneo o canarias. El marcado nacionalismo se revela en el idioma, la cultura, el clima y la propiedad de la misma tierra. La historia va unida a ella, y por ella se explican las ideologías y la misma economía que nos vertebra.

Yo me atrevo a hablar de la propia, aunque haya vivido en otras y no resida en ella, porque allí viví mis primeros años y su conocimiento, modesto y parcial, si alguna idiosincrasia poseo, debe proceder de aquella, mi tierra.

Ser jienense, implica en la mayoría de los casos, no poseerla. Nadie de mi familia está adornado con ese don, aunque mi abuela paterna murió reclamando los pinos y un molino de la herencia familiar, sin que ni ella ni sus hijos, pudieran hacerse nunca con ninguno de los dos reclamos. Tengo amigos que compraron unas decenas o centenas de olivas, pero pocos conocidos que por herencia familiar posean tierra.

Cuando uno viaja al norte, trabaja por allá y hace relación, descubre que las gentes desde el cantábrico hasta Castilla suelen ser propietarios de terrenos dentro de la familia, sino todos, una gran parte, quien más quien menos, tiene un pedazo de tierra. En Andalucía en general y en Jaén en particular, el estereotipado latifundio significa que los pocos que la poseen, tienen mucho frente a una mayoría que nunca tuvo nada más que la venta de su sudor.

Es muy fácil apoyarse en el comodín de un estereotipo cuando se desconoce directamente la realidad. Más aún, cuando por su condición de local, un señorito andaluz afirma que el típico desempleado andaluz no quiere trabajar y sólo quiere cobrar el subsidio agrario. Porque su condición de local facilita el juicio de valor que corrobora un prejuicio al que se sumarán muchos otros forasteros, obviando que es una parte del conflicto y que desconoce la realidad de aquellos a los que éste señala.

Esta mezquindad, tiene un origen que obviamos, aunque la generalidad del ciudadano conoce, pero cuya lejanía histórica parece no poder afectar al presente. Se nos olvida que, así como nosotros somos la suma de nuestros días, una sociedad también es fruto de su pasado. La mal llamada Reconquista dejó un reparto de tierras en el sur que aún es palpable, el latifundio y el poder cuasi omnipotente del señorito andaluz comenzó entonces y su perniciosa inercia sigue marcando la precariedad económica y la falta de horizontes del andaluz medio. Es por ello que sigue ganando el socialismo en las elecciones, como de igual forma en el norte ganan los conservadores, porque ellos, los norteños, sí poseen tierras; y la ideología va unida al patrimonio.

Les ponía el ejemplo de la provincia de Jaén y con ella seguiré. Su mar de olivos implica que cada año, al final de cada cosecha, los grandes propietarios ganen decenas o centenas de millones de euros, ganancia a la que se añadían las ayudas de la Comunidad Europea, mientras los pequeños propietarios obtenían un ingreso que debían administrar para sobrevivir el resto del año. Los jornaleros sin tierra, la gran parte de la población, sólo puede contar con el ingreso de la recogida de la aceituna, entre diciembre y febrero, porque el resto del año no hay más movimiento económico que el producido por el comercio local o el trabajo en la administración pública.

La ingente tasa de paro se explica por la nula inversión o diversificación económica, y es que aquellos que tienen dinero para afrontarla ni se la plantean: ganan demasiado como para molestarse. El resto, necesitado, no tiene ni propiedad con la que pedir un préstamo e idear un nuevo nicho de negocio, desalentado también por un mercado con poco nivel adquisitivo.

El círculo vicioso explica la tradicional e histórica tendencia a la inmigración. Hace siglos a América, luego a Europa y a los únicos enclaves industrializados del país, Cataluña durante gran parte del siglo pasado y a Madrid en las últimas décadas. Inmigración que sigue y seguirá, por las pocas perspectivas de futuro laboral. Si la crisis ha afectado a toda la nación, imagínense lo que supone conseguir alguno de los empleos precarios que poco a poco afloran, y es que éstos se encuentran en las grandes ciudades o en el turismo de costa. La crisis no se afronta en las mismas condiciones, cuando sobrevivir implica emigrar y un alquiler, lejos del cobijo de la casa familiar.

Resulta paradójico y triste oír cómo se apela a la unidad de España y a la corresponsabilidad presupuestaria, desde el gobierno central ante el denominado desafío soberanista. Cuando por décadas no se tuvo ninguna visión de estado para equilibrar las diferencias económicas de las regiones que la forman, ni por parte socialista ni conservadora. Porque son, en gran parte económicas, las razones que subyacen en el nacionalismo catalán o vasco para reclamar su independencia. Como demuestra su reiterada apelación a que ellos aportan más, que el resto de comunidades autónomas, al total nacional.

Súmenle los prejuicios asociados a los estereotipos regionales, la instrumentalización de sentimientos legítimos, el recordado maltrato sufrido durante la época franquista a su cultura e idioma, y el miedo democrático a una voluntad calificada como “inconstitucional” por el poder tradicional, para terminar de aderezar un conflicto de difícil solución.

Todo problema siempre tiene raíces más complejas y profundas de las aparentes, y en el caso de los diferentes nacionalismos ibéricos se pasa por alto que, con la llegada de la democracia, ninguno de los políticos que llegó al poder central tuvo nunca una idea clara de construcción de país. Si la hubieran tenido, quizá el peso del nacionalismo no habría terminado siendo un problema de bloques, y quizá andaluces como yo, no tendrían que emigrar de su tierra, al menos, no por obligación. Y tal vez, si Andalucía fuera una tierra con la riqueza mejor repartida, el sentimiento nacionalista y separatista aparecería, porque lo único claro es que éste no aparece si tu población se ve abocada a emigrar.

La Encrucijada Socialista

El retorno de Pedro Sánchez a la presidencia del PSOE ha sorprendido a la mayoría de medios de comunicación y a gran parte de la opinión pública. Su vuelta al primer plano político y mediático no estaba contemplada por los diferentes agentes del sistema

Cuando en octubre del año pasado se forzó su salida para facilitar el gobierno del PP, escenificando una crisis sin precedentes en el partido socialista, todo parecía indicar que el cambio de secretario general, tras una prolongada gestora que apaciguara las aguas, sería un simple trámite con urnas, para los promotores del “golpe institucional”. No por nada éste había sido apoyado e ideado por los barones y los grandes pesos históricos del partido, como si la militancia no contase a pesar de haber instaurado el sistema de primarias.

Resultaba ya entonces sospechoso que, en contra de lo anunciado en campaña y de su propia ideología, se fuera a apoyar a un gobierno del partido conservador y tradicional oponente, sin contraprestación alguna. Pagando un desgaste descomunal frente a sus votantes, con el peligro de que muchos de ellos acabaran en los nuevos partidos emergentes.

La objetividad de los hechos demostraba que más allá del aparente antagonismo entre los partidos que se habían repartido el poder desde la transición, el bipartidismo era la escenografía de un sistema político con dos caras, pero con intereses comunes, y el principal, entonces, era la pervivencia de un modelo amenazado por las nuevas formaciones políticas. Sólo así se podía comprender que el aparato del partido socialista iniciara ese movimiento, como si sus agentes ocultos actuaran más en nombre de los intereses creados por el sistema, que por la ideología que supuestamente encarnaban.

Pero la democracia, esta vez en forma de primarias, tiene un pequeño inconveniente cuando los que mueven los hilos del poder se olvidan de aquellos a los que representan, y es que sus afiliados, a pesar de sus dirigentes, siguen creyendo que pertenecen a un partido socialista. Por ello no es de extrañar que, una vez llegado el momento en el que pudieron expresar su opinión, ésta mostrara su apego al candidato que enarbolaba una sensibilidad más social y acorde a la esperada por un partido socialdemócrata.

Durante décadas la élite política ha creído que el votante medio podía ser dirigido, de hecho así fue, como demuestra la entrada en la OTAN o el proceso europeo en el que se ha primado la economía liberal frente a los principios socialdemócratas. Mientras no hubo crisis daba igual quien gobernara, Europa imponía los pasos y ni conservadores ni progresistas los pusieron en entredicho. Parecía que la venta completa de las numerosas empresas públicas, como decía el liberalismo, haría que se abarataran los servicios y se repartiera la riqueza; pero el incremento exponencial de la luz, por poner sólo un ejemplo, y los beneficios de empresas como Telefónica o Repsol, muestran que en realidad el país ha perdido unos ingresos que no han hecho más que incrementar la deuda pública y empobrecido a la hacienda pública, convirtiendo el impacto de la crisis en imparable.

La Comunidad Europea, en las últimas décadas de construcción, se olvidó del aspecto social. La crisis de los partidos tradicionales y, en especial, de los partidos socialdemócratas europeos tiene aquí su raíz, porque a pesar de sus supuestas intenciones han dejado que los principios del Estado del Bienestar queden subordinados a los del liberalismo globalizador y al de las grandes corporaciones. Su dejadez, cuando dicha tutela debía corresponder a la socialdemocracia europea, los señala.

La perspectiva del pasado ayuda a comprender las consecuencias del presente, y visto así ahora no extraña que durante los gobiernos de Felipe González se vendieran más empresas públicas que en ningún otro periodo, más de 120, y que dicha tendencia no ha cambiado, no importando qué partido gobernase. Lo que también demuestra que ninguna de las dos formaciones bipartidistas tenía o tiene una visión de estado propia, más allá de la que dicta Europa. Y aunque el españolito medio no sepa expresarlo, al sufrir los efectos continuados de la crisis, comienza a expresarlo al buscar nuevas formaciones políticas.

El reingreso a la secretaría general de Pedro Sánchez ejemplifica el enfado del votante tradicional con las élites del partido y la demanda de unas políticas más acordes a su credo, pero también insinúa la necesidad de cambios profundos en la socialdemocracia si quiere seguir siendo relevante en los años venideros, y no seguir perdiendo votantes.

A pesar de comenzar como un candidato oficial, Pedro Sánchez, quizá más por las circunstancias que por su propio planteamiento, se ha visto abocado a un papel que debe tender puentes con la nueva izquierda. Sin duda, las luchas internas dentro del PSOE no van a terminar aquí, cómo se resuelvan y una sabia lectura de las necesidades políticas por parte de sus correligionarios harán posible que el socialismo tradicional vuelva a tener un papel relevante; de no conseguirlo la derecha volverá a repetir legislatura y su importancia y rol, en el futuro panorama político, irá, sin duda, disminuyendo.

La Mística Esperanza de la Descendencia

Imagina que la humanidad fuera un ser vivo y que su supervivencia, a través de los milenios y las catástrofes, significara la salvación críptica de todos y cada una de sus partes. Un ente cambiante y longevo que utiliza cada muerte y nacimiento, para alcanzar a vislumbrar aquel propósito loable, olvidado y futuro, que le desvelará su papel en el Universo. Sé que aún te cuesta creer en ello, pero espera.

Hasta la llegada de ese precioso momento y de tu creencia en él, nos bastará con el amor propio y la querencia hacia nuestros seres queridos, para seguir deseando que un futuro mejor alcance a las generaciones venideras. Pero no por falta de fe, la mística inconsciente dejará de estar presente en esa mezcla de instinto, irracionalidad, generosidad y egoísmo que, sin saberlo, nos hace intuir que el bien de nuestros descendientes será el nuestro, aunque ya estemos muertos.

En la variada expresión del ser humano hay quien se obsesiona con dejar alguna huella que mantenga su recuerdo, incluso quien suspira por que la inmortalidad de sus hechos conmueva a los que aún están por llegar. Pero también hay una mayoría instintiva que premedita la burla de la muerte con el fruto de su propia sangre y carne, engendrando en la propagación de su apellido y genes, la posibilidad de ser en sus hijos aquello que su existencia no parió. Un consuelo, una vez llegado el decisivo tránsito de la cercanía del fin, tan natural y urgido para algunos como intranscendente para muchos; pero cuya propia apreciación poco importa. Porque nadie se sustrae a entremezclar sus sentimientos, ilusiones y anhelos con la esperanza de que la humanidad prospere.

La preocupación por legar un mundo más justo y sabio a nuestros descendientes es un ideal que se ha perseguido siempre. Enraizado en la cultura, la educación y el progresivo reconocimiento de la igualdad y los inherentes derechos universales que todo humano atesora por el simple hecho de pertenecer a la especie. Como toda meta utópica, su propósito no es tan importante como su persecución, porque la perfección no nos atañe y en nuestra diversidad siempre habrá expresiones contrarias y antagónicas, pero si la meta se conoce, se inculca y se interioriza, el avance hacia la utopía debería ser inexorable.

En su anhelo subyace quizá el único vestigio espiritual y místico que se permite el común del hombre moderno, porque más allá de ser creyente, agnóstico o materialista, ese desapego y generosidad de buenas intenciones, para los que queden tras nuestra marcha; suele ser compartido por cada ser humano. Claro que frente a él, hay un contrapeso que dificulta que ese sueño compartido se erija en meta primordial de nuestra sociedad. Un antagonista muy carnal y presente en todos, porque comparte el mismo origen. Y ese no es otro que el yo y el egoísmo de actuar en vida buscando nuestro único y propio interés.

Ese principio, como no podía ser de otra forma, ha regido y sigue estructurando las diferentes civilizaciones, porque la sociedad no es más que la suma de nuestras individualidades. El deseo individual, más allá de la abstracción generalista que lo formula, se circunscribe a la carne y al querer propio; el resto es economía y política. Si no me creen, diríjanse al resultado y admitirán que la suma de todos los deseos nunca ha traído la paz, porque cada uno mira por el suyo, y es una tradición muy humana la de prevalecer a costa del semejante.

Ahí se esconde el lógico y natural matiz, ese en el que los descendientes de la propia sangre sean los que reinen, y no los del semejante. La prueba la encontraremos en que pocos donan su capital, tierras, bienes y patrimonio a la generalidad del género humano, para que esa meta del bien común se alcance; tal vez sólo lo practiquen aquellos que no han tenido prole. Esta natural inercia, explica sin duda, cómo se retroalimentan las desigualdades. En un mundo en el que los poderes y papeles desempeñados están bien definidos, así como el reparto de la tierra y de su riqueza, ¿quién está dispuesto a ceder su poder por el bien de todos y no sólo por los de su propia estirpe?

El ser humano sabe distinguir su individualidad de la entidad social a la que pertenece, pero por mucho que de ella se desmarque o se sienta ajeno, no puede abandonar su impronta. Somos lo que hemos aprendido a ser, y no somos nada sin un grupo humano a nuestro alrededor. Siempre se puede huir, pero en la fuga y en el nuevo asentamiento de nuestra conciencia, vendrá indefectible y articulado, para lo bueno y para lo malo, todo el poso de la sociedad que nos ha amamantado; como lo escenifica el personaje de Robinson Crusoe y su versión cinematográfica y crítica de 1975 “Man Friday”. Habrá quien adopte y ejercite nuevos valores, formas y vínculos sociales, incluso quien se mimetice en comunidades diametralmente opuestas a la suya propia, pero tics y estructuras mentales primarias, seguirán brotando como si su naturaleza fuera innata.

Uno es lo que hace, y cualquier sociedad no está exenta a esa premisa. Cada presente no es más que el resultado de las transformaciones que el tiempo marcó en sus instituciones, valores, normas y creencias, como una suma de las decisiones individuales y los papeles jugados por cada miembro de las generaciones precedentes. El legado recibido se expresa en cada matiz y circunstancia económica, social, cultural y política que nos rodea. La multiplicidad de su expresión es finita, pero incalculable para que un mero individuo pueda ser consciente de todas sus causas y consecuencias. Su expresión por ello no puede ser única, sino tan múltiple como los seres humanos que la forman, porque cada persona filtra sus circunstancias únicas a través de su personalidad propia, para hacer que su transmisión de lo que es su sociedad sea igualmente singular. Cualquier resultado es posible, pero la probabilidad indica que seguiremos repitiendo los esquemas que perpetúan el orden establecido, porque uno repite lo que ha aprendido. Si el resultado actual ha creado riqueza y progreso sin precedentes, también ha sido a costa de que la mitad de la humanidad sufra una pobreza que nuestros descendientes, probablemente, seguirán consintiendo. Siempre existirán aquellos a quienes los deseos de sus difuntos no alcanzarán, porque han sido desposeídos de recursos naturales, educación, trabajo digno o inestimables influencias. Y cada cual seguirá deseando, que entre ellos, no estén los propios.

En las civilizaciones del pasado conocido, el número de las ideas y personas que moldeaban la concepción que del mundo se hacía cada individuo, eran contadas; el cambio se concebía lento. En la actualidad, la compleja variedad y la capacidad de los mensajes para alcanzar a la práctica totalidad del ser humano, nos ha convertido en un organismo impredecible. Cierto es, que la visión oficial se impone más que nunca, porque es fácil germinar cuando se susurra en cada oído, pero también lo es que se han exponenciado el número de jugadores, reglas y posibilidades. El cambio social se concibe ahora con cierto vértigo. Rapidez, que significa inquietud para el humano moderno, cuando piensa en el mundo que dejará a sus descendientes.

El progreso nos ha hecho, al parecer, más egoístas. Las maravillosas capacidades descubiertas por la ciencia, en lugar de concebirse como logros que debían llegar a toda persona, se han vertebrado como negocio, y su resultado no ha sido ni accesible para la totalidad, ni justo; hasta el punto de que nuestro hogar, el propio planeta, pueda pagarlo. ¿Nos bastará con concienciar y educar a los nuestros, para poder cambiar el escenario incierto?

En principio, parece insuficiente, pero hay que ser optimistas. Las carambolas de la existencia y la agilidad adquirida por nuestra sociedad, pueden crear nuevos valores, puntos de inflexión donde la realidad pueda ser transformada por una feliz coincidencia, o en su falta, por un simple humano; pudiera ser incluso, que fuera de nuestra propia sangre.

Una mujer o un hombre, tomados de uno en uno, son la expresión de la cultura que los crio. Toda novedad en ellos suele ser fruto de una variación de lo aprendido, y sin embargo el cambio, la mutación y la creación de nuevas sociedades demuestra que el ser humano evoluciona; no siempre hacia adelante porque los logros se pierden y los valores y creencias se transmutan en sus contrarios, pero sin duda la civilización humana no permanece inalterable. No temamos, pues, el cambio, porque será una decisión conjunta, pero intentemos dejar semillas en los nuestros para que la humanidad comience a luchar contra su egoísmo y abrace el ideal compartido, de un mundo más justo. La respuesta adecuada no debe ser sólo por los nuestros, sino también por los descendientes de los otros; quizá en su logro esté nuestra salvación.

Un jaguar no tiene para nosotros, más individualidad que la de representar a su propia especie, regenerada en cada camada, pero tan idéntica como debió de serlo para el primer ser humano que contempló a uno de sus ejemplares. A la luz de nuestros ojos un jaguar fue, será y es, nada más que eso, un animal sin más fin que perpetuar su especie; y nosotros a pesar de nuestra singularidad, ¿tenemos un fin diferente al suyo?

Si no lo tuviéramos nuestra extinción podría estar en proceso. Pero si creemos en nuestra singularidad, no debería sernos difícil imaginar que las personas, a pesar del pragmatismo y del moderno auge de la individualidad, seguimos poseyendo un sentimiento mágico de la existencia, presintiendo que de una forma u otra, si los nuestros perviven y mejoran, nosotros lo seguiremos haciendo aunque la muerte sea ya nuestro estado natural. Tal que si el total, fuera una expresión de futura esperanza para la conciencia de todos los unos que lo formaron, a la par que, por virtud de lo incognoscible, aquellos que nos dejaron, desde el otro lado seguirán nutriendo a la humanidad.

Quizá, como muchos escolásticos se quejen, sólo será razón del instinto. Pero quizás, ¡quién sabe!, tal vez sean ellos los que estén equivocados, y ese atisbo de superstición sea un acicate y una promesa de que la utopía es posible. La pervivencia de la raza humana está en juego y puede que para salvarla debamos volver a creer en ese lazo mágico y místico que aún sigue susurrándonos que el bien común, es la única y acertada respuesta. ¡Al menos, procuren como yo, imaginarlo!

Las Consecuencias de Atender sólo a los Síntomas

consecuencias

La actualidad mundial y la escalada de cambios sin precedentes a nivel político, social y económico parece corroborar que estamos viviendo un punto de inflexión histórico: una nueva forma de terrorismo global, con ejército y control de amplios territorios en oriente medio; oleadas diarias de inmigrantes y refugiados que Europa se niega a auxiliar; calentamiento global y cambio climático palpable y sin visos de solución; crisis económica planetaria y pérdida de derechos sociales y laborales; aparición de una nueva derecha en el viejo continente con tintes racistas y con grandes posibilidades de acceder al poder en Francia y en otros países; incluso el confirmado desembarco de un racista con ademanes fascistas a la presidencia de la gran potencia mundial, como ha sido el triunfo de Donald Trump.

Los analistas y los medios de comunicación de medio mundo no saben encontrar ni respuestas concluyentes ni explicaciones, y el ciudadano medio está confuso, como si la cascada de acontecimientos fuera un juego inexplicable del azar del que sólo cabe esperar su fin espontáneo. Sin embargo algunos otros apuntan a las similitudes históricas que desencadenaron la II Guerra Mundial, fruto de la crisis económica del 29, el aumento de las desigualdades económicas que propiciaron el surgimiento de los fascismos y que, como todos sabemos, terminó desatando la guerra más salvaje conocida en nuestra historia.

Las teorías e hipótesis que intentan vislumbrar el brumoso porvenir hablan de conspiraciones bien orquestadas para implantar un nuevo orden mundial, de la inminente llegada de los alienígenas, o incluso de correlaciones astronómicas repetidas a las vividas el siglo pasado justo antes de la gran guerra, para explicar el cúmulo de acontecimientos ominosos; lo único cierto es que todo síntoma debe proceder de una fuente y quizá si analizamos sin prejuicios la actuación del ser humano en las últimas décadas, seremos capaces de encontrar esas causas.

Las leyes universales siempre se cumplen, y aunque la lógica parezca guiarnos, nos deslumbran más la inercia cultural, el contexto y los sentimientos que la razón. En ese cúmulo, perdemos la guía de un principio que anunció el hermetismo ocultista y que confirmó la ciencia: “Toda causa tiene una consecuencia, y toda consecuencia procede de una causa.”

Es costumbre asentada en nuestras instituciones y gestores atender únicamente a los signos externos más evidentes de un problema. La promesa de una lucha denodada y vehemente contra los enemigos visibles copa las campañas electorales, los anuncios institucionales y las declaraciones dirigidas a los medios de comunicación y a los ciudadanos; no importa que hablen de educación, droga, guerra, paro, desahucios, urbanismo, economía, cultura o medioambiente.

Sin embargo, no hace falta más que indagar en la profundidad del contexto tratado, para advertir que la complejidad y suma de efectos forma una causa raíz que rara vez se intenta desentrañar. Es más, el disfraz de sus síntomas se convierte entonces en la genuina estratagema que delata la falta de una voluntad fidedigna por hallar una auténtica y duradera solución. Tamaña hazaña, sería el acto de una sociedad madura y sabia, pero la nuestra no contempla la posibilidad de analizarse en hondura, porque hacerlo recetaría unos cambios que afectarían a la estructura de la propia identidad y ello, para la civilización contemporánea basada en las reglas del puro intercambio capitalista, es una blasfemia que no se tolera y que se castiga con persecuciones mediáticas y etiquetas de “enemigos” y “desestabilizadores”, para aquellos que osen señalar a las primigenias raíces de un problema.

África y el Tercer Mundo sufren la pobreza, los eternos conflictos armados o la desigualdad social y económica, por sus malos dirigentes que no saben administrar sus riquísimos recursos naturales, y no por las grandes corporaciones del Primer Mundo que proporcionan armas y apoyo encubierto a diferentes facciones para generar sus grandes beneficios, una vez conseguido el derecho de explotación de sus riquezas. Y así las oleadas de inmigrantes están formadas por ingenuos jóvenes que creen que pueden conseguir con facilidad lo que han visto en la tele, sumado a sus ansias de aventura; no porque la extrema necesidad, la guerra o la ausencia de salidas los aboquen a ello.

Los ejemplos podrían desfilar sin descanso, los hay generales pero también específicos. La amalgama de acontecimientos se nutre de prejuicios y las consecuencias del paro y la crisis simplifican aún más las quejas. La demanda de respuestas hace renacer los nacionalismos y la xenofobia; no es la optimación de beneficios y la deslocalización de la industria hacia países con mano de obra barata y leyes menos estrictas, el origen del desempleo y los recortes sociales, frente a un sistema financiero que siempre se rescata y gana, sino la llegada del extranjero que viene a quitar el trabajo. Y no sólo eso, sino que termina generando delincuencia, porque los que vienen no son buena gente; olvidando que el robo no lo genera el origen cultural, sino el económico y que la delincuencia común nunca surge en las clases altas, porque se nutre de la mera necesidad.

En esta incierta penumbra, amplificada por el crisol poliédrico de fuentes, opiniones, noticias y expertos de la actualidad tecnológica, política y económica, la realidad del día a día se antoja indescifrable, como si los sucesos históricos fueran producto de la casualidad y de la providencia y no de los pasos instituidos por la humanidad y ejecutada por sus gobernantes y diferentes sociedades.

Les pongo un ejemplo, cuando viví en México por primera vez, allá por el año 1995 la generalizada pobreza y la abismal fractura social me sorprendió, sobre todo porque el pueblo parecía asumirlo como algo inevitable. En ocasiones se podía notar una rabia interior, pero no había quejas, aunque siempre pensé que aquel clima social era una olla a presión que de alguna forma se desataría. Hoy el poder de los cárteles de la droga y su control de amplias zonas del país es consecuencia directa de aquella sociedad desequilibrada económicamente, la semilla se sembró durante décadas y hoy se notan sus síntomas. Igual correlación se puede aplicar a la guerra de Irak y al apogeo del Daesh, o a la pobreza impuesta al tercer mundo y a las oleadas de inmigrantes, o al cambio climático tras décadas de maltratar el medioambiente.

El proceder crea consecuencias, también para una sociedad, si éste fue adecuado recogeremos sus beneficios sino es de ilusos culpar a la mala suerte. La lógica de actuación del mundo contemporáneo no difiere demasiado de aquel propietario que durante años y ante una gotera no se preocupa más que de poner envases que recojan el goteo, hasta que un día el edificio entero se viene abajo.

El problema y las consecuencias que vivimos son producto de la dejadez a la hora de pedir cuentas y soluciones tangibles y a futuro a aquellos que nos gobiernan, porque al final las consecuencias las pagamos y las seguiremos sufriendo tod@s; a menos claro que pronto tomemos conciencia.

La Cooperación al Desarrollo Concebida como Negocio

Cooperación y Negocio

El panorama mundial no puede ser tranquilizador para aquellos que oteamos el horizonte futuro: las preocupaciones medioambientales como el calentamiento global y la capa de ozono o la deforestación y privatización del agua; las nuevas crisis de refugiados fruto de guerras donde colisionan los intereses de las tradicionales potencias internacionales y, a su abrigo, el surgimiento de un nuevo terrorismo y una nueva política xenófoba y excluyente; el insalvable y creciente abismo económico entre ricos y pobres, reflejado en la crisis económica y la pérdida de derechos laborales y sociales del primer mundo después de lustros de un ilusorio estado del Bienestar; la inminente eclosión demográfica del tercer mundo que en pocas décadas duplicará la población mundial; el insostenible e irracional consumo de recursos naturales que irremediablemente y en cuestión de años demandará materias primas que sólo varios planetas podrían cubrir…

La lista podría continuar, pero a pesar de películas como An Inconvenient Truth (2006), The Age of Stupid (2009) o Home (2009), y cientos de documentales que abordan muchos de los problemas contemporáneos desde la seriedad de la investigación periodística y científica, la carencia de toma de decisiones tanto a nivel internacional como estatal pareciera demostrar que es más la alarma que la realidad. Como si todo estuviera bajo control y las teorías fueran fruto de conspiraciones paranoicas y sin fundamento que simplemente buscan desestabilizar un sistema que ha traído el mayor avance tecnológico conocido y expandido los derechos humanos y la democracia como nunca antes.

Los “Integrados” con los medios de comunicación a la cabeza, seguirán sosteniendo que el consumismo, con su triunfo, ha demostrado que el sistema de mercado se auto regula y que es el único camino viable, porque las injusticias y desarreglos han sido parte de la civilización desde el comienzo de la historia, pero no por ello debemos dejar de ver los progresos aparejados a esta evolución social.

Los “Apocalípticos” creeremos que el poder, cegado por su codicia y endiosado por su control absoluto de las instituciones y los gobiernos, se ha olvidado de usar la previsión. Su prepotencia confía en que descalificando los hechos y descreyendo de los cálculos, el peligro, ingenuamente, dejará de serlo. Tal que un niño que niega la existencia de aquello que lo abruma y que fervientemente cree que al olvidar, la amenaza deja de ser real.

Lamentablemente, el tiempo demostrará quién tiene la razón, cuando tal vez ya sea demasiado tarde.

Mientras tanto para todos aquellos concienciados por las desigualdades y problemas del mundo, siempre quedará la opción de irse de voluntario a una ONG, o en su defecto apadrinar o participar en algún proyecto con donativos o cuotas, puntuales o periódicas desde su propio país. La gran labor desarrollada ocupa el vacío de muchas instituciones mundiales y gobiernos, pero aún así su papel no es en muchos casos más que anecdótico y un parche insuficiente. No muy diferente de la beneficencia y las misiones que con carácter evangélico desarrolló el cristianismo desde los tiempos de la conquista de América, sin duda una forma de lavar conciencias y de actuar de cara a la galería. Lo que no quita que muchas de estas organizaciones busquen principios intachables y fines loables, cobijando y reflejando parte de lo mejor del ser humano en ellas.

Pero el mayor problema, a mi entender, es que no pueden abstraerse del contexto en el que han surgido y éste no es otro que el capitalismo y el concepto de empresa; por lo que en cierta forma no dejan de ser un negocio más.

Hace algunos años, en el lejano año 1995 yo estuve trabajando en la Agencia Española de Cooperación Internacional en México, formaba parte de un grupo de universitarios, más voluntarios que becados, por la escasa cuantía de los sueldos, que diseminados por diferentes países latinoamericanos, comprendimos que la finalidad de la supuesta ayuda no era más que la diplomacia y no la lucha eficaz contra las raíces de los problemas. Pero aparte de la desilusión, generalmente compartida por nosotros los participantes, en las formas, el vacío efectivo y práctico de los proyectos y la variada suerte, sin duda la experiencia nos enriqueció.

Pero más allá de la experiencia laboral y el conocimiento del entramado diplomático, fue el contacto con directivos de Ong´s y su funcionamiento, el que más nos sorprendió en un curso completo y previo que durante un mes tomamos antes de viajar. Entonces supimos de los altísimos sueldos de la ONU y sus diferentes organizaciones, que partían de los 2500 dólares hasta cantidades desmesuradas. Pero lo que nos dejó perplejos a todos fue que las diferentes asociaciones sin ánimo de lucro, de media pagaban a los directores de proyecto la nada despreciable cifra de 10.000 dólares mensuales, con escalones salariales bastante altos, aunque la mayoría de las mismas se nutrieran de voluntarios gratuitos. No, sin duda no era el mundo desinteresado y solidario que uno imagina desde fuera.

Yo fui destinado a la Universidad, y aunque reitero que la experiencia laboral fue interesante, aquello no tenía mucho que ver con la imagen ideal que uno tiene de la cooperación al desarrollo; así que me busqué un voluntariado con chavos de la calle. En esa asociación y otras de escasa relevancia y nombre, con las que estuve vinculado, pude comprobar cómo la mayoría de los trabajadores de base cobraban miserias, mientras los responsables y dirigentes, justo cuando llegaba una subvención, podían aparecer con un coche recién comprado que podía superar la mitad de la ayuda oficial de aquel semestre. Claro que un mal ejemplo no representa a la totalidad.

A mi vuelta no descarté la búsqueda de oportunidades de cooperación por un tiempo, y en aquella indagación comprobé que algunas Ong´s comenzaban a pedir a los voluntarios dinero por la experiencia, como si fuera una moda vacacional demandada por el mercado. Obviamente no era lo que yo buscaba, y aunque me salió otra oportunidad de voluntariado, al final la vida me llevó por otros derroteros.

En la actualidad no hay Ong que no utilice la fórmula, con cuotas semanales, sin importar el tiempo que uno quiera ir a “ayudar a los más necesitados”. Ahora son pocas las organizaciones que se contentan con un trabajo gratuito o mal remunerado, convirtiendo la práctica en una especie de lujo que no se puede permitir cualquiera. Es comprensible que muchas necesiten financiación y que muchos puestos estén fijados en determinadas profesiones. Pero parece inmoral que un mundo en el que cada vez más personas son desaprovechadas por el mercado productivo, esa ingente cantidad de fuerza trabajadora que querría colaborar y hacer una sociedad mejor, se encuentre con la misma puerta que le cierre las oportunidades en su país de origen. Sin dinero, uno no puede ni ser solidario.

Una muestra más de que nuestra civilización tiene unos fundamentos erróneos, cuando cada vez más millones de ciudadanos no encuentran trabajo y se desperdician sus capacidades en lugar de crear mecanismos que a la vez pudieran dar uso y finalidad a sus vidas creando una civilización más ética e igualatoria. Pero claro el mercado es y sigue siendo el único camino, desgraciadamente también para aquellos que se ilusionan con crear un mundo mejor.

La Indeleble y Desconocida Huella del Abuso Sexual

Abuso Sexual

El propio engaño es un arma poderosa. Olvidar se convierte entonces en una medida de autoprotección insospechada, tan terrible y sorprendente que solo tras una ardua negación, si llegamos a su aceptación, descubriremos su eficacia.

Aquel yo que olvida sus pasos, no es necesariamente un loco, un ebrio o un psicópata. Hay golpes de realidad que la normalidad no puede digerir. Sucede en todo tipo de accidentes, en zonas de guerra o en cualquier tipo de situación que conlleve un drama que sobrepasa con su realidad, la frontera de la nuestra. Y si nuestra equilibrada estructura comienza en el propio cuerpo, trasgredir sus límites causará un desequilibrio completo. Sobre todo si eres un niño y la avalancha supone un primer e impuesto contacto con el sexo.

Ese tipo de recuerdo perdido encontré hace años, hace cortos años en proporción a las decadas que tengo.

Pero el recuerdo no es una prueba tangible, sus fragmentos deshojan una especie de pulso, una imagen ramificada en intensas dolencias sentimentales e inaprensibles, cuya profundidad nos perderá por meses. No por su contenido objetivo y escaso, desvestido de seguridades y detalles, sino porque sus flashes nos obligaran a releer y acomodar nuestra vida más íntima.

Mi recuerdo no es uno, sino variedades incompletas que no dejan penetrar en el contexto completo y menos aún bucear en los abruptos cortes que intuyo. Recuperar su secuencia, no es necesario, casi afirmaría que preferible. En mi caso, tras el hallazgo primero, la indagación no sacó a la superficie nuevo material, no me hizo falta. Cuando la escasez recuperada ha sido una fatiga dolorosa y lenta, saber más es un nuevo viaje al que tal vez no estemos preparados, quizá porque los recuerdos afloran sólo cuando nuestra fortaleza es completa.

El abuso sexual es una secuela que reverbera y nos persigue durante toda la vida. Si ocurre con corta edad, el impacto puede hacer saltar el mecanismo protector borrando su trazo, pero no sus consecuencias. Un niñ@ no tiene fantasías sexuales, y su existencia sólo puede probar que un contacto sexual no consentido tuvo lugar, como afirmará cualquier profesional de la psicología. Aquí radica la secuela nunca mencionada y gran desconocida por la gente. En su irrefutable prueba, reconocí aquel niño que fui y que había olvidado.

Su aprendizaje me aconteció inesperadamente al enamorarme de un muchacho que había sufrido abusos sexuales, —exorcismo que relato en mi novela “El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo”—. En el reflejo de aquel laberinto emocional del desamor, la diosa casualidad me dejó claro que el azar no existe. En el año y algo que duró el proceso, todos y cada uno de mis amantes, gran parte de los nuevos conocidos e incluso amigos de toda la vida, habían sufrido abuso sexual. Con ellos y por ellos, comencé a comprender su dinámica.

La fuerza del hecho no depende de su completo recuerdo, el abuso se posa como una marca indeleble que no atiende a la desagradable subjetividad vivida por la víctima, sino que, al contrario, transfiere el pulso sexual del abusador. Probablemente no hubo ningún tipo de placer en el hecho, pero su atormentado recuerdo lo incita, mezclado con culpa, humillación y una excitación sexual, que al recordar, retroalimenta un círculo infinito y vicioso que genera el sentimiento de que uno es tan culpable como el victimario, lo que poco a poco va resquebrajando la propia autoestima.

Sé que resulta extraño, irracional e ilógico, pero así es la psique humana, se crea un paso más allá de la lógica. El teatro imaginario de los hechos, a pesar de ser fruto de la imposición, se ha transformado en una impronta que el abusado no sólo revive en su cabeza, sino que además anhela a pesar de que su regusto es amargo y culpable. Puede que pasen años, pero la recreación buscada o casual, dirigirá aquella pulsión sexual intensa en la que de alguna forma se repiten los papeles y el hecho. No de forma estricta, pero sí de forma simbólica, como único camino al placer.

Esa concepción de único camino es la que crea a los abusadores, quienes fueron primero abusados y que luego se dejan manejar únicamente por la intensidad de esa pulsión sexual. Sólo la recreación los excita, y si no pueden ser víctimas se convierten en verdugos, alternando roles pero recreando aquel teatro vivido, como si la única opción fuera ser “yunque o martillo” como expuso Leopold von Sacher-Masoch, en su libro La Venus de las Pieles. Pero ese único camino es un engaño más de la propia psique, sin duda el más peligroso.

La incontestable certeza es que la excitación siempre existirá. Para su comprensión les expongo el caso de un conocido quien me relató que tenía 18 años y novia y que nunca había sentido inclinaciones homosexuales, cuando ocurrió el abuso. Su tío siempre había hecho bromas sobre su atractivo y una noche en la que acabaron solos y borrachos lo forzó a tener relaciones sexuales, violándolo varias veces. Como suele ser común, la vergüenza, la culpa, la humillación y que fuera un familiar, le impidió decir nada. Durante años rehuyó a su tío, que seguía haciéndole proposiciones sexuales, pero a los tiempos, una vez ya casado y encontrándose con el abusador en una ciudad diferente, cedió al deseo; ese que no sintió en la violación y que había renacido en su maldito recuerdo.

Los casos y las circunstancias varían, el olvido parcialmente protector suele aparecer en niños de escasa edad. Incluso cuando la personalidad ya está formado, con 10, 12 o mayor edad, suelen darse muchos casos en los que el recuerdo no es completo o si lo es aparece un mecanismo donde el abusado relata los hechos como si fuera un espectador, buscando un alejamiento de aquellos sucesos dolorosos. Pero lo verdaderamente importante es saber distanciarse de aquel sello sexual. Si se produce su práctica debe interiorizarse simplemente como un juego sexual, porque a pesar de lo que pueda parecer la pulsión sexual también se podrá dirigir a más opciones, como un ejercicio en el que se puede introducir el cariño, las caricias y el puro amor. Además de nuevas pulsiones, tanto si aparecieron antes, como si se desarrollaron después; al fin y al cabo el sexo siempre es un instinto en perpetua evolución.

La carga ineludible es convivir con aquel deseo sexual impuesto, que permanecerá y que hay que saber sobrellevar. Transformándolo en una opción erótica y jamás en una imposición, esa que se posesiona del abusador y lo transforma en un abusador futuro, como si el círculo de violencia, humillación y vergüenza fuera irrompible; y no lo es porque como todo en la vida, depende de nuestra voluntad y del papel que en nuestra vida sexual queramos darle.

La Unión con lo Incognoscible, La Religión Perdida

Hermes Trismegisto

La realidad, esa inexpugnable frontera, de la que es imposible salir con vida. Tuvo, hace mucho, vericuetos de lo que entonces eran hechos y hoy creencias, con ejecutantes que se enorgullecían de poseer la capacidad de su salida momentánea. El motivo era que aquella lejanía corporal permitía cosechar conocimiento, gracias al logro de una nueva percepción. El estudio de aquella única erudición que aglutinaba el origen de todo conocimiento, garantizaba a los pocos que llegaban a ostentar el título de Maestro, el acceso a la sabiduría y el dominio de la ciencia absoluta y exacta que rige el universo material y sus leyes; como la definiría Eliphas Levi. La magia que por milenios fue un estudio tangible y práctico, sin embargo no era el fin, sino uno de sus hallazgos. El método que lo incluía todo, tenía un propósito más elevado, y su genuina y poderosa valía parece estar refrendado por su secretismo. Ya que no podía ser baladí que el mero desliz de su susurro, se cobrara con la muerte.

Muchos fueron los estudiosos entre las generaciones del Mundo Antiguo, pero sólo unos pocos Iluminados llegaron a aquella atalaya de poder, desde la cual se puede atravesar definitivamente, el límite de la carne. En la India Buda, en Mesopotamia Zoroastro, en Grecia Pitágoras o en Oriente Medio Salomón, antes que Jesús; entre otros mucho menos conocidos y olvidados, llegaron a cruzar aquel límite. Aquella verdad mística que pregonaban los Hierofantes y Maestros, a sus iniciados y adeptos, consistía en comprehender que el Mundo no es más que una ilusión, y sólo cuando el meritorio aprehende, el velo se entreabre, revelando que el camino es arduo, pero alcanzable para una voluntad impecable.

No debe ser casualidad que el concepto se repita en los Misterios de Mitra, Isis o Eleusis, en la Kábala o en los antiquísimos libros hindús de Los Vedas. H. P. Blavatsky, abanderada de la doctrina secreta, señala en su obra Isis sin Velo, que más allá de la visión trina de la Divinidad, los muchos paralelismos demostrarían que mutan nombres e imaginería, para disfrazar con simbolismos, conceptos substanciales, sagrados y eternos que sólo están al alcance del iniciado. Pero que atendiendo a su antigüedad, igual que el concepto Maya, como ilusión, el resto de los principios sagrados, hacen de Los Vedas, la fuente primigenia de aquel sacrosanto saber que se esparció por el mundo.

Hace mucho menos, una nueva religión olvidó esos vericuetos y tomó senderos diferentes. Acicalada de símbolos prestados y vaciada de verdad simbólica y trascendente, torció definitivamente el curso de la historia de la religión, cuando acusó de herejía y persiguió a los Gnósticos. Quienes primero se toparon con la ignorancia de Ireneo frente a la sabiduría de Basílides, y la negación y ataque a los prodigios de Simón el Mago, tan ampliamente documentados en la época, para después con el Concilio de Nicea en el 325 de nuestra era, hacer tabla rasa de una tradición de siglos. Esa misma tradición que los Gnósticos intentaron unir con sincretismo, para que la usanza de la Kábala y de los Misterios, perviviera como conocimiento del contexto y raíces que explicaban el estudio y aparición del nazareno. Pero su destino no fue diferente al del resto de paganos.

La popularidad del cristianismo entre la gente humilde, contrastaba con la lejanía del paganismo por su complejidad y hermetismo. Su mensaje de amor al prójimo e igualdad, caló porque Dios había tomado la forma de uno de ellos, y por primera vez su mensaje se dirigía a los humildes y pobres, que como en la generalidad de épocas y sociedades, eran mayoría. Aquella elección democrática, si mantenemos el concepto que aún se tiene hoy en día, en pocas centurias convirtió al Emperador Constantino y al Imperio Romano, en una única fe que desde la intransigencia de su poder, persiguió y exterminó las creencias antiguas y rivales. Transfigurando aquella mayoría, en dictatorial imposición que la historia y la colonización de los siglos vendió como un progreso, y no cómo lo que fue, una pérdida irreparable de libros y sabiduría inconmensurable.

En el principio, la religión no se reducía a dogmas, teología y fe ciega en ese pálpito indemostrable, que induce al creyente a interpretar la literalidad de un libro sagrado. La etimología de la palabra proviene del significado “la unión con”, el artículo y el género quedan mejor eludidos, porque el creador no está recluido a una dualidad, por ser todo.

Por entonces, en el desdibujado borde de lo que la Historia sólo perfila como mitos, se desarrolló la primera Religión que ofrecía una verdadera unión con lo incognoscible. Como prueba irrefutable de su verdad aparece Thot, el Dios egipcio, conocido por los griegos como Hermes, el mensajero de los dioses. Un mito que entregó pruebas en formas de escritos que versaban sobre matemática, geometría, música, astrología, alquimia, muerte y divinidad. Todo el conocimiento nacía de ella, hasta acumular en 42 libros, todo el saber que atañe al hombre y al mundo. Un regalo que comenzaba hablando de un solo Dios, de un Todo de naturaleza triple. Como condición primera e ineludible para conducir al hombre a la sabiduría, porque el fin último no era otro que el regreso al comienzo, la unión con el Todo y la recuperación de nuestro carácter divino.

El personaje de Hermes Trismegisto, el tres veces grande, la fuente primigenia de la cultura hermética y esotérica, se dibuja después, con el paso de los siglos, con el elogio y lamento de los autores que lo citan por la posesión de sus libros y la pérdida definitiva de estos. Quizá en una de las destrucciones de la Biblioteca de Alejandría, quizá años más tarde durante la caída en desgracia de un Patricio romano. La verdad importa poco, porque el hecho no tiene remedio en la actualidad no quedan más que meros fragmentos, copias griegas y latinas, de lo que una vez fue una magna enciclopedia que contenía todo el conocimiento, y que de una forma u otra fue la base de la civilización Egipcia y de las diferentes escuelas de misterios del mundo pagano. Su verdad, entonces incontestable, se ha quedado en una cuestión de fe, casi en una elucubración no muy distante de la creencia en los ovnis.

La llave de la ciencia fue lanzada a los niños, como dijo Eliphas Levi, y el hombre moderno olvidó aquel conocimiento de certeza filosófica y religiosa tan infalible como las matemáticas, que conciliaba fe y razón, ciencia y creencia, autoridad y libertad, porque nació fruto de la verdadera religión, de la unión con Dios.

El mismo mito lo predijo, en un párrafo preservado y citado por Blavatsky:

“¡Ay, hijo mío! Día llegará en que los sagrados jeroglíficos parezcan ídolos, porque el mundo tomará por dioses los emblemas de la ciencia y acusará al glorioso Egipto de haber adorado monstruos infernales. Pero quienes de este modo nos calumnian adorarán a la muerte en lugar de la vida, y a la locura en vez de a la sabiduría. Abominarán del amor y de la fecundidad, llenarán sus templos de huesos de muerto que llamarán reliquias, y malograrán su juventud en soledad y llanto. Sus vírgenes preferirán ser monjas a ser esposas y se consumirán en el dolor, porque los hombres habrán profanado con menosprecio los sagrados misterios de Isis”.”

Champollion: Hermes Trismegisto, XXVII.

El Dócil Olvido de Nuestros Otros Yo´s

Yo´S

Encontrar un trabajo decente no es tarea fácil. Pero en su búsqueda, uno encuentra atisbos de otras realidades que pueden servirnos de advertencia. La sujeto de mi atención y análisis, estaba en la frontera que te lleva a las seis décadas, al menos en el camino. Como entrevistadora de recursos humanos de larga vinculación, como ella afirmó, de una gran empresa dedicada al mundo de servicios laborales y ETT (Empresa de Trabajo Temporal), su sonrisa de décadas de ensayo y tono melosamente falso a cada paso del proceso, a cada pregunta, a cada interjección, a cada bondad de un puesto precario de entre 20 y 30 horas, unido al único objetivo de vender; me ponía en guardia.

Resulta agradable al primer trato, si quieren, pero la sordidez que yo percibía era la consecuencia que debía repercutirle a ella misma, aquella infinita repetición del día a día. Seguramente y con un poco de suerte, sería de las pocas personas que podrían jubilarse, sin perder su trabajo. Pero más que el envidiable aspecto de la seguridad, yo me detenía horrorizado en el pago necesario.

Vender, vender y vender de una forma o de otra, implican la mayoría de ofertas de trabajo que encuentro. Todo muy inocuo si de sobrevivir se trata, o eso nos parece. ¿Quién trabaja en lo que le gusta o en algo que le hace sentirse realizado? Y si no es así, ¿qué consecuencia nos acarrea si nos dejamos arrastrar por esa cotidianeidad durante nuestros mejores años? Como leen, la sombra de esa entrevistadora, me persiguió por días, y me forzó a seguir desmadejando.

La acción física conlleva consecuencias mentales, queramos o no, hacer nos modela; lo que no siempre ocurre en la dirección opuesta. El mundo se crea en la mente y los devenires de ésta conforman lo que somos, pero corto porcentaje de la actividad mental se hace visible, aunque su desarrollo sordo y oculto, sin duda nos transforma. En cierta manera somos la amalgama de lo que somos y pensamos. Pero hacer conlleva en muchas ocasiones que lo exterior nos configure, conformando en nosotros un yo que nace de la pura acción, porque en el sentido más práctico, somos lo que hacemos.

El cúmulo de circunstancias que nos impele a adoptar un rol, termina moldeándonos. La rutina y su aceptación no hacen más que adoptar nuestra piel y nublarnos el recuerdo de las intenciones de nuestros antiguos yos, con sus virtudes y defectos. No por nada somos lo que hacemos, y de tanto jugar al mismo juego, terminamos siendo la gesticulación de sus valores, a pesar de nosotros mismos.

Las matemáticas son primas hermanas de los hechos, ambas en su cómputo final, nunca mienten. Así que si nos fijamos en proporción y tiempo, entenderemos que en términos sociales somos nuestro trabajo. Circunstancia que en una situación ideal implicaría que las personas se desarrollan y expresan en una actividad que las identifica, pero y si la correlación social no sólo no cuadra, sino que nos fuerza a adoptar funciones que se alejan de lo que queremos ser y en muchos casos nos sitúan en el polo opuesto. Todo por la simple necesidad de sobrevivir de manera temporal, aunque finalmente ésta se transforme en nuestra única y permanente actividad. ¿Qué será de ese yo que no se expresa?

Muchos dijeron, y algunos otros más tarde dirán, que nuestra vida nos expresa; yo me atrevo a añadir que en ese caso, la muerte como metáfora, lo certificaría. Seguramente, el laberinto de nuestro devenir destilara en su último verso, todo aquello que fuimos. No dudo de su verdad mística, pero en la esfera terrenal, estoy seguro de su imposible certeza. Quizá así ocurra en el plano práctico y en la relevancia o recuerdo que en la vida de los otros deje nuestro paso; pero aceptarlo sería negar nuestra poliédrica naturaleza.

El valor de una vida se convierte en un mensaje plano, unívoco, a comparación de sus múltiples y desconocidos pliegues. Se nos olvida, que la teatralidad de los hechos también oculta el sentimiento de lo que no pudimos ser. La vulgaridad se escenifica en que sólo aquellos que nos conocieron y sobrevivieron, podrán certificar su verdad, la nuestra no. Los protagonistas, siempre creemos tener tiempo para expresar mucho más, y los hechos terminan contradiciéndonos. Pero no por ello lo que no se hizo, dejó de ser parte intangible de nuestra existencia, al menos en nuestra cabeza.

Es por ello que ese indiscutible y científico total de una persona, nos es tan ajeno como lo exterior permite serlo a un testigo. Atestiguar no es ser, y una vida no es sólo aquella escenificación que el otro percibe. El don de la totalidad implica dos puntos de vista que la subjetiva u objetiva, por sí misma no puede completar, porque por más que queramos sólo somos uno.

Nadie suma y resta el bagaje de lo que pudimos ser, fuimos y somos, salvo el propio protagonista; pero ni de él debemos fiarnos. Vivir nos fuerza al sobreseimiento de sucesos y recuerdos, porque todas las personas que hemos sido, no se pueden escenificar a cada paso. Como mucho, sabremos representar lo que creemos ser ahora mismo. Por ello el ayer termina siendo olvido y el presente el único yo. Y merced a nuestra incapacidad para aglutinar y recordar todo lo que hemos sido, terminamos siendo aquello que nos acostumbramos a ser.

La sociedad no es la suma de las voluntades, sino de las acciones, y en la maraña de la realidad se tuercen las intenciones del individuo. Cuando no puedes ser tú, terminas siendo aquello que te has acostumbrado a ser, el peso de la inercia nos puede. Supongo que la lucha, con sus máscaras y contextos, siempre ha existido, y que el resultado yace más en las manos de las circunstancias que en el de nuestra propia cabezonería.

Pero quizá, también la testarudez sea un signo de independencia, de libertad y un amaneramiento inequívoco de que parte de lo que fuimos y pensamos ser, aún lucha por salir de la esfera mental y expresarse. Mientras persista el tic, la inercia de la rutina y lo externo aún no se habrá hecho con nosotros. La esperanza de ser nosotros mismos a pesar del trabajo y las necesidades de supervivencia, subsistirán y esos múltiples yos que la sociedad acalla, podrán expresarse y ser. Antes de que nuestro propio tiempo los silencie y los condene al olvido, de aquello que nunca pudimos ser.

Las Dos Españas y La Repetición de Elecciones

Elecciones Generales

Un país es un ente vivo, aunque para su concepción y tratamiento nos agarremos al estereotipo de considerarlo un todo inamovible. Es más fácil lidiar con una personalidad elucubrada, idealizada y compartida, que con los millones de seres humanos que la conforman; fue el uso de esa pertenencia, como estrategia, lo que inauguró el arte de la política.

Es una obviedad, pero cada día mueren y nacen, residen y emigran, un incontable número de personas. Un país, como todo en esta vida, evoluciona y se transmuta con más rapidez que la reflejada por las instituciones y de lo que sus políticos están dispuestos a admitir. Cuando se agarran a que los españoles ya nos dimos una constitución y la votamos, no demuestran más que su poco apego al estricto espíritu democrático y su renuencia al cambio. Si tú ya estás en el poder, una transformación profunda, aunque sea requerida, puede dejarte fuera.

Esa mutación sorda, continua y múltiple es reducida por la Historia a periodos, épocas, e incluso décadas de especial relevancia. Cual si pudiera esbozarse una instantánea que enmarcara el confluir de todas las mujeres y hombres que en él habitan. Pero no es la gente a quien enfoca la historia, sino a la élite. Quizá también porque hasta ahora no hubo tanto estudio e información sobre el ciudadano medio, y de esas profundidades se enriquecerán las crónicas que de nuestro tiempo, se harán algún día.

Vivir es no tener conciencia de ese cambio común. Solo en las crisis, cuando se hace evidente el desfase entre las instituciones y la comunidad a la que dice representar, la ciudadanía alcanza a balbucear una incertidumbre sin sintaxis. La ignorancia de las múltiples variables que los han llevado a malvivir no puede esconder sus efectos, aunque estos sean maquillados por los gobernantes. Aplacar su propagación, no supone para un político, más que resucitar la idea de país. Como un gesto aprendido, de quien sabe que el pueblo no tardará en enarbolar instintos preconcebidos de lo que somos y debemos representar, haciéndonos creer que en su respuesta está la solución. Aunque eso suponga imponer nuestra ideología y criterio, a esos otros que no piensan como nosotros. Y por el camino, se nos olvida, que el objetivo final de la democracia, es gobernar para todos. Pero las crónicas políticas dan testimonio de que las minorías siempre terminaron saliendo del cuento, las más felices de las veces retratadas por el historiador, en un apéndice tardío donde desdeña la falta de fuentes y lamenta su pérdida. Pero no siempre se es mayoría.

El equilibrio de fuerzas, sin embargo, genera fricción cuando el poder establecido ve surgir en poco tiempo un contrapeso a su, hasta entonces, indiscutido papel y control. El atuendo de la desigualdad cimenta y ensancha la fractura social, y el alejamiento de las clases dirigentes no hará más que escenificar el cambio generacional y de valores de una ciudadanía, que en una importante proporción ya no se reconoce en las instituciones. Pero es que además, en la situación española actual, parte del pueblo se siente ninguneado y maltratado, cargando sobre sus hombros con sacrificios y penurias que sólo al don nadie corresponden. Cuestionar su razón igualándola a peligro para la democracia y negando la bondad de sus dirigentes, expresa no sólo el burdo intento de desviar la atención de las raíces de la situación, sino el desprecio a una franja de población y el miedo a que los tiempos, para la política tradicional, estén cambiando.

Las Dos Españas, esas que firmaron el armisticio de la Transición y que a ojos de la historia se unificaron entonces, sólo cerraron un capítulo. Adormecidas y latentes, reverdecen sus antagonismos con nuevos protagonistas y proyectos, viejas herencias y un nuevo abismo de desigualdad, que fue auspiciado por Europa y presentado por los partidos tradicionales, como camino obligado, único y clave para que el Sistema prevalezca. Lo que sin duda explica, la voraz campaña hacia Podemos de los medios de comunicación de los dos bandos bipartidistas, porque ellos sí plantean cambios en las instituciones para que el ciudadano sea el centro de la política y deje de serlo como hasta ahora el poder financiero. Otra cosa es que, una vez en el poder, cumplan sus promesas y su gestión la avalen los electores.

Mientras la incógnita se revele, lo cierto y probado en estos ocho años de crisis es que la brecha social se agudiza, y mientras las grandes fortunas aumentan sus beneficios, otros enfrentan la supervivencia o la inevitable pobreza. Las alturas del poder vuelven a mostrarse agrias y sorprendidas de que sus arreglos corruptos se aireen. Pero más les incomoda que se ponga en entredicho un sistema que ha privatizado lo público para enriquecer a los grandes poderes económicos y que ha estatalizado las pérdidas del sector financiero, con rescates, recortes y pérdida de derechos laborales, sociales  y sanitarios. Todas esas justificaciones, mientras la crisis no las subsane y enderece, y al parecer de muchos economistas tomará décadas, irán dando razones y seguidores a esa nueva España pobre.

Esa es la verdadera amenaza, aún no son mayoría, pero esa irrupción de una nueva política que pone en entredicho la dirección económica y social que el poder ha tomado,  cuando los damnificados por venir van a ser muchos más, asusta a un régimen que parecía inamovible y asentado. Muchos no votaron la Constitución del 78, y entienden que el Sistema deber ser cuestionado. Su razón, que no funciona como debía, y sus pruebas, la imparable desigualdad y pérdida de calidad de vida del ciudadano medio.

Por ello no ha habido acuerdo tras las últimas Elecciones Generales, porque el Bipartidismo mide sus pasos con incertidumbre. Aún así los partidos tradicionales son mayoría en España, como se ha demostrado en las últimas elecciones andaluzas donde entre PP y PSOE sumaron más del 60% de los votos, o en las generales de Diciembre de 2015, donde consiguieron el 50% de las papeletas. Ambos crearon el sistema y lo guiaron con sus políticas. El colapso a la hora de formar gobierno, por el contrario, ha escenificado más que un equilibrio que no existe, una duda. Sobre todo por parte de la izquierda tradicional, que dejó de ser socialista en el mero instante que llegó al poder, pero que ahora comprende que un electorado nuevo y parte del viejo, no lo vota sólo por el nombre. La corrupción del PP y sus supuestos roles antagónicos, los encaminaron a elegir a la nueva derecha. No es casual que en los artificios negociadores no buscaran un acuerdo con la nueva izquierda, sino simplemente su abstención. Comparten el temor con el otro gran partido, no sólo por el presente, sino por las futuras elecciones y por la entrada en el ejecutivo de nuevas y reformistas visiones de lo que debe ser una democracia, porque un mal paso puede acarrearles para el futuro inmediato un papel secundario.

La Derecha, por su parte no tiene ese temor, los aplazamientos juegan a favor de que la necesidad de un gobierno los sitúe de nuevo en el Ejecutivo. Si algo teme es que la formulación de un nuevo sistema democrático presuponga el cuestionamiento y las bases del antiguo. Ahí, es indicativo que la derecha tradicional, y la no tan nueva, se pongan a la defensiva y les moleste todo intento de erradicar los símbolos del Franquismo, investigar sus crímenes o desenterrar a los desaparecidos. Como si por reconocer aquellas deudas pendientes, admitieran su verdadero origen, y no sólo político, sino sobre todo económico.

Los tiempos, como decía la canción de Dylan, sin duda están cambiando. La parálisis de la formación de un gobierno no obedece a una correlación equilibrada de fuerzas, sino a las dudas del Bipartidismo por el camino a tomar, porque temen que en unos años la nueva España de la crisis pueda abrazar un camino reformista donde ellos no sean los seguros protagonistas. Hasta que eso pueda o no ocurrir, las nuevas elecciones, sean cuales sean los resultados, darán lugar a un acuerdo amplio basado en los partidos tradicionales. Otra cosa es que tengan el alcance de miras de gobernar para todos. La nueva izquierda será excluida, pero quizá la jugada no sea más que el último y definitivo impulso que necesita el electorado, para que dentro de cuatro años, la nueva España y una nueva política, puedan comenzar otra Transición.