Los nuevos Juegos Olímpicos serán otorgados con exclusividad a los países pobres. Así lo ha afirmado el COI (Comité Olímpico Internacional) en un comunicado de prensa que ha sorprendido, y de qué manera, al mundo del deporte.
La decisión, según recoge el texto difundido en las últimas horas, se ha tomado por unanimidad a pesar de la oposición inicial de algunas potencias deportivas como China, USA, Rusia, UK o España, pero que felizmente, tras meses de arduas negociaciones, se ha llegado a un acuerdo que pretende simbolizar el nuevo ideal que persigue este mundo globalizado.
El inesperado giro se enmarca en un plan más ambicioso que se ha llevado en secreto y que busca sembrar nuevas formas de intercambio entre los países, basados en la cooperación y el equilibrio sostenible. Todo el mundo sabe que las infraestructuras necesarias para albergar un evento de estas proporciones requiere una gran inversión, coste que a algunos países les ha dejado una deuda inasumible y su futuro en manos de acreedores extranjeros; como sin duda ha ocurrido en parte en la situación griega actual. Para que ello no vuelva a pasar, afirma el comunicado, y además el espíritu olímpico esté ligado para siempre con la solidaridad, todos los países que pretendan competir tendrán que sufragar, en proporción a su capacidad económica, las infraestructuras así como subvencionar academias y profesionales de todas las categorías deportivas; para acercar realmente el deporte a todo el mundo.
Hasta ahora, sólo los países importantes podían acometer tamaña empresa. No hace falta más que ver la ceremonia de Inauguración, donde muchos países, a pesar de la proporción de población que poseen, no presentan más que a decenas de deportistas, mientras los ricos presentan a más de quinientos. Sin duda era una tarjeta de presentación al mundo cara, una exhibición del poderío, no sólo deportivo. Su elección siempre era una mezcla de política diplomática y economía, pero ahora más que nunca, sigue el anuncio, tras la crisis y el alarmante desequilibrio que vive el mundo, es más necesaria que nunca la cooperación entre los países, aunque sólo sea cada cuatro años.
El texto, también, desgrana el nuevo formato de elección de candidaturas donde se podrá admitir a cualquier país, siempre que no haya sido sede anteriormente de una Olimpiada. Los requisitos para la preselección que se tendrán en cuenta serán, tanto su tradición pacífica y deportiva, al menos en cualquier especialidad y con amplio seguimiento entre su población, como sus esfuerzos democráticos y económicos para mejorar la situación de su población y por último comprometerse a invertir un 5% del PIB en ayudas deportivas a su población en los cuatro años precedentes a la celebración del evento olímpico.
Las cuatro sedes finalistas participarán finalmente en un sorteo, donde la suerte, y no las votaciones de los diferentes miembros del Comité Olímpico, decidirá la ciudad y el país seleccionado. En la misma ceremonia se auditarán las infraestructuras necesarias así como el porcentaje que le corresponderá a cada país participante aportar, no siendo exclusivo el aporte monetario, sino que también podrán aportar personal laboral, quienes deben encontrarse en situación de desempleo y además de su sueldo y el pago del transporte, recibirán una cuantía para poder sufragar su estancia. También el país organizador debe aportar plazas de voluntarios extranjeros que vivirán con familias autóctonas, tanto para profesionales del deporte, como para trabajadores de cualquier nivel profesional que sean requeridos en la construcción de las instalaciones deportivas.
El espíritu olímpico pretende, también así, aumentar el contacto entre los ciudadanos de todo el mundo para incentivar el conocimiento de todos los pueblos mediante la colaboración directa entre personas de todas las nacionalidades, durante al menos cuatro años y no solamente durante las semanas que dura la olimpiada. Sin duda, una noticia sorprendente y muy bien recibida por la opinión pública mundial, que empieza a creer que un mundo más justo y unido, es posible.