La Huída Soñada

Huida2

(Capítulo 2. Parte 2ª. Novela: El Sueño de Dios)

Interesante pregunta chico. La vida no es más que ilusión, sueños o ambiciones, si quieres llamarlo así. Pero la vida con grandes letras es ilusión. El resto es desidia y monotonía, no importa si consigues o no tus metas. La vida o se rellena de nuevos anhelos o se desinfla en la nada. Por eso se venera la juventud, porque es el formulamiento de los sueños. La madurez, con suerte, sólo es la consecución de lo soñado y en la mayoría de los casos, la instalación de la rutina.

No, no me mires tan perplejo, ni me juzgues pesimista. Soy práctico, disfruto de las pequeñas cosas, conformistas ilusiones digamos. Pero uno aprende a no dolerse de lo perdido. Y claro lo conseguido ya ni lo apreciamos. Eso es la vida. Y para usted joven ¿qué es la vida?

Segis se siente aturdido. Todavía sigue conversando con este tipo, aunque empieza a parecerle un amargado y además un engreído. Sólo porque es mayor se cree con capacidad de dar lecciones. No, definitivamente no es la clase de encuentro que se había imaginado.

No sé si ustedes, queridísimos lectores, han saboreado la densidad de una maleta camino del día cero. Cargados con la felicidad exultante que los nervios colorean con la total activación sensorial. Cuando uno tiene la impresión de que algo grande comienza en su vida, y siente la excitación de ser el protagonista y a la vez único testigo y tesorero de momentos que deben ser recordados. Como si su conservación y posterior uso, fuera beneficioso para un otro futuro.

Sea como fuere, esto creía el Mundo, que había pintado cientos de veces la llegada de estos momentos, con personajes diversos y situaciones variadas. Pero con un todo impregnado por la magia de la existencia y una complicidad única. Sin duda ingenua versión de un mundo exterior que desconocía y que suponía cargado de almas soñadoras a las que la casualidad emparentaba, con el movimiento del viaje, por minutos o decenios con las únicas reglas de la sinceridad y la trasgresión.

Sin embargo la casual lotería de esta línea de autobuses, ha proporcionado de compañero de asiento al sempiterno, y conocido por todos, moscón de trayecto, al que nadie debería criticar por sus ganas de comunicación en un mundo tan falto de ella como es el nuestro, pero que tras ¿A dónde va, a qué se dedica, dónde vive, qué música le gusta, cómo se llama…? Debería apreciar si su charla es bienvenida o no. Sin necesidad del ¿no le molesto, verdad?, que más que demostrar sus buenas maneras, compromete las del interlocutor, que impertérritamente para su desgracia, siempre miente diciendo No.

Aunque la situación empiece a ser incómoda, como es el caso de Segis, nota que hay algo en ese gordinflón, de vida familiar, gris y vulgar, que le recuerda mucho a alguien. Y teme que sea a sí mismo, aunque nunca lo reconocerá.

La vida es amor, viaje, dolor, conocer, triunfar, conseguir y disfrutar. No, los sueños son importantes sólo y cuando se cumplen, con ilusión no se vive. Aunque claro la vida es… Bueno no sé bien lo que es. Todavía no, por eso viajo.

Pedro es un jubilado, avejentado para su edad y con porte bondadoso y discreto, que está disfrutando más de lo que su cotidianidad parece ofrecerle. Su mujer si pudiera verlo, podría llegar más lejos, pues ante el actual brillo de sus ojos, afirmaría reencontrar al joven de 20 años, del que se enamoró. Y es que dejándose caer por una cuesta de sentimental evocación, inusual para su aprendido comedimiento, ha comenzado a hablar del arte, al que un día quiso pertenecer. Pero claro, eso coincidió con el ímpetu del amor. Cuyos gastos conyugales de hogar e hijos hubo que alimentar con años rutinarios. Donde durmió las fantasías de ser un gran pintor. Sin mucho tiempo para recapacitar sobre lo perdido en el camino. Hasta que llegó la paz como fruto del afecto, permitiendo en el primer nieto, la perspectiva serena del pasado.

Ahora la voz le tiembla, y mirando en el infinito ventanal del viaje, al nieto que no está afirma. No, no me arrepiento de lo que tal vez perdí. Tal vez pude haber sido grande… pero ahora soy feliz.

            -¡Qué suerte, al menos usted ha conocido el amor! Yo, al verdadero, por lo menos aún no.

Excitado prosigue charlando e inquiriendo. Ávido sin saberlo, por aprovechar un encuentro que muchas veces intentó esbozar con sus hijos sin llegar a protagonizar; en el que ofrece la esencia vital recopilada a otro yo, para que eluda sus tropiezos. Pedro se da cuenta de que el muchacho sigue escuchándolo, sólo porque se ha activado la capacidad de esponja que genera todo cambio. Y sabe, no por nada los años dejan su poso, que aunque ahora no las acepte, sus palabras le germinarán futuros pensamientos.

El recorrido del autocar se adentra en un pueblecito tan aburrido y común como el que dejó atrás Segis, y tan opuesto a la gran ciudad que le espera, que desconoce, y en la que vivió sus sueños de acuarela Pedro.

Anda si es mi parada. Ha sido un placer. ¡Que le vaya muy bien joven, de todo corazón! Se despide. Atajado por la intensidad de unos minutos que al descender le descubren, que la impaciencia por la llegada del amor que ha manifestado el joven, y que el ha tildado de benefactora por la prolongación de la ilusión y la pervivencia de los sueños; le tambalean la paz interior con una imposible envidia, que ya creía superada. Le gustaría ser el otro, al que deja ir. Absurdamente cree, que por segunda vez en su vida.

Segismundo se acomoda en su asiento, aliviado por la soledad recuperada. Cierra sus ojos, llamando al descanso del sueño que no puede llegar. Importunado por los flashes de pensamiento, que hacia todas direcciones lo asaltan. Uno de ellos lo incorpora súbitamente. Es para averiguar los kilómetros que faltan, comprueba que menos de los que necesitaría, aunque el autobús reiniciara la ruta. El miedo al andén futuro, suspira por un trayecto interminable, sin raíces, sin compromisos, sin dolor, sin peligro.

Las culpables son las posibilidades. Con su esmalte infinito e indescifrable, que avasallan la necesidad, con los matices del peligro. Desasosegando la ilusión de un inicio, que Segis enfrenta con la segura adrenalina del misterio.

Está cagado, más cagado de lo que su torpe cobardía le había mostrado hasta ahora. Pero este pánico tan elemental, es a la vez vital y bravo. Lo excita, como nada vivo haría. La sutil droga que se autoinyecta el ser humano, desde tiempo inmemorial y en desuso en este siglo, que introduce al advenedizo, con el empujón del miedo, en la esencia de la valentía.

Sí está haciendo planes, como un general antes de la guerra. Visiona situaciones y responde, marca prioridades e imagina logros, sueña encuentros y dibuja compañeros, escarba en su sexo y posee ninfas, vislumbra edificios y supone climas. ¡Pero el tiempo le pasa tan despacio! El Mundo ojea su reloj por décima vez, en el intervalo de doce inquietudes y cinco minutos. Enciende un cigarro y no se detiene aunque lo absorba el tránsfuga paisaje que le habla de presente, futuro y pasado.

Se dice un no, tras recrear el periplo de su existencia, que encuentra corto pero intenso. No, ahora voy a empezar de cero, el pasado no existe. De esta forma brutal y castradora corta las velas y se bautiza. Jurándose no volver a los recuerdos de lo que deja. Sin admitir cosas, situaciones, espacios, ni personas.

Está cagado, más cagado de lo que nunca ha estado. Pero se promete unirse a lo desconocido y parir un extraño hoy. Llevará su cara, su porte, sus recuerdos incluso, pero otra persona será la que emprenda el andén, de llegada. Y lo más apropiado claro, es buscar otro nombre. Aún no sabe cuál, pero tiene que encontrarlo. Segismundo fue la imposición de la tradición familiar, lucha de un patriarca desconocido que buscaba la burla simbólica de la muerte, con la continua sucesión de un nombre, que pasaba de padre a primogénito descartando la individualidad y exigiendo el respeto a una pertenencia abstracta.

Pero el desagrado al propio nombre, principiaba por algo tan nimio como su falta de actualidad y de participación en una moda que se mostraba ácida en chistes y tomaduras de pelo. Pero que además, cercenaba el señorío y el olor de la aventura que Segismundo envidiaba en otros nombres, injustamente inapropiables. César, Alejandro, Ulises, Truman, Hernán, Marco Antonio, Kurtz, Jack, Zeus…. tantos que ahora que puede escoger no encuentra el adecuado.

Piensa en su apodo y reconoce que le gusta. Representa todo lo que desea conocer, el origen de sus ambiciones y el eclecticismo al que aspira. Esa es una declaración de intenciones, quizá demasiado rimbombante y pretenciosa. Mundo, se dice en voz alta y le suena bien. Soy el Mundo, se repite y recuerda el sueño que de pequeño tenía con frecuencia, aquel en el que el globo entero estaba a sus pies, como una conquista total. Lamenta que desde la llegada de la adolescencia no haya podido saborearlo de nuevo. No era más que un sueño, pero disfrutaba viéndose en él. Aunque supiera que era sólo eso, un sueño.

Mira el reloj y se sorprende de llevar más de dos horas divagando. La paz del cansancio lo acomete de pronto, no por nada los nervios no le han dejado pegar ojo en toda la noche. Se acomoda para echar una cabezadita y en segundos está durmiendo. Sueña:

 

Estoy en mi habitación, pero no en la de ahora sino como estaba cuando era niño. Juego con el coche de los Picapiedra. Sólo puedo ver mi mano manejándolo, pero es increíble ver que sigue igual. Hace casi veinte años que lo perdí y no lo podía imaginar. Pero ahí está, hasta en el mínimo detalle. Salgo abruptamente del cuarto, me da mucha rabia no haber seguido fijándome en cómo era. Ya lo he olvidado cuando me veo recorriendo la casa. Quiero recordar cómo era y no puedo. Me sigo vigilando y me extraño de ver a un niño cuando sé que ya he crecido. Mi casa está como fue entonces. No me paro a verla detenidamente, aunque sé que luego me dará mucho coraje. Sé que no hay nadie, estoy solo.

Bajo las escaleras y salgo a la calle. Todo está desierto. De pronto soy mayor. No me he dado cuenta de cuando he cambiado, pero no me importa. Por unos momentos, al recorrer todo mi pueblo y no encontrar ni un alma, parece que voy a tener miedo o a llorar, pero siento que sonrío. Ya no me veo. No al menos desde fuera, sino desde dentro de mis propios ojos. Estoy feliz de repente, sé lo que pasa. El mundo se ha parado, el tiempo al menos para todos, excepto para mí claro. Es como si hubiese conseguido una máquina de ciencia ficción, pero tengo la certidumbre de que es sólo porque yo lo he deseado.

Ahora estoy en otro sitio. Debe ser la capital, pues reconozco algún edificio que una vez vi en una postal. Está igualito, lo cierto es que parece una postal. Aquí sí hay gente, coches, humo… pero todo está congelado. Me entra la tentación de pellizcarlos, hacerles cosquillas o empujarlos. Pero no lo hago. Sé que no debo hacerlo.

Me encamino con paso alegre a algún sitio. No sé cuál, es pero en el fondo sé que lo sé. En el trayecto la realidad parece hacerse más fuerte. Sensaciones, olores y sentimientos se muestran a mi alrededor. Casi puedo tocar el todo como algo material. La miríada de colores me hace dudar, es todo demasiado real como si…

Pero no encuentro el qué. Empujado como me encuentro por la intensa diversidad que me acompaña, tan fascinante y seriada, que cada una impone el olvido de la anterior.

Ahora estoy en un gran centro comercial. He llegado por mí, pero no sé cómo. Me abalanzo a por lo que deseo, en un desenfreno avaricioso y acaparadoramente libre. Deshecho deseos, para acomodar a los nuevos antojos en mi regazo. Me río, me siento vivo, lo quiero todo.

Estoy fuera, percibo lo que he conseguido y ya empieza a perder su encanto. No veo más que juguetes, no soy un niño pero es lo que he escogido. Me monto en la bici y arrojo el resto, siempre quise tener una bici. Desciendo una gran cuesta buscando una casa, y me doy cuenta de que lo que siempre quise fue en realidad un barco. El descenso parece no tener fin. La bici empieza a temblar, es la fuerza del aire. En uno de sus golpes, dejo de percibir la bici, empiezo a volar.

Mi vista y mi deseo siguen la búsqueda, en la lejanía del lienzo de la ciudad, busco un ático. Elijo mi casa, mi lugar en el mundo, quiero la más alta.

El llano desciende mi velocidad, casi ni avanzo. El tiempo, las cosas, la vida sigue congelada, excepto yo, que sé que tengo todo el del mundo. Pero ¿por qué siento que el tiempo va a volver?

Un ruido, un claxon, voces. Despierto. Era un sueño, sólo un sueño. El autobús ha llegado a su destino, la gente desciende, me despejo y aún somnoliento, me uno. He llegado.

Autor: MartiusCoronado

Martius Coronado (Vva del Arzobispo, Jaén 1969). Licenciado en Periodismo, Escritor e Ilustrador. Colabora en Diario 16. Reflejo de la diáspora vital de vivir en Marruecos, USA, UK, México y diferentes ciudades españolas, ha ejercido de profesor de idiomas, jornalero, camarero, cooperante internacional, educador social y cómo no, de periodista en periódicos mexicanos como La Jornada, articulista de revistas como Picnic, Expansión, EGF and the City, Chorrada Mensual y El Silencio es Miedo, así como ilustrador o creador de cómics en diferentes publicaciones y en su propio blog: www.elpaisimaginario.com La escritura es una necesidad vital y sus influencias se mezclan entre la literatura clásica de Shakespeare o Dickens al existencialismo de Camus, la no ficción de Truman Capote, el misticismo de Borges y la magia de Carlos Castaneda, en cuyo homenaje creó: El Chamán y los Monstruos Perfectos, disponible en Amazon. Finalista del II premio de Literatura Queer en Luhu Editorial con la Novela: El Nacimiento del Amor y la Quemazón de su Espejo, un viaje a los juegos mentales y a las raíces de un desamor que desentierra las secuelas del Abuso Sexual.