Naga y la Búsqueda del Poder

Naga

(Cap. 1º- Parte 4ª- Novela: El Chamán y los Monstruos Perfectos)

Christophobe lo señaló a su entrada a la reunión. Ésta vez se celebraba en un pueblecito fronterizo entre los estados mexicanos de Oaxaca, Veracruz y Puebla. Estaba inusualmente alterado, él que siempre era la estampa serena del control, parecía ahora la viva imagen del taimado pirata que acaba de encontrar el rastro de un tesoro. El plan inicial preveía, mediante la ingesta de plantas de poder, un primer acercamiento a la sabiduría perdida de los Toltecas. Pero lo desconocido, afirmó, le había indicado con un sueño, el cambio de planes. Tomó del brazo a M. y pareció llevarlo al centro de la sala, pero dudó y lo soltó a mitad de camino. De repente se dio media vuelta y lo encaró a dos metros de distancia.

-¿Quién eres? –Le gritó, esperando una respuesta por más de medio minuto. ¿Lo sabes… o es que realmente lo has olvidado?

-¡Maestro, no, no entiendo…!

-¡He sido atacado, mientras te contemplaba en un sueño que era mucho más que un sueño! ¡He estado a punto de morir! ¡Tú no puedes llegar a ese mundo astral y mucho menos realizar las maravillas que realizaste, a menos que no seas quien dices ser! Aquello que casi me mata, tenía un poder ancestral, tan intenso y tan oscuro, que no debería seguir vivo. A menos, que me necesitéis. ¡Habla…!

Christophobe, de un enérgico paso se pone a su altura, e inesperadamente le agarra el mentón. Luego estruja sus ojos con vehemencia, como suele hacer cuando entra en trance, y, una vez listos, los enfrenta a los de M. con furia.

-¡Respira como te he enseñado, respira…! –Le grita primero y luego susurra: ¡Recuerda, recuerda…!

M. no sabe cómo reaccionar, la situación le pilla tan nervioso y sorprendido como al resto. Esa vehemente violencia contenida no había sido nunca una pauta reconocible en el comportamiento de Christophobe, y por unos segundos tiene miedo. Pero sin saber cómo, a los pocos minutos comienza a relajarse y a dejarse ir, hasta que finalmente, recuerda lo enseñado y controla su respiración. La presa de las manos es más tenaz que nunca, y empieza a sentir que todo su peso recae en ella. Como si lo tuvieran alzado y en vilo, y él dejase de sentir su cuerpo, porque su percepción comenzara a dirigirse a otro lugar. Y aquella presión, tan tenue y tan abrumadora, fuera la mejor palanca. Aún escucha de fondo la letanía que le ordena que recuerde. Cada vez más lejana y redimensionada por un filtro que parece mojar como el agua. Sus ojos están abiertos, no recuerda haberlos cerrado, pero no ve nada. Una película de granulada oscuridad pasea sus tonos rugosos y tridimensionales frente a su mirada. Y de improviso, el vértigo lo asalta.La velocidad de un centenar de imágenes, preciosistas e inasibles lo trasportan, hasta desembocar en un rostro oscurecido por la luz que surge a su espalda. Después la nada. Es todo lo que puede recordar.

Cuando despierta del trance, las caras del grupo le confirman la vaga impresión de que algo asombroso ha ocurrido a través de su boca. Y aferrado a su lectura, interpreta en sus rostros trazas indelebles de un miedo atroz y una implícita reverencia hacia su persona. Y mientras se pregunta si ambos sentimientos van unidos, la codicia en los ojos de Christophobe le sonríen, mientras le dice:

-Me necesitas.

Luego, continúa respondiéndole a la pregunta que aún no ha formulado. Le indica que, lo que le ha ocurrido, ha sido una trasgresión, que lo ha trasportado a una vida pasada. Y que lo normal es que ahora no recuerde nada. Pero no debe preocuparse porque al momento sabrá. Una grabación de sus compañeros, ha salvado para su recuerdo aquellas palabras:

-¡Recuerda aquel que fuiste y cuéntanos tu relación con el objeto de poder que en el sueño donde te encontré portabas! –Le ordena Christophobe. ¡Escoge el momento que lo explique todo y compártenoslo!

>>El día de nuestro fin y vuestro principio, había comenzado. Como si el Infinito quisiera sumergirnos desde el cielo, la lluvia nos azotaba una jornada más. La tormenta eterna nos fustigaba con la suma de tres semanas, y la base de nuestros campos parecía hacerse uno con el encabritado mar. Las profecías de los Servidores de los Dioses se habían cumplido. Y yo debía cumplir mi parte. Mi misión, me habían dicho, preservaría la memoria de mi amado mundo. No por nada yo encarnaba entonces al Gran Nahualli.

Los hombres de poder actúan sin piedad, saben que para tratar con sus semejantes el único método efectivo, es el subterfugio. Y yo, que era pieza final en su plan maestro, acababa de descubrir que había sido burlado, utilizado por todos como peón y custodio, y si cumplía mi función, otorgaría a los causantes de nuestros males el premio de una segunda oportunidad. Y si no lo hacía, la esencia de todo aquello que amaba, y que atesoraba en mis manos, se perdería para siempre. Tomara la decisión que tomara, no podía ganar.

Nuestra civilización, deudora del sol, había brillado y engendrado maravillas que no habrían de sobrevivir más que en las torpes y distorsionadas leyendas de los milenios venideros, y esa agonía me ensombrecía. Los dioses que habían vivido a nuestra vera, nos mandaban sus reproches y el planeta entero los obedecía. Los grandes hombres de conocimiento que eran los Servidores de los Dioses, habían previsto en sus visiones, decenios antes, la ineludible lectura del fin. Y aunque ningún remedio aplaca el flujo del destino, habían descubierto un efugio que les permitiría unir su pervivencia a un lejano y futuro nuevo principio. Ese que el fin de vuestra civilización está en la antesala de parir.

Naga, el objeto místico imbuido de las esencias vitales de los Nahuallis precedentes, hacedor de la inmortalidad y puerta de acceso a las maravillas del Infinito, tras arrancarlo de las manos de mi amada, yacía en las mías, y yo debía partir con él, preservarlo del fin, para que ellos el día de su regreso, pudieran hallarlo. Me habían adoctrinado para esconderlo en el lugar que dentro de 30 mil años hará renacer a aquellos que me engañaron. Hoy era el día, los polos magnéticos de la tierra estaban cambiando y el cambio climático se mostraba en la primera nieve que azotaba nuestra tierra. En pocos días, la lluvia que nos había anegado se transformaría en hielo, y su persistencia sepultaría mi mundo con kilómetros de perpetuo sello blanco.

Sin embargo no iba a partir. Aunque bien sabía que la profecía no se refería a mi presente, sino a un futuro en el que yo no estaría. Decidí seguir una intuición e intentar evitar el mal, aunque el precio fuera la pérdida definitiva de mi cultura. La fe y el dolor me habían musitado una fórmula para cumplir la profecía y a la par prender una tenue esperanza. No afirma acaso la profecía que aquel que quiera ganar la inmortalidad, debe aprender que la vida no vale nada, y que sólo aquel que la pierda podrá ganarla. Y entonces, sólo entonces, Naga será su arma, y otorgará el deseo más puro, ese que pueda salvar un mundo.

Porque mi deseo era ese, y no encontraba otro camino, decidí esconder el objeto en la inmensa tumba de mi civilización y morir con él. Esperando burlar con mi sacrificio a aquellos que me habían utilizado. Rezando porque aquel que lo encuentre, heredará mi deseo y no sólo se hará inmortal y recuperará la memoria de mi civilización y sus maravillas, sino que podrá evitar que aquellos que me engañaron, lo encuentren y vuelvan a tiranizar este mundo.

Hoy que la lenta muerte de mi mundo ha comenzado, me ofrezco en sacrificio, yo que he perdido a aquella que amo. Mi nombre es N., custodio de Naga, y sólo yo, concluye la profecía, puedo conducir a su hallazgo.<<

Llegado a ese punto, Christophobe intenta recabar más información, pero a todas sus preguntas el silencio de M. muestra que la regresión ha terminado. Después la cinta se corta.

El resto de la velada, la excitación general contenida en los primeros momentos, se desborda. M. centra todas las miradas que oscilan entre la admiración y la desconfianza, porque a pesar de que han sido testigos, si por algo es conocido un actor, es por su capacidad de interpretación. Aunque ninguno se abstiene de elucubrar sobre el trasfondo de lo oído, y como no puede ser de otra forma, M. es atosigado como juez de las posibilidades que cada uno le lanza. Pero él no apoya a ninguna, porque aunque ha sido el relator, no recuerda nada, y menos aún puede aportar algún dato esclarecedor más, que es lo que todos esperan.

Christophobe, que ha permanecido callado y a un lado del grupo, crea el silencio cuando por fin habla.

-No hace al caso que intenten suponer si es el anillo de Salomón, el libro de Thot, el santo Grial o cualquier otro objeto sagrado y místico de los que recogen las leyendas conocidas. Sé poco, pero si algo sé, mi intuición me dice que el objeto no es de este mundo. Y con ello no quiero decir que sea extraterrestre, sino que pertenece a una época de la humanidad de la que no quedan vestigios documentales. Y si lo que nos ha dicho M. es cierto, hace más de treinta mil años que nadie sabe de él. Por lo que no puede ser ninguno de esos objetos. Y si lo es, la búsqueda que vamos a iniciar, no tendrá sentido. Pero si la tiene, queridos amigos, los dioses habrán vuelto a la tierra, y llevarán nuestros nombres.

El revuelo de reacciones histéricas, apasionadas y perplejas, asemeja una discusión alborozada y caótica, dónde una vez calmada, la conclusión resultante, ruidosa y unívoca era una duda; ¿dónde empezar a buscar? A la que de nuevo, Christophobe dejó muda.

-Lo primero damas y caballeros es poner los medios. ¡Vamos a necesitar dinero, mucho dinero! Y sus aportaciones, generosas hasta la fecha, van a tener que multiplicarse por bastantes ceros, claro está si quieren formar parte de los elegidos. Porque M. sabe, y aunque ahora lo desconozca, y tarde en recordarlo, lo hará, de eso me encargo yo. Aunque de todas formas, creo saber a grandes rasgos el emplazamiento del dónde.

(Fin Capítulo 1)

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.