Escribir, entre la Mediocridad y la Osadía del Futuro

Escritor

Ser escritor nunca fue tan democrático. La nueva realidad virtual, con las plataformas de libros digitales, redes sociales y la facilidad para la autopublicación, ha posibilitado que cualquiera pueda ofrecer al mundo sus escritos. Hasta mediados del siglo XX las editoriales atendían por sobre todo a la calidad literaria. Luego la impregnación de este mundo globalizado que transfigura todo aquello que toca a su imagen y semejanza, impuso la idea de que lo relevante no es tanto el contenido sino la aguda estrategia de ofrecer un producto, tan bien definido, que el segmento del mercado al que va dirigido terminará comprándolo.

Entrar en ese coto reservado implicaba tener el oportuno don de haber publicado unas décadas atrás o la virtud publicitaria de ser un simple famoso. En su carestía, tener la habilidad de trabajarse buenos contactos en el mundillo, sino ganar un concurso, y en último extremo, jugar a la azarosa casualidad de que tu libro fuera el producto y tú la posible marca, que en ese preciso instante buscara una editorial. La calidad pasó a un segundo plano, y vino aparejado el drama de que aunque aparecieran buenos narradores como Paul Auster, serlo no implicaba lograrlo, porque ayudaba más parecerlo, y en tales circunstancias pseudo literatos como Pablo Coelho se hicieron reyes.

El público manda, y en su democracia comprendo que existan y triunfen aquellos que tienen eco y vendan, pero su éxito no invalida la lucha por el arte y el encuentro con los libros que, como los grandes autores clásicos, no buscan la venta sino destilar los recovecos de la vida y el alma humana, sin fórmulas manidas y falsos misticismos de bolsillo. Ahora que hay más democracia y que todos podemos ser escritores, los extremos serán más amplios y variados, aunque la mayoría no pueda evitar deslindar su mediocridad como reflejo de esta sociedad en la que hemos surgido, y de cuyos signos de pertenencia es tan difícil desmarcarse.

Escribir es un hecho tan cotidiano, que ejercerlo con asiduidad, no significa y menos garantiza, la obtención de su maestría. Cualquiera sabe escribir, al menos si ha sido alfabetizado. Su uso como objeto administrativo y de comunicación, solo incrusta en el habla reglas, términos y giros adaptados a según qué medio y público. Circunstancia que convierte al hecho manuscrito, en un mero e instantáneo filtro formal de nuestra capacidad de comunicación. Algo que todos sabemos hacer, pero no con la misma soltura, picardía, lógica y timidez.

Su analogía no difiere del uso del video y la fotografía, accesible para todos desde hace poco tiempo, circunstancia que no convierte a sus poseedores en directores o fotógrafos, pero sí explica en las redes sociales y en internet, el auge por doquier de aquellos que claman ser escritor. Supongo que con la accesibilidad actual, una familiaridad similar a aquella de la que goza la escritura y el tiempo, harán que muchos otros de las generaciones venideras se autoproclamen directores de cine. Lo que en el sentido estricto demuestra que todos podemos escribir. Tema diferente será su calidad e interés. Pero sí alegra comprobar que el amor a la literatura, parece más vivo que nunca y que quizá la autopublicación y los sueños de fama han democratizado la expresión y el campo para expresarse y considerarse artista. Porque, qué es la escritura, sino una necesidad de contar, justificar el vivir y darle lustre, resquemor y mimo, a lo vivido, y a lo que nunca viviremos.

Claro que una cosa es el ego o la necesidad, y otra bien diferente que su afección nos confiera la maestría del relato. No es una cuestión de inteligencia, estudios o condición, aunque los cúmulos de lecturas y su ejercicio, ayudan. Pues hasta iletrados, como Driss Ben Hamed Charhadi con la transcriptora ayuda de Paul Bowles contó la historia de su vida en la genial “A life Full of Holes”, probando ser poseedor de esa sensibilidad que sabe rescatar y coloca con dibujada o realista maestría sus pensamientos, creando una estructura que no sólo remeda un aspecto de la vida, sino que de alguna forma nos los hace percibir como propios, aunque su inefabilidad esté hecha de sueños; rotos en este caso.

Una mayor elocuencia verbal, sin duda, puede ayudar a pulir y afilar una prosa, pero la persona introspectiva, no por la condición de su carácter, deja de ser incapaz de mostrar en el ejercicio de un escrito, su reservada y a veces sorprendente brillantez. Porque escribir no es más que saber comunicar un mensaje y la práctica del día a día nos prepara para su logro. Su sencilla audacia sólo consiste en dar forma y estructura a nuestros pensamientos. Tarea diferente es la de perseguir la capacidad de estilizar y amalgamar simbolismos con mensajes complejos en torno a una historia que enganche a un lector y le haga soñar e imaginar, no sólo sobre lo escrito, sino sobre él mismo y sus secretas inquietudes. Porque ese y no otro es el común, indeleble e inexpresable denominador, que como espejo mágico comparte todo aquel escrito que por derecho propio, entra en la categoría de lo que llamamos Literatura.

La genialidad de engarzar en un mensaje varios otros, complementarios, antagónicos y elusivos al primer vistazo, pero perennes y descifrables a los ojos sensibles de un lector extraño; no es fruto de una simple convicción, sino del peso de la vida o de su aprendizaje y juego. Tener veinte años comprime tus posibilidades porque tu misma frescura restringe la densidad y la cantidad de elementos con los que trabajar. Esos mismos elementos, años más tarde enriquecerán sus aristas y mostrarán significados desconocidos en el momento de su concepción. Pero, aunque de seguro las obras tardías tendrán más profundidad y pliegues, el regalo de la perspectiva tampoco es indispensable para saber ejercitar con maestría la construcción narrativa. La genialidad temprana y el dominio del lenguaje y la estructura en los primeros relatos de Truman Capote, así lo demuestra. Pero hay que saber deslindar ilusiones, sueños y ego, de la calidad objetiva de nuestra escritura. Sobre todo si la pretensión es creerse un genio que no necesita conocer y leer a escritores reputados, fruto de confundir la elucubración e imaginación propia con un don innato que por sí solo pare arte. Escribiendo sin más plan que unas ideas generales y sin más motivo inconsciente que el llenar con fantasía una evidente falta de comunicación. En el otro extremo están aquellos cuya perspectiva les hace suponer que la fuerza de lo vivido puede suplir a la técnica narrativa, como si la veracidad de lo que se cuenta fuera bastante para crear un buen relato.

No importa, aunque nuestras razones y metas sean variadas, todos aquellos que tenemos la inquietud podremos mostrar nuestros escritos, otra cosa será que nos lean. Y como siempre de entre todos, sólo unos pocos serán los elegidos, no sólo por las ventas y el público del hoy, sino tal vez por el reconocimiento de los lectores del mañana. Aquellos para los que en mi caso, tal vez con ambición infundada, escribo. Pero cuando honestamente se ama la literatura y la vida y uno siente la vocación de escritor… ¿puede existir cualquier otro motivo? Sí, existirán muchos, pero en esos casos, no lo duden, ninguno de ellos será sincero.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.