La Libertad Perdida en el Camino

La Libertad Perdida

El efluvio del futuro tiende a positivizar nuestras previsiones, haciéndonos inferir que el porvenir no puede traer más que cambios positivos, como si avanzar fuera un hecho tan inevitable y físico, como la fuerza de la gravedad. Las desgracias y los accidentes nos muestran la inevitabilidad de los hechos, pero a menos que nos toquen directamente, nuestra visión general, seguirá creyendo en el avance, sobre todo si pensamos en términos sociales, tal que la globalidad por ser la suma de los totales individuales, nunca pudiera significar un resultante y evidente paso atrás. Y sin embargo, si la Historia no deja de mostrarnos ejemplos de nuestro común y cultivado error, será que la despreciada memoria del hombre, aún sirve para algo. Siempre y cuando, se la tome en consideración.

No hace mucho ser niño en España era una condición despreocupada, libre y desvinculada del mundo adulto por el simple hecho de salir a la calle y jugar, sin más vigilancia y frontera que la hora de la comida. Hoy los padres no se pueden permitir tal lujo. La sobreprotección y la conciencia de los peligros latentes frente a la despreocupada ignorancia de antaño, es un hecho que nos gobierna, cediendo padres y niños no sólo libertad, sino la felicidad que se desprende al ejercerla.

Parecido sinsabor nos ha legado la evolución de un mundo tecnológicamente más avanzado y una globalización que ha cambiado no sólo los ocios y la economía, sino y sobretodo la base del contacto humano. Creando un atrezzo accesible para todos, pero distanciado. Sin necesidad de ejercitar en su uso, el recurso de la presencia, y otorgándonos así lo imposible; y en cierto modo deshumanizándonos.

Mayor distancia genera la necesaria digestión del presente, para conciliar aquello que afirman que somos y la agridulce divergencia que las nuevas condiciones nos producen. Vivimos en una sociedad que se jacta de ser libre, que reconoce los derechos humanos y que bajo el pregón de su defensa, las últimas generaciones hemos crecido y, sobre todo, creído. Pero por mucha fe que le tuviéramos a la justicia, la igualdad y la democracia, su lucha por el medioambiente, los derechos laborales, o la galopante brecha entre ricos y pobres, muestra una desasosegante falacia entre lo que afirma ser nuestra sociedad y aquellas prioridades por las que realmente lucha. Decirlo y pensarlo te hace antisistema, justificarlo delata que en el reparto de su injusticia no te fue tan mal. Pero incluso ser un Don Alguien no evita que en muchas ocasiones sientas, que los avances objetivos de la modernidad, paradójicamente no nos han hecho más felices, y sí una población mucho más manejable.

No cuadra que en un mundo con más posibilidades que nunca, la percepción de la libertad y las opciones para desarrollarla sean menores a las de las décadas anteriores, quizá porque sobrevivir se ha vuelto más costoso y el margen para intentar cambiar nuestra propia suerte cada vez depende menos de nuestra propia voluntad. Como si una tela de araña nos hubiera atrapado poco a poco, con un mayor número de regulaciones y condicionantes que en teoría garantizan nuestra libertad y seguridad, pero que en la práctica recortan y restringen la elección de nuestro rumbo, con un factor diferencial que incide cada vez más en la importancia del aspecto monetario.

Cada palmo de nuestro planeta tiene dueño, e igual ocurre con sus recursos naturales. Un ser humano sólo puede ser libre si posee algo, y cuanto más valorada y representativa para la civilización sea su posesión, más libertad efectiva podrá ejercer, de lo contrario su libertad siempre estará a expensas de la que le permitan los otros. El esclavismo moderno ni necesita ni quiere poseer a la persona, le basta con poseer el resto, y los hombres desposeídos no tardarán en ofrecerse, sin poder discutir las condiciones.

Los servicios públicos, aquellos considerados esenciales para el desenvolvimiento y el desarrollo de una vida digna, como la electricidad, el agua, la sanidad, la educación o la vivienda, se privatizaron y se privatizan con la supuesta bondad de propiciar que el libre mercado reduzca su coste, a pesar de que las pruebas de su efecto demuestran lo contrario; lo que nos devela una clara intencionalidad. La bajada de sueldos y la forzada asunción por parte de la ciudadanía del coste de una deuda causada por la élite financiera, que puede arriesgar y despilfarrar, pero que nunca pierde; otra.

Pero la irrefutable verdad está en el total, tras décadas de extensivo florecimiento del modelo democrático, capitalista y libre. El premio alcanzado sólo ha servido para ampliar los extremos: un 1% de la población mundial posee la mitad de la riqueza mundial, y la mitad de los habitantes de éste, nuestro mundo, no llega a igualar la riqueza de 86 de los más ricos del planeta. Indignante y obtuso, si consideramos que la presión fiscal en el mundo civilizado se ha ido incrementando para sentar las bases de una sociedad más equitativa y justa; cuya veracidad la crisis, ha desnudado.

La desilusión y la desafección hacia el sistema y los políticos, no es simplemente un estado de ánimo, como pretenden hacernos creer los medios. Estructurar y dar coherencia a un discurso, siempre es difícil desde el puro sentimiento, pero como todo en la vida aunque no pueda verbalizarlas, un ciudadano medio sabe que las causas de sus males las produce el mal funcionamiento del sistema, y esa toma de conciencia, no es simplemente un humor pasajero. Saber nos cambia, y en semejantes circunstancias, volver a la ignorancia primera, no es factible.

Todo comienza en la cabeza, hace unas décadas la libertad y la fe en el porvenir social de nuestra civilización, nos hacía sentirnos confiados y libres. Ahora, parecemos haber tomado conciencia de que las buenas palabras, no sirven de nada si no vienen avaladas por los hechos. Ni antes, ni ahora, creerlo, hizo que los hechos fueran fundamentales, simplemente basta con que lo crea nuestra cabeza.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.