La Vacuidad del Arte Moderno

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El arte moderno se convirtió hace mucho tiempo en un escenario exclusivo, donde conviven la genialidad y la promocionada vacuidad. Es fácil revestir cualquier cosa, de propuesta original que deambula entre la coartada abstracta y la búsqueda de nuevas expresiones figurativas, para ocultar su mero valor de producto y su carencia, en la mayoría de las ocasiones, del más mínimo gramo de arte.

Las fronteras indescifrables que lo trafican, donde el marchamo de las galerías, los críticos, los museos y los organismos oficiales que protegen y subvencionan la cultura, se erigen en jueces irrefutables que criban y otorgan su dictamen para que el foco mediático y la promoción señalen al último artista de vanguardia y desechen la paja de los advenedizos que no merecen tal consideración; no es más que una escenificación compleja y arbitraria, de un mercado destinado a que las élites inviertan y gasten miles de millones cada año. A ese mero pasatiempo ha reducido nuestra civilización el arte, a un caro e inalcanzable, juego de ricos.

Sólo basta una visita a ARCO, o a alguna otra de las ferias internacionales de arte contemporáneo que tienen lugar en el mundo, para darse cuenta de los derroteros del arte y de lo alejado que queda ya el valor que la pintura y escultura tuvo como expresión, indagación y reflejo del hombre y de su sociedad. Bueno, a menos que exceptuemos el valor “dinero” y la moral de negocio, que rige todo y que ha terminado por desvirtuar la figura simbólica del artista, que tan transgresora y aleccionadora fue para muchos hasta el siglo pasado.

No afirmo que hayan dejado de existir creadores dotados, ni sensibilidad, ni indagación, ni capacidad de transmitir aspectos inefables de la existencia con un cuadro, una instalación de video o un performance; la creación ha existido y seguirá existiendo como necesidad de expresarse. Sus canales y el engranaje de la sintaxis pueden enriquecerse y diversificarse sin que ello impida la comunicación y el feliz hallazgo de una persona que pueda transmitir la vieja cuestión del sentido de la vida con lo nuevo. La necesidad de transmitir prevalece y siempre hallará jugadores que sepan jugar con las nuevas reglas. Pero lo que acuso es que, además de constreñir el arte al más puro mercadeo, camuflado en la opacidad y dificultad de sus reglas, se venden apariencias, cajas huecas y ausencia de intención o mensaje, más allá de la pose. Y no como excepción de la norma, sino como norma media, entre aquellos que viven del arte.

He conocido a escritores con talento, a dibujantes con el inequívoco don de crear vida sin rectificar un trazo y a músicos que podían improvisar sobre un tema que acababan de escuchar, y sin embargo el único conocido que triunfó con exposiciones y ventas de cuadros para museos incluso de New York, nunca tuvo la más remota idea de lo que era el arte.

Su nombre se me ha olvidado, pero no la incomodidad que siempre me causaba su presencia. Le gustaba hablar de la modernidad, mezclando conceptos antagónicos y dislates culturales, más por ignorancia que por exceso de ego. Afirmarse era su machacona estrategia, y aunque intentara comprender las respuestas a las diatribas que generaba, y fallase porque confundía a Dalí con un escritor, la borrachera lo tornaba gritón, irrespetuoso y violento defensor de sus aseveraciones insostenibles. Asumir su homosexualidad lo terminaba confundiendo con su cinto en forma de diadema en medio de la pista de baile de la discoteca del pueblo, y no tardaba en ejecutar su insufrible y perenne conato de striptease.

Supongo que aquella palabrería vacía fue el disfraz perfecto, que aderezado de su trazo naif y carente de la más mínima técnica, hizo posible su logro. Quizá para muchos, una simple excepción que no por ello quita valor al resto, pero que sí escenifica, en mi opinión, la poca incidencia que llega a tener el verdadero valor y valía de una persona y la mucha importancia que tiene un envoltorio, aunque sólo sea eso. No es tanto serlo, sino parecerlo y que alguien dirija hacia él, el foco mediático, que por su mera presencia ya confirma y difunde, una ya “indudable” valía.

Si una galería importante, si un crítico de prestigio, si una fundación de larga tradición, señala a un artista, su condición no se pone en duda y su valor de mercado crece exponencialmente; y eso evidentemente, pasó con aquel conocido.

La vida, después, me hizo conocer a pintores reconocidos que sí tenían una propuesta consistente, un recorrido y una intención creativa que justificaba su fama, no sé si sus precios, pero al menos demostraban que no todo era pose y envoltorio.

Sin embargo sigo pensando que poco ha cambiado el panorama artístico desde que en 1961, Piero Manzoni, artista conceptual italiano, expusiera y vendiera a altos precios, para criticar el mercadeo del arte, sus noventa latas cilíndricas de cinco centímetros de alto y seis centímetros y medio de diámetro, conteniendo cada una de ellas 30 gramos de “Mierda de Artista”, con especificaciones en varios idiomas de que ésta había sido conservada y producida al natural. Lo más irónico es que al parecer, aún no se ha probado su contenido, que según Agostino Bonulami amigo del artista, no era más que yeso, ya que sus compradores, coleccionistas y fundaciones de renombre, no quieren malograr unas piezas que no han hecho más que revalorizar su coste de mercado. Porque como decía, no importa tanto en el arte moderno su mensaje, sino su inflada apariencia.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.