ENTRE EL AMOR Y EL SEXO

Amor y Sexo

El Amor, con mayúsculas, es la magia de la vida. Su imprevisible encuentro, llena de ilusión la cotidiana rutina del vivir. En un instante, nos inocula una fuerza melodramática que impregna todo a nuestro alrededor con su mandato de dicha y dolor. Su enamorada presencia, justifica las voluntades más indescifrables y erige las idealizaciones más inmaculadas. Pero también, cuando su hallazgo refulge sólo para negarnos su imposible premio, traza con nuestros despojos las derrotas más paralizantes e inasumibles.

La razón y el sentido de nuestra existencia, parecen develarse como una obviedad que siempre estuvo allí, ignota, nueva y eterna, pero reconocible al instante. ¡Eso dicen que es el amor! Y sin embargo, su efluvio, creador de posibilidades y desdichas, no dura. Su cicatriz y su llama se desdibujan entre el olvido y la práctica. Legando un recuerdo idealizado y maldito con su pérdida, o tras su posesión, la inercia de un querer transformado en costumbre. Desmembrado ya su poder cegador y primigenio, para con cariño y reproches cimentar una pareja. Entonces, tras una larga permanencia, su fruto termina siendo, no más que amor para vivir, como si su grandeza y capitalidad primera, se diluyera en minúsculas letras.

La lírica habla de Amor, la naturaleza de sexo. Pero lo llamativo, es la paradójica actitud de una sociedad que encumbra tanto uno, como prejuzga, regla y remilga su mirada hacia el otro. En sus neuróticas relaciones, deberíamos buscar algo más que el simple reflejo de la costumbre.

El absurdo se sustenta en la repetición, y obedeciendo al ilógico parecer de su naturaleza, se propaga. Pero no por ello llega a tener menos fuerza que la pura razón. Las creencias tienen esa virtud. Sin los fundamentos de una hipótesis, el desentrañado lenguaje que aplicamos al mundo, deja de darle coherencia y respuestas a sus razones más aterradoras. Y como humanos, preferimos un cayado en el que apoyarnos. La seguridad prima por sobre la verdad. Es más fácil seguir el único mapa, que el temor a quedarnos a oscuras, sin saber trazar nuestros próximos pasos. Hacerlo, por ello siempre ha sido una amenaza. Y sus ejecutores, pronto adquirieron el estigma de enemigos.

Las sociedades han unido ambos conceptos por medio del matrimonio y la religión, creando así un ámbito adecuado para que el tabú del sexo sea glorificado con el único fin de la procreación. Pero el amor y el sexo, no es la misma cosa. Su apariencia de moneda de dos caras, ejemplifica su uso más habitual, pero la complementariedad no los transforma en una misma entidad. La repetitiva creencia se impone a la realidad.

La magia, para nuestro pesar, resulta tener dueño e ideología. Y no sólo eso, confina el sexo a simple finalidad primigenia de la propia naturaleza, como si traspasar ese fin fuera una herejía. Pero la naturaleza no se regla, se expresa, y el sexo en su expresión prueba ser mucho más que esa reclusión mojigata, que se avergüenza del divino acto por el que surge la vida y se aterra con el instinto que lleva a prácticas que nada tienen que ver con él. Como si disfrutar e interactuar, no fueran parte esencial del camino de conocimiento que implica la vida misma.

El pudor, probablemente, responda a una evidencia molesta. Nos recuerda que muy en el fondo, no somos más que animales. Singulares, bien es cierto, pero no por ello exentos de acudir a su reclamo. La ofensa es clara para un ser civilizado, que no se lleva muy bien con sus orígenes. La doble moralidad explica el resto. Porque como decía antes, se pueden negar los hechos y la naturaleza, pero estos no dejarán de afirmarse con su presencia. Crear reglas, disfraza el mundo, pero no lo cambia.

El sexo no es un arrebato permanente, pero sí continuo y con vida independiente al afecto. Es maravilloso unir ambos, pero iluso encadenar el deseo. El acuerdo, la estabilidad afectiva y vital, los prejuicios y la sociedad, unidos al desahogo, pueden mantener el mito de la fidelidad. Pero el instinto no necesita de hechos, sino de estímulos para manifestarse. Bien gracias a la sociedad, estamos acostumbrados a ocultarlos. Pero muchas personas se colarán en nuestros deseos para probar que por mucho que queramos a una, el sexo no acaba en ella. Otra cosa es la frontera que nosotros nos dictemos.

Desear físicamente a un ser humano diferente, a aquel al que le hemos jurado amor eterno, no implica necesariamente que lo hemos dejado de querer. Escenifica que el sexo no atiende a reglas sociales, ni compromisos lógicos, sino a impulsos. Seguirlos sólo tendrá el castigo y la recompensa que nosotros hayamos aprendido a darle.

El compromiso tácito de un matrimonio tradicional es claro, el de una pareja actual en su generalidad no difiere, pero al menos amplía y admite un nuevo espectro de relaciones. Las reglas sociales dictaron el uso de la intimidad, pero no por ello impusieron su inflexibilidad al instinto. Felizmente hoy, parte de esa intimidad inconfesable, es aceptada. Aún así, queda mucha inercia por contrarrestar.

Dos individuos deben decidir libremente sus juegos de cama. Pero el peso de los usos sociales que enlazan matrimonio, fidelidad, sexo, decencia y religión, suelen estar presentes, en todo inicio. Pero como todo juego, cuanto más se practica, más se expresa y se descubre de uno mismo, en ellos. Diez caminos recorridos te enseñaran más de ti mismo, que uno solo, mantenido en la constancia. Quizá hasta te ayude a apreciar, aquella constancia perdida, que no supiste valorar.

El sexo no es poseer, sino entregarse a unos instintos en los que puede aparecer el amor, pero no siempre es un invitado necesario. Son las formas sociales las que agregan valores, gratificaciones, prohibiciones y culpas, que nosotros hacemos propias. Una pareja no es una propiedad, aunque la civilización patriarcal de la que procedemos lo concibió como un contrato, alimentando ese machismo que sigue generando fanatismo, violencia y muerte, hacia las mujeres. No por nada ha aparecido la violencia de género, en una época de cambio sexual y de roles.

El amor y el sexo son caminos individuales que deberían pertenecer a su propietario, y a aquellos que libremente crucen su encuentro. Unos buscarán el placer, otros la seguridad y la compañía de no afrontar en soledad la vida. Habrá algunos que la escapada a la rutina y a la muerte, justifique sus altos y bajos en una vida carente de mayor aventura. Muchos soñarán, como Platón en su banquete, que la magia verdadera, simbolizada en la unión del amor y el sexo, nos develará una parte perdida de nosotros mismos, un otro yo, no importa el género, que nos justifique y complete para el resto de nuestros días.

Todos lo buscamos, pero al parecer, no con los mismos resultados.

El Elegido

El Elegido

(Cap. 1º- Parte 2ª- Novela: El Chamán y los Monstruos Perfectos)

Hace decenas de miles de años el hombre se aferró a una sola realidad y olvidó así, que daba la espalda a la existencia de infinitas posibilidades. Esa gran verdad que un día supo fue barrida de la historia y sus grandezas apenas contenidas por la bruma de los mitos de la Atlántida, Lemuria o Mú. Demasiado tiempo para la penitencia que aún pagamos sus descendientes, nuestra inmensa capacidad de olvido. La ciencia y el conocimiento práctico han matado la conciencia del mundo más allá de lo material, haciéndonos creer que la realidad es un escenario comprensible, previsible y controlable. Pero a pesar de sus esfuerzos y gracias a ellos mismos que lo hacen invisible, el hombre antiguo aún existe y con él su herencia, llena de magia intangible, compartida por chamanes y tradiciones ancestrales. De uno de aquellos primeros hombres que supieron. El único que aún pervivió hasta nuestros días, encaramado a la rueda del tiempo, trata esta historia.

M., nuestro segundo personaje, lo encontró una tarde, inusualmente calurosa de febrero, en el año dos mil seis de nuestra era. M., era un joven de éxito. La fama y el reconocimiento de millones de conciudadanos, le habían embellecido el ego en apenas dos años. Sin embargo, últimamente estaba raro. Sin saber por qué, le había brotado una quemazón extraña y recurrente. Sin decir nada a nadie y en medio de un rodaje, tomaba un avión y buscaba el anonimato. Desaparecía protegido de ropas extrañas y una peluca, para que ni en el hotel lo reconociesen. Pensaba que la razón debía encontrarse en el lujo febril de lo vivido, que como toda consecución, con la llegada de la rutina, se hace mundano. Pero su proceder era insólito. ¿Para qué huía si lo único que hacía era deprimirse en una habitación extraña?, paralizado ante la idea de salir a la calle. Como si temiera disfrutar la aventura de ser ese otro, que por extraña necesidad y sin conciencia de ser, sentía que le pedía paso; y que él, a su pesar, estaba amamantando. Muchas veces, se dejaba huir con la determinación de que aquel viaje sería diferente. No sólo planeaba salir y tirarse una juerga, sino que al imaginarlo su ánimo se coloreaba con irónica alegría. Hallándose seguro de hacer enriquecedora aquella manía, y en algún sentido venciéndola. Pero una vez llegaba al hotel, la idea de salir al exterior con aquel disfraz, lo paralizaba. Sin saber cómo, infeliz y estafado, terminaba dejándose llevar por un único pensamiento, que engarzado con los juegos mentales de cada historia personal concluía con esta simple máxima: la vida tenía que ser algo más.

Aquel día, sin embargo, había conseguido salir de su hotel. Forzado, eso sí, por una angustia extraña, impelido por una de esas desconocidas energías que modelan nuestro destino y que nada tienen que ver con el azar. En el pensamiento de M. había nacido una certeza. A pesar de la gran consideración que de sí se profesaba, se supo nada y necesitó el aire. Apretando el paso y mezclado entre el bullicio sintió cómo la angustia se evaporaba, se empequeñecía. Pero cruelmente, crecía la aguda conciencia de que aún no había conseguido nada. Y todo ello, pese al indiscutible y reconocido eco social de sus logros. Con sólo veinticinco años triunfaba con una serie juvenil de tremendo éxito en el país, había participado en tres largos, y la crítica especializada lo comparaba con los grandes y le auguraba el mayor de los futuros. Pero lo peor, es que ahora, sin saber por qué, atestiguaba, sin sombra de duda, que carecía de las capacidades para llegar a ser lo que soñaba; convertirse en la más rutilante estrella del cine mundial.

Nada perdona la vida. Todos los cabos que abre a lo largo de nuestro vivir, y que creemos superfluos, los resuelve y justifica con nosotros de protagonistas; e incluso a veces forzándonos a ser su único público. M. había sido un niño extraño, obsesionado con la idea de que estaba atrapado en un cuerpo foráneo, suspiraba por ser un alguien diferente y soñó que cuando lo lograse tendría el valor de alejarse del mundo de los hombres, como un héroe mítico que desaparece y del que nadie atestigua la muerte. Claro que aquel niño estaba olvidado, oculto tras el cúmulo continuado de sucesos que es todo vivir. Y no por casualidad M. en ese entonces volvió a vislumbrarlo, aunque sólo un instante. Porque rápidamente volvió a ser ese que protagonizaba su presente.

M. en ese entonces era no más un joven ambicioso y primerizo, cuya entretenta era imaginarse formas de comerse el mundo. Su hambre de conocimiento era la búsqueda de un medio, no de un fin; no amaba el arte, sino la fama. Su porte de arrogancia no se debía sólo a la edad y a sus ropas caras, sino al lustre de superioridad que da el haber conseguido fama y tratamiento de famoso por todo un país. Sin embargo aquel día descubrió su vaciedad, el mismo vacío mortal que enfrenta el místico al abismarse hacia su primera enseñanza.

Guiado por el atolondramiento de su ánimo, se encontró callejeando entre los puestos de ropa y libros del centro histórico de México, y allí se tropezaron. M. se disculpó, y sin saber por qué, lo invitó a tomar algo atrapado por una necesidad urgente. Luego recordaría que los ojos del tropiezo le tocaron algo inefable y desataron un torrente de razones. Sintió que el mundo se había detenido y que si hubiera sido menester, por conocer a aquel hombre, habría entregado su vida. Supo que el otro lo era todo y él, no más que la nada. Pensó que se había encontrado con una versión de sí mismo, o quizá con la única razón de la existencia, esa que cada ser humano sueña, al menos una vez en su vida, vislumbrar. Y aunque lo percibió, por un instante y no lo creyó, éste era su caso. Claro que cuando nuestro destino nos topa, él aún lo desconocía, ya nunca nos suelta.

M. olvidó en menos de un segundo, lo que había encontrado, pero N. supo. Usando su poder, literalmente detuvo el tiempo. La casualidad no es más que la alargada voluntad del Infinito y N. sabía reconocerla. La invitación la ofreció el otro, pero fue la voluntad de N. quien la forzó. Había visto algo demasiado único y precioso, como para obviarlo. Los hombres antiguos tenían la capacidad de percibir la energía y no sólo su reflejo que es la materia, y N. había visto que el Infinito le enviaba a aquel hombre con una energía inusual. Doble en su configuración a la de un hombre de nuestro tiempo. Justo lo que necesitaba para equilibrar la suya, el ardid que le permitía, tras innumerables siglos seguir vivo, pero no sólo eso. Su configuración energética no era la de un hombre actual sino la de un hombre de su tiempo, algo que en miles de años no había pasado, y esa señal era inequívoca. Finalmente encontraba su presa, su tarea y lo que aquello significaba; la esperada antesala del fin.

N. se presentó con uno de los cientos de nombres por los que había sido conocido, y le indicó que lo siguiera. Nombró un destino, incomprensible y desconocido, y M. lo siguió azorado, feliz. Delante suyo, aquel indio rotundo, chaparro y en huaraches, marchaba decidido y con una actitud de segura autoridad. Le sonreía y le preguntaba sus opiniones sobre la vida. Lo embelesaba y lo aturdía. Cuando se quiso dar cuenta, M. no pudo jamás recordar cómo, habían llegado a su destino. Se encontraban en el interior de una casa, iluminada por la calidez de unas velas, y que a pesar de su desnudez, despedía una agradable sensación de hogar. N., entonces, lo invitó a tomar asiento.

De N., ahora que M. lo inspeccionaba más detenidamente, si algo lo abstraía era su mirada. La primera impresión, al verlo frente al kiosco de prensa donde se tropezaron, fue la de encontrarse frente a un regordete vendedor de tacos. Alguien vulgar y afable, y con un magnetismo más allá de lo físico. Sin embargo ahora, sus ojos oblicuos, profundos y poderosos, parecían haberse estilizado en el camino, y no sólo ellos. Mantenía el bigote, pero la faz se había afilado, como si hubiera adquirido una repentina y singular agudeza, alejada de la redondez primera. Incluso era más joven. En el choque no le había echado menos de cuarenta y cinco años, y quien tenía enfrente tenía aspecto de un treintañero fibroso, incluso, ahora se daba cuenta, se había equivocado al percibirlo bajito. Sus estaturas eran parejas. Si hubiera estado en sus cabales, hubiera advertido que no parecía ni de cerca, el mismo hombre. Mas la transformación no se convertiría en sospecha hasta el día siguiente. En esos instantes todo su cuerpo hormigueaba con un gustirrinín apático y feliz, y la inenarrable intensidad de lo vivido cercenaba cualquier análisis. Había una pregunta que le quemaba, como si sólo con formularla los temores de su vida se solventaran, y fue la que le lanzó.

-¿Qué es para ti la vida? –Acertó a preguntarle M.

-Mucho más que la fama, que es lo único que tú esperas. Aunque te puedo ayudar a abrazarla, y no sólo la que sueñas, sino más, mucho más. Claro que yo también necesito tu ayuda. Tengo un precio y tú tienes cómo pagarme.

Y no fue el contenido de la respuesta, sino la vibración de su estómago y un desatado sentimiento, lo que hizo saltar su tonta defensa.

-¿Fama, pero de qué hablas si yo ya soy famoso, me conoces verdad? Salgo en la tele a menudo, yo soy alguien, no como tú. ¿A ver quién eres, quién te conoce, a quién le importas, eres rico acaso? No, ¿verdad? ¡Eres un don nadie! ¿De qué hablas entonces? Es una broma, ¿no?

-No, la única broma es la vaciedad que anhelas por vida. Pero al final, serás alguien, a tu pesar, y de los más grandes. Tengo un regalo que hacerte. Tienes capacidades que desconoces, todos los hombres las tienen, pero tú tienes una puerta extra. El Infinito te ha señalado como su instrumento, y cuando desaparezca tu importancia personal, su grandeza brotará en ti. Yo soy tu camino, te abriré al poder, pero a cambio de un precio y una deuda. Necesito tu energía, y tu consentimiento para tomarla. Y sé que me la vas a dar, no depende de ti, el Infinito así lo dicta. Cuando lo comprendas, tú abrirás la puerta.

M. sintió un vaho de miedo que le relamía el ombligo y terminaba en su plexo solar. Sin embargo no pensó en huir, ni temió por su vida. Se asustó, pero también estaba plenamente halagado. Algo inefable lo colmaba.

-¿De qué hablas, yo no quiero ningún chingao pacto raro? Andas en la piedra güey, ¿no? ¿Quién eres? ¡Estás loco!, ¿quieres asustarme, no? ¿Eres el diablo?

Lo siguiente fue un ruido sordo. N. se movió tan rápido que cuando M. se quiso dar cuenta estaba a sus espaldas golpeándole el omoplato. Lo demás se difumina. Como si el recuerdo fuera el intento, lejano e imposible, de rememorar lo que otro ser humano, pasado y muerto, ha sentido.

En los años siguientes recordó con claridad su paseo despreocupado desde los callejones de Tepito hasta su hotel junto a Reforma, imbuido de una felicidad indescriptible y una seguridad desconocida, a pesar de la zona y de la hora. Recordaba con exactitud sorprendente el pelo gris, los ojos tristes y engarzados de arrugas de la señito que le vendió su gordita de chicharrones, cuando paró a mitad de camino. Recordaba hasta la niña que dormía y el nombre del lavatrastes, axión, su aspecto, de esos que parecen un bote de crema, redondo y achatado; y su contenido, escaso y con agua ocre por encima. Sin embargo no llegaba a poder decir qué hizo en las últimas horas, aparte de hablar. Sabía que la plática había tratado sobre la vida, el destino, el futuro y sobre el ritual de un extraño sacrificio salvador, pero no recordaba detalles. No sabía explicar ni cómo, ni qué había pasado, ni hecho durante tantas horas. Ni le importaba.

Al llegar a su habitación llamó a recepción y preguntó qué le podían subir de comer. Eran las cuatro a.m. y la cocina estaba cerrada, le informaron y le ofrecieron unos sándwiches. No le importaba, dijo, y exigió unos huevos rancheros, un café de olla y un agua de guayaba. Colgó, se tumbó en la cama y sólo se quitó los zapatos. Era la primera vez que no se deshacía de su disfraz nada más llegar a su recámara, se sentía cómodo, incluso con la peluca puesta. Encendió la tele. De la felicidad inefable pasó a un miedo desigual. Por unos minutos de zapping se descubrió indefenso, débil e ínfimo. Pensó en el futuro, y se sintió solo y ante un abismo. Presintió que iba a recordar, y algo en su interior le forzó el olvido.

M. era un joven alegre, a sus veinticinco años sentía que entendía lo que era la vida. Y sus circunstancias, embadurnadas de la dulce pleitesía de la fama, no ayudaban más que a reafirmarle en sus creencias. La vida es para unos pocos, para los tocados por un don, y él era uno de ellos; el resto no puede aspirar a más, sólo a ser lo que se es, una pobre hormiguita obrera.

Su metro ochenta, sus músculos, su mentón atractivo, su situación de rubio y güero, no le hacían pensar a menudo en nada que no fuera él. Cuando todo un país paga por ver tu foto en las revistas, te persiguen los paparazzi a todas horas y cada semana eres el invitado de alguno de los programas televisivos, no hay hueco para la humildad. Y el miedo que sentía era por eso mismo extraño. Por unos minutos, de nuevo, sintió el vértigo de saberse insignificante frente al mundo, aceptó que ni nada, ni él mismo podía ser tan importante. ¿Y si se moría mañana?, pensó, y el miedo a enfrentarse a la vida, por primera vez en años, lo atenazó. Comenzó a llorar, incluso sin fuste alguno pensó en suicidarse. Entonces recordó unas palabras de N.

-“El flujo del poder desata los sentimientos más contradictorios. No temas. El poder mismo te guiará…”

En ese mismo instante llamaron a la puerta, traían su comida. Después de ingerirla con voracidad, todo temor se disipó tan totalmente que no tardó en engancharse a un programa del corazón. Una de las invitadas era una compañera de serie, y sin darse cuenta su mente enlazó un hallazgo. Annie Cifuentes, la actriz invitada, siempre le había sugerido la imagen de una fresca putita inocente. Y con esta vaguedad encadenó una trama, unos personajes y una historia extensible en cientos de capítulos. La coherencia y la profundidad con la que podía bucear en sus personajes y la lógica sucesión de las escenas desfiló por horas, hasta completar más de 20 episodios y trazar cómo sería toda una primera temporada. Su fluidez mental se había convertido en una borrachera imposible que desbordaba los límites humanos, y que sin embargo él, un simple hombre, estaba alcanzando.

A pesar de la hora cogió su portátil y empezó a escribir con atropellada lucidez. Como si le dictaran. Le hubiera gustado escribirlo todo, pero sabía que no tenía tiempo, hubiera necesitado meses. Así que escogió los diálogos, y las escenas centrales de los episodios, para mostrar una comprensible imagen de la trama y de los personajes. Su lucidez era tan intensa que temía perderla. Sentía, entre texto y texto terminado, un temor ávido, ese de aquel que teme perder un tesoro. Levantarse al día siguiente y descubrir que la verdad de un sueño, se ha disuelto en la nada.

Mientras trascribía su mente ya conocía el camino a seguir. Esa semana tenía una entrevista en una de las productoras de TV, le iban a ofrecer un nuevo papel y a tratar los flecos del acuerdo, antes de la firma. Sebastián Montes, uno de los productores le había hablado hace un par de meses del proyecto de montar una productora independiente y de que estaba buscando proyectos innovadores para empezar. Se lo iba a ofrecer. Sabía que le iba a encantar.

A las ocho de la mañana su cuerpo se detuvo. El sol le deslumbró las ganas de un paseo, quería disfrutar del día. Se sentía como nuevo, como si todo el ajetreo de la noche no hubiera sido más que el mejor de los descansos. Algo comenzaba, lo percibía. No sólo iba a vender la serie, sino que en su venta iba a incluir una cláusula de copropiedad de la productora, pero esto era sólo el principio, tenía tantas ideas, tantos planes, tal ambición y tan inefable certeza. Su vida iba a brillar dos veces más que ninguna otra. Algo le había hecho N., sentía que habían acordado una especie de pacto, y lo único que tenía que hacer era disfrutar de esa magia, de ese poder o ese don, fuera lo que fuese, que le había entregado.

-“Déjate llevar, haz lo que creas, el Infinito te guiará. Simplemente recuerda que la vida que elegirás no vale nada, y el precio que pagarás será perderla ya que sólo así podrás ganarla. La grandeza, y a tu pesar, te espera…”

M. hace un último intento por recordar algo más, luego desiste; piensa que da lo mismo. Y la inquietud del olvido, aunque lo visita, no produce más que el solivianto vano de unos pocos días. La intensidad y la plenitud de los acontecimientos que en cascada le llenan las semanas siguientes hacen que el tiempo vuele. Y con él, el completo olvido.

(Continuará…)

Bárcenas, el Codiciado Fichaje de las Televisiones

Bárcenas

José Luis Bárcenas, el extesorero nacional del PP después de pasar poco más de año y medio en prisión y tras su excarcelación el pasado 22 de enero, no para de ser el centro acaparador de la actualidad política y mediática española. Los últimos rumores hablan de una guerra abierta y despiadada, entre los diferentes canales de televisión privados, para hacerse con sus servicios. Su caché ha subido como la espuma, y los directivos de las televisiones suspiran por el desmesurado rating que su fichaje supondría para sus programas.

Telecinco ya habría movido ficha y le habría ofrecido entrar en Gran Hermano Vip, a cambio de una cifra desmesurada y unos pagos que se realizarían siguiendo el método diferido, en cuentas de paraísos fiscales, y con conceptos A y B, para eludir la confiscación o congelación de los mismos, a resultas del proceso judicial que enfrenta. La cadena amiga cree que la unión de su figura mediática, Belén Esteban y el propio Bárcenas, daría como resultado unos records de audiencia nunca vistos en la historia del medio televisivo español; y que podrían significar su definitivo despegue y distanciamiento, como la cadena de televisión más importante e influyente de la próxima década.

Antena 3, sin embargo, no sólo no tira la toalla, sino que le habría ofrecido un suculento contrato como Tertuliano en programas de actualidad política. Prometiéndole una participación destacada en El Intermedio, junto al Gran Wyoming, así como colaboraciones semanales en Al Rojo Vivo o la Sexta Noche, especiales en programas como Salvados y en el Objetivo de Ana Pastor, y por supuesto, una serie de especiales sobre el caso Bárcenas y la presunta contabilidad B del Partido Popular.

Dirigentes consultados del grupo AtresMedia, de forma oficiosa, han mostrado su optimismo en lograr su fichaje, ya que afirman que Luis Bárcenas valora más el impacto político y la venganza, que el dinero que puedan pagarle; y en dichas circunstancias, prefiere esta oferta a la que le ha hecho llegar Telecinco. Puesto que no se ve participando en Sálvame Deluxe.

José Luis Bárcenas, guarda silencio, y fuentes cercanas a su entorno, confirman que está valorando las propuestas, pero que todavía no ha tomado una decisión, ya que no quiere dar ningún paso en falso que pueda afectarle negativamente en el proceso judicial que enfrenta.

Las mismas fuentes cercanas al extesorero del PP, confirman que éste posee abundantes pruebas que implicarían a numerosos dirigentes de la ejecutiva nacional del partido en el gobierno, y que aún no ha decidido cómo irá presentando las mismas. Pero que las propuestas de los canales privados le han dado ideas, y que muy pronto, España, sabrá mucho más de la corrupción y los métodos del Partido Popular, pero que por ahora, él prefiere marcar los tiempos.

El Día del Despertar

El Día del Despertar

(Cap. 1º- Parte 1ª- Novela: El Chamán y los Monstruos Perfectos)

Cuentan que un día, hace muchos, muchos más años que los que sumarían todos los seres humanos que existieron y existirán, cuando era todavía no más un principiante y no la infinita variedad de la que todos, hoy, formamos parte, Dios, conocido primigeniamente con el más apropiado nombre de el Infinito, no soportó ni un milenio más el eterno aburrimiento que suponía su todopoderosa rutina y se soñó un pasatiempo. Comprendió, en aquel primer instante del principio, o del final del fin, que serlo todo cuando se es sólo uno, es ser nada; así que decidió ser muchos.

La diversidad si se practica es un hábito obsesivo, y como buen jugador se dejó guiar por la adictiva sabiduría recién hallada. Él, el grandísimo, fue transfigurándose en polvos estelares, quásares y galaxias; y supo que ya no podía parar. Se gustó al sentirse diferente y variado, y no cejó, excitado como estaba por el fuego de las estrellas, que sólo lo consolaban. Pensó, milagrosamente, en llenar ese vacío que aún sentía con agua, aire, tierra, y miríadas de cosas que aún desconocemos. Descubrió que la tarea de crear, le generaba nuevas y perpetuas necesidades; y a ellas se entregaba. Durante esa breve eternidad que duró el despertar, fuimos trozos de su conciencia. Felices de saborear la plena libertad, jugando a transformarnos en alter-egos de las partes de su ser, hasta que decidió probarse en carne, y en ella, finalmente, nos soñó.

El mundo desde entonces es una incógnita irresoluta, llena de soluciones mágicas y caminos intangibles, inimaginables e infinitos. Una verdad mística vislumbrada y explorada por el hombre antiguo, que el hombre moderno ha olvidado. La hormiga ególatra y prepotente, que ahora somos, creyó, al percibir y aislar un hilo de la realidad, que ese método exitoso que podía apresar en libros, pariría dogmas y explicaciones irrefutables sobre la razón del infinito. Tomó un camino, no ha más de un ayer, y lo trasmitió por generaciones. Pero olvidó muchos otros que exploró por decenas de miles de generaciones, y que desde entonces se han ido desvaneciendo, perseguidos por la ciencia y sus hallazgos.

El ser humano moderno crecido de su conocimiento obvia algo, hallar una certeza no implica resolver un enigma. Sobre todo cuando de ese mismo enigma sólo se es una de sus más ínfimas partes. Pertenecer a un gran sin fin no habilita la posibilidad de averiguar el total de la suma, pero sí permite al ser parte de ese todo, recuperar aquello que nos une con la totalidad, desempolvar nuestro vínculo con Él, con el Infinito, con la energía de la que surgimos y con la que, y para qué, tenemos conciencia. Y al aplicar esa simple lógica racional, tan imposible de creer, se abre, en verdad, la puerta de las maravillas.

Ese conocimiento místico lo supo y lo indagó la generalidad del hombre antiguo, personificado en sus sabios. Aquel don permitió que el ser humano abandonara el equilibrado mundo animal, en el que duramente sobrevivía, e inventara algo propio. Su hallazgo, sin embargo, no se lo adjudiquemos al propio hombre, sino al Infinito, porque nada en él es casual, sino voluntad.

La primera civilización, aquella cuyo nombre los mitos intentan dibujar en falso, calificó aquel momento como “el día del despertar”. El hombre todo, desparramado por el planeta, estaba dormido, olvidado de su origen, cuando la maga fortuita hizo que dos conciencias de luz repararan en nosotros. La leyenda de aquella madre de civilizaciones los califica como heraldos del Infinito, las posteriores culturas del hombre cuando alguna vez encontraron a los de su estirpe, los proclamarían dioses. Eran un padre y un hijo, un maestro y un discípulo, entes que advirtieron que en el pasado habíamos sido sus iguales. La conciencia de esa paridad energética los atrajo, y en el momento en que su energía se unió a la de nuestro planeta, el hombre todo, desparramado en los vericuetos de su barbarie, despertó.

Contaba Nmaga, aquel su primigenio poema del despertar, que el universo se reveló tal y como el hombre había olvidado que siempre había sido. Percibimos de nuevo ese engarzado infinito de filamentos de conciencia que iluminan y conectan cada parte con la totalidad. Por un instante recordamos y sentimos nuestro vínculo con el Infinito, y comprendimos que aunque estemos anclados en una de sus caras, nuestra energía refleja, como aquel al que pertenecemos, su multiplicidad.

Mas aquella lucidez, como un fútil intento de reconstruir un sueño desde la vigilia, se eclipsó tal y como vino. Y sin embargo la intuición de su rendija nos fue concedida. Susurra la perdida memoria del tiempo de lo que fue, que el padre y el hijo entraron en guerra. Aquellos dos seres lucharon en duelo para ganar el derecho de marcar nuestro sino. El discípulo discutió al maestro y lo encaró para salvarnos. Se apiadó de lo que éramos al recordar lo que fuimos, y se propuso regalarnos la puerta del conocimiento, el camino para regresar a la totalidad de nuestra conciencia.

Los versos perdidos del poema engarzaban el oscuro fulgor de los cielos estrellados con la rima del épico combate, cuya duración se estimó en tres meses y dos años. El maestro había ganado. Su impecable juicio había triunfado, el hombre debía, solo, alcanzar su conciencia perdida. Sin embargo, como dictó el Infinito, no sin antes darles un regalo. Toda perdida, una vez consumado el sacrificio, nos concede parte de lo abjurado. Y el maestro con su victoria comprendió al rebelde alumno.

Cuentan que un padre apenado fue quien bajó hasta la tierra, y en recuerdo del vástago amado se dirigió hacia los hombres. En su regazo, llevaba la esencia de aquel al que había matado, y en su dulzura nos encargó su cuidado. El objeto de poder no era más que una piedra del tamaño de una mano. Pero en su presencia los hombres sentíanse despertar. Mgaar, que así era el nombre del heraldo, escogió de entre ellos a doce y los adoctrinó en el conocimiento sagrado. Les mostró la maestría del Intento, la puerta mística que abre la conciencia dormida del hombre y les afirmó que el regalo era la llave. El objeto de poder recibió el nombre del heraldo sacrificado, Naga, y en su cristalina limpidez atesoraron los doce discípulos el escurridizo Intento que iban cultivando.

El heraldo quedose en la tierra hasta que los doce adoctrinados fueron maestros de iguales discípulos cada uno. Después, declaró que el camino hacia la libertad había empezado, pero que su consecución sólo yacería en la voluntad impecable del hombre.

>>Trece veces –profetizó– caerá el hombre en su ascenso para ser juzgado. Pero fruto de la penúltima olvidará por completo que los animales, los árboles, las piedras, el planeta y el mismo universo poseen la conciencia que, para sí solo, desde entonces reconocerá. Desdeñará el Intento y no sólo eso sino que perderá por primera vez a Naga, y sin ella se levantará negando que la multiplicidad del Infinito minimiza al hombre y creerá ser más importante que el mismo planeta. Y por primera vez, tan cerca del nuevo juicio como el hoy del mañana, despreciará el hombre a la madre tierra y la sacrificará en su ceguera.

Pero antes de que el mundo mude por treceava vez su piel reaparecerá un hombre antiguo, un guerrero del Intento perdido por decenas de milenios y que en la búsqueda de Naga hará que el amor se enfrente a su decisión, y el mentor a su ahijado. La lucha iluminará a aquel que renunciando a su vida, la gane y en obteniendo a Naga abra la posibilidad de supervivencia del hombre. Sólo entonces doce nuevos discípulos aparecerán para liderar a la humanidad en su vuelta a la libertad de la conciencia, triunfarán o en su soberbia, morirán los hombres.<<

La memoria del hombre, preservada del olvido permaneció en Naga incontable tiempo. Y una tras otra, las civilizaciones olvidadas de la historia, tras su desaparición, legaron con sus supervivientes el sagrado conocimiento del Intento. Hasta que se llegó a una edad de oro, endiosada de su prepotencia, en la que los hombres, en verdad, fueron maestros del Intento. Y la magia de sus milagros rivalizó con el horror de sus desmanes, lo que orilló a la tierra a violentar un nuevo ciclo. Los polos cambiaron y con ellas los hielos, y el continente de maravilla fue borrado del tiempo. Y en la debacle se perdió la gran verdad mística. Ya han pasado milenios y sigue despreciada por el pecado de nuestra eterna naturaleza, el olvido; y aunque oculta, para nuestro bien, aún permanece en la memoria de un hombre vivo…

(Continuará…)

Doña Sofía pide el Divorcio y la mitad del Dinero Amasado

Rey Juan Carlos I

Doña Sofía, tras más de 50 años de matrimonio, habría pedido el divorcio al abdicado Rey Juan Carlos I, según fuentes oficiosas y personas muy allegadas a su entorno. La decisión habría sido tomada gracias a que tras la abdicación, los padres del actual monarca han pasado a un segundo plano y su papel protocolario y de representación del Estado español, ya es en teoría, casi inexistente.

La separación física y sentimental de la pareja es un hecho que viene de décadas atrás y que tras el escándalo de la cacería en Botsuana y el affaire Corinna, fue públicamente aireado y sabido. Doña Sofía, según las mismas fuentes, ha soportado estoicamente las aventuras extraconyugales de su marido por el bien de la institución y por un pacto tácito que al parecer, ahora reclama. Éste contemplaría, no sólo la concesión del divorcio, sino el reparto, a partes iguales de la inmensa fortuna amasada durante los años en los que fueron los máximos representantes del Estado Español.

Según prestigiosos medios como el periódico The New York Times, se calcula que la fortuna y patrimonio acumulado ascendería a 1.800 millones de Euros, cifra notable si se tiene en cuenta que la herencia recibida de su padre Don Juán, era escasa, y si las afirmaciones del periodista, José García Abad, autor de dos libros sobre el Rey, son ciertas, en las que lo califica como un hombre obsesionado con hacerse con una fortuna personal, tras su nombramiento como monarca. Hecho que pone en entredicho ese origen y que apunta a que durante estas décadas, su labor de embajador y negociador, iba acompañada de una importante comisión. Algo parecido a lo que al parecer, presuntamente Jordi Pujol, practicó, aunque evidentemente, en mayor escala y alcance de resultados.

Doña Sofía, habría mostrado su total seguridad en que el divorcio le sería otorgado, así como la mitad de la fortuna, sino, según también sus allegados y portavoces oficiosos, haría pública mucha de la información que por su posición y años en la monarquía posee. Esta información sería relativa a cómo el abdicado monarca logró amasar su inmensa fortuna, lo que podría dejarlo en muy mal lugar, y dejar por comparación el asunto Nóos, en un juego de niños. También al parecer no tendría reparos en sacar a la luz pública, las decenas de infidelidades y amantes que su marido, acumuló durante décadas, así como los numerosos bastardos que a día de hoy tuvo, y que sólo gracias a la demanda de paternidad admitida a trámite por parte de la belga Ingrid Sirtau, ha llegado al público en general.

Doña Sofía, al parecer, guarda silencio por su hijo y por no dañar a la institución monárquica, pero si sus razones no son atendidas, puede dar paso a un gran escándalo que sin duda dañará los cimientos de una institución que ha sido puesta en entredicho en los últimos años. La nueva aparición de noticias y rumores, irá corroborando o negando la veracidad de estas supuestas informaciones. El futuro de la Monarquía y del modelo de Estado Español, dependerá de ellas.

El PP Prioriza a sus Militantes en la entrega del Sovaldi

Alfonso Alonso

Un nuevo escándalo ha estallado para el nuevo ministro de Sanidad, Alfonso Alonso Aranegui, nombrado el pasado diciembre a raíz de la destitución de la controvertida ministra Ana Mato. Todo a raíz de una supuesta lista de enfermos de Hepatitis C que ya habrían sido considerados como beneficiarios para recibir el antiviral Sovaldi, aunque en muchos casos la enfermedad no se encuentra más que en su fase inicial, y que obedecen a causas ideológicas, ya que serían militantes del PP, y ésta y no otra, sería la causa de su clasificación como aptos. Según la revista “Los Intervius”, su número llegaría a 3.000 personas, y entre ellos se encontrarían familiares y allegados muy cercanos a la dirección nacional del Partido Popular e incluso a miembros del actual gobierno. El magazine ha anunciado que la próxima semana, publicará en exclusiva las pruebas incontestables, así como una lista de aquellos familiares más cercanos a los miembros del gobierno.

El anuncio ha provocado la comparecencia urgente del nuevo Ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, que hace escasos días anunciaba en TVE que se iba a suministrar el medicamento a los pacientes, sólo atendiendo a razones médicas y tras la consulta a un grupo de expertos, y que pedía que se detuviera el debate y la presión de los colectivos de enfermos, porque la decisión no sería política, sino simplemente sanitaria.

En su comparecencia, no ha negado que esa lista exista, pero sí ha afirmado que es falso que en ella sólo aparezcan miembros y militantes de su partido, salvo en algún caso. Y ha atacado con dureza a La Plataforma de Afectados por la Hepatitis C, a la que culpa, junto a Podemos y a algunos medios de comunicación de orquestar una nueva campaña, adulterada contra su partido y el gobierno legítimo y elegido por todos los españoles.

Cabe recordar que en los últimos meses, tras los anuncios de Ana Mato en Octubre de que se iba a prescribir el medicamento a los enfermos que lo necesitasen y el posterior anuncio del ministerio de que entre 5.000 y 7.000 pacientes lo recibirían en este año, por parte ya de su sucesor. Grupos de enfermos han protagonizado encierros en hospitales de Madrid o Córdoba, y concentraciones frente al Ministerio de Sanidad, para protestar que no están recibiendo el medicamento y que la medida es insuficiente, ya que entre los 175.000 enfermos contabilizados en España, 35.000 de ellos se encuentran con un proceso muy avanzado de la enfermedad y que necesitan ya el tratamiento. Puesto que al día mueren 12 personas por esta enfermedad, y el Gobierno antepone los intereses económicos a las vidas humanas, debido al alto coste del Sovaldi.

La oposición ya ha pedido la comparecencia del Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, así como la del Ministro de Sanidad en el congreso, y ha declarado en bloque que si las informaciones son reales, el Gobierno en pleno quedaría deslegitimizado para seguir en el poder, pero que hay que ser cautos, hasta que se puedan esclarecer los hechos.

La Democracia o la Exclusión de las Minorías

Democracia Excluyente

El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es un slogan demasiado contundente y poderoso como para oír voces disonantes que se opongan a ese disfraz igualitario que el poder se otorga. Otra cosa serán los hechos.

Las supuestas bondades del sistema, que permite la elección directa de los gobernantes, acaban precisamente ahí, porque una vez delegada su representación en manos de otros, su opinión deja de contar. El partido o el presidente electo, desde el momento en el que toma posesión del cargo, no tiene más que una obligación moral. El hecho de incumplir los programas, promesas, compromisos y políticas con las que ha convencido al electorado, no van a acarrearle más consecuencias que las críticas, pues tiene las manos libres para hacer y deshacer a voluntad. Sólo queda esperar al fin de la legislatura y de su mandato, para poder decidir y elegir una nueva incógnita, y esperar así, a que el próximo incumpla menos que el anterior. Pobre bagaje para un sistema que se autoproclama como el mejor y único garante de las libertades y los derechos humanos.

Desde la Revolución Francesa, con la implantación del Sufragio Universal, la división de poderes y las Constituciones que recogían la Declaración de los Derechos Humanos en los diferentes Estados, la sociedad moderna suscribió una especie de contrato. El gobierno, orientado hacia el bien común, reconocía los mismos derechos y deberes a todos sus ciudadanos, sin distingos originados por la pertenencia a una clase social. Se comprometía, de esta forma, a ejercer como promotor y centinela de que los esfuerzos de un país fueran encaminados a crecer y evolucionar como colectivo, bajo el estricto cumplimiento de estos principios. Su directriz, era la del pueblo, que con su voto, iba a elegir y direccionar su propio destino.

Parecía que al fin, la sociedad, había tomado un camino que conducía a una mayor igualdad para todos.

El camino que va de la teoría a la práctica, siempre está plagado de altibajos. La perseverancia y la aplicación fidedigna, termina por demostrar que si la hipótesis es cierta, la teoría se cumple. Pero que si así dejara de ocurrir, la teoría no puede ser más que una idea falsa; y la desigualdad creciente entre ricos y pobres parece refrendarla. Pero como uno no deja de creer en la irrefutable razón de la igualdad humana, el problema debe ser su procedimiento. Y el primer problema sin duda, está en la base.

La Democracia se publicita como el gobierno de la mayoría, lo que se traduce, de hecho, en un desprecio de las minorías, a las que se las excluye de la participación en la toma de decisiones. Creando una fractura social que castiga a una parte del colectivo, con un poder erigido y apoyado sólo en aquellos que comulgan con la idea más extendida. Lo que supone ya, en un estricto sentido, que la Democracia no se apoya en la totalidad del pueblo, sino en una parte.

Pero si analizamos los hechos estadísticos, esa mayoría decisora, también se diluye. Tomando el ejemplo español nos encontramos con que la participación media en las Elecciones Generales desde la Transición ha sido poco más del 73%, con picos del 68% de mínima y casi el 80% de máxima. Es decir, entre una cuarta y una quinta parte del electorado no participa, bien sea por no verse reflejado en ninguna agrupación política, por no creer en el sistema, o por mera desilusión o dejadez. A los que hay que sumar los votos nulos o en blanco, que llegaron a alcanzar en algunas elecciones, hasta los 400.000 votos en cada una de las categorías. Lo que hace bajar aún más ese porcentaje de electores que crean una mayoría. Y si tenemos en cuenta que los partidos ganadores lo hicieron con un 34% de los votos, como menor porcentaje en 1977, y con un 48% en 1982, como mayoría más amplia; podemos concluir, que poco más o poco menos de un tercio de la población, decide por las otras dos partes.

Si miramos la abstención española en las Elecciones al Parlamento Europeo, ésta varía entre el 50% y el 55%, y en el total europeo llegó en las últimas elecciones a casi el 60%, siendo curiosamente las de mayor porcentaje de participación en la historia de la Comunidad Europea. Esta no participación, teniendo en cuenta las últimas cuatro elecciones, representó un 45% en USA o un 54% en Suiza, y en el caso de Colombia llegó hasta un 60%, en la primera vuelta de las presidenciales del año pasado.

Algo debe de estar fallando, e indudablemente mucho se podría hacer para desarrollar nuevas formas de participación directa, que paliaran esa apatía creciente de tantos ciudadanos, que sienten que su voto no significa nada. No sólo ya han pasado suficientes años desde la Ilustración, sino que la tecnología nos acompaña para buscar alternativas que puedan traducir más fielmente la voluntad popular. Si el pueblo es soberano, sabio y maduro para tomar las riendas de su sociedad, no sería lógico, loable y exigible, que los representantes políticos buscaran fórmulas para ir haciendo, de ellos mismos, unos conductores más fidedignos de aquellos a los que representan.

Pero no, no lo han hecho, ni parece ser ésta una de sus preocupaciones. Los políticos se han instituido en clase social, y su actitud se asemeja más a la de un héroe medieval o a la de un señor feudal, que una vez elegido, siente que sabe mejor que nadie, sin necesidad de consultar a su pueblo, lo que es mejor para él. O quizá simplemente sea que, o no cree en aquello de la sabiduría, madurez y soberanía de sus representados, o que su vocación de servidor público sea una mera impostura para alcanzar el poder. Hecho que explicaría porque en su labor ejecutiva, los gobernantes del mundo global favorecen las prerrogativas fiscales y legislativas de las grandes corporaciones y del poder financiero, por encima de los derechos individuales del colectivo, que en principio han jurado proteger y luchar. Permitiendo que el coste de lo más esencial, como la luz, el transporte, la vivienda, la salud o la educación, no sea asumible para un sueldo medio.

Las injusticias del sistema democrático, demuestran que está muy lejos de ser lo que afirma. En contra de su publicidad, se prima a las formaciones mayoritarias, a través del sistema D´Hondt, en países como Grecia, Austria, Polonia, Portugal, Suiza, Argentina, Francia, Israel, Japón, Finlandia, Irlanda o España, con el resultado por ejemplo en éste último país, de que un millón de votos en las generales, se tradujera para IU en sólo 2 diputados y que el PNV con 300.000 votos consiguiera 6, por poner un ejemplo. No es de extrañar que la misma propensión haga que un banco, reciba ayudas de miles de millones, y cientos de miles de ciudadanos individuales, se vean desahuciados por esos mismos bancos.

La Democracia no funciona, no al menos para garantizar los derechos que proclama. Tal vez habría que comenzar a implementar legislaciones y mecanismos, no sólo para controlar la actividad de los servidores públicos, sino para hacer que en sus decisiones se tomara en cuenta, directamente, la opinión de los ciudadanos, y lograr que todas esas minorías que carecen de fuerza participen, porque una sociedad que se apoya solamente en una parte de la población, por más extensa que ésta sea, confirma que no está concebida ni dirigida para todos. Y así, nunca se podrá autonombrar como igualitaria y justa.

Las Vidas Imaginadas y la Conciencia Perdida

La Conciencia Perdida

Nadie elude la tentación de soñarse diferente. Ser el otro, es el papel más arrebatador y entregado al que un niño se enfoca al jugar. Desapegado de todo e imbuido de una fluidez perdida para el adulto, cualquier infante no sólo sueña, sino que siente que es aquello que imagina.

La madurez sin embargo sueña sin creer, y en muchas ocasiones sin buscar el deleite sino el agridulce reproche de lo que hubiera sido su vida si los pasos que tomó, hubieran sido otros. La pesada carga de la realidad debería aliviarse al soñar con una vida diferente. Pero no pocas veces termina siendo una herida, en la que la insatisfacción bebe, para paradójicamente agigantarse. En su adicción soñadora y dolida el ser humano imagina que toma el lugar de aquellos agraciados con el don de la belleza, la salud, el dinero, la juventud o la fama. Y como resultado, entre el resquemor se cuela una duda imposible. Un déjà vu, producto de la intuición y de un sueño que no puede recordar, que le insinúa que su anhelo de ser otro no es tan infundado, porque en realidad él, como cualquier hombre o mujer, es más de lo que aparenta. Y por un instante, presiente que la loca idea, tiene una base olvidada y certera.

Muchas personas han vislumbrado esa loca certeza, pero compartir una clarividencia inenarrable, no pertenece a estos tiempos. Así que para ello, querido lector, tendrás que hacer un pequeño esfuerzo.

Imagina sentirte en una pesadilla, donde de alguna forma tus acciones, son la secuestrada prueba de que aquel que actúa, se ha olvidado completamente de quién eres realmente. Como si, de pronto, tuvieras el sorpresivo don de verte desde fuera, y la nueva perspectiva cerciorara que una neblina nubla tu conocimiento y ha prescindido para su juicio, de tu verdadera naturaleza.

Imagina ahora, que esa y no otra fuera la verdad, y que esa neblina que afecta a tu conciencia no es otra cosa que el mundo material, que divide y separa una parte de ti, a la que has olvidado pertenecer desde el día de tu nacimiento. Imagina que el sueño, inaprensible en su recuerdo, se repite y un día comprendes, y el velo cae. Tu cuerpo, tu vida y el mundo material, no es más que un disfraz al que perteneces momentáneamente y que subyugado por su embrujo has olvidado a tu ser espiritual, ese que está enlazado con la misma divinidad y que comprende que la carnalidad es sólo una ilusión temporal.

Matrix fue una ficción épica que jugaba con esa idea inefable que todos hemos intuido alguna vez, quizá al dejarnos soñar. Tal vez, empujados por la desazón de creer por un momento, que la vida no es tal y cómo debería ser, y que la causa por absurda que parezca, principia en que hemos olvidado algo muy, muy importante de nosotros mismos.

Pero la idea no es nueva. Su objeto, en un tiempo no tan lejano, incluía también una contrapartida de extraordinarias capacidades, pero su hecho no pertenecía al ámbito de la fantasía, sino al del aprendizaje y la religión.

Por más miles de años de los que el cristianismo lleva implantados, el Mundo Antiguo atesoró un conocimiento sagrado que versaba sobre el aspecto espiritual de la existencia, y su significado, sólo se enseñaba a una minoría iniciada. Su origen, en esta parte del mundo, se vinculaba con el Dios egipcio Tot y con su encarnación, Hermes Trismegisto, quien registró en 42 libros la sabiduría y las enseñanzas que los mismos dioses habían entregado a los hombres. El estudio de aquel conocimiento hermético se impartía en las Sociedades Mistéricas, con cultos dedicados a Isis en Egipto, Mitra en Roma o Helios en Grecia.

Su codificación, plasmada en símbolos, mitos, historias y dioses, ha impedido que aunque haya llegado hasta nuestros días la Tabla Isíaca o Bembina, no sepamos qué función ejercía en los rituales de iniciación dedicados a Isis. Los libros herméticos y todo su conocimiento, está perdido. Y si algo sobrevivió en las sociedades de Rosacruces o Masones, sin duda es un saber fragmentado y muy incompleto; como el que ahora les comparto.

En Eleusis, cerca de Atenas, en honor de Demeter y su hija Perséfone, tuvieron lugar los Misterios Eleusinos que por más de 2.000 años fueron los más populares y reconocidos de Grecia. Todo aquel que participara en ellos como iniciado junto a los sacerdotes, debía guardar el más estricto secreto so pena de muerte. Los ritos externos, como la procesión, los sacrificios o la toma del kykeon (una bebida secreta de cebada y menta) en el santuario, llamado Telesterion, no deja presumir el contenido de sus enseñanzas, a no ser por los testimonios que hablan de visiones por las que aprehendían la inenarrable comprensión de la vida, la muerte, la totalidad y el ser. Sus protagonistas incluyen alabanzas de personajes como Cicerón, hecho que desmiente la sombra de superstición y superchería, que el hombre materialista y académico actual les achacaría. Pero es en la alabanza de Píndaro, el poeta griego, donde podremos encontrar alguna clave de su simbolismo: “Bendito es aquel que habiendo visto estos ritos, toma el camino bajo la tierra. Conoce el final de la vida, así como su divino comienzo.”

El mito de Perséfone, hija de Zeus y Demeter, que es raptada por Hades y obligada a vivir en el Inframundo, rescatada por Hermes pero obligada a regresar cada invierno, por tantos meses como granos de Granada había comido en el camino de vuelta, esconde un significado simbólico no solamente referido al curso del sol, la naturaleza, las estaciones y a los ciclos de vida y muerte. Sino también a la condición humana, cuya conciencia es raptada por el mundo material y separada de su mitad espiritual y su verdadera naturaleza. Los misterios menores, abordaban este conocimiento, y al parecer guiaban hacia una experiencia mística en la que el ser humano tomaba conciencia del mundo celeste, en el que el pagano tanto creía, quizá por estas pruebas. En ellas la parte física y material, debía morir para percibir el espíritu. Y a tenor de su continuidad, fama y alabanzas por parte de todos los grandes hombres de la antigüedad que se formaron, no ya sólo en ésta sino en otras sociedades mistéricas, su contenido debió ser relevante y único.

Platón fue criticado por descubrir, veladamente, alguno de sus principios sagrados en sus libros y enseñanzas. Él, como Pitágoras, Solón, Tales de Mileto, Anaxágoras, Plotino, Hipatia, Hesiodo, Píndaro, Plutarco, y un largo etcétera de sabios de la antigüedad, pertenecieron a alguna de las muchas escuelas de los misterios, y por ellas, al parecer, lograron una iluminación y conocimiento, que aún hoy en día es reconocido.

El nexo de unión, compartido por el misticismo de la India, el paganismo helénico, romano o egipcio, el chamanismo Tolteca o Hopi, o la Santería Yoruba, curiosamente apunta a esa verdad compartida en la que el hombre debía silenciar su conciencia ordinaria, para así reconocer su contraparte espiritual desde la que podía, una vez recuperada su unidad olvidada, comprender los grandes misterios de la existencia y el universo.

Quizá esta verdad olvidada por el mundo moderno, explique la insatisfecha obsesión del ser humano por soñarse diferente, y que todas esas vidas imaginadas no sean más que la búsqueda disfrazada y causada por esa intuición inefable de que la vida y nosotros mismos no somos lo que deberíamos ser, y que la insatisfacción viene por esa sombra de olvido que nos separa y divide de una parte esencial de nuestra conciencia. Esa que impide que reconozcamos nuestro verdadero ser.

Navidad, Una Fiesta Pagana

NavidadFiestaPagana

La Navidad se ha transformado en una celebración muy alejada de sus valores primigenios. El consumismo se ha convertido en el gran eje vertebrador en torno al cual las comilonas, los regalos, la obligación, la nostalgia, el cariño, la ilusión de los niños y la necesidad de compartir y revivir los lazos de pertenencia y la sangre, muestran lo que la familia representa en nuestras vidas, o al menos su representación formal.

Algunos echarán en falta una expresión menos mercantilista y más acorde con los principios cristianos, como debería corresponder con la efeméride del nacimiento de aquel profeta que cambió el curso de la historia occidental. Otros se quejarán de que sigamos celebrando las formas vacías de unas creencias que, en la práctica, ya muy pocos profesan en la cotidianeidad de la vida moderna.

Pero sólo unos pocos podrán remontar el olvido y soñarán con poder desentrañar los orígenes de una celebración que existió mucho antes del Jesús histórico y de la que los cristianos, no sólo se apropiaron, sino que premeditadamente borraron sus huellas de la memoria oficial de los hombres.

El mundo antiguo desde Fenicia a la India, pasando por Roma, Grecia, Egipto o Persia, también tuvo a bien celebrar estas fechas. El solsticio de invierno que se produce el 21 de diciembre, cuando el sol termina su descenso anual hacia el sur, deja de moverse y tras tres días retoma su movimiento hacia el norte, justo el 25 de diciembre. Para todos ellos, fue un hecho que marcaba un aspecto sagrado de la divinidad. Aunque con diferente nombre y encarnación, tenía un marcado origen solar, ya que representaba simbólicamente el ciclo eterno de muerte, nacimiento y resurrección. Ejemplificado en la aparente muerte de la naturaleza durante el invierno y su lenta recuperación, plasmada en la explosión primaveral.

No es de extrañar por tanto que muchos dioses: Horus y Osiris en Egipto, Mitra cuyo culto se originó en la India y se extendió a Persia y Roma, Adonis para Frigios y luego Griegos, Dionisio en Grecia o Baco en Roma, o Frey y Thor para el norte de Europa, (por nombrar sólo unos pocos) compartieran el 25 de diciembre como fecha de nacimiento. Incluso muchos otros, por lo que significaban, recibían homenajes en la misma fecha, como Apolo y Hércules, o propiciaban como el Dios Saturno en Roma, el famoso festival de Saturnalia, que del 17 de diciembre hasta el 24, señalaba estas fechas como un periodo de buena voluntad consagrado a visitar a los amigos e intercambiar regalos.

En realidad no fue hasta el año 375, cuando el Papa Julio I declaró la natividad del nacimiento de Cristo en la fecha que conocemos actualmente, sin ninguna prueba, puesto que no había ninguna constatación de ella en los evangelios aceptados, y su elección, por supuesto, no fue casual. Resulta curioso cómo San Agustín dejó escrito que los cristianos no debían adoptar esa celebración porque los emparentaba con los paganos y sus divinidades solares.

Aunque nos han hecho creer que el cristianismo fue una revolución y un punto de ruptura frente a la tradición pagana anterior, los hechos desmienten esa creencia y muestran que en realidad no fue más que una apropiación de las milenarias costumbres sagradas que pueblos diversos, compartían. Por ejemplo, el intercambio de regalos, el acebo, el muérdago, las campanillas, las velas o la decoración de un árbol, derivan de costumbres paganas.

Pero no sólo ahí se encuentran coincidencias. Curiosamente muchos dioses paganos nacieron de una madre virgen, vinieron al mundo en cuevas o cámaras subterráneas, su llegada fue anunciada por una estrella, se sacrificaron por el bien del hombre, fueron conocidos por ser salvadores, sanadores, mediadores y portadores de luz, descendieron a los infiernos y resucitaron al tercer día de entre los muertos para convertirse en guías de la humanidad y representantes del reino celestial, fundaron comuniones e iglesias en las que todo seguidor era recibido por medio del bautismo, tuvieron doce discípulos (representación simbólica de los doce signos del zodíaco) o ascendieron a los cielos a la vista de todos como en el caso de Krishna. Osiris fue descrito como un hombre tranquilo, con pelo largo y barba, y murió también en las mismas fechas en las que lo hizo Jesús. Mitra era representado como un cordero, celebró una última cena con sus doce discípulos y en su conmemoración, sus seguidores tomaban parte en una comida sacramental con pan marcado por una cruz.

El halo con el que se representaba a Jesús y a los Santos, es un símbolo solar, que empezó a utilizarse a partir del siglo II y que muy anteriormente se encuentra en las representaciones de los dioses egipcios, en la de los dioses griegos, en Krishna y en Buda. La Cruz aparece también en Egipto, como símbolo de vida e inmortalidad, en la Irlanda céltica, en China, en América como representación de los dioses Tlaloc y Quetzalcoalt, en el dios Apolo en Grecia, en el Dios Anu de Sumeria, en Escandinavia la cruz Tau aparece como símbolo del martillo de Thor… y así un largo etcétera.

Los indicios están diseminados en los restos culturales que nos han llegado de todas aquellas civilizaciones y sus dioses. Pero es quizá más reveladora la pertinaz labor de la Iglesia por borrar y exterminar los diferentes cultos paganos, sus seguidores y sus escritos, desde el año 314 tras la legalización del Cristianismo y su adopción, diez años más tarde por parte del emperador Constantino, como única religión oficial. La destrucción de los templos, la matanza de los seguidores paganos y la quema de bibliotecas que contenían aquel antiguo conocimiento no cejó en los siglos posteriores. Si quieren investigar, comprobarán que la Inquisición fue una plasmación de la tendencia de aniquilación del enemigo que ya practicó el cristianismo entre los siglos IV al IX.

El Paganismo se salvaguardaba y practicaba en sociedades Mistéricas, en las que los iniciados pasaban por una serie de pruebas para poder integrarse en ellas y así conocer los grandes conocimientos que sobre la Divinidad, las ciencias y la sabiduría trascendental, sus maestros poseían. Los grandes hombres de la antigüedad, como Platón, acudían a estas escuelas y en su pertenencia accedían a un saber que se decía que era un regalo de los dioses, y sobre el que se comprometían a no compartir con los no iniciados. Isis, Serapis, Anubis, Mitra, Atis, Cibeles, Isis, Osiris… y muchos otros dioses parecían ser el centro de sus cultos. Los misterios Eleusinos, Órficos, Samotracios, Pitagóricos o Báquicos, son algunos de los más extendidos, pero había muchos más.

Toda aquella tradición y sabiduría se perdió con la irrupción y la implantación del Cristianismo. Nos quedó su simbolismo, transmutado y adaptado a la nueva religión, pero sin el trasfondo de valores y conocimientos que suponía. Paradójico que ahora ocurra lo mismo con el Cristianismo, exhibimos su simbolismo, pero hemos olvidado llenarlo de su ética, no sólo en las festividades, sino en la regulación de una vida cotidiana, más preocupada del dinero, que de un mensaje vital mucho más antiguo de lo que creíamos.

De Hambre y de Chefs

Chef

Allá por el 2012 yo vivía en Madrid, en pleno centro de la ciudad, junto a la Puerta del Sol, y mi paso por la calle del Correo, donde se encuentra la entrada al edificio de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, era un trayecto cotidiano y casi diario. En sus plazas de aparcamiento siempre había coches oficiales, y ocasionalmente el ajetreo y la presencia de fuerzas de seguridad adicionales, indicaba que estaba teniendo lugar algún acto institucional en su interior.

La cotidianeidad hace que uno deje de fijarse, pero una noche, sería en los primeros meses del año, me llamó la atención el número de vehículos y la cantidad de escoltas y agentes que merodeaban la entrada. Sin duda alguna, había algún evento que reunía a los diputados regionales de la Asamblea de Madrid, y dos furgonetas negras, estacionadas en plena acera, captaron mi atención. No pude resistir la curiosidad y me acerqué para ver sus logotipos, eran de una empresa de Catering llamada “El Bulli”. No me sorprendió, pero sí me indignó. La crisis española estaba, y sigue, en pleno apogeo, y el hecho me pareció clarificador y muy revelador de la actitud de los políticos y sus privilegios, respecto al resto de los ciudadanos.

Pocos meses después yo abandonaba el país, y a mi vuelta me asombraba comprobar cómo en cuestión de año y medio, los programas de cocina, con nuevos formatos, se habían convertido en una nueva tendencia de los canales de televisión. El hecho me hizo, y aún me da qué pensar.

Es curioso cómo, hasta en las modas pasajeras, se pueden discernir las incoherencias que nos cimentan y afirman como sociedad embobada. Su casual propagación, si es que el hecho existente pudiera tener dicha calificación, no deja de reflejar aquello que somos. Aunque no sea la evidencia, sino su trasfondo, lo reseñable e irónico.

El fenómeno no parece nuevo. Karlos Arguiñano, como precursor de un formato copiado hasta la saciedad en los diferentes canales nacionales y autonómicos, lleva décadas compartiendo recetas y guisos, y mostrando la destreza de su oficio. Su mérito y su bien ganada fama, la reconozco. Pero él no es el objeto, sino el ejemplo que ilustra la llegada de los otros. La razón parecería simple y obvia, el público quiere aprender a cocinar, o al menos cuando lo intenta, busca quien le explique cómo. ¿Pero es ese el motivo…?

La moda televisiva de los programas de cocina, expresada por los diferentes concursos y formatos, ha convertido en celebridades de primer orden a los Chefs, concediéndoles el mismo nivel que a presentadores, cantantes, escritores, actores o políticos. Al menos en lo que a cuota de pantalla se refiere, y en su ganada condición de invitados estrellas en los más diversos programas de entretenimiento. Y ésta sí es una novedad, así como que el centro de la trama ya no sea el proceso culinario, sino la forma de convertirse en Chef; es decir el camino para llegar a convertirse en otra clase de famoso.

La tendencia aparece justo en una época en la que, después de muchas décadas, gran parte de la población española está pasando realmente necesidad, y eso principia en lo más básico, es decir en la comida. La coincidencia en el tiempo debería resultarnos, si quiera, paradójica.

El trabajo de un Chef es muy duro, conlleva más de ocho horas al día, prácticamente todos los días de la semana, y se recrudece en fines de semana, festivos y fiestas de todo tipo. Lo sé porque conozco desde hace más de una década a uno, un amigo vasco y residente en México DF desde hace mucho más tiempo. Pero también he visto cómo, a la par que mejoraba la categoría del Restaurante en el que trabajaba, crecía su notoriedad y llegaba a ser famoso en México, con programa de televisión y libro publicado, su accesibilidad y su predisposición para echar una mano, se han transformado, si acaso, en un escueto: “lo siento, no tengo tiempo”. Rodeado siempre de compromisos, actos, presentaciones del más alto standing, y cómo no, amistades tan adineradas como su clientela, y acordes con su nueva situación social.

Mi discurso no va encaminado a minusvalorar su oficio, quitar méritos o poner en duda su derecho a la fama, sino a señalar que su oficio no está dirigido al ciudadano medio, sino a la élite. Porque pocos están dispuestos a pagar el coste de varios menús populares, por un solo plato con presentación exquisita y una porción más que escasa, por mucha nueva cocina y arte que represente. Más que nada porque pocos se lo pueden permitir, no a menos que sea por la circunstancia de un caso aislado y ante una celebración esporádica.

Ahí radica la paradoja. Un producto de lujo, encumbrado por una sociedad que aumenta sus desigualdades y que asiste impasible al espectáculo mientras una gran parte de la población pasa penalidades y sobrevive a duras penas, y lo más grave, sin otear en la lejanía una perspectiva de cambio futuro. Pero eso sí, deleitada por esa nueva aspiración de acceder algún día al elitista arte de la alta gastronomía. Quizá hasta con la cotidianeidad que la asistencia a un cóctel, debe representar para un político.

No sólo los hechos, sino las contradicciones nos definen, quizá con una verdad menos evidente, pero más penetrante, si lo que buscamos es comprender los acontecimientos. La nueva fascinación gastronómica denota la preponderancia de lo accesorio, que nuestra civilización sabe colorear con tantos matices. Como si fuera más importante el lujo que la necesidad, a la que se oculta cambiando el orden natural de prioridades, otorgando una pública relevancia a lo opuesto de aquello que debería recibirla. Costumbre detrás de la cual se oculta la paradoja de un mundo donde se pasa hambre, existiendo recursos para que no ocurriera, o que miles de personas sean desalojadas de su casa, por quedarse sin trabajo y sin ingresos, cuando existen cientos de miles de casas desocupadas en España.

Hay quien dirá que son los medios de comunicación quienes dirigen la atención del público, primando unos intereses que no son los generales. Pero no debemos olvidar que la última palabra siempre es nuestra. Las modas no surgen sin seguidores y algo debemos ver reflejado de nosotros en sus anzuelos, para dejarnos llevar por ellos.

No es malo que nos interesemos por la gastronomía, y las razones serán diversificadas, desde el puro amor a cocinar, hasta el egoísmo, las ínfulas de grandeza, el arribismo o el placer de degustar una buena comida, pero lo preocupante es que lo accesorio nos hace olvidarnos de las cuestiones que deberían ser prioritarias.

En estas fechas navideñas tan centradas en la celebración en torno a la comida, pensemos en aquellas familias cuyo día a día está orientado a la supervivencia, y que en muchas ocasiones se enfrentan al vacío de un plato sin comida. Quizá eso nos sirva para empezar a valorar lo importante y no dejarnos embaucar por preocupaciones que no deberían entretenernos. No al menos cuando hay otras mucho más acuciantes. Porque una sociedad sólo evoluciona y cambia, si la mayoría comprende las prioridades y en ellas se implica.