La Juzgada Vida de Los Otros

La vida de los Otros

La vida de los otros, siempre resulta más fácil de dirimir que la propia. Sus decisiones, fallos y vericuetos existenciales a lo largo del camino, se evalúan y sentencian con una claridad de propósito de la que invariablemente carece la propia existencia, tal que una brumosa dolencia, achacable al primer plano y a los sentimientos que ésta genera, supusiera más inconveniente que ayuda en la consecución de la voluntad.

Si fuéramos el otro, no habríamos caído en la argucia de aquel amor, que en la distancia y con la resolución de los años, se mostró tan fútil, traicionero e interesado, como habíamos previsto, y cuya advertencia por nosotros y por otros, tantas veces desoyó nuestro querido conocido. Pero idéntico parecer se desprende si hubiéramos tenido aquel apoyo, aquel contacto, aquella fortuna familiar, aquel golpe del destino…

Más allá de la prepotencia, el chisme, la superficialidad o el engaño, quizá subsista una verdad tan incuestionable como imposible de ejecutar, y es que la distancia y la perspectiva de aquel que mira desde fuera, permite sopesar y decidir sin ataduras sentimentales. La vida, sin nosotros en su centro, parece más nítida y fácil. Lástima que esta habilidad no nos sirva para decantar el rumbo de nuestra existencia. Si acaso para desgranar las causas y acciones pasadas que dieron forma a nuestro presente.

Una vez extrapolada la certeza, el sentimiento se convierte, por sí mismo, en la despejada incógnita que formulará en sus variables, nuestra voluntad y rumbo. Sin él no somos más que instinto, pero sin él la lógica y la razón podrían tomar el mando y paradójicamente la humanidad sería más productiva, eficiente, justa, predecible, segura, tal vez mucho más cruel, y con toda seguridad una sociedad mucho más inhumana.

Las contradicciones sesgadas por el amor y el odio nos conforman, por mucho que se nos llene la boca y las intenciones de grandes palabras y principios, porque el sentimiento termina inclinando la balanza. Ese mismo sentir que enfrenta a los países y que difumina la equidad y la justicia de la economía y la política, para primar los propios intereses con la identificación patriótica de excusa y base. Ese sentimiento que nos enlaza y nos une, también fundamenta la razón que nos opone. Porque con su vehemencia olvidamos que la pertenencia y los sentimientos de los otros tienen el mismo origen y valor que los nuestros, sólo que con distintas circunstancias.

Si fuéramos el dueño de una fábrica, no contrataríamos niños. Si fuéramos una madre, nunca incitaríamos a nuestra hija a ejercer la prostitución. Si fuéramos pobres tendríamos la dignidad de trabajar en lo que fuera, con tal de nunca robar. Si fuéramos multimillonarios utilizaríamos nuestra inmensa fortuna para promover el bien. Si fuéramos políticos jamás defraudaríamos a los contribuyentes. Si fuéramos aquel terrorista que prepara un atentado, decidiríamos no cometerlo. Si fuéramos el policía que tiene asignado un desahucio, reclinaríamos participar en su cometido, incluso tal vez nunca hubiéramos optado por esa profesión. Pero si éste último nos dijera que su padre lo fue, comprenderíamos sus razones aunque no las compartiéramos, e igual nos ocurriría si conociéramos las circunstancias e historia personal de cada persona a la que la distancia y el desconocimiento nos hace juzgar con valores éticos rotundos. Más allá de que estos existan, los creamos y defendamos, se nos olvida contemplar los desconocidos contextos que explican cada una de las singulares vidas.

La idealidad moral que nos hace incomprensibles las acciones de aquellos que la incumplen, nos contenta con etiquetas manidas, que pueden calificar con propiedad algunos hechos, pero que también nos alejan de la verdad y su comprensión. Entender y justificar no es lo mismo, pero dejar de indagar no nos hace ser más justos, aunque sí más manipulables.

Desde esa situación práctica y cotidiana, la avalancha de noticias se convierte en un acto de fe, el hecho revelado suele tapar con su instantánea, muchos otros que las fronteras y la propia rutina nos hacen despreciar. El sentimiento está creado y llegado a tal extremo, las circunstancias nos importan poco. La vida de los otros ya está juzgada.

El hecho de la deuda Griega, es decir su condición certificada de deudor, da derecho a la legalidad a reclamar las condiciones pertinentes, sin que el ciudadano medio alemán, francés, inglés o español, se detenga a dudar, ni tan siquiera por un momento, sobre su proporcionalidad. La deuda como realidad perenne y protagonista, presentada sin trasfondos por los medios y los políticos, justifica una barbarie más propia de otros tiempos, que de una civilización que se presenta como la más avanzada, justa y democrática que jamás ha existido. Como si la culpabilidad alcanzara a cada griego por igual y su pago necesario implicara la lógica condena a la miseria y a la pérdida de su dignidad.

El origen, interesadamente se obvia, plagado de políticos tradicionales corruptos y cuya honorabilidad nunca se puso en duda, como sí se ha hecho desde el principio con los actuales por poner en entredicho el origen de una deuda, de origen privado y bancario en su mayoría, y que a resultas de las condiciones de austeridad de la Troika no sólo ha aumentado la herida, sino que ha propiciado la rapiña, obligando a la venta de los sectores públicos, a recortes sociales y laborales, y a diezmar las pensiones, con el resultado práctico de que lo adeudado será impagable; como certifican dos premios Nobel de economía, nada sospechosos de izquierdosos o antisistema.

Los hechos nos expresan, no sólo como individuos sino como sociedad, y en su justificada barbarie se revela la verdadera condición de nuestra civilización. Quizá para la mayoría sea más fácil pensar que simplemente el problema se lo han buscado ellos, y que si deben, han de pagar. Al menos es lo que cualquier persona decente haría ante una deuda, es lo que dicta la lógica, desprovista de sentimientos. Igual deben pensar los terroristas islamistas, en su caso con igual desconocimiento de las circunstancias de sus víctimas, pero con exacerbado sentimiento. Pueden ser incultos, pero no matan por ignorancia, sino por odio, venganza y pertenencia a una zona del globo que quizá ha vivido una invasión de una civilización que se autoproclama democrática y libre, y que sólo sembró guerra y dolor, aunque su slogan era de libertad, justicia y progreso, al menos ante los ciudadanos de sus países.

Sus consecuencias son brutales e injustificables, sobre todo cuando llegan a países civilizados, pero sí parecían serlo cuando los daños colaterales eran fruto de su buena voluntad, ya fuera en Irak o Afganistán, por poner sólo dos casos. Curiosamente el reconocimiento no ha sido el previsto, quizá porque los coletazos prueban aquello de que sólo se recoge lo que se siembra. Quizá porque la vida de los otros, siempre es más fácil juzgarla y dirimirla en la distancia, ya que aunque su fundamento sea falso, al menos sí que nos deja una conciencia más tranquila.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.