La Inercia Suicida o el Abismo Capitalista

Inercia Suicida

Las conductas autodestructivas pueden ser inusuales en los individuos, pero existen. Beber hasta asfixiarse en la búsqueda de la propia conmiseración, puede ser una costumbre semanal que el protagonista achacará a una simple necesidad de diversión y que justificará por el sentido de liberación que le aporta. Pero tras veinte años de práctica y una salud dañada, no aducirá más que un lacónico: “¡Es mi vida!”, y su inercia será imparable.

Una sociedad no debería remedar semejante ceguera, y menos cuando extendida por todo el planeta, se autoproclama avanzada; su suficiencia no sólo acabará con ella, sino con el planeta mismo. La civilización actual, desgraciadamente, responde a ese patrón. Sólo hace falta contemplar la sobrexplotación de los recursos naturales, la imparable contaminación resultante, el cambio climático, la deforestación y las proyecciones demográficas previstas para las próximas décadas, para vislumbrar que una Tierra no será insuficiente para satisfacer las promesas de consumo y necesidades creadas. Su ilógica inercia, gobernada por la economía, nos abisma, y lo peor es que la estructura del sistema parece impedir un cambio de rumbo. No al menos hasta que ya sea demasiado tarde.

La interdependencia económica del mundo actual diluye los principios éticos, democráticos y ecológicos, anteponiendo y guiando cualquier tipo de acción política bajo el prisma puramente económico. El mundo civilizado no se puede permitir el lujo de dejar de comerciar con un mercado de más de mil millones de consumidores, aunque a la pena de muerte y a la falta de derechos laborales y humanos, se sume un sistema industrial altamente contaminante. El progreso globalizado y demócrata, no se detendrá en esas minucias, quizá porque a pesar de que a su ética no le importe, aunque quisiera, no podría. El motor de nuestra civilización siempre necesita nuevas víctimas. Desarrollar nuevos productos, crecer, ampliar mercados, diversificarse y aumentar la eficiencia y el beneficio, no es sólo una opción, sino al parecer, la única ley.

Orientar la Globalización hacia metas sustentables, sostenibles para el medio ambiente y respetuosas con los derechos humanos, colisiona con el poder financiero que sólo atiende al negocio, a la reducción de costes y al beneficio a cualquier precio, sin importar la brecha social y económica creciente y la paradoja de que aunque exista la capacidad de alimentar y curar muchas enfermedades, gran parte de la población mundial sufra hambre y muera por dolencias curables.

La crisis no ha hecho más que incidir en esa única vía, forzando aún más el imperio y mandato de unas instituciones económicas que han aprovechado la coyuntura para exigir austeridad e imponer recortes en sanidad, educación y reducir los derechos laborales. Como si el ejemplo asiático y la industria de los países del tercer mundo, con sueldos ridículos y jornadas de trabajo interminables, fuera el modelo que quieren extender, igualándonos a todos a la baja. Utilizando la excusa de competir con sus bajos costes de producción, para ocultar su verdadera motivación, que no es otra que la de subyugar a una población mundial que, poca oposición ofrecerá si, aún y con trabajo, mucho le cuesta llegar a subsistir y pagar los bienes esenciales para vivir, como la luz, el alimento, la educación y la sanidad.

La esfera política y financiera nos ha hecho creer que sus directrices son las únicas que se pueden y deben aplicar para paliar la crisis, pero la historia nos dejó un ejemplo que pocos se aventuran a reflejar. El New Deal estadounidense que aplicó el presidente Roosevelt tras la depresión y el crack del año 29, caracterizado por estimular la economía con grandes obras públicas, aumentar el control sobre los bancos, fomentando la concesión de créditos y protegiendo a los inversores de los fraudes, facilitando las subvenciones al sector industrial, devaluando la moneda para fomentar las exportaciones, fijando un salario mínimo y el número de horas de la jornada laboral, medidas que fomentaron el alza de los sueldos y consecuentemente un aumento del consumo y la producción. También se impulsó una legislación orientada a corregir las desigualdades sociales, lo que creó, mediante la Social Security Act, el primer seguro de desempleo y de pensiones. Su resultado, aunque no devolvió la actividad económica a los niveles anteriores a la crisis, disminuyó el paro existente y palió los efectos de la depresión, generando un ambiente de optimismo y mejorando las condiciones sociales y laborales.

Algunos comentaristas comparan el alcance de la crisis actual con aquella del 29, curiosamente las medidas de austeridad implementadas hoy en la mayoría del mundo, son de signo opuesto a las desarrolladas en aquellos años, salvo las emprendidas por el gobierno de Obama, que orientadas a reactivar la economía parecen haber dado mejor fruto que los recortes.

Imagínense ahora un acuerdo entre empresarios y gobiernos de todo el mundo, para aumentar considerablemente los sueldos de los trabajadores. Su resultado incrementaría el poder adquisitivo y consecuentemente dispararía el consumo de todos los productos y servicios, acrecentando la producción y venta del tejido empresarial, lo que al fin y a la postre haría aumentar su beneficio y propiciaría la creación de nuevos puestos de trabajo, necesarios para satisfacer la nueva demanda.

Millones de nuevos consumidores del Tercer Mundo, por primera vez con un sueldo digno, adquirirían coches, casas, ordenadores, ropa, móviles y todos esos productos y servicios que su supervivencia diaria y enquistada actual, no les permite. Tal vez la palabra crisis quedaría atrás y la justicia, tomarían un nuevo significado, con la inclusión al sistema de tantos millones de seres humanos que ahora están excluidos y explotados.

Y sin embargo, las soluciones no sólo deben ser justas, sino creativas, innovadoras y valientes; y para nada simplistas. La inercia, de esa inesperada bondad imaginada, aumentaría la velocidad con la que destruimos el medio ambiente, y la bonanza de hoy apresuraría la destrucción del mañana.

El callejón sin salida parece evidente, y la inercia suicida nos mesmeriza, esperemos que no lo suficiente como para impedirnos encontrar una justa y equilibrada solución. Sino las generaciones futuras nos maldecirán por una inercia, que el futuro hará, irresoluble.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.