La Vida en la Ruleta

La Ruleta de la Vida

Vivir, principalmente, es un ejercicio de lucha contra uno mismo. Las circunstancias vienen más tarde, y es precisamente a nuestro yo a quien se enfrentan. La comparación inevitable, sin embargo, es con los demás, y es entonces cuando los valores sociales aprendidos penetran en nosotros. El resultado de ese combate continuo nos cambia, con la dificultad de que la edad nos hace tercos y la capacidad de esponja, del niño que fuimos, ya está anquilosada.

El éxito social y material, nunca antes como hoy, sigue siendo la vara de medida que criba el valor de una existencia. Lograrlo, nos dicen las estrellas del deporte y del oropel, es cuestión de voluntad y de esfuerzo. La fama está al alcance de cualquiera, y esa verdad justifica la mentira de esa vara, haciéndonos creer que los reflejos sociales son absolutos. Como si las matemáticas de la vida fueran neutras trasmisoras, y las desgracias pagos tan adecuados a los méritos, como aquellos que ostentan los hombres a los que les sonríe la fortuna. Medio planeta trabaja con dureza y a pesar de las horas y el esfuerzo, la miseria no los suelta. Sin embargo otros, por el mero accidente de nacer en una familia de bien, lo tienen todo. Y a pesar de ambos casos la maga fortuna sigue decidiendo más que el propio empeño. No, no somos los únicos dueños y hacedores de nuestro rumbo, pero sí de nuestras decisiones.

La vida nunca fue un camino delimitado y seguro, aunque así nos guste pensarlo. Su indefinición puede tomarse como indefensión, pero también como una aventura con imprevisibles salidas. Todo es posible, y aceptar el hecho en su totalidad no es algo en lo que nos eduquen. Confundimos la ocultación con la protección, puede que por la supersticiosa creencia de que nombrar la desgracia la termine atrayendo, y preferimos dejar que el dramatismo de la existencia sorprenda al neófito cuando su realidad se hace terriblemente palpable.

No es agradable advertir sobre la posibilidad del dolor, la tragedia y el infortunio, pero no por ello es más inteligente vivir como si el drama fuera un desafortunado y raro incidente que sólo sufren los otros. La desgracia, el horror y lo bizarro, o en su colmado antagonismo la felicidad, la opulencia, la presunción y el decoro, nos pueden ser ajenos hasta que para cambiar nuestro signo y hacer imagen con nuestra vida de su esencia, nos visita el otro lado de la vida, ese de cuyos encantos aún no habíamos maldecido ni disfrutado.

El tiempo restringe las posibilidades de una vida mortal, pero su flujo eterno lo compensa garantizando todas las variables concebibles. La expresividad vital del hombre se debate en esa ruleta de aristas infinitas. Lanzado a su vorágine, entre la lucha de su voluntad y sus circunstancias, el ser humano traza y cumple su destino. La totalidad de nuestra suerte como humanidad, cumplimentará todas las casillas.

El rumbo de una existencia yace, para muchos en las manos de Dios, para otros no es más que la carambola de la física, la química y la ciencia en su cocktail de variables, para la sabiduría oriental un camino de aprendizaje que aferrado a la rueda infinita del ser no se detiene con la muerte, y para un selecto grupúsculo de pragmáticos, el triunfo de la voluntad y el resultado de una inefable superioridad que se refleja en la fama, el dinero y el poder temporal adquiridos. Pero sea la que sea la hipótesis acertada, ¿en realidad importa?

La interacción entre voluntad y karma crea la realidad e inutiliza el valor de las discusiones sobre el carácter predestinado o no de la vida. Su valor y sus porcentajes no deberían importarnos, la voluntad existe en nosotros y es nuestro deber ejercerla, problema diferente serán las vicisitudes que nos depare el camino; y esas variables sabemos que no yacen en nuestras ganas. La casualidad atiende a todas las razones y reparte todas las cartas. La incógnita de una vida afronta un insondable catálogo de posibilidades y aceptarlas no es una clausula expuesta a ningún tipo de reclamación, su imposición está implícita en el contrato. Podemos decir que la desconocíamos, que nos parece injusta, abusiva o cruel, pero el juego no admite más réplica que abandonar o seguir jugando.

Juguemos pues con la alegría de que mientras tengamos vida todo es posible. La muerte es inevitable, pero en su intermedio todo puede ocurrir, quizá hasta podamos discernir y recuperar a aquel yo primero que tanto solemos confundir con las circunstancias, olvidando que no son ellas las importantes, sino cómo ante ellas nos mostramos y evolucionamos. Porque una vez traspasada la muerte, si algo trasciende y pervive, no serán las posesiones y los logros sociales, sino lo aprendido en el camino, y entonces tal vez la ruleta de la vida adquiera el sentido que estando vivos se nos escapa.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.