Hace apenas seis meses el nombre de Will Shakespeare, seguramente a la mayoría de ustedes, no les diría nada, a menos que pertenecieran a esas contadas decenas de seguidores, que en contra de una mayoría de internautas, seguían su blog. Pero hete aquí que tras lustro y medio de posts y autoediciones de su obra en formato ebook, con nula repercusión y casi más menguadas ventas, porque ni sus propios seguidores compraban sus dramas, comedias y poemas; la irónica y caprichosa musa viral de la globalización, ha tornado su mirar a su barroca figura y desbordado lenguaje.
Todo comenzó por un despiadado artículo de un mediocre escritor y crítico literario del Periódico el Norte de Castilla, que como trasfondo de su intransigente dictado del devenir literario y del oficio de escritor, nombraba de refilón un post del susodicho Will, como ejemplo de escritura kitsch, cursi, y en todo alejada de la buena y verdadera literatura. Tamaña maldad e inquina gratuita (al parecer debida a su fracasada vida sentimental y literaria), por casualidad llamó la curiosidad de un reconocido autor, algunos dicen que de Arrabal, otras fuentes afirman que del mismísimo Paul Auster, que rió con tanta majadería, que al parecer le traducían.
El caso es que uno de ellos, o ambos si el argumento fuere menester, sintieron el irrefrenable impulso de comprar alguna de sus obras, no del crítico a Dios gracias y a mayor gloria de la buena literatura, sino del desconocido Shakespeare. El irrefrenable placer y la cascada de emociones, aliñada con una mescolanza de culpa y urgencia, los conmino a comprar el resto, releer sus posts y finalmente a difundir sus excelencias a todo aquel que a su paso, o en su camino literario se encontraren, de resultas que varios editores intrigados y ambiciosos, trataron de localizarlo. Primero escribieron algún comentario en su blog, además de largos exhortos en forma de correos a su e-mail para que los contactara. Luego, ante su incómodo silencio, trataron y consiguieron localizar a alguno de sus escasos seguidores, logrando no más que desconocimiento, incomodidad y poca participación. Finalmente descubrieron la trágica noticia.
Aquel articulito prepotente y maledicente, no hubo de padecer la fortuna de caer en manos de dos verdaderos escritores, sino en tres, y esa tercera parte le tocó al citado y, hoy por fin reconocido, William Shakespeare. Claro que para él la espiral de esa gota no fue el principio, sino el colmo. Sobre su último acto no dejó escrito alguno, pero se supone que cansado de tanta falta de reconocimiento y esfuerzo, decidió quitarse la vida. Hoy sus obras comienzan a venderse, quizá por el morbo que ha despertado su caso, y quizá también porque a pesar de la calidad indudable que cada una de ellas atesora, el mundo digital y global, no sabe distinguir la calidad de la paja y sólo se mueve por modas, y aunque tarde para él, la suya ha llegado. ¿Cuántos no habrá como él y cuántos no pasarán desapercibidos? La única seguridad, es que nunca lo sabremos.